miércoles, 23 de noviembre de 2011

El encuentro II

Segundo día

Los sentidos llegan a hartarse cuando se les da mucho uso. Si escuchas sonidos muy fuertes, te llegan a doler los oídos, de la misma forma que si tus ojos soportan mucha luz se irritan. Lo mismo pasa con la conjunción de todos los sentidos en eso que solemos llamar sensualidad; se trata de lograr un estado de excitación a través de los cinco sentidos que se manifiesta, después, en un arrebato erótico. Una sobrecarga de sensualidad como la que había tenido el día anterior me causó un apagón energético, desgana. Tenía a M. dormida a mi lado, completamente desnuda y no sentía la más mínima excitación, pero psicológicamente la mezcla de morbo y sumisión que había demostrado el día anterior producía un desasosiego interior que tarde o temprano se transformaría en excitación. Me levanté sin hacer ruido y me metí en la ducha. Tenía la polla un poco irritada y le dediqué los cuidados oportunos para aliviarla, un poco de agua fría y vaselina, además de reposo la dejarían como nueva. Me vestí sin hacer ruido y salí de la habitación. Sabía que eso molestaría a M. pero no quería que el despertar estuviese rodeado de mimos o arrumacos románticos que no nos llevarían a nada. Además, yo tenía que atender asuntos profesionales que no podía dejar a un lado. Pensaba en M. y en su despertar solitario, sin una nota ni ninguna pista sobre donde podría estar yo.



Sabía, por nuestros encuentros por Webcam, que su despertar está repleto de sexo, sus pajas por la mañana están llenas de pasión y dedicación, cuando se corre grita como una posesa y queda absolutamente satisfecha. También sé por experiencia, que a las dos horas necesita otra sesión masturbatoria, ésta más sosegada e imaginativa. El hecho de no tener una polla al lado y haber contado con ella la pondría de mal humor pero no me importaba porque el enfado y la rabia solía desembocar en orgasmos más intensos. Por ejemplo, uno de sus recursos para correrse era imaginarme con otra mujer. Entonces, mientras tomaba café ya se me ocurrió como podríamos empezar el día si ella estaba enfadada y caliente, la enfadaría aún más haciéndole ver como una prostituta me comía la polla.

Tuve que hacer tres llamadas hasta encontrar a una chica que estaba dispuesta a someterse a mi juego y cuando hube concertado mi cita con ella llamé a M. Después de escucharle diez mil insultos la cite en la dirección que me había dado la puta. Le recordé que nada de ropa interior y que pasase por una farmacia para comprar condones. Me aseguré de que había entendido la dirección y colgué el teléfono, además lo desconecté, quería que su enfado fuese en aumento.

La chica se llamaba Patricia y la conocía de “vista”, me recibió con una bata y tacones dispuesta a cumplir con el encargo cuanto antes porque quería dormirse de nuevo. Era una hora intempestiva para cuestiones de sexo profesional pero cuando fijamos las condiciones económicas su sueño y sus prisas desaparecieron. En una ocasión, mientras le estaba comiendo las tetas a Patricia, llamé por teléfono a M. y ella, Patricia, le contó como se las comía y como me tocaba la polla. Lástima de cobertura del móvil porque habría sido un juego interesante. De todas formas sé que a M. el tema le gustó y que fantaseaba en sus pajas con Patricia y su mano en mi polla y mi boca en sus tetas.

Patricia es un encanto, una escultural colombiana, que ha acogido con agrado el dineral que gana con su cuerpo en lugar de limpiar casas o trabajar como camarera. Si le caes bien, Patricia se entrega a su profesión con entusiasmo, siempre dispuesta a que el cliente repita.

-No suelo hacer esto, – me dijo mientras yo me desnudaba. – Pero supongo que siempre hay una primera vez para todos. ¿Cuántos años tiene?

-Pasa de los cuarenta, como yo… Dos maduros a pervertirte.

