domingo, 11 de junio de 2023

Corriendo(me) con mi hermana 1

           Vaya, para serte sincera, no pensé que fueras en serio –dijo Tara al verme aparecer vestido con pantalones de ciclista y una camiseta ajustada.


Cuando le había insistido el día previo a mi hermana mayor para que me dejara acompañarle en su rutina diaria donde salía a correr, estaba muy convencido. Los capullos de mis amigos se habían tirado la última semana metiéndose con mi peso, y estaba harto. No es una cosa que normalmente me molestara; el médico no le había dado importancia y esperaba que con el “estirón” me librara de esos kilos de más en cualquier momento. Pero el aburrimiento y la inactividad de las vacaciones había hecho mella en mi grupo mi grupo de amigos y les resultaba fácil meterse con el “rellenito”. Pero había llegado un punto en que se me habían empezado a inflar los cojones.


Habían empezado a jugar con mi apellido. Me llamo Ramón Manresa, así que comenzaron a transformarlo en “Mayonesa” y directamente ya me llamaban Capitán Mayonesa. Un insulto muy elaborado, ¿verdad? A eso les llegaban las neuronas. Normalmente no les habría hecho ni puto caso y lo habría dejado pasar. Dedicar más atención a estas cosas es una forma de empeorarlas, y yo no me manejaba tan bien en entornos sociales como para hacer un comentario agudo y conseguir que me dejaran en paz.


Pero el caso es que ya llevaban una semana y no paraban con la cantinela. Con estas cosas, uno nunca sabe dónde paran, si llega a ocurrir. A veces basta un tiempo para que todo el mundo lo deje pasar y se centre en otras cosas, pero cuando ese tipo de comentarios alcanza masa crítica se convierte en una etiqueta que te marca de por vida. Al pobre José Antonio le seguíamos llamando “Choped” por las meriendas que traía al recreo día sí día también cuando íbamos a Primaria.... pero ya estaba a punto de graduarme del instituto y la bromita seguía.


En gente de nuestra edad, eso era muchísimo tiempo. No podía permitirme que todo el mundo me llamara Capitán Mayonesa cuando comenzara el curso. Aparte de resultarme muy irritante, había comenzado a sentirme un poco más cohibido por este tema del peso y el exceso de grasa. La idea de que las chicas guapas de clase me señalaran y se rieran de mí al comenzar el curso me hacía morirme de vergüenza.


En casa, había estado últimamente algo apático durante las comidas, removiendo sin mucho interés el plato mientras ponía cara mustia y apática. Anita, mi hermana pequeña, se percató de que me pasaba algo. La renacuaja podía ser muy perceptiva cuando quería. Logró sonsacarme mi inseguridad delante de toda la familia y no tuve más remedio que confesar. Aunque mi relato arrancó unas buenas carcajadas a mis padres, mi madre propuso con buena intención:


-          ¿Y por qué no acompañas a tus hermanas y te pones a hacer ejercicio, Ramoncete?


Aquel apodo de mi madre también causaba furor entre mis amigos, aunque “Mayonesa” lo hubiera desplazado actualmente. Yo ya estaba acostumbrado a él así que lo ignoré.


-          Ya, claro… sin ofender, pero no voy a apuntarme a ballet –dije entornando los ojos.


Anita llevaba un par de años yendo a clases de ballet y la verdad es que parecía pasárselo bien. Más de una vez la había observado dando saltos y piruetas embutida en ese mono negro a lo largo de la casa. Sin duda eso le había hecho bastante flexible, a juzgar por alguna que otra postura que hacía que sólo me hacía encogerme instintivamente de dolor. Pero en la puta vida iba a apuntarme yo a eso. Joder, si ya empezaba a coger un complejo de gordo, que se enterasen de eso hubiera sido el último clavo en mi ataúd.


-          No, tonto, lo dirá por mí –intervino mi hermana mayor, Tara. Se tapaba la boca al hablar porque la tenía llena de comida–. Salgo a correr tres días a la semana.


Lo cierto es que sí que era vagamente consciente de que Tara desaparecía algunas tardes, pero aquello me traía al pairo. Asumía que andaba con su novio, o con las zorras de sus amigas como siempre. Como hermana mayor que era, mi relación con ella era normalmente una de molestia e incordio. En el mejor de los casos, de una vaga indiferencia. Le encantaba chincharme, y yo le picaba a ella de vuelta, por lo que no era infrecuente que saliéramos escaldados. Así que llevábamos unos años con una política de “vive y deja vivir” sin meternos en los asuntos del otro.


Pero con aquel comentario, se encendió una bombilla en mi cerebro. Salir a correr no era un ejercicio tremendamente extenuante, podría realizarlo en el campo a las afueras del pueblo donde no me viera mucha gente (a diferencia de un gimnasio). No quería llamar la atención con este punto vulnerable de mis amigotes. Y además, el salir acompañado me forzaba al compromiso, a sentirme obligado aunque no tuviera ni puta gana de hacer ejercicio.


Porque en realidad no tenía ganas, prefería matarme a pajas y a vicios al Counter Strike mientras me duraran los días libres… pero así no iba a adelgazar, estaba claro.


-          No es mala idea –dije aclarándome la garganta y girándome hacia Tara–. Avísame la próxima vez que salgas, iré contigo.


-          Venga ya, no seas payaso… “Mayonesa” jajaja –me soltó con crueldad mi hermana–. Sabes que de aquí a entonces se te van a pasar las ganas. No te veo corriendo ni aunque te pongan un palo con una bolsa de Doritos atada delante.


Pero qué zorra. La cabrona podía ser muy hiriente cuando quería.


-          Que no, Tarada, que te lo digo en serio –le repliqué con frialdad usando mi insulto favorito para ella.


-          Mamá, Mamoncete me está insultando otra vez…


Mi hermana prefería jugar su carta a deformar “Ramoncete” con “Mamoncete”. Muy sutil, muy elaborado, ¿a que sí? Aunque lo admito: con su nombre, yo lo tenía más a huevo que ella.


Mi madre intervino con exasperación para callarnos a los dos antes de que aquello escalara mucho más. Me gustó que reprendiera a mi hermana por aprovecharse de un momento de debilidad para meterse conmigo; le recordó que era la mayor y tenía que ser la madura de los dos. Bueno, de los tres; Anita se había pasado el intercambio sonriendo de oreja a oreja con nuestras pullas y sólo le faltaban las palomitas.


-          Bueno, mira, si te vas a poner así… quedamos mañana a las siete de la tarde. Afuera, en el porche delantero. No voy a tirar de ti para que vengas, así que tú veras las ganas que tienes. Y, ya sabes… vente con un chándal o algo así, porque vas a sudar, chaval –dijo mientras me echaba una mirada de reojo de arriba abajo e intentaba reprimir una sonrisa.


Así que allí estaba yo, plantado al día siguiente con una ropa de hacer ejercicio que creía era “apropiada”, que le había robado a mi padre cuando salía a veces a montar en bici. El único chándal que tenía era el uniformado del colegio y no pensaba ponerme eso. Aparte de que era estéticamente horrendo (nos llamaban “los lechugas” en el pueblo por su espantoso color verde), no quería que nadie me identificara ni remotamente cuando saliera a la calle.


Pero lo cierto es que yo mismo empezaba a tener mis dudas con este tema del ejercicio. Para empezar, la diferencia de tamaño entre mi padre y yo era casi inexistente con aquella ropa de deporte. Los pantalones estaban tan ajustados que me apretaban los huevos hasta el punto de hacerse muy incómodos, y la lycra de la camiseta se me clavaba de forma desagradable en la piel. Y en general, me sentía bastante cohibido por tener tan expuestos los brazos y las piernas, seguro de que mis lorzas quedarían en evidencia y rebotando claramente en cuanto pusiera mi cuerpo en aceleración.


Pero me callé las dudas y las inseguridades. Después de las pullas de mi hermana, no iba a echarme atrás, porque encima me daría aún más caña todavía.


-          Yo cumplo lo que digo. Pero… –titubeé un segundo. No quería darle más material para reírse de mí, pero tenía que pedírselo– …ten en cuenta que yo estoy “desentrenado”.  Ve poco a poco al principio porque no voy a llegar donde tú, ¿vale?


Al escuchar eso, Tara se plantó de espaldas a mí, y giró lentamente la cabeza mirándome muy seria por encima del hombro. Cuando quería, su pose de “hermana mayor” conseguía ser imponente y casi intimidante. Sentí que algo en mi interior se inquietaba entonces al observarla.


A sus 19 años, tenía un cuerpo increíblemente atlético; sus piernas tonificadas se unían de forma resultona en la pelvis y, ahora me daba cuenta, en un culito bastante respingón que resaltaba en esas largas mallas negras y moradas. Arriba tenía uno de esos sujetadores deportivos de color rosa bastante ajustado. Caí en la cuenta de que era la primera vez en mucho tiempo que veía expuesta la piel de sus hombros y sus brazos, así como su vientre y el ombligo. Imaginé que no era muy diferente a un bikini, pero hacía años que yo prefería quedarme en casa en lugar de acompañar a mi familia a la piscina o a la playa… así que hacía tiempo que no la veía con nada tan “revelador”.


Y ahora, Tara me estaba mirando por encima del hombro con sus grandes ojos marrones mientras alzaba los brazos para atarse en una coleta el largo pelo negro, que le llegaba hasta las costillas. Formó despacio una sonrisa torcida mientras me miraba. Su expresión me decía que disfrutaba al hallarse en control. Casi tenía… un toque sádico.


-          Tú aquí haces lo que yo te diga, enano. Mando yo. ¿Lo captas, no? O cumples mis reglas o estás fuera.


Tragué saliva y asentí. Lo cierto es que me venía bien no enfrentarme demasiado con ella si quería que me ayudara.


Comenzamos calentando y haciendo algunos estiramientos. Me dio instrucciones de copiar sus movimientos mientras estiraba las piernas y las rotaba, igual que con el tronco y las caderas… empecé a darme cuenta, casi como me hubieran dado un golpe en la cabeza, del buen cuerpo que tenía mi hermana. Se me iban los ojos a sus piernas y a su culo, a la forma en que su pelvis formaba una curva pronunciada subiendo hasta su cintura y cómo ésta quedaba al descubierto, completamente lisa.


Ella no se daba cuenta porque por lo general pasaba de prestarme atención para decirme si lo hacía bien o mal, y estaba medio girada hacia el otro lado. Mientras me sentía incapaz de apartar mi mirada, que podía haberle abrasado aquella pompa perfecta que era su trasero, me empecé a notar que se me aceleraba el pulso y se me subía la sangre a la cara. ¿Desde cuándo tenía mi hermana aquel pedazo de pandero? Sí que había escuchado algún comentario de mis amigos de lo buena que estaba Tara, pero no le había dado importancia; yo mismo les decía algo similar de sus madres para tocarles los cojones, pero no era cierto. Pensé que veían algo en Tara que yo era incapaz de ver, siendo hermanos.


Pero ahora lo veía, vaya que si lo veía. La forma en que se movía y sus nalgas juntas y redondeadas pegaban un botecito casi imperceptible con cada cambio de postura y movimiento me estaban hipnotizando. De hecho, me estaba poniendo bastante malo. Joder, ¿qué cojones…? La Tarada ésta… ¡tenía un cuerpazo tremendo! ¡Me cago en la puta! ¡Mi hermana mayor…!


