Me encontraba apoyada sobre la barandilla del balcón. La calle estaba prácticamente desierta, tan solo algún transeúnte ocasional que avanzaba con prisa. A esas horas la mayoría de la gente se encontraba reunida cenando con sus familias. Lo habitual en nochebuena. Yo había salido un rato a tomar el aire. Llevábamos ya varias horas de reunión familiar y entre los gritos y conversaciones interminables, el ambiente cargado y el exceso de comida y bebida notaba que me estaba comenzando una punzada de dolor en la cabeza que probablemente acabaría en una buena migraña.
- ¿Qué tal va la cabeza? – preguntó una voz a mi espalda.
- Parecido – contesté reconociendo el tono dulce de mi hermana. – Para estar acabando el año no es que haga demasiado fresco aquí fuera.
- Toma, a ver si esto te ayuda – me dijo entregándome un vaso de agua con algo disuelto.
- ¿Y esto? – pregunté mientras cogía el vaso.
- Lo que he encontrado en el botiquín de mamá.
- Gracias, Mónica – dije mientras me bebía el contenido en un par de tragos largos.