Los veintiséis años de Patricia distaban de nuestra edad y entonces pensé que mejor hubiese sido buscar a alguien todavía más joven, de aspecto más aniñado pero bueno, no se puede ser perfecto.

La escena estaba preparada. Patricia y yo tumbados en la cama esperábamos la llegada de M., que sería recibida por una de las compañeras d

e piso de la colombiana. La vida de estas mujeres suele ser muy curiosa y escucharlas siempre enriquece, así hablábamos cuando sonó el timbre de la puerta. La chica se amorró a mi polla ofreciendo a quien entrase por la puerta un primerísimo plano de su coño y de su culo. Y así se la encontró M. cuando pasó tras serle franqueada la puerta.

-Buenos días, – saludé cortésmente. – ¿Descansaste? M. no dijo nada, se acercó a la cama y se sentó a mi lado.

-Patricia, esta es M.

-¡Patricia! ¿Con la que hablé? Las dos se besaron como viejas amigas. Yo ya la tenía tiesa, gracias a las chupadas que me había dado Patricia. Y así me di cuenta de que o tomaba el control de la situación o podría salir mal parado.

-Cómo aguantas a este cabrón, – preguntó Patricia.

-Me gusta.

-Tiene su encanto.

M. se puso en pie y dejó que el vestido que llevaba cayese al suelo, era vaporoso, parecido al que trajo el día anterior. Personalmente no me gustaba, pero le quedaba bien, parecía un ama de casa o una monja arrepentida. Las dos mujeres se colocaron del mismo lado de la cama, dejándome a un lado. Las cosas no iban por donde yo pensaba, ya que mi idea era que M. fuese una simple mirona. Patricia empezó a pasar sus pezones por los pechos de M. y a acariciarle el pelo. Eran caricias suaves de profesional cumplidora. Pensé que debía mostrar mis intenciones.

-¿Has traído los condones?

-En el bolso, – respondió M., que parecía encantada con la compañía de la otra chica.

Del bolso saqué los condones y el consolador de M. Nos reímos del descubrimiento. Y más Patricia, que se levantó y sacó de un cajón de la cómoda un auténtico arsenal de juguetes sexuales. Me llamó la atención principalmente un consolador doble. A M. por el contrario las bolas chinas, a las que echó mano en cuanto las tuvo a su alcance.

Patricia estaba en el medio de los dos, pero girada hacia M. de forma que a mí me ofrecía la rotundidad de sus caderas y de su culo. Le puse la polla en la entrada del coño pidiendo paso, que me dio de forma imperceptible para M., que no se dio cuenta hasta que escuchó mi carne chocar contra el culo de Patricia. Entonces se incorporó y miró como follaba a Patricia, que colaboró con la situación dedicándose a chupar los pezones de M.

No es fácil hacer que una puta disfrute con lo que hace y lo estábamos consiguiendo; M. ofreciéndole una complicidad femenina que la chica no había tenido nunca y yo facilitándole una buena cantidad de dinero de buena mañana. Olvidadas las cuestiones crematísticas, la velada se iba convirtiendo poco a poco en el encuentro de tres amantes del sexo. Yo estaba a gusto, bien acoplado al coño de Patricia, sin apenas moverme, ella, de vez en cuando, se apretaba contra mí recordándome que no se había olvidado. M. se puso de rodillas, para ver como desaparecía mi polla entre los muslos de la colombiana, le hice una seña con la lengua y ella se agachó para chupar mis huevos y lanzar algún que otro lametazo al culo de la puta. M. iba entrando en el juego de forma sublime, no quería quedarse atrás y, en contra de lo que yo pensaba, no mostraba rabia ni rechazo a la situación. Eso me molestaba un poco ya que la experiencia de follar con alguien que estuviera enfadada conmigo me atraía, es el signo contrario a la manifestación del sexo consentido basado en la complicidad y la excitación mutua, pero, ¿cómo hacer que una persona pida que te la folles en pleno enfado? Tenía que lograrlo, pero estaba visto que a través de Patricia no iba a ser posible.