-          Jajaja, serás gordo. No hemos ni empezado todavía y ya estás sudando, Mamoncete –se rio con fuerza mi hermana–. Bien empiezas…


Me giré rápidamente, muy preocupado porque me hubiera pillado comiéndomela con los ojos. Casi parece que no se había dado cuenta y atribuía mis jadeos al esfuerzo físico y no a mi problema en el piso de abajo. Estaba increíblemente empalmado, y con los pantalones ajustados de ciclista aquella erección tenía que ser bastante prominente y era imposible que pasara desapercibida. No me la miré directamente porque hubiera sido delatarme, pero giré de forma oblicua mi cuerpo para ocultársela de la visión y creo que lo conseguí. Cuando eché un vistazo de reojo se me cayó el alma al suelo: un pedazo de carne morcillona sobresalía de forma obscena en mi entrepierna, una polla aprisionada pugnando por liberarse. No había manera de que aquello se me fuera a bajar a tiempo como para poder empezar a correr.


-          Bueno, ¿estás? Yo creo que podemos empezar ya…


-          Espera, espera… creo que tengo que ir al baño antes –me excusé rápidamente.


-          Joder, mocoso, mira que me vas a retrasar. Date prisa –me soltó con tono duro.


Me escabullí rápidamente hasta el baño de la planta baja y me bajé los pantalones con cierta dificultad. Aquello estaba duro como una barra de hierro. Mi hermana mayor me había puesto muy cachondo. Contemplé la posibilidad de hacerme una paja exprés, pero no sabía si tendría tiempo suficiente. Además, sabía que aquella paja se la iba a dedicar a Tara y quería tomarme mi tiempo para saborearla, no era el momento.


-          Venga, coño, que es para hoy –noté que mi hermana aporreaba la puerta del baño con impaciencia–. Luego tengo cosas que hacer.


-          ¡Déjame! ¡No puedo hacerlo si estás escuchando ahí fuera!


Abrí el grifo de agua fría de la bañera en parte para hacer el paripé, y en parte para poner el nabo y las pelotas desnudas bajo el chorro. Aquella desagradable descarga sensorial en mi cuerpo consiguió reducir un poco mi pulsión lujuriosa, así que me sequé con rapidez y volví a embutirme en aquellos pantalones. Que como ya he mencionado, incluso sin una erección de por medio, eran bastante incómodos.


Volví a salir al porche, seguramente todavía sudando y acelerado, pero al menos sin aquel problema entre las piernas. Tara tenía una mueca de evidente desagrado, pero no hizo más comentarios. Creo que podía ver en mi cara que yo me sentía como un infraser patético a estas alturas.


Salimos de casa y comenzamos a correr a un ritmo medio. Me explicó, sin que le faltara el aliento en ningún momento, que le gustaba coger la larga calle que bajaba desde nuestra casa hasta una de las rotondas de entrada al pueblo. Era un trayecto agradable; aunque había casas adosadas a un lado, en el otro era mayormente campo abierto. Cuando llegaba a la rotonda de abajo se desviaba por un viejo sendero rural hasta llegar a un pozo abandonado, allí descansaba un par de minutos y luego hacía todo el camino a la inversa. En total, serían alrededor de unos 10 km ida y vuelta.


Yo me noté problemas desde el principio para seguirle el ritmo. Si ya estaba algo acalorado antes de empezar, al ponerme a correr me empecé a notar chorreones de sudor por la espalda, la frente, los sobacos y las ingles. Sentía que me faltaba el aire cada dos por tres y aunque Tara hacía el esfuerzo de bajar el ritmo y ponerse a mi altura, yo era incapaz de mantenerlo consistentemente. Así que con frecuencia, acababa teniéndola varios metros por delante sin que ella hubiera subido el ritmo en absoluto. Aunque estaba a todos los efectos muriéndome allí de agotamiento, no se me escapaba cada ocasión en la que esto pasaba dado que me permitía clavarle los ojos de nuevo en ese fantástico culo y como aquellas nalgas se rozaban unas con otras al flexionar las piernas. Claro que no podía dedicarle mucho tiempo, porque empezaba a notar como me empezaba a crecer algo en la entrepierna y aquella situación hubiera empeorado exponencialmente.


En resumen, aquello era un puto infierno. Estaba acalorado, me costaba respirar, los músculos me temblaban del esfuerzo y para colmo el descubrimiento del pedazo de culo de mi hermana era una tentación prohibida que ni siquiera podía disfrutar contemplando en toda su gloria.


Cuando llegamos a la rotonda, apenas me tenía en pie.


-          Se ve que te he dado mucha caña, ¿eh? Mira, si quieres parar y volver a casa aún estás a tiempo –si no la conociera mejor, casi diría que había un atisbo de culpa en su voz.


-          Esh… esh… eshpera –jadeé con dificultad. No podía rendirme ahora–. Nooo… Yoh… yoh sigo… hasta el final –le miré fijamente a los ojos. Como tenía un estado lamentable, esperaba que al menos aquel acto le transmitiera mi determinación.


-          Como quieras. Pero oye, me estás retrasando bastante, así que si te parece voy a seguir yo sola a mi ritmo. Ya quedamos en el pozo cuando llegues, para volver. No tiene pérdida ninguna. Tú tómate tu tiempo, que no quiero broncas de mamá de que he sido yo quien te ha dejado hecho polvo, ¿vale?


Y dicho esto, desapareció por el camino rural, marcado entre la hierba alta. Yo estaba intentando no echar los higadillos por la boca, así que sólo pude observar con ligera decepción cómo mi hermana y su culito desaparecían en cuestión de segundos.


Me tomé el resto del camino con mayor filosofía, a un ritmo bastante más bajo del que imponía mi hermana. Fue también una experiencia desagradable, pero algo menos. Además, no me ponía cardíaco con pensamientos lascivos cada dos por tres.


Finalmente llegué al pozo, encontrando a mi hermana tirada boca arriba con los brazos en cruz sobre la tapia sellada de la estructura. Podía haber estado durmiendo, pero se incorporó lentamente en cuanto debió oírme resoplar y aplastar la gravilla con mis pasos.


-          Por Dios, Ramón, has tardado la vida. ¿Sabes cuánto tiempo llevo aquí?


-          Peh…pehrdona –conseguí decir.


-          Bueno, es que se me ha hecho tardísimo. Mira, yo voy a tirar para casa ya. Total, ya te sabes cuál es la ruta. Tómate tu tiempo para descansar, y ya nos vemos para cenar. Hasta luego.


Y de un salto, se incorporó y ya estaba corriendo. Tuve ocasión de ver cómo sus tetas, por lo general bastante inmóviles tras ese sujetador deportivo, dieron un pequeño meneo cuando aterrizó en el suelo. Pero fue fugaz, y para cuando pude recuperar el aliento hacía rato que se había esfumado.


Miré en derredor. Hacía rato que ya empezaba a oscurecer. Me encontraba agotadísimo, casi al límite. Tara me decía que ella solía descansar aquí un par de minutos o dos, pero a mí eso me resultaba completamente insuficiente. Necesitaba tenderme un ratito antes de emprender el camino de vuelta, y eso hice. Intenté no demorarme mucho porque como me retrasara más sería de noche, y en el campo la oscuridad es un gran estorbo.  Cuando volví a encontrar el asfalto ya estaban las farolas encendidas, y me enfrenté a un problema mucho mayor: a la ida el camino había sido cuesta abajo, pero ahora era cuesta arriba. Aunque intenté mantener cierta semblanza de ejercicio y pegar una especie de trote cada vez que podía, lo cierto es que estaba completamente exhausto y la energía me había abandonado. Encontré que hice la mayor parte del camino de vuelta andando, más que corriendo.


Entré por la puerta de casa hecho una pila de sudor y peste a humanidad. Mis padres y mis hermanas estaban ya sentados cenando y el reloj de la pared marcaba las 22:15. Lo que para mi hermana solía ser una hora corriendo, para mí se había triplicado. Vi que Tara había tenido tiempo de ducharse y ponerse el pijama, y se encontraba mirándome con socarronería desde su plato de ensalada.


-          Mamá, te lo dije, es que no está hecho para esto.


Le lancé una mirada furibunda. Había sido una auténtica paliza, pero esa forma de chincharme delante de todos me tocaba seriamente los cojones, así que aquello avivó un fuego dentro de mí. Lo cierto es que tras todo el ejercicio me sentía… satisfecho, supongo. Contento de haber logrado realizar algo así, a lo que le tenía tanta aversión. Me demostraba que tenía cierta disciplina, pese a todo. Iba a surfear esa oleada de orgullo propio todo lo que pudiera hasta donde fuera posible, y le iba a acompañar a todas sus salidas a correr a partir de ahora.


Además… el culo de mi hermana en mallas me había embelesado por completo. ¿Cómo perderme una oportunidad de verlo de nuevo?


 

El día siguiente estuve hecho polvo, con las agujetas dejándome prácticamente inútil para cualquier actividad física. Según Tara, no era bueno correr todos los días seguidos, así que al menos no me tenía que enfrentar a aquella titánica tarea de nuevo. Pero la verdad es que estaba tan cansado que ni siquiera tenía fuerzas para cascarme una paja pensando en el culo de mi hermana.


Casi mejor; una vez pasado el calentón, empezaba a sentirme algo culpable de pensar así en Tara. Estaba mal, mi hermana no debería ponerme así de cachondo. Pero era como si ya se hubiera encendido un interruptor y no hubiera forma de apagarlo: me encontraba echándole largos vistazos a su cuerpo entero mientras ella estaba viendo la tele estirada en el sofá, o leyendo en su cama boca abajo. Madre mía, qué cuerpazo. No me lo podía sacar de la cabeza.


Normalmente no llevaba ropa muy reveladora en casa, pero ahora que era verano a veces se sentía bastante cómoda llevando unos shorts o alguna minifalda que con un pequeño revuelo me dejaba echar un vistazo efímero a sus braguitas.


En una ocasión iba de camino al baño cuando pude verla así, tumbada boca abajo en la cama con una revista delante de ella. Tenía los cascos puestos, así que no creo que escuchara mis pasos. El momento fue idóneo, pues parece que el elástico de las bragas se le estaba clavando en la raja del culo, porque se levantó la faldita lo bastante como para tirar de aquellas bragas con rayas blancas y rojas hasta recolocárselas bien. Pude ver también un nada desdeñable cacho de nalga derecha que instantáneamente me aceleró el pulso y la respiración.


-          ¿Qué estás haciendo?


Di un respingo, completamente sobresaltado al haber sido pillado in fraganti. Mi hermana pequeña Anita había aparecido por detrás sin que me diera cuenta. Aunque no sé cuánto tiempo llevaba ahí, sin duda debía ser suficiente para percatarse de la dirección de mi mirada por la cara entre divertida y traviesa que se le había puesto.


Anita tenía dos años menos que yo. Aunque no parece mucho, sí que lo es cuando se es adolescente. Normalmente el ser más joven hacía que fuera mucho más inocente que nosotros… pero desde luego, no era para nada tonta. Su mirada ahora me decía que se daba cuenta de dónde ponía mis atenciones y adivinar el motivo.


