lunes, 14 de enero de 2019

Hijas de las Calles.

Lo peor fue cuando al guarro de mi marido, al que por otra parte quiero mucho, se empeñó en pedirme el juego de otra mujer, tal vez una mujer de la calle para alimentar sus sueños eróticos. De una forma generosa y tal vez con algo de morbo por mi parte, al final cedí a sus pretensiones.

Debo deciros que esta aventura ocurrió al principio de los años ochenta. Todavía sin el síndrome del S.I.D.A. y en pleno destape. Llevábamos casados cinco años y queríamos conocer todas las posibilidades del amor físico y del placer, no me arrepiento de lo sucedido, aunque no lo volvería a repetir.

Una tarde y cuando paseábamos por un barrio de mala fama, el me llevó por unas callejas llenas de putillas en cada esquina. El estaba caliente, muy excitado, diciéndome guarradas al oído. Me pidió permiso para vacilar un poco a las lumis, se lo concedí. Se alejó un poco de mí y se dedicó a pararse ante las chicas. No perdí el tiempo y quise complacerle ya que a mi se me daban mejor las compras que a él.