Estos pensamientos rompieron un poco la magia del momento así que me salí del cuerpo de Patricia dispuesto, por lo menos, de un espectáculo lésbico. La puta, lo comprendió al momento.

-No voy a hacerlo. Eso ya quedó claro. – Me lo dijo a mí, refiriéndose a las condiciones que habíamos pactado con respecto a sus acciones. Me había dejado claro que no le comería el coño a M. pero que si que dejaría que ella se lo comiese.

-M., cómele el coño, – dije desde los pies de la cama.

Patricia se espatarró en la cama. Su coño no tenía el más mínimo atisbo de pelo. M. me miró, los dos sabíamos que sería su primera vez. Yo apenas le hice caso y cogí el consolador doble. M. sup

o enseguida lo que yo quería. Se colocó entre los muslos de Patricia y empezó a lamerle los muslos, sacando la lengua todo lo que era capaz. Pronto se afanó en el coño de la puta, que parecía agradecerlo con gemidos, yo creo que fingidos, pero que cumplían su cometido de calentar a M., mi gran puta. Me acerqué a ella por detrás y le metí el consolador por el coño y, poco a poco, el otro extremo por el culo. Los gemidos de M. no eran fingidos, mi excitación era tan verdadera como que estábamos sobre aquella cama los tres. La propia mano de M. acariciándose el clítoris me hizo comprender que ya buscaba su orgasmo. Metía la lengua hasta dentro del coño de la otra, empujando como una perra en celo; lo chupaba como si quisiera comérselo. Y, cuando ya parecía que iba a correrse, la quité de allí, puse a Patricia cerca de mi polla y se la metí en la boca; la chupaba procesionalmente, sin pasión pero muy eficazmente. De vez en cuando la sacaba de la boca y me masajeada con las tetas. M. se hacia la paja con el doble consolador, tumbada a los pies de la cama mirando como la otra me comía la polla. Le gustaba. Nada más que se corrió decidí terminar con aquella pantomima que no había logrado enfadarla como yo pretendía.

-Pareces una monja. – Le dije en referencia a su vestido. – Las putas suelen llevar tacones.

-Vamos, cariño, no me jodas que ya has tenido bastante. Quiero ver Madrid, ir a museos y cosas así.

-Haz lo que quieras. Me voy a trabajar.

La dejé en la boca del metro y me marché en la promesa de que nos veríamos pronto.

Fue una despedida fría y muy distante. Me marché intrigado, preguntándome que pasaría por su cabeza.

No cabe duda que una relación basada en la distancia y en la fantasía, puede encontrar una rápida excitación en seguir con ese juego sabiendo que la proximidad puede convertir las fantasías en realidad. Comprendí que no tenerla a mi lado me excitaba y me preguntaba si a ella le pasaría lo mismo. La llamé.

-Eres un gilipollas y me estoy cansando de tus chorradas. A mí me excita más estar contigo y lo de esta mañana no te lo perdono.

-¿Te gustó el coño de Patricia?

-Me voy a dedicar a comer coños. Cuando quieras verme me llamas.

-A la una y media en el Corte Inglés de Castellana, te voy a regalar algo.

Yo llegué algo más temprano porque quería ver ropa para ella y tenérsela elegida, no quería que aquella compra se convirtiese en un curioseo interminable de trapitos. Yo llevaba la imagen que quería que diese, una blusa sin mangas con la axila bien amplia y una falda blanca de corte irregular, un poco ibicenca, sandalias de medio tacón. Nos localizamos por el móvil y se presentó a mi lado a los pocos minutos.

-Pruébate esto.

Tan dócil como siempre se metió en el probador con la ropa mientras yo esperaba en el pasillo de los probadores, entre el ir y venir de dependientes y clientas. Un hombre en un mundo de mujeres. Al poco tiempo salió al pasillo con la nueva vestimenta puesta, estaba preciosa, con su media melena colgando y su mirada serena preguntando mi parecer.