Lo cierto es que, a diferencia de mi relación con Tara, nunca me he llevado particularmente mal con ella. Sí, nos chinchábamos aquí y allá, pero nos entendíamos. Los dos años que ella se llevaba conmigo le debían parecer más cercanos y comprensibles que los cuatro que se llevaba con Tara, y cuando éramos pequeños nos metíamos en más de una travesura juntos para hacerle rabiar. Eso nos había unido.


Pero ahora mis miradas guarras a nuestra hermana mayor no le pasaban desapercibidas. Carraspeé y salí del paso como pude.


-          Nada, nada… estaba mirando las estanterías de Tara, por si tenía ese libro que le presté hace unos meses…


-          Yaaa… –contestó Anita sin ninguna convicción, manteniendo esa sonrisa de autosuficiencia–. Un poco lejos para ver los libros que hay en la estantería desde aquí, ¿no? –me dijo alzando las cejas y remarcando las palabras en un gesto que me ponía en evidencia. Se mordió el labio, claramente entretenida por verme sufrir y retorcerme intentando excusarme–. Además, ¿por qué no se lo preguntas directamente a Tara? Ella lo sabrá con seguridad –dijo mientras se acercaba lentamente a nuestra hermana mayor, estudiando mi reacción.


-          ¿Qué pasa? –dijo Tara quitándose los cascos y girando la cabeza. Debía haber escuchado que pronunciábamos su nombre.


-          Nonononadanada, miramejorotrodíavale –me apresuré a soltar a toda velocidad mientras me esfumaba de allí.


Mierda, aquello no era bueno. Anita me había pillado mirándole el culo a Tara y no sabía qué podía pasar después de eso. En el mejor de los casos, mis hermanas llamándome guarro y salido (y tendrían razón) y en el peor, material de chantaje si amenazaban con contárselo a nuestros padres.


Por fortuna, no pasó nada más el resto del día. Durante la cena Tara y Anita se comportaron con normalidad, aunque Anita de vez en cuando me lanzaba una mirada socarrona. Algo en plan “sé que le estabas mirando el culo a Tara” para darme a entender que ella tenía el poder de putearme. Menos mal que Anita no era una chica mala o cruel, y yo no creía que fuera a ir más allá de restregármelo de esa forma implícita. Seguramente para ella eso ya era suficiente. Aunque la incertidumbre seguía ahí, me encontré algo más aliviado.


 

Al día siguiente tocaba correr otra vez. Las agujetas seguían ahí, diría que casi idénticas al día previo. Iba a ser un suplicio correr hoy, mucho peor que el otro día, pero estaba resuelto a enfrentarme a ello.


-          Es mejor que te acostumbres a no interrumpir la rutina sólo porque tengas agujetas los primeros días –me explicó Tara mientras balanceaba el tronco a un lado y a otro, estirando las piernas–. Así tu mente y tu cuerpo tolerarán el ejercicio más rápido.


Esas respuestas a mis quejas iniciales me entraron por un oído y me salieron por el otro porque yo ya estaba ocupado contemplando cómo se mecía ese trasero a un lado y a otro. Tara seguía de espaldas a mí sin prestarme atención y bamboleaba aquellas nalgas con fuerza. Atraía mis ojos de una forma completamente magnética, pim, pam…


-          ¿Me escuchas, tontolava?


La esponjosidad de aquellas redondeces formaban una pompa perfecta, que se continuaba con unos muslos completamente musculares y sin atisbo de grasa que se mecían… se mecían…


-          Oye, ¿me estás mirando el culo?


Aquel comentario me sacó de mi ensimismamiento. Tara me estaba mirando, muy seria, por encima del hombro. Evidentemente mis ojos llevaban clavados un rato en un sitio. Me puse a sudar y noté que se me subía otra ve la sangre a la cara. Rápido, tenía que inventar algo…


-          Nooo… qué va, estaba pendiente de lo que hacías, quería copiarlo bien…


Tara entrecerró los ojos y entreabrió la boca, en un gesto de incredulidad. De ultraje. No podía creerse que su hermano pequeño fuera un puñetero pervertido que no paraba de fantasear con ese tremendo culo.


-          Pero si llevas un buen rato parado como un pasmarote, idiota. ¿Qué te crees, que no me doy cuenta?


Abrí la boca para intentar protestar, pero no me salían las palabras. Mierda, me estaba quedando en blanco. Joder, joder, joder…


-          ¿Y eso? –Tara se incorporó definitivamente y se giró para encararme, con los ojos muy abiertos en una expresión de completo shock–. ¿Pero qué coño…? ¿¿Te has empalmado, Ramón??


Deseé que se abriera la tierra en aquel porche y me tragara por completo. No necesitaba mirar abajo para saber que tenía una erección de caballo, sobresaliendo como un monstruo ancestral desde mis pantalones.


Tara me miraba con tanta sorpresa que era difícil de ver la repugnancia o la aversión en su expresión, aunque no dudaba de que estaban allí, en alguna parte. Más bien es que ella también se había quedado muda por lo incómodo y lo violento de la situación, sin idea de qué decir o hacer para salir del paso. Lo lógico hubiera sido llamarme guarro, pervertido, alguna lindeza del estilo, pero es como si incluso aquellas palabras se le escaparan ante lo inesperado del momento. Pese a todo, no se me escapó que entre toda esa crisis interior la vista se le iba cada dos por tres a mi paquete.


Decidí romper aquel bloqueo de alguna forma y echar pecho. Me habían pillado, así que ya no tenía mucho más que perder.


-          Sí, qué pasa, Tarada… es que te pones a menear ese culo ahí delante y… Qué quieres, no soy de piedra. Es normal, pasaría con cualquier chica –dije, claramente rojo como un tomate y evitando su mirada, pero echándole algún vistazo de reojo para ver cómo reaccionaba.


Ahora fue ella quien abrió la boca sin saber qué decir. Pude ver como se empezaba a ruborizar y a parpadear rápidamente, como intentando devolverse a la realidad porque lo que estaba pasando era tan anómalo que no entraba en sus organizados registros de cómo se supone que debía comportarme yo. Daba la sensación de que estaba confundida por lo que a todas luces consideraba un piropo (lo era) y el hecho de que viniera de mí, que solía soltarle tantas borderías. Incluso aunque lo había lanzado con muy poca sutileza, se ve que le había hecho mella.


Estaba muy guapa, así acalorada (mucho más de lo que la había visto cuando corría, por cierto) e intentando recobrar el control. Se humedeció los labios mientras intentaba despegar la vista del bulto que formaba mi polla en los pantalones, antes de dar una sacudida brusca de cabeza y pegarme un fuerte manotazo en el brazo.


-          Serás… serás… ¡guarro! Si lo sé no te doy la espalda.


Hizo una mueca que intentaba ser de reprimenda. Pero yo conocía a mi hermana mayor; había alguna parte en su mirada que parecía encontrar esta escena… ¿divertida? Como si tuviera cierto nerviosismo interior causado por la situación, que normalmente se descarga como una risa floja… pero se estaba conteniendo, porque necesitaba ser doña Perfecta y echarme la bronca por ser tan obsceno con ella. Pero había un atisbo en su boca, un brillo en su mirada que anunciaban que no le había parecido tan grave como parecía a priori.


Lo cierto es que ayudó a relajar un poco la situación y quizás fue ese el punto de inflexión. Me sentí lo bastante cómodo como para agarrarme la entrepierna con una mano de una forma todavía más evidente:


-          Sí, mejor, ¡no vaya a ser que te choques con esto! –y procedí a intentar perseguirla con mi paquete en la mano por el porche.


Ella pegó unos cuantos gritos agudos mientras se alejaba de mí correteando y ya no pudo contener su sonrisa mientras me gritaba “¡Cochino!”, “¡Marrano!”, “¡Asqueroso!”.


-          Ay de verdad, Mamoncete, estás hecho un niñato, ¿eh? –dijo tras un par de minutos de esto, cuando se paró a coger aliento.


Me encogí de hombros. Me había llamado cosas peores en otras ocasiones.


-          Bueno, ¿nos ponemos al lío o no? A este ritmo terminas más tarde que el otro día. De hecho… creo que como ya te conoces el camino, voy a dejarte que vayas tranquilito y que me alcances como puedas.


-          ¡Pero bueno, así no es lo mismo! ¡No quiero que me dejes atrás, ir solo es un coñazo! –protesté.


-          Ya, pero es que si voy contigo… bueno, con el problema que tienes ya tan gordo –dijo señalando con un gesto el bulto de mi pantalón, juguetona–, no te lo quiero poner más duro. ¿Vale? Nos cruzamos a la vuelta.


Me quedé alucinado. ¿Acababa Tara de hacer una broma con mi paquete, y con que me empalmaba con ella? Esto era nuevo. De hecho, no había visto a Tara con tantas ganas de guasa jamás. Era extraño, por un momento fue casi como si estuviera tonteando conmigo. Por lo general, evitábamos hablar de sexo en absoluto el uno con el otro, e incluso diría que yo reprimía algunas bromas picantes sabedor de que sería incómodo que ella las escuchara. Pero se ve que ella no tenía ese problema conmigo. De hecho, parecía resultarle refrescante. La veía mucho más animada que la vez anterior.


Al final, cuando Tara se hubo marchado conseguí que mi erección descendiera a un nivel “manejable” y me puse en marcha. Fue un auténtico suplicio, pero al menos esta vez no tenía la distracción ni el dolor de huevos que suponía el culo de mi hermana, sólo el dolor de las agujetas recrudecido. Me crucé con ella de vuelta cuando llegaba a la rotonda; Tara puso una cara al verme, como riéndose de mi lamentable estado físico, pero al menos no detecté maldad en ella. De hecho, cuando pasó por mi lado me dio un empujón juguetón con la cadera.


-          ¡Venga, culo gordo!


Uno diría que lo había dicho aposta. Ella sí que tenía un culo gordo. Un culamen celestial, me daba cuenta al verla alejarse de mí observando cómo se bamboleaba de una forma proporcionada y sugerente. ¿Era imaginación mía, o estaba moviendo las caderas mucho más de lo necesario para cómo corría? Noté que empezaba a empalmarme otra vez. Tantos años con ella en casa y no me había dado cuenta de aquel maravilloso atributo suyo, una de las cosas que, finalmente, no detestaba de ella.


No obstante, el cansancio y el sudor me espabilaron de mi ensoñamiento, cuyo origen había desaparecido. Me notaba tan reventado que estaba temblando del dolor y no me veía capaz de dar otro paso más. Mi motivación había desaparecido junto con mi hermana. Al principio intenté seguir el camino de tierra, pero luego me dije que era inútil y decidí directamente dar media vuelta. Mi ritmo era penoso, pero aun así conseguí volver a casa poco después de anochecer.


Tara salía de la ducha cuando subí las escaleras resoplando hacia mi cuarto. Llevaba una toalla puesta que le cubría desde el pecho a los muslos y se estaba secando con otra el pelo mojado. Se quedó mirándome con sorpresa al verme llegar, pero no dijo nada.


Aquella noche, no me pude reprimir; me hice una paja a manos llenas pensando en el culo de mi hermana y cómo si fuera por mí lo hubiera estrujado y llenado de lefa hasta cubrirlo entero. No me sentí culpable en absoluto; es más, después de correrme, me seguía poniendo cachondo la idea. La zorra de mi hermana mayor, que podía ser una auténtica hija de puta insoportable a veces… estaba buenísima, y ahora que me había dado cuenta no podía parar de pensar en ello. Era como una fiebre, y no tenía pinta de parar pronto.


