LA PETICION DE ANA
“Hola, me llamo Ana, y he leído tus relatos. El motivo por el que te escribo es porque me gustaría darte una historia a narrar. Tengo un punto exhibicionista que me gustaría explotar en tu compañía, yo pasearía por un lugar acordado y tú me seguirías durante todo el trayecto. Al final tendrás material sobre el que escribir. ¿Te parece buena idea?”
Así fue mi primer contacto con Ana, al recibir este e-mail. Le respondí aceptando su propuesta. Habíamos quedado a las diez en uno de los centros comerciales más grandes de la ciudad, en una de sus cafeterías para desayunar. Me adelanté a la hora porque no conocía muy bien el lugar, y también porque nunca había visto a Ana, y quería ponerme en algún lugar visible. Me senté en la terraza y pedí mi desayuno. Miraba hacia los lados esperando verla llegar, se había resistido a darme su descripción con un “me reconocerás”. Así que ahí estaba yo, a casi las diez de la mañana, esperando a una desconocida y pensando que todo esto podría ser una broma, que ahora mismo podría estar ella con alguien más viéndome y riéndose de mi ignorancia al haber aceptado. Pero no fue así.