-La blusa me gusta, pero me queda grande. – Dijo.

El que le quedase amplia provocaba que el cuello se ampliase a los hombros dejando uno de ellos al descubierto y también desproporcionaba la abertura de las axilas dejando que a través de ella, cuando levantaba el brazo, se viesen las tetas. Estaba perfecta. Me acerqué a ella y miré rápidamente a mi alrededor, creo que la única dependiente que quedaba por allí vio como me colaba en el probador con M.

-Estás loco. – Me dijo entre risas.

Le levanté las faldas y me puse de rodillas en el suelo, M. levantó la pierna apoyándola en el banquito que había pegado a una pared. Le comí el coño con fuerza y ansia, se lo merecía y siempre lo había fantaseado. Habíamos hablado de un cine, de un aparcamiento y, creo que en alguna ocasión, un probador. Pues había llegado el momento, fueron diez minutos intensos los que me costó hacerla correr, para estrenar la nueva falda. Una vez que compuso la ropa, miró fuera y me avisó cuando el pasillo estaba libre. Pagamos y nos fuimos.

La verdad que la ropa no influye en depende qué personas, M. es transparente y ella da igual como vista, si ha de bajarse las bragas lo hace cuando se lo pides y punto. No da esa imagen d

e viciosa, pero conociéndola sabes que ahí la tienes.

-Esperaba que cuando nos viésemos estarías menos animal que por la Webcam, que me demostrarías un poco de cariño.

-Te lo advertí.

-No te lo digo como reproche ni como desilusión.

Íbamos en el coche y la conversación se hacía demasiado convencional. Parecíamos una pareja de maduros que había salido a comer. No me gustaba en absoluto.

-Dime algo que quieras hacer. – Le dije.

-Complacerte. – Así es M. contundente y sincera.

-¿Te gustó lo de Patricia?

-Me encantó porque era ella pero lo mío son las pollas, no los coños. No lo olvides y ya que he elegido la tuya, cuida un poco lo que yo te ofrezco.

No le contesté. Seguí circulando hacia nuestro próximo destino. Un local que desde mediodía ofrecían servicios eróticos para ejecutivos, parejas, etc. La velada consistía en tomar un aperitivo potente en agradable compañía, de forma que podías comer y follar en el rato de la comida. Una forma de aprovechar el tiempo y descargar estrés.

Nos acomodamos en la barra, yo sentado en un taburete y ella apoyada entre mis piernas. Enseguida las camareras nos acercaron una copas de cava y una bandeja con canapés. Los demás clientes, hombres y mujeres, se movían con soltura profiriéndose un trato absolutamente sensual. Ellos bien vestidos, ellas con la provocación a flor de piel se dejaban tocar y acariciar por cualquier mano que se acercara.

-Será más fácil para ti que para mí. – Aquel ambiente me cohibía un poco y notaba que M. estaba ciertamente tensa.

-Mira aquel tío. – M. señaló a un hombre que estaba solo, sentado en un sofá alargado al fondo de la sala principal y muy cerca del nacimiento de un angosto pasillo que llevaría sin duda a habitaciones privadas, salas de baño y saunas.

-Ve con él.

No tardó en dejarme solo, entretenido en contemplar aquella fauna sexual que se movía en la estancia como animales en celo. Entre todos ellos me llamó la atención una mujer que estaría cercana a los cincuenta. En su cuerpo había evidentes huellas de luchar con la cirugía contra el deterioro causado por el tiempo, su piel, excesivamente bronceada, se dejaba ver a través de una camisa sólo abrochada con su botón central, su vientre liso y moreno terminaba en un pantalón ajustado de cintura baja blanco, fino y casi, casi, transparente; su escote, muy generoso, estaba adornado por cordones dorados de calidad, el pelo rubio platino en un alarde de tinte y peluquería remataba una figura excesiva y artificial no exenta de morbo y de invitación sexual. Se dio cuenta de que la miraba fijamente y me sonrió. No tardó en acercarse.