 

En el siguiente día también descansamos. Yo estaba cada vez peor y tenía todo el cuerpo agarrotado casi sin poder moverme del esfuerzo, pero intenté evitar quejarme mucho. No quería llamar la atención para permitirme comerme con los ojos el cuerpazo de Tara cada vez que podía. La veía pasearse por casa con una camisetita corta los días de calor que muchas veces dejaba al descubierto su ombligo y su abdomen tonificado cuando se estiraba, y unos pantalones cortos de pijama que no hacían sino poner de relieve su implacable culo, que reunía las proporciones y formas perfectas.


Intenté que mis padres no se dieran cuenta, pero estoy relativamente seguro de que Anita se dio cuenta en alguna ocasión de que miraba fijamente a nuestra hermana con cara de baboso pervertido. Me acuerdo cuando le tocó cargar el lavavajillas y llevaba ese conjuntito ligero, cada vez que se agachaba me ofrecía una vista directa de mi objeto de deseo.


-          ¿Qué? ¿Te gusta la vista, eh? –dijo Anita dándome un codazo y sonriéndome mientras alzaba las cejas.


-          No sé, no sé qué dices –me defendí débilmente mientras luchaba por evitar que me subiera la sangre a la cara.


-          Mira, que si es por culetes, yo también tengo uno estupendo…


Mi hermana pequeña me cogió de la mano arrastrándome hasta el salón, que estaba pegado a la cocina. Me dio la espalda y se bajó su pijama corto de las Supernenas, enseñándome su trasero enmarcado por unas bragas de color naranja. Se me aceleró el pulso. ¡Joder! El culo de Anita también era tremendo; mi hermana tenía ese grado justo de grasa de bebé que hacía sus nalgas muy redonditas, fruto de estar todavía desarrollándose. Hacer ballet le ayudaba, claro está, a que estuvieran muy bien puestas y pegaran un suave bamboleo cuando el elástico del pantalón las descubrió.


Noté que me empezaba a empalmar, no sólo por el culo de Anita sino por el morbo de que mi hermana pequeña estuviera siendo tan fresca conmigo. Daba la sensación de que le divertía ponerme cachondo y pillarme así. Mientras tragaba saliva y pensaba cómo reaccionar, ella se giró la cabeza para mirarme mientras se sujetaba los dos cachetes. Me guiñó un ojo y se dio un pequeño azote en una nalga.


-          ¿Qué? ¿Qué te parece el mío?


-          Muy bonito… –conseguí balbucear, totalmente embobado.


Anita se rio, claramente orgullosa de recibir el cumplido, y se volvió a tapar el culete con su pijama. Se sentó en el sofá y palmeó el asiento de al lado.


-          Ven, quiero preguntarte algo.


Sacudí la cabeza. La erección no me había bajado del todo, pero no era muy evidente por cómo me encorvaba un poco. En estos pocos días me había acostumbrado a desear el cuerpo de mi hermana mayor, pero… hostias, ¿Anita también? Lo cierto es que la cabrona tenía un cuerpo joven y fresco, apetecible… carne núbil… joder. Me senté junto a ella, algo alterado interiormente, por la cantidad de cosas que se me pasaban por la cabeza que quería hacer con ese culito suyo.


-          Me da un poco de vergüenza –dijo ella, ruborizándose y mirándome de reojo con sus ojos verdes.


Sentí que era una invitación a que le presionara para que dijera más. Le puse una mano en la espalda, por debajo de su pelo rubio. Noté como al tocarla mi polla volvía a ponerse algo más morcillona.


-          ¿A los tíos os gustan las tetas pequeñas? –soltó de repente, nerviosa–. Quiero decir… ¿a los tíos les pueden gustar mis tetas pequeñas?


Me perturbó un poco que me lo preguntara, porque la situación ya era incómoda. Anita siempre había sido muy tímida para hablar conmigo sobre nada que tuviera que ver con sexo o los chicos.


-          ¿Por qué me preguntas eso? ¿No te contestaría mejor mamá?


-          Porque… tú eres un tío… y en fin… somos coleguis –dijo con timidez, esperando que aquello fuera suficiente–. Venga, porfi, Rami, contéstame…


Aquel apelativo cariñoso que mi hermanita usaba a veces conmigo terminó por derretir mis dudas.


Le miré rápidamente el pecho, intentando no recrearme. Anita tenía ya unas tetitas adorables, y se marcaban lo suficiente como para resaltar de su cuerpo y definirla como una mujercita en plena ebullición adolescente. No me había dado cuenta de aquello, pero claramente en los meses pasados había empezado a desarrollarse.


Pese a todo, no tenían nada que ver aún con las tetas de Tara, que eran por supuesto más grandes al ser la mayor. Me había estado fijando en ellas bastante estos días. Y pese a todo, Tara no tenía unas tetas descomunales, sino unas muy bien puestas que pegaban con el resto de su cuerpo atlético. Yo no tenía ni idea de tamaños de sujetadores, pero asumí que serían de un tamaño intermedio. Las de Anita eran, evidentemente, algo más pequeñas… aunque claramente visibles.


-          Sabes que todavía te pueden seguir creciendo las tetas, ¿no? Todavía eres una mocosa, puedes crecer algo más.


-          Ya –dijo con cierta aprensión–. Es que casi todas mis amigas les están saliendo ahora y las tienen más grandes que yo… y no me parece justo.


-          Eh… a los tíos no nos gustan solamente las tetas –dije sin pensar.


Ella se rio y me dio un manotazo. Pensaba que me refería a su culo.


-          Me refiero a que si nos gusta la chica por cómo es, nos gustarán también sus tetas –dije intentando sonar serio mientras la miraba–. Incluso si son pequeñas.


Por seguro que sonara, a mí eso no me había pasado todavía. Yo era una bomba hormonal andante que sólo estaba pendiente de tetas y culos todo el rato. Concretamente, eso incluía ahora las tetas y los culos de mis dos hermanas.


Pero pensé que era la clase de cosa que Anita quería oír, y parece que tenía razón. Hizo un pequeño puchero que intentaba ser una sonrisa y me miró con cariño para luego derrumbarse sobre mi hombro. Me dio las gracias por resolverle aquella inseguridad y nos quedamos un buen rato así, hasta que fue hora de irnos a dormir.


 

El par de semanas siguientes fueron infernales. Aguantar diariamente las curvas expuestas de mis dos hermanas era una tortura. Aprovechaban el verano para lucir ropa pequeña y abierta que generalmente dejaba gran parte de su carne expuesta. Anita fue un par de veces a la piscina y salió de casa con un bikini amarillo que acentuaba ese culo entrenado y sus tetitas en desarrollo. Retuve esa imagen en la retina durante todo el día hasta que tuve un hueco donde soltar una descarga de lefa que pareció interminable.


Tara seguía sin cortarse a la hora de meterse conmigo, pero me daba la sensación de que había un tinte juguetón y casi sádico ahora. De vez en cuando me pilló babeando mientras la observaba en alguna posturita accidental. Aunque antes seguramente me hubiera echado una bronca y llamado de todo, ahora su actitud parecía distinta. A veces simplemente ponía los ojos en blanco y seguía a lo suyo, pero otras veces me sonreía con malicia y me soltaba algún comentario que buscaba ponerme en evidencia; y de vez en cuando yo también la pillaba lanzándome algún vistazo fugaz a mi paquete cuando me llamaba la atención. Yo al principio reaccionaba con cierto pudor, pero poco a poco me fui soltando y en alguna ocasión hasta me lo agarraba allí delante de ella y le devolvía el comentario mordaz. Buscaba repetir el juego de aquel día antes de correr donde la perseguía con mi erección con la idea de tocar su cuerpo; sus brazos, o su cintura descubierta. En alguna ocasión lo conseguí, agarrándola contra mí y restregándole mi paquete por el culo mientras ella chillaba “¡Asqueroso!” entre risas, pero no me importó. Aquello me empalmó de forma tan dolorosa que casi deseé no haberlo hecho, porque me dejaba con ganas de más.


Notaba a mi hermana mayor cada vez más relajada conmigo a un nivel sexual, como si aceptara aquello de forma natural. Conociéndola, es porque se lo tenía muy creído; seguro que pensaba que estando tan buena era algo natural el poner cachondo incluso a su propio hermano. Por supuesto, lo peor de todo es que la muy perra tenía razón. Pero yo ya había hecho las paces con el hecho de que había algo muy morboso en el cuerpazo que tenían mis hermanas y vivía tranquilo.


En cuanto a las salidas con Tara para correr, el infierno tenía otro cariz. La cantidad de esfuerzo que estaba dedicando me dejaba absolutamente exhausto durante el día siguiente y gran parte del otro. Desde aquel primer día, Tara no había vuelto a esperarme durante el trayecto y siempre me la cruzaba antes de llegar a la rotonda. No sentía como si mi aguante estuviera precisamente mejorando, así que no me esforzaba demasiado. Daba media vuelta poco después de haberla visto pasar en dirección contraria. Yo me quejaba de vez en cuando y ella más o menos ignoraba lo que decía. Pero creo que empezó a sospechar que no estaba haciendo el trayecto entero, porque un día me soltó mientras estábamos calentando:


-          Bueno, ya llevamos unos días y parece que no tardas tanto en volver… bajaré un poco el ritmo para seguir a tu lado durante todo el trayecto


Aquello me dejó mudo. Ni de coña iba a poder mantener ese ritmo, pero me veía en un aprieto si le contaba la verdad. Opté por una salida intermedia:


-          Oye, Tarada, ¿cómo voy a mantener el ritmo si vas a estar todo el rato meneando el culo delante de mí? Voy a estar tan empalmado que voy a tardar el doble.


Seguro de mí mismo, pensé que le tenía pillada con aquello. Por muy a la ligera que se tomara aquella obsesión mía con su culo, no creo que pudiera refutar aquella afirmación de forma directa.


Tara hizo ademán de pensar mientras perdía la mirada en el cielo, y luego me miró, con una sonrisa fría y casi cruel.


-          Bueno, entonces no tenemos que cambiar nada, pero… mejor que te proporcione un poco de motivación, ¿no?


-          ¿Eh? ¿A qué te refieres?


-          Pues muy fácil –se puso de espaldas a mí y se agarró el culo con ambas manos mientras se volvía a mirarme, muy seria–. Si consigues alcanzarme… te dejaré que me lo toques.


Me quedé en blanco, sin saber cómo reaccionar. Me estaba vacilando, ¿verdad? La forma en que se sujetaba… no, más bien se separaba las nalgas, daba la impresión de que si no tuviera nada puesto se las estaría abriendo de pleno para le viera el ojete.


-          ¿Qué? ¿Demasiado? –Tara se ruborizó, algo avergonzada de repente mientras se volvía para encararse conmigo.


-          Ja, ja, ja, muy gracioso, Tarada –le repliqué, todavía un poco tenso. La polla me latía con fuerza, aprisionada en aquellos pantalones–. Eres mala. No se hacen bromas con esto.


-          No estoy bromeando –dijo mirándome muy seria, aunque manteniendo aquel punto de timidez tras haberse exhibido de aquella forma. Quizás era excitación, por haberse atrevido en primer lugar–. Si me sigues el ritmo para cuando hayamos llegado al pozo, te dejo que te desquites a gusto. Durante lo que nos dure el descanso, claro.


Abrí mucho los ojos. No me podía creer aquello hasta que fuera una realidad. Pero la idea era demasiado tentadora y me estaba empezando a poner malo sólo de imaginármelo. Estaba explotando de forma inmisericorde mi única debilidad.


-          Pero bueno, la verdad, no creo que lo consigas –dijo ya más relajada y convencida, como si la parte difícil estuviera quitada de en medio–. Creo que has estado saltándote parte del trayecto estos días y te falta bastante aguante, por mucho que te esfuerces hoy –hizo un chasquido de resignación mientras se encogía de hombros con las manos tras la espalda.


Aquello tuvo el efecto de que sus tetas, bien colocadas por su sujetador deportivo, se alzaron y cayeron atrayendo mis ojos. Tardé en mirarla a la cara de nuevo, aún impactado por aquella propuesta y vi cómo me sonreía divertida, mordiéndose la comisura del labio. Sabía lo que acababa de hacerme y no parecía arrepentida en absoluto.


-          Pero ¿qué te crees, que estoy tan obsesionado con tu culo?


-          Por favor… –dijo ella poniendo los ojos en blanco y alisando con ambas manos el mechón de la coleta– Pues claro.


La polla me iba a estallar. Había como una especie de tensión sexual juguetona entre nosotros y no sabía cómo responder adecuadamente a la situación para sacarle el máximo partido. Mi hermana se había dado cuenta y me señaló con un ademán mi paquete aprisionado, como evidencia de lo que acaba de decir.


Lo peor es que Tara había cazado mi farol de lleno y tenía razón. Yo no estaba en suficiente forma física para alcanzarle. No todavía, al menos.


-          Bueno… pero espero que esta oferta se mantenga en el tiempo. Es posible que todavía no sea capaz de alcanzarte, pero… igual en unas semanas. Dame tiempo, ¿vale?


-          Te doy un mes y medio. Lo que queda de verano –dijo ella, mientras me sonreía y seguía jugueteando con su pelo. Y en un instante, su mirada se enfrió casi con crueldad–. Y si no… te encargas de los platos, de lavar la ropa y de hacerme la cama siempre que me toque.


Tragué saliva.


-          ¿Siempre?


Me miró con aquellos ojos marrones de temperatura glacial.


-          Ese es el trato, Mamoncete. Algo tengo que sacar de que mi hermano sea un pequeño pervertido, ¿no?


No sabía si aquel marco de tiempo suficiente para lograrlo. Apostaba a que ella tampoco lo sabía, o al menos no con seguridad. Pero me daba la sensación de que era una forma impersonal de ayudarme, pero sin comprometerse por completo. Tal vez le excitaba tanto la posibilidad de que lo consiguiera como el que no.


Aunque era curioso aquel giro de los acontecimientos, porque mi hermana mayor no daba un duro por mí cuando comencé a salir a correr. Este repentino interés en “motivarme” me llamaba la atención. Me preguntaba si tenía que ver con mi abierta admiración por su culo y su figura, o si el calentarme la polla hasta la frustración era sólo una nueva entrada en su repertorio de putadas hacia mí.


-          Trato hecho –dije con la boca seca y de forma mecánica.


Tara no me dio mucho tiempo para andarme con devaneos mentales; salió corriendo en seguida. Salí disparado y aunque conseguí estar a su altura durante apenas unos instantes, no duré nada. La vi alejarse de mí, a ella y a su magnífico culo.


Pero completé el trayecto entero. Y no sería la última vez. Aquella calentura intencional de mi hermana había conseguido motivarme y no descansaría hasta conseguir explotar la jugosa oportunidad que me había presentado, y amasar aquel culo con mis propias manos.


 

Las semanas pasaron más rápido de lo que me hubiera gustado, pero así ocurre con frecuencia en vacaciones. Me daba la sensación de que, ajenos a las salidas para correr, mis hermanas eran las dos conscientes a un cierto nivel de mi propia perversión. Se habían dado cuenta de lo que me encantaba mirarlas, y no se mostraban ofendidas o molestas en absoluto.


Creo que Anita disfrutaba de que la confianza que teníamos se viera poco a poco salpicada por un tinte sexual desde donde podía exhibirse sin sentirse juzgada. Vamos, creo que le subía la autoestima el sentirse que tenía esa clase de influencia nueva y poderosa sobre mí. Con frecuencia se meneaba por la casa con un bikini azul muy ajustado, incluso si ese día no iba a la piscina. Tampoco era extraño que se pusiera a hacer los ejercicios de ballet con él, porque “así sudaba la otra ropa menos”. Aquella niña estaba jugando con fuego y parecía gustarle, porque muchas veces me miraba de reojo para ver si estaba pendiente; cuando me pillaba, me llamaba “¡Guarro!” con una sonrisa para proceder a seguir meneándose como si nada. Y además… ¿era mi imaginación, o aquel bikini se le quedaba cada vez más pequeño? Quiero decir, cada vez las tetas se le bamboleaban más por detrás… ya no era en absoluto justo llamarlas “tetitas”, y estaban alcanzando un tamaño similar al de mi hermana mayor.


Por su parte, Tara había rebajado con mucho la hostilidad previa hacia mí y ahora seguía manteniendo ese tono juguetón conmigo, pero solo lo hacía cuando estaba segura de que estábamos los dos solos. Lo de menear el culo delante de mí cuando estaba inclinada haciendo algo ya se había convertido en una costumbre, pero lo atractivo era que nunca me lo esperaba y siempre era diferente. Al principio era todo muy inocente, ella se inclinaba a hacer algo, o mirar algo, o recoger algo… y lo meneaba de un lado a otro, apoyando el peso en una y otra pierna, inquieta. Aunque Tara era mucho menos exhibicionista que Anita e iba mucho menos a la piscina, su figura en general era tan apetecible que no le hacía falta ir ligera de ropa para captar mi atención. Por lo general, cuando estaba quemándole el culo con la mirada, volvía la cara y me sonreía sin decir nada.


En una ocasión, estaba yo en el sofá viendo la tele cuando Tara se inclinó delante de mí para rebuscar un disco en el montón de cosas que estaban apiladas en la mesita de delante. Llevaba una minifalda de flores y aunque me estaba tapando por completo la televisión, me daba igual. Me estaba creciendo un monstruo en los pantalones y ella lo sabía, y seguía moviéndose de esa forma delante de mí...


Bastante cachondo y sin apenas pensarlo, cogí con suavidad un extremo de su falda para levantárselo, viendo sus magníficas braguitas con rayas blancas y celestes… y por supuesto, el magnífico pandero que las enmarcaba, con sus muslos desnudos fusionándose de forma secreta tras ellas…


-          ¡Eh! ¡Qué haces! –dijo ella girándose de repente y dándome un manotazo, pero sin cambiar de postura ni soltar la sonrisa–. ¿Qué te has creído, Mamoncete?


Me puse rojo con un tomate. Me había podido la impulsividad, era absurdo pensar que no iba a darse cuenta de eso.


-          Es que… eres una… –me detuve antes de decir “calientapollas” y lo pensé mejor. Insultarla no iba a conseguir que me dejara avanzar en este jueguecito con ella– … una tentación con ese culo ahí. Ya sabes que me gusta y me lo pones delante a torturarme –solté abruptamente.


Me sorprendió notar cómo Tara se ruborizaba con ferocidad cuando me escuchó decir aquello, intentando ocultar sin éxito su sonrisa de autocomplacencia.


-          Pues si todavía te interesa… Ya sabes, esto –y señaló a mis manos y a su culo–, sólo cuando me hayas alcanzado corriendo.


Se levantó y se fue… sin ningún disco en las manos.


El caso es que yo lo intentaba, desde luego que sí. Me estaba matando a correr y a hacer ejercicio, porque aquella motivación era sin lugar a dudas la apropiada. Hacía ya tiempo que dejé de notar agujetas por salir a correr un día, y también hacía mucho que mis amigos no me llamaban “Capitán Mayonesa”. Bueno, de hecho, apenas tenían oportunidad para llamarme porque con el espectáculo de mis hermanas en casa había dejado de salir bastante con ellos.


No era cosa de un día, pero en retrospectiva notaba cómo paulatinamente tenía las piernas algo más endurecidas, y cuando me miraba en el espejo tras la ducha sí que veía algunos cambios importantes. Creo que oficialmente había dejado de estar gordo, claramente, y cada vez tenía mejor aspecto.


A mi hermana no la alcanzaba aún, pero notaba que cada vez me faltaba menos, porque tardaba cada vez más tiempo en perderla de vista. Hacía unos días que ya llegaba a su altura a la rotonda sin problemas, aunque luego siempre tenía más aguante que yo en el sendero.


Cuando quedaban apenas tres días para que la “oferta” de Tara expirara, finalmente ocurrió. Conseguí aguantar con ella pocos metros por delante hasta que apareció el pozo delante de nosotros aún a cierta distancia. Fatigado, pero de repente tenso por la anticipación y la expectación al ver cumplida mi fantasía, me forcé a alcanzarla con un último esprint y llegamos al pozo los dos a la vez.


Yo estaba más sudado que ella, pero tenía una sonrisa de oreja a oreja mientras la miraba caminar, su pecho subiendo y bajando con la respiración acelerada, y mirándome de reojo con una ceja alzada.


-          Bueno… ¿te acuerdas de lo que me habías prometido, no?


Vi un brillo enigmático en sus ojos, como si no pudiera creer que al final yo hubiera tenido éxito. O, quizás… quizás el hecho de que lo hubiera tenido y se viera forzada a cumplir su parte del trato le atraía más de lo que podía admitir. Me sonrió discretamente, y se colocó mirando al pozo. Se inclinó suavemente hacia adelante, agarrando el reborde de piedra con las manos y sacando un poco aquel suave culamen embutido en mallas hacia fuera. No dijo nada, pero se giró para mirarme con detenimiento a ver qué hacía.


Verla en esa postura era una tentación imposible. Sin casi poder controlarme, agitado tanto por el ejercicio físico como por lo que iba a hacer, salté disparado hasta colocarme tras ella y sin ninguna vacilación mis manos se posaron en aquel codiciado elemento de la anatomía de mi hermana mayor. Lo agarré con fuerza y lo apreté todo lo que pude. Las mallas eran algo duras y me impedían actuar con la libertad que me hubiera gustado. De hecho, eran un maldito estorbo, y ojalá hubiera podido deshacerme de ellas para meterle mano a mi gusto… pero dentro de lo que pude, aquello me estaba calentando muchísimo. Tenía por fin las manos en el culo de Tara y era como una bestia sin control, lo estrujé todo lo que pude con la intención de desquitarme y, ¿por qué no?, de hacerle daño físicamente.


Las manos solo en ese culo casi me sabían a poco. Tenía la tentación de bajar mi cara a donde estaba y restregarla de arriba abajo a través de las mallas, pero eso no estaba en los vagos términos enunciados por Tara y tenía miedo de echarlo todo a perder. Mi polla estaba a punto de estallar y de hecho me dolía físicamente, porque mi pantalón también era ajustado e impedía activamente el que creciera en todo su esplendor. Observé de reojo la reacción de mi hermana, que en cuanto había empezado a sobarle aquel trasero había vuelto la cara por completo, escondiendo su expresión. No tenía ni idea de lo que estaba pensando.