-Pilar. – Se presentó mientras me daba sendos besos en las mejillas.

-Hola.

Se colocó entre mis piernas, como minutos antes estaba M., pero frente a mí.

-Nunca te había visto.

-Yo tampoco. ¿Estás sola?

-Sí. Pero suelo venir con mi marido. Las mañanas me las deja libres y hay que aprovechar. ¿Y tú?

-He venido con mi amante. Es aquella.

Pilar la estudió con detenimiento. M. estaba ajena a mí y a todo lo que la rodeaba ya que parecía que el tipo la entretenía más que satisfactoriamente. Los dos charlaban con los rostros muy próximos y reían las ocurrencias que salían en la conversación.

-Es Adolfo. Ya he follado con él.

-¿Has follado con muchos?

-Sí, que se le va a hacer. Les gusto.

Pilar presentaba un problema de vanidad. Lo que suele llamarse una creída. Apuró su copa de cava y pidió una copa, como clienta habitual, la camarera ya sabía que en lugar de cava ella tomaba tónica con un poco de ginebra. M. y su nuevo amigo, Adolfo, se dirigían hacia nosotros. Las presentaciones fueron frías y sólo sirvieron para acelerar el paso a una de las habitaciones privadas.

-Pero ni se te ocurra tocarme, – le dijo Pilar a Adolfo. No sé si era en broma o en serio, ya que los estiramientos de piel habían restado expresividad a su rostro.

-Ni se me había pasado por la cabeza, rica, tu coño apesta.

M. agarró a Adolfo por la cintura y le comentó algo al oído.

-Nada de secretos. – Atajó la rubia.

-Le decía que ya tiene el mío. – Repuso M.

Estaba clara la situación, M. me iba a hacer pagar mi desplante de por l

a mañana, la cita con Patricia y mi falta de romanticismo follando con aquel tío delante de mis narices.

Cuando entramos en la habitación ya la tenían preparada. Era muy grande, con enormes sofás rodeando una bañera que no llegaba a ser un jacuzzi, pero que lo intentaba. En un rincón había un armario al que se dirigió la rubia. De allí sacó varias toallas que lanzó contra los sofás descuidadamente. Estaba claro que M. iba a por todas con tal de ponerme malo ya que fue la primera en desnudarse y meterse en la bañera. Adolfo, no tuvo el menor reparo en seguirla, se supone que no había que pedir permiso para nada. Pilar, por su parte, se sentó en uno de los sofás y encendió un pitillo. Yo me acomodé a su lado, los dos vestidos nos disponíamos a ser espectadores de aquel encuentro que estaba comenzando en el agua. Adolfo estaba apoyado en la pared de la bañera, dándonos la espalda, sentado en el suelo del mismo; M. se sentó sobre su polla y adiviné por sus movimientos que se la estaba metiendo en el coño, encontró la posición adecuada y se dejó hacer mirándome a mí, mostrándome esa cara de placer que tan bien conocía. Me agaché y fui en busca de su boca, apreté su lengua entre mis labios y la succioné. Adolfo no prestaba la más mínima atención. Tal y como estaba, M. se puso en pie y dejó su coño en la boca de Adolfo, mientras buscaba más besos míos y me acariciaba el pelo atrayéndome hacia ella. Me encantaba que tomase la iniciativa de aquella forma, porque aunque otro hombre estaba con ella, su principal preocupación seguía siendo yo. M. agarró la cabeza de Adolfo y la apretó contra su coño como si ya sólo fuera una herramienta, un simple consolador. Estaba lanzada para hacerse con la dueña de la situación y entonces comprendí el porque: rivalidad con Pilar.