Agarré sus nalgas con las manos por debajo y empecé a apretárselas rítmicamente con toda mi fuerza, mientras le pegaba mi paquete todo lo que podía a la raja de su culo. Empecé un movimiento rítmico hacia delante, con suavidad, para ver si podía aliviar aquella deliciosa tortura de alguna forma. Sabía que era patético y que mi hermana podía cabrearse y cortarme el grifo, pero estaba tan cachondo que me daba igual: necesitaba restregarme contra ella como un animal en celo.


De pronto, noté aire en la entrepierna. Con el vaivén del frotamiento, el elástico de mis pantalones había ido rebajándose poco a poco por la cintura, y me di cuenta de que la punta de mi polla emergía victoriosa por entre el reborde superior de mis pantalones; por fin, una dulce liberación de tensión…


-          Bueno, yo creo que ya está, ¿no? –soltó Tara alejando aquella preciosa pompa de mi agarre y contacto–. Pero… ¿qué estás haciendo?


Me quedé sin saber qué decir cuando se giró y vio cómo mi polla asomaba por arriba de aquella forma obscena. Aquella frasecita de marras estaba empezando a ser habitual, pero lo cierto es que ya me importaba cada vez menos. Ella quería jugar con fuego, así que era normal quemarse un poco.


-          ¿Qué, te creías que no iba a darme cuenta de que te la habías sacado, pedazo de guarro? ¿Te la estabas frotando con mi culo? –las preguntas de Tara sonaban tan ultrajadas como cabía esperar… pero no me hicieron mucho efecto. Me di cuenta de que ella era incapaz de despegar sus ojos de mi polla.


-          Sí –confirmé, pensando que era inútil negarlo.


-          Pues no puedes hacer eso. No te he dado permiso.


Aunque lo que decía tenía sentido, era el tono y la actitud lo que le restaba fuerza a su mensaje. Daba la sensación de que lo que le molestaba no era tanto el que me comportara con un salido con ella, sino más bien que realizara ese tipo de transgresiones sin pedírselo primero. Y aun así… sus ojos seguían devorándome el miembro, mientras un silencio incómodo se instauraba entre nosotros. Es posible que mis salidas de tono no le molestaran tanto como quería aparentar.


-          Te dejo que le saques una foto, a lo mejor te dura más – tuve los santos cojones de decir mientras me la agarraba con la mano.


-          ¡Pero serás guarro! –dijo dándome un manotazo y apartando finalmente la mirada para sonreírme–. Que soy tu hermana mayor, Mamoncete –parecía que casi saboreaba esas últimas palabras, como si el hecho de pronunciarlas tuviera un efecto estremecedor en ella.


-          Lo siento, es que… estos pantalones no están hechos para esto. Me dolía mucho, no podía más después de… tocarte. Con otros pantalones no me pasaría.


Me miró, escéptica y parpadeando despacio.


-          Ya. ¿Y no tienes otros pantalones, o qué?


-          Sí, pero me niego a llevar los del chándal del colegio. No… y no –me emperré.


Tara suspiró, mirando una vez más mi polla, que seguía aun mayormente dura, y señalándola con la mano exasperada.


-          Pues no puedes sacártela así como así… ¿y si llega a pasar alguien, qué?


Me pareció extraño que esa fuera su preocupación; en todas las veces que había pasado por allí jamás había visto un alma. Claro que, si alguien del pueblo me hubiera visto allí sobando el culo de mi hermana mayor de aquella forma tendría problemas mucho mayores que los derivados de sacarme la polla al aire libre.


Pero me callé y asentí cabizbajo, intentando demostrar que estaba arrepentido. No era verdad, pero mi hermana disfrutaba ejerciendo el control y sabía que tenía aguantar sus quejas y someterme a sus decisiones. Me cogí aquella barra de morcilla con la mano y lo embutí dentro de los gayumbos y el pantalón, notando una desagradable presión de forma inmediata que era asfixiante.


-          Uf, es que… me duele mucho, Tara –puse cara de dolor, aunque la exageración no lo era tanto–. Pero bueno, si así me dejas….  –lo dejé en el aire, no queriendo romper lo delicado del momento con todas las imágenes lascivas y crudas que me venían a la cabeza respecto a lo que quería hacerle a mi hermana– … si son tus condiciones, me aguanto y ya está.


Creo que la pose de chaval dolido surtió cierto efecto y observé como mi hermana relajaba la expresión, enterneciéndose un poco.


-          Ay, ahora me haces sentir culpable… mira, si quieres vamos mañana de compras y te cogemos algo más cómodo, ¿vale?


-          Bueno –dije, inseguro.


Ir a comprar ropa me parecía un muermo total, pero si así arreglábamos aquel problema me daba por satisfecho. Además, por lo que se desprendía del comentario de mi hermana, entendí que quería ayudarme a que me empalmara lo más cómodamente posible cada vez que le magreara el culo. Solo con darme cuenta de aquello, de que había una implicación de más veces haciendo aquello, noté que mi polla dura daba un respingo. Uno placentero, pero bastante doloroso.


Aquel trajín en mi tienda de campaña llamó inmediatamente la atención de mi hermana, que lo miró y empezó a reírse algo nerviosa.


-          Además, yo también tengo que comprar más ropa de correr. Esta hay que lavarla cada dos por tres, y… no sé, creo que igual me la has estirado un poco, no sé si se ha roto –dijo ruborizándose mientras se inspeccionaba el elástico.


Yo no veía que aquello estuviera deformado, pero no podía descartar haber dado de sí las mallas de mi hermana. No después del abuso al que las había sometido con mis manos. El premio que llevaban dentro era demasiado tentador.


Me di cuenta de que para comprobar su argumento mi hermana había introducido su índice y pulgar para agarrar el reborde elástico de las mallas y separárselos del cuerpo, comprobando su resistencia. Por un breve instante pude ver algo más de su piel por debajo de su abdomen, insinuando sus caderas y cómo sus muslos nacían justo debajo. Bajo esa tela debía de estar el coño de mi hermana…


-          ¡Eh, que te quedas empanado! Venga, vamos a volvernos que ya oscurece.


Volvimos sin incidentes. Noté a Tara algo más nerviosa durante la cena, lanzándome alguna mirada enigmática de vez en cuando. Creo que Anita se dio cuenta también.


Aquella noche me hice un buen pajote recordando cómo había atacado sin compasión el culo de mi hermana esa misma tarde. Fue un orgasmo cataclísmico. Aunque antes me había masturbado con meras fantasías, ahora tenía un recuerdo de una experiencia así en carne y hueso con mi hermana que jamás pensé que se produciría.


Aquello me reafirmó en mi obsesión. Tenía que repetir aquello a toda costa. Y si era posible, avanzar todavía más…


 

Al día siguiente, Tara informó a nuestros padres que se iba conmigo al centro comercial a “hacer unas compras y actualizar mi ropa deportiva”. Tenía que coger el coche para conducirnos allí, porque estaba a bastante distancia. Mi madre tenía algo que añadir:


-          ¿Y por qué no os lleváis a Anita, ya que estáis? Creo que necesita una talla nueva.


-          Pero qué tontería –contestó Tara con su habitual desdén y menosprecio–. Si está igual de enana que siempre, no ha crecido nada.


-          A ver, Miss Sabelotodo –intervino mi madre, echándome una mirada de reojo y midiendo sus palabras–. El crecimiento de Anita no ha sido a lo alto, sino… a lo ancho. A tu hermana se le están quedando pequeños los sujetadores.


Casi me atraganté con el Bollycao que estaba masticando. Mi polla empezó a desenrollarse a toda velocidad para hincharse ante aquel concepto plasmado en imágenes mentales. Me acordé de la conversación que había tenido con Anita hacía un par de meses sobre el tamaño de sus tetas y no pude negar que desde entonces le habían seguido madurando, como creo que evidenciaban sus contoneos en bikini por casa cada vez más.


Pero hubiera jurado que aquello era solo mi imaginación de salido proyectando lo que quería ver y cosificando a mi hermana como a cualquier otra tía buena. Escucharlo verse confirmado por la autoridad materna era una estupenda noticia y si acaso, un firme recordatorio de que le dedicara también un poco más de cariño y atención a mi otra hermana. Había estado muy obsesionado con Tara hasta ahora.


-          Pues que use alguno mío viejo, me da igual –siguió Tara con evidente desgana.


-          No, cariño… todavía le queda algo más por desarrollarse, pero creo que al final va a terminar usando una más grande que la tuya.


Tara abrió la boca y frunció un ceño, una mezcla de sorpresa y… otra cosa. Disgusto, quizá, por la crudeza de las afirmaciones de mi madre. La vi girarse para mirarme rápidamente, como para comprobar mi reacción. ¿Era envidia lo que estaba escrito en su cara? ¿Tenía Tara miedo de que la fueran a desbancar como mi hermana calientapollas favorita?


Justo entonces Anita entró en la habitación, seguramente atraída por ecos lejanos que hablaban de ella.


-          ¿Usar el qué?


Al ponerse al lado de Tara, pude confirmar que lo que decía mi madre era cierto. Las tetas de mi hermana pequeña habían dado un salto espectacular en tamaño en las últimas semanas y las ahora las lucía bien orgullosa con una camiseta amarilla muy ajustada. El tamaño era el mismo que las de su hermana mayor, a pesar de los cuatro años de diferencia. Quedaban muy resaltadas en su figura más pequeña. Era increíble que el pequeño cuerpecito de Anita tuviera ya unas tetas tan grandes para su edad, y lo que decía mi madre era probablemente cierto; en pocos meses, aquellas mamas serían tan descomunales que serían incontestablemente las más grandes de nuestra casa. Y seguramente más grandes que las de las amigas de Anita, y que muchas otras chicas en general.


-          Ramón y yo íbamos a comprar algo de ropa, y mamá ha dicho que te llevemos para comprar ropa interior –empezó Tara con evidente disgusto, pero sintiéndose obligada bajo la severa mirada que le dirigía nuestra madre.


-          ¿Ah sí? ¿¿En serio?? ¿Puedo? ¿¿Puedo?? –Anita empezó a dar pequeños saltitos de emoción, haciendo que aquellos inocentes pero sobreproporcionados pechos le botaran arriba y abajo con cada sacudida. Mi madre tenía razón, los sujetadores se le debían estar quedando pequeños porque no le sujetaban nada de nada–. ¿Por favor? ¿Porfa? ¿¿Porfi, porfi plis??


Tara chasqueó la lengua con desagrado y paseó la mirada con hastío por el resto de la habitación, hasta encontrarse con la mía. Imagino que debió detectar mi boca abierta y babeante ante aquel bailecillo rumbero que estaba dando nuestra hermanita, porque exhaló con fuerza un suspiro dejaba claro su rechazo ante aquella actitud irritante que había captado mi atención. ¿Podría ser que Tara estaba celosa…?


-          Claro, nena –dijo de forma seca y abrupta Tara sin esconder su cara de máxima irritación, dejando patente que no quería hacerlo pero no tenía ninguna libertad de elección–. ¿Por qué me iba a molestar? –añadió irónicamente.


Anita no entendió o no quiso entender aquella frialdad en su hermana mayor y dio un chillido de alegría, procediendo a abrazarla por detrás con júbilo. Vi como sus tetas se aplastaban contra la espalda de nuestra hermana en el acto, mientras Anita se frotaba vigorosamente contra ella para dejar patente su agradecimiento.