Cuando estaba desnudo y me acercaba de nuevo a mi única puta, Pilar se interpuso en mi camino. Me agarró la polla, que ya estaba dura, y se desabrochó el único botón que mantenía unidos los dos lados de la camisa. Eran unas tetas llenas de silicona, impersonales, muy morenas pero con unos pezones que por su artificialidad resultaban sumamente atractivos y excitantes; grandes y duros como pocos.

-No me gusta el agua. – Me dijo. – Ven.

Tenía que estar con ella, parecían las reglas del juego, aunque la idea de estar con M. y que ella me dedicase sus caricias, mientras aquel tipo le comía el coño me atraía, era una forma de asentar mi propiedad sobre su placer. Me dejé llevar al sofá pero sin perder la mirada de M., yo sabía en qué estado se encontraba en cualquier momento y me gustaba estar pendiente de su placer. Me senté en el sofá y Pilar empezó a lamerme por todo el cuerpo, gemía de forma forzada, como lo era toda ella. M. era muy superior sexualmente y me fastidiaba estar con aquella mujer que de tanta preparación sexual terminaba por convertirse en algo asexuado y frío. Terminó por desnudarse y mostrarme su coño absolutamente afeitado y un culo que me llamó la atención por la cantidad de marcas que tenía. Le acaricié alguna de ellas. Ella sin decir palabra se acercó al armario y sacó una fusta que, ante mi asombro, me la puso en la mano. A M. no le hizo ninguna gracia y se lo noté en la cara. La mezcla de placer y dolor había sido asunto de alguna fantasía nuestra; generalmente había salido a relucir en momentos en los que yo me encontraba especialmente estresado y ella quería satisfacerme de una forma especial, episodios como las pinzas en los pezones y en los labios de la vagina, las gotas de cera caliente y meter algo especialmente grande por el culo habían supuesto, generalmente, el colofón de jornadas especialmente calientes en los que M. llegaba a masturbase cuatro o cinco veces; suponía la búsqueda de placer a través de caminos menos explorados.

Con la fusta en la mano, me dirigí al armario, si el sitio era tan sofisticado como parecía en cuestiones sexuales tendría lo que buscaba. Allí estaba: una vela. Con ella de la mano me dirigí hasta Pilar. Le puse la fusta en la barbilla.

-Túmbate.

Obediente hizo lo que le pedía y noté, por fin, una expresión de ansiedad en su rostro. Me puse de rodillas a su lado ofreciéndole mi polla; abrió la boca desmesuradamente y la metí en ella como si fuese

un túnel del que no se vislumbraba salida. Lancé una mirada a M., que se dejaba secar por Adolfo, digna como una diosa y seria como un juez que desaprueba el delito. ¡Lo estaba cometiendo yo!

La mamada de Pilar podría figurar en cualquier base de datos de cosas increíbles, dejaba que la polla entrase hasta su garganta, la apretaba contra el paladar y con la lengua la sacaba fuera, para volver a abrir la boca y dejar que entrase, de nuevo, hasta el fondo. La fusta, mientras tanto, hurgaba en su coño haciendo que su pubis se levantase en busca de mayor profundidad en su caricia. Encendí la vela. Pilar sabía lo que seguiría.

-Sólo de cintura para abajo, – me advirtió.

Los muslos, la parte interior, son lo suficientemente sensibles como para recibir con dolor las gotas de cera. Pilar las esperaba con una ansiedad que se traducía en su esmero en chupar mi polla. Cada gota que caía se reflejaba en un gemido, no un grito de dolor, si no un gemido de placer. Caerían cuatro o cinco antes de que Pilar cogiese la fusta y se la metiese en el coño con fuerza completando una breve masturbación que desembocó en un orgasmo escandaloso y no falto de artificio, como toda ella. El caso es que se desentendió de mi polla como yo me había desentendido de M. y me había perdido como había empezado a follar con Adolfo. Él estaba tumbado en el sofá y ella entraba y salía de su polla con fuerza, con algo de rabia. Pilar me había dejado a las puertas del orgasmo, me separé de ella y me dirigí a M., me coloqué a su espalda y la incliné sobre Adolfo de forma que su culo me quedó en pompa a mi disposición. Lubriqué mi polla con su propio flujo y se la metí sin muchas contemplaciones. Pilar se recuperaba unos metros más allá, sin perder detalle de aquellos dos hombres follando a la otra hembra que había en la sala. Se acercó a la mesita en la que estaban las bebidas y se sirvió una generosa ración de tónica con ginebra; después de dirigió al armario y extrajo de él un enorme consolador eléctrico que acopló al suelo de la sala. Encendió la vela, se sentó sobre el consolador y dejó que la empalara con movimientos más próximos a un martillo neumático que a un objeto de placer; mientras tanto, las gotas de cera iban cayendo desde las puntas de los pies hasta la zona de los muslos que yo le había trabajado minutos antes.

Ya estábamos en una carrera hacia el orgasmo. La primera corrida fue la de M. que compitió en escándalo con la anterior de Pilar. Poco después Adolfo y yo, casi a la vez inundamos a M. que se separó rápidamente de nosotros para ponerse en pie, cerca de Pilar que estaba muy pendiente de lo suyo, abrir las piernas y dejar que la leche le cayese por sus muslos. Adolfo se incorporó y me miró con complicidad masculina. M. siguió caminando hacia la mesita de bebidas y nos sirvió unas copas. Los tres nos sentamos dispuestos a seguir viendo a Pilar, ajena a todo lo que la rodeaba, y empezamos a charlar desenfadadamente. M. y yo les contamos nuestra historia y que había sido el día anterior la primera vez que nos habíamos visto. Pilar, con los ojos cerrados, terminó por correrse y sin decir palabra se fue a beber otro lingotazo de ginebra y tónica. Pasaba de nosotros. Empezó a vestirse y, cuando se fue, ni se despidió.

Eran casi las cinco de la tarde. Yo estaba derrotado y le propuse a M. irnos al hotel a descansar. La propuesta fue aceptada con agrado.

Cuando M. salió de la ducha yo ya debería estar dormido, porque mi siguiente recuerdo son las caricias de M. por mi cuerpo, eran las once de la noche, había dormido cinco horas largas.

-¿Qué vamos a hacer? – Me preguntó cuando se dio cuenta de que ya era persona.

-Yo dormiría un poco más, la verdad. – Estaba claro que mi vida de fumador sedentario pasaba factura.

-Eres un cabrón.

-Tú también deberías dormir, luego saldremos pasaremos la noche fuera.

-Ya no se te pone tiesa, eso es lo que pasa. Estás que no puedes con tus huevos, menudo amante que me he buscado, joder.

Me daba lo mismo lo que dijese. Como hombre soy egoísta por naturaleza, aunque me guste el placer ajeno, pero la verdad es que no podía.

-A lo mejor es que ya no me pones, ¿no lo has pensado? – Era un comentario recurrente que habíamos utilizado algunas veces y que M., inevitablemente tomaba como un reto. – Además, la cita no sólo era para follar

también lo era para hacer realidad nuestras fantasías.

-Lo único positivo es que te has portado bien cuando me ha follado otro delante de tus narices, eso me da mucha libertad porque he comprobado que cuando me animabas a follar por ahí no me lo decías de boquilla.

-Siempre voy por derecho.