Como he dicho, la relación entre Tara y Anita nunca había sido particularmente cordial y distaba de la clásica complicidad entre hermanas; sin embargo, la competitividad nunca la habían terminado de perder. Pero Tara siempre había sido más cruel y déspota desde sus años de experiencia con ella (y conmigo) que la pobre Anita, que era más buena que el pan y capaz de perdonarle todas las faltas por un favor tonto como aquel. Se ve que quería mucho ir a comprarse ropa.


Por mi parte, la infalible erección que se me había despertado en cuanto habían salido las tetas de mi hermana pequeña en la conversación se hinchó todavía un poco más si cabe en cuanto vi como mis dos mayores objetos de deseo estaban piel con piel y una le restregaba a la otra sus bien desarrollados senos de una forma casi impúdica. Lo hacía sin tener en cuenta la evidente amargura que cruzaba la cara de nuestra hermana mayor, y aquel contraste me hizo latir la polla con más fuerza si cabe.


-          Pero me debes una gorda, ¿eh? –consiguió añadir Tara. Nunca perdía una oportunidad para chantajear un favor.


El trayecto era veinte minutos en coche. Casi todo el viaje fue un largo monólogo de Anita detallando sus planes de compra mientras Tara intentaba callarle la boca subiendo el volumen de la radio.


Me daba la sensación de que nuestra hermana mayor apenas podía esperar para llegar a la primera tienda de ropa y decirle:


-          Mira, éste y yo nos vamos a cogerle un nuevo chándal a la sección de hombres. Tú ve mirando cosas y ya luego me dices.


-          Pero… ¿no vas a ver cómo me queda lo que me pruebo? Si no, no tiene gracia...


-          Ay… –suspiró con fuerza Tara–. No sé, Anita, depende de lo tarde que se haga. Nosotros vamos a tardar un rato.


Se me cayó el alma a los pies. “Tardar un rato” para comprar un chándal era una definición bastante estándar de tortura bajo mi punto de vista. No tenía mucha complicación, pero era mi hermana quien mandaba y tenía que seguirle la corriente.


-          Uf, pero qué petarda es –me dijo Tara mientras me alejaba de allí cogiéndome de la mano–. Desde que le han salido tetas está insoportable.


Ya había perdido la erección de antes, pero oírla pronunciar aquellas palabras me resultaba muy erótico por alguna razón. La confianza que se había establecido entre Tara y yo, especialmente en lo tocante a temas sexuales, me hacía sentir que cuando estaba solo con ella mi estado natural era tener la bandera a “media asta” todo el rato. Además, parte de aquella afirmación daba a entender que lo que quería realmente era estar a solas conmigo, y no con una carabina siguiéndonos a todos lados, y aquello me gustaba.


Mi hermana procedió a seleccionar un puñado de combinaciones de pantalones de chándal con sudaderas y camisetas en tiempo récord. Mi opinión era muy secundaria en aquella materia, por lo que pude comprobar. En cuanto estuvo satisfecha me insistió que me los probara. Me guio de la mano hasta los vestuarios y encontramos uno vacío. Me empujó para que me metiera… y entonces se metió conmigo dentro.


-          Pero bueno, ¿no querrás que me los pruebe contigo delante? –me quejé mientras ella echaba el pestillo de la puerta.


-          Ah, ¿así que ahora nos hacemos los tímidos? –soltó con una sonrisa juguetona–. Venga, Mamoncete. No hay nada que no haya visto antes.


-          Mpf –refunfuñé mientras me quitaba los zapatos y comenzaba a desvestirme–. Serás Tarada…


Mi hermana no mostró mucha reacción ante aquel comentario directo. Creo que la perspectiva le excitaba tanto como a mí. Pero también tenía mi orgullo y quería que aquella exposición fuera de voluntad propia, así que me di la espalda a mi hermana. Finalmente, me apropié del primer conjunto de la pila, un pantalón gris y una sudadera idéntica con una camiseta blanca.


Me giré con los brazos en cruz, y aproveché para echarle otro vistazo a mi hermana. No se había arreglado especialmente hoy para esta salida, pero aun así seguía encontrándola preciosa. Llevaba el pelo suelto cayéndole hasta algo más abajo del pecho, donde sus tetas quedaban enmarcadas por un ajustado top blanco que exponía gran parte de la carne de sus brazos. Por abajo llevaba una falda negra que apenas le tapaba las rodillas, y unas pequeñas botas con las que me la imaginaba aplastando a cualquier persona que encontrara insoportable. Ella era muy capaz.


-          ¿Y bien? –preguntó, poniendo cara inquisitiva–. ¿Qué tal?


-          Es… cómodo


No sabía muy bien qué decirle. Ya he dicho que la ropa no es lo mío.


-          ¿Pero es… más cómodo que el otro?


Tardé unos segundos en contestar. Casi había olvidado el propósito original de nuestro viaje allí.


-          Eh… –me miré hacia abajo–. Supongo. No sé.


-          Eso no nos vale –suspiró con impaciencia.


-          ¿Qué quieres que te diga? La situación no es la misma. Hasta que no llegue el momento, no…


No supe cómo continuar. Desesperado, señalé a mi entrepierna que en aquel momento no destacaba ningún bulto para ilustrárselo. Supongo que mi nabo había entendido que debía alcanzar algún tipo de compromiso con mi cerebro y no irse endureciendo a cada oportunidad que tenía de darle un buen repaso a mi hermana con la vista.


-          Pues, ¡venga! Haz que se te ponga dura y así lo comprobamos.


-          Ya… venga, Tarada, estás estudiando Medicina ¿no? Sabes que el cuerpo no funciona así.


Aunque a decir verdad, aquella exhortación tan directa de mi hermana comenzaba a hacer su efecto y notaba como algo se me desperezaba poco a poco.


Tara bufó con irritación, y acto seguido se dio la vuelta. Se quedó pegada al espejo que había en la puerta del probador, con la espalda hacia mí, y ni corta ni perezosa se agarró los bordes de la falda para subírsela hasta juntar aquel manojo de tela por encima de su cintura. Sus braguitas blancas de encaje quedaron a la vista de inmediato, así como el pedazo de culo que enmarcaban, y sus largas piernas. Quedaba muy claro lo que quería que hiciera.


-          Bragas blancas… tres puntos, colega –murmuré inconscientemente recordando los dibujos de mi infancia.


-          ¿Qué? –preguntó Tara con irritación. Pronunció más la curvatura de su cuerpo para sacar aún más el culo y ponerlo más a mi alcance. Aunque no la tenía girada del todo, veía su expresión de impaciencia en el espejo–. Venga, date prisa.


Antes de que hubiera terminado la frase mis manos ya habían salido disparadas hacia su culo por sí solas. Aquel despliegue exhibicionista había contribuido a mi erección y el contacto directo con su culo de nuevo la había completado en apenas segundos. Su culo que, a diferencia del día previo, no estaba embutido en unas incómodas y duras mallas, sino que estaba someramente cubierto por una fina tela de algodón esta vez. El contraste en negro y blanco que formaban su pelo y el top, su falda y las bragas, y su pálida piel bajo ella, conformaba una imagen casi poética.


Gran parte de su carne estaba expuesta y accesible. Agarré aquellos cachetes por fuera de sus bragas con ambas manos y los amasé con violencia, explayándome con la carne que sobresalía por fuera y que terminaba en sus muslos. Pegué mi espalda a la suya y vi en el espejo cómo mi hermana dejaba caer los párpados y entreabría ligeramente la boca en una inconfundible expresión de placer. Apoyé mi frente en su cabeza y comencé a respirar fuerte contra su nuca, dándole a entender lo cachondo que me ponía. Tara se seguía sujetando la falda por arriba, aunque de vez en cuando las manos aflojaban su presa y tenía que levantarla de nuevo para que no me estorbara en mi cometido.


-          ¿Te molesta… el pantalón… ahora? –jadeó mi hermana dejando un vaho de aire contra el espejo.


Ni siquiera fui capaz de registrar aquello, así que no contesté. Mis manos no habían parado de apretar la carne de sus nalgas ni un solo segundo y el magreo que le estaba pegando a su culo y sus piernas era un castigo de intensa brutalidad. Estaba embobado por aquella redondez.


El ángulo en el que estábamos y el espacio limitado del probador me impedía agacharme a besuquear aquel fantástico culo al que ahora tenía tan fácil acceso, pero tenía otras opciones. Metí los dedos por debajo de la tela de las bragas, sosteniendo y agarrando los cachetes desnudos de mi hermana por las aberturas de cada pierna. Notaba su piel muy caliente, y me daba la sensación que mientras más avanzaba hacia dentro y hacia abajo, más caliente estaba todavía.


En ningún momento escuché quejas por su parte, aunque no sé si me hubieran detenido. Me sentía como poseído por un espíritu animal y lujurioso que sólo quería meterle mano a mi hermana como el trozo de carne que era, y cuando desplacé la palma de mi mano para aplastar aquella zona caliente y húmeda que debía ser su coño, escuché cómo se le escapaba un pequeño gemido.


Noté cómo las rodillas le temblaban. La falda se le resbaló de las manos y renunció a sujetarla, apoyando las dos manos contra el cristal.


-          El pantalón… Mamoncete –volvió a insistir haciendo una pausa para coger aire.


Aquella ocasión las palabras de Tara sí penetraron mi obnubilado y cachondo cerebro adolescente, aunque no llegué nunca a despegar las manos de su culo ni parar en mis agarres y apretones.


-          No me molesta –sentencié, muy consciente de la evidente tienda de campaña que se había formado en mi entrepierna–. No como el otro. Es más elástico. Me sirve.


-          Bien –dijo Tara, despegándose renuentemente del espejo e incorporándose.


Se movía de forma lenta, sinuosa y calculada, lo que hacía que yo me bebiera cada uno de sus movimientos con morbosa fascinación. Era elegante y muy sexy. Antes de darse la vuelta, agarró con delicadeza una de mis manos primero, y luego la otra, para separarlas tranquilamente de su culo, algo que me resultó francamente decepcionante pero que acepté a regañadientes. Me di cuenta de que la mano que había aplastado contra su entrepierna estaba mojada y tenía un olor muy intenso.


-          Pero tenemos que estar seguros –dijo una vez vuelta hacia mí, y mirándome con una expresión impenetrable que podía ser malicia, o quizá lujuria contenida. A decir verdad, ambas opciones me ponían muy cachondo.


Me dio un empujón hasta que me senté en el banquillo de la otra pared, que se usaba para dejar la ropa a probarse y sentarse mientras uno se cambiaba los zapatos. Acto seguido, se colocó con tranquilidad encima de mí con una pierna a cada lado, montándome a horcajadas. La falda se le había subido lo bastante de forma que sus bragas estaban en contacto directo con mi pantalón de chándal. Su coño, separado apenas por aquellos tejidos, contactaba directamente con mi erección ejerciendo una deliciosa y calentita presión sobre ella.


Se acomodó bien sobre mí hasta asegurarse que la mayoría del peso de su cuerpo descansaba sobre mi entrepierna, antes de inclinarse para susurrar:


-          ¿Y ahora… estás… cómodo?


Me di cuenta de que Tara había empezado un balanceo sutil y comenzaba a restregarse contra mí. El empalme que tenía se veía aún más estimulado por aquel magreo “en seco” por encima de nuestra ropa.