Me acosté boca abajo, quizá protegiendo mi polla de un ataque que difícilmente podría aguantar. Ella se sentó a horcajadas sobre mi culo, sus tetas contra mi espalda, su consolador en su boca. Era una sensación placentera que se iba tornando excitante; M. paseaba sus pezones por mi espalda, arriba y abajo, hasta que, al poco tiempo noté como empezaba a mordisquear mis nalgas y a pasar su lengua por ellas; noté como el consolador empezaba a recorrer la raja de mi culo, llegaba al centro y trataba, muy despacio, de abrirse camino. Esperé a ver qué pretendía, pero no tenía ninguna intención de perder mi virginidad. Al momento, note su lengua entrando entre mis nalgas. Me recorrió un escalofrío que M. sintió y profundizó en el beso. Nunca me habían hecho algo así y a ella, pendiente como ninguna mujer de mi placer, le halagaba cada espasmo de mi cuerpo provocando una mayor dedicación a lo que estaba haciendo.

-Me meto el consolador. – Me dijo, ya que yo no podía verla. – Nunca dejes que nadie te haga esto, amor.

Era increíble, M. volvía a estar en la carrera al orgasmo yo escuchaba el ruido que hacía el consolador al entrar y salir de su coño repleto de flujo; mientras que su lengua recorría mi culo, dura y húmeda. De vez en cuando, sus lamidas llegaban hasta mis huevos que recibían una chupada, succión, que les hacían entrar en la boca de M. Yo empezaba a sentir un placer inmenso y, además, unas ganas de mear que apenas podía aguantar. Me moví, indicando que aquello tocaba a su fin. Mi vejiga estaba a punto de estallar y mis huevos llenos de leche. No le pregunté, la cogí con cierta premura y violencia y la tumbé en la cama boca arriba. Su consolador en el coño, su cara demostrando el placer que estaba sintiendo; me coloqué encima de ella, de pie, ella entre mis piernas.

-Voy a mear encima de ti.

-Espera, por favor, espera. – Fue una súplica, un ruego, al tiempo que se masturbaba con mayor ansiedad. – Espera a que me corra.

Yo apenas podía aguantar, tenía la polla en la mano dirigida a sus pechos dispuesta a mearla, no podía aguantar y dejé que saliese un chorro de orín hacia sus tetas. Ella lo recibió extendiéndolo por ellos y por su vientre, solté otro chorro hacia su cara y ella lo buscó con la boca con cierta avidez. Estaba a punto de correrme y ya sabía lo que quería, cuando empezaron sus gemidos previos al orgasmo dirigí el último chorro, el grande y definitivo hacia su coño. Se retorció como una culebra, pusimos la cama perdida, pero todo daba igual. Cuando terminó se puso de rodillas y empezó a chupármela. Yo la agarré con el pelo, ella terminó por abrir la boca todo lo que pudo y la follé, porque fue una follada, por la boca. Empezaron a salir unas gotas de semen, que le salpicaron la cara, agarró la polla y se la metió en la boca para recoger en ella todo mi semen. Cuando terminé, me mostró su boca abierta, llena de semen y la cerró ceremoniosamente tragándoselo todo.

Ya eran más de las doce, a M. le salió el ramalazo de ama de casa y ordenó un poco la habitación. Ya tenía que hacer la maleta, pues su vuelo salía a las siete de la mañana y el plan era salir a pasar la noche por ahí. No podía ocultar un cierto desasosiego, mientras guardaba la ropa dejó fuera la blusa que había comprado aquella mañana y la falda que llevaba la noche anterior. Nos duchamos juntos, acariciándonos y dándonos jabón por todo el cuerpo. Mi polla estaba en un estado de letargo que para mí era desconocido. Estaba gorda, pero medio muerta en una dimensión adecuada y trataba de responder a las caricias de M. Pero era una misión imposible. Mi excitación ya sólo podía ser psicológica y rogar que lo uno llevase a lo otro, es decir, a la excitación física. En la ducha fue el único momento tierno. Le dije que ya no podía más y que ya todo quedaba de su mano, que era consciente de que a lo mejor me había pasado. Se abrazó a mí, no le hicieron falta palabras, sus gestos indicaban que segu&iacu

te;a estando a mi disposición y que le hacía feliz, nos quedamos un rato abrazados debajo de la ducha.

Autor: guaximara

guaximara ( arroba ) hotmail.com

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