-          Eh… no sé yo si “cómodo”… es la palabra correcta –atiné a responder.


Aquello era una locura. ¡Mi hermana mayor me estaba montando por encima de la ropa como una perra en celo! Y encima en un sitio público, ¡en un probador de ropa! La sensación era tan increíble que apenas tenía tiempo para preguntarme por qué estaba haciendo todo aquello.


Tara agarró mis manos con las suyas y me las colocó en su cintura, en el reborde bajo donde su top se juntaba con su falda. Cuando vio que las dejaba ahí como un pasmarote, me las movió impaciente más abajo, hasta colocarlas de nuevo en su culo. Concretamente, por debajo de la falda y por encima de sus bragas. Sin perder más el tiempo retomé otra vez mi magreo y mi exploración metiendo mis dedos bajo la tela por entre las aperturas de los muslos, estrujando aquella redondez cárnica como si no hubiera un mañana.


El frotamiento de mi hermana contra mi entrepierna subió de velocidad, aprovechando que había cruzado sus manos tras mi cuello y tenía un punto de apoyo. Al ponerme más cachondo, mis dedos comenzaron a explorar frenéticamente su culamen, arrugando sus bragas en el centro para dejar aquellas fantásticas nalgas más expuestas a un sobeteo sin obstáculos. Esta vez, los jadeos de Tara me llegaban altos y claros y no pensaba que estuviera haciendo ningún esfuerzo por reprimirse. Mientras mis manos separaban aquellos glúteos con violencia e intentaba ver el aspecto que tenía la raja de su culo en el espejo de enfrente, empecé a preocuparme ligeramente porque alguien nos pudiera oír.


Y precisamente, unos insistentes golpes en la puerta dieron forma a mis peores miedos.


-          ¡Eh! ¡Hay más gente esperando!


Aquella advertencia pareció volver loca a mi hermana, que redobló la intensidad de su frotamiento con un efecto delicioso en mi polla. Tuvo cuidado de morderse el labio para acallar sus suspiros de placer. Apoyó su frente en la mía y me dirigió un pequeño puchero silencioso con su boca, como implorándome que les contestara a los que llamaban a la puerta para que nos dejasen en paz. Ella parecía incapaz, se le veía demasiado ocupada gozando.


-          Está… ¡está ocupado! ¡Ya casi termino! –alcancé a gritar, tembloroso.


Estaba muy cachondo, pero sentía que aquella situación se me iba de las manos. Fui repasando con las manos la raja de su culo donde había arrugado sus bragas blancas, buscando el agujero de su ano. Podía ver en el espejo sus nalgas expuestas con aquella tira de tela; tenían una pinta fantástica, una especie de tanga casero. Cuando encontré una pequeña depresión en aquel valle creí haber encontrado su esfínter anal. Presioné con algunos dedos por encima de la tela en aquel punto, y Tara pegó otro gemido muy audible, temblando sobre mí mientras se frotaba frenéticamente contra mi polla.


Aquel despliegue tan desinhibido por su parte me tenía abrumado. La estampa de mi hermana cabalgándome por encima de la ropa como una posesa era demasiado para mí y ya no pude aguantarme más. Aferrándome a los cachetes desnudos de su culo como si me fuera la vida en ello, me corrí profiriendo unos cuantos gruñidos guturales. Noté como varios chorros de lefa atravesaban mis calzoncillos y el pantalón que aún no habíamos pagado.


Tara siguió a lo suyo, frotando su coñito un buen rato a través de las bragas contra mi tienda de campaña sin bajar de un ritmo endiablado. Fue quizás cuando hizo una pausa para contemplar mi rostro que debió reparar en mi concentrada expresión, que intentaba disfrutar de aquel momento y al mismo tiempo no dejarme llevar del todo por el éxtasis para que no nos pillaran. O tal vez, notó que la humedad que manchaba entrepierna procedía esta vez de una fuente externa que con cada vaivén de sus caderas esparcía una espuma blanca por la tela. O a lo mejor simplemente se percató de que mi rabo había perdido perpendicularidad y ya no le servía para estimularse.


En cualquier caso, debió darse cuenta cuando su movimiento se detuvo poco a poco y su cara, enmarcada por mechones de pelo que se le habían adherido sudorosos, quedó a pocos centímetros de la mía. Aunque la lujuria se había disipado en su mayor parte con el orgasmo, no me sentía culpable por lo que habíamos hecho. Todo lo contrario, estaba extático de que hubiera sucedido. Tara tenía unos labios carnosos y apetecibles muy cerca de los míos, y tuve muchas ganas de besarla. La deseaba muchísimo.


Fue entonces cuando su cara compuso claramente una expresión de incredulidad, y acto seguido de auténtico desprecio.


-          ¿Pero ya te has corrido? Qué asco... ¡Serás guarro, tío!


Y sin comerlo ni beberlo, ¡PLAF!, me soltó una hostia en plena cara. La bofetada en sí no me dolió tanto como lo inesperado del acto, en aquel momento en que me notaba tan vulnerable y necesitado de una conexión emocional con ella. Me quedé con cara de gilipollas mientras Tara me descabalgaba con aires de superioridad. Empezó a alisarse la falda sobre las piernas, escondiendo bien cualquier resto de aquel encuentro en su persona.


¡PUM, PUM, PUM! Los golpes en la puerta volvieron a resonar.


-          ¡Es para hoy, eh!


Empecé a ponerme nervioso intentando pensar qué hacer a continuación. Tara simplemente se humedeció los labios mientras se retocaba el pelo despeinado en el espejo, dirigiéndome la palabra sin mirarme siquiera.


-          Menudo aguante tienes, Mamoncete. De risa. A ver si te estás emocionando mucho conmigo, campeón.


Me sentí pequeño, completamente intimidado por aquella mujer que era mi hermana mayor y se había convertido en una diosa inalcanzable para mí; poderosa, sexy y cruel. Hacía unos segundos ambos nos retorcíamos de gusto y ahora destilaba frialdad. Me veía incapaz de maniobrar al mismo nivel con ella que cuando nos lanzábamos pullas el uno al otro y nos hacíamos rabiar.


Era una auténtica puta. Una hermosísima y magnífica puta. Había logrado que me corriera con poquísimo y ahora me descartaba como un pañuelo de usar y tirar tras juguetear conmigo.


Cuando ella salió por la puerta, pude ver la cara de extrañeza del tipo con pinta de pijo insufrible que esperaba fuera, que sólo aumentó al abrirla por completo y encontrarme a mí de aquella guisa y con una gigantesca mancha oscura en la entrepierna. Me abalancé a cerrársela en las narices de un portazo.


-          ¡Que te busques otro probador, coño! –le espeté nervioso.


Como no dudaba que aquel subnormal iba a quejarse a la encargada, decidí deshacerme de aquel pantalón y esconderlo en medio del montón que tenía acumulado. Me volví a vestir con mi ropa a toda leche, seleccioné uno de los limpios que parecía similar al que había manchado y salí escopetado con él al mostrador para pagarlo antes de que pudieran meterme en un lío.


Un rato después, divisé a Tara y Anita que salían de los probadores de chicas, riéndose a carcajadas y dándose palmadas cómplices una a la otra. Se ve que la situación había dado un giro de 180 grados y ahora se trataban como si fueran amigas íntimas. Desgraciadamente, la volatilidad de la relación entre ellas dos era algo a lo que estaba acostumbrado. Anita se identificaba más conmigo cuando había que hacer causa común contra nuestra hermana mayor, pero en el fondo la admiraba muchísimo. Y Tara tenía a veces ramalazos con ella de actitud protectora y maternal. Esto daba como resultado que sí que conectaran a mis espaldas, lo que me ponía algo nervioso por lo impredecible que resultaba. Tara podía ser muy cruel y solía tener un efecto corruptor en la gente inocente y buena de corazón como Anita.


Vi que en cuanto repararon en mí, Tara le susurró algo al oído a mi hermana pequeña, que puso una cara de gran sorpresa y empezó a reírse enérgicamente. Mientras las dos me seguían mirando, Anita le devolvió el susurro al oído de mi hermana mayor, y ésta fue incapaz de contener una risa floja que les contagió hasta que se reunieron conmigo.


-          ¿Qué os pasa? ¿Qué es tan gracioso? ¿Eh? –les solté bruscamente, algo paranoico y con la piel muy fina después de lo que había pasado con Tara.


-          Pero bueno, hermanito, ¡qué rápido eres! –me soltó ella con sorna, ignorando mi pregunta y jugando con el doble sentido–. ¡Has tardado poquísimo en venirte!


-          No sabía dónde os habíais metido –contesté, esquivando sus pullas como podía.


-          Pues haciendo cosas de chicas –interrumpió Anita, intentando parecer misteriosa–. Pero ya hemos terminado. ¿Has ido al baño? Tara me ha dicho que se te derramó algo de leche –agregó con una gran sonrisa.


Sentí como si en mi cabeza se hubiera activado un sentido arácnido. ¡PELIGRO! ¡PELIGRO! Exactamente, ¿qué era lo que le había contado Tara a nuestra hermanita? Seguramente no que se había comportado como una auténtica calientapollas con su hermano… ¿verdad? Ella tenía tanto que perder como yo. Además, Anita podía vacilarme un poco, pero nunca era cruel. Lo más probable es que le hubiera contado que me había corrido en los pantalones, pero mintiendo respecto al por qué. Ahora yo tenía que ir con cuidado, siguiéndole el juego con bastante ambigüedad como para no delatarme a mí (ni a Tara) y sin embargo sufriendo en silencio la evidente humillación que me tenían preparada con sus chistecitos.


Si no fuera porque el incidente del probador me había parecido espontáneo e improvisado, casi habría pensado que era una elaborada tortura de mi hermana mayor. Pero había sido muy morboso y excitante, e incluso cuando se burlaban de mí no podía dejar de pensar en lo fantástico que había sido y cómo me hubiera gustado disfrutarlo todavía más. Si Tara quería hacerme la puñeta, no tenía por costumbre dejar que me lo pasara tan bien.


Sin embargo, seguía bastante resentido con ella por reírse de mí y hacer que nuestra hermana pequeña se le sumara también. Tuve que aguantar sus bromitas veladas sobre mis capacidades de aguante, mis problemas de fontanería y mis “telarañas de Spiderman” (este sí que me pareció ingenioso) durante lo que tardaron en pagar y conducir de vuelta a casa. Yo permanecí algo callado y gruñón, aunque por fortuna aprecié que la conversación no viró a la ropa que dejaba manchada de semen o mis calcetines acartonados en la ropa sucia.


Pero aquello era un triste consuelo. Durante la cena continuaron las miraditas y las risitas de mis hermanas, que por lo general se reprimieron con sus dobles sentidos para no llamar más la atención ante las miradas interrogantes de nuestros padres. Comí a toda velocidad y me encerré en mi habitación. Me hice una paja lenta y melosa saboreando el recuerdo de mi hermana mayor frotándose contra mí como no había podido disfrutar en su momento. Al menos no podían quitarme aquello. Una ola de calma me envolvió al correrme, y me dormí relajado y en paz.


 

Tara quiso hablar conmigo la mañana siguiente. Vino a buscarme mientras yo mataba el tiempo en mi habitación jugando un Total War. Cuando entró y cerró la puerta de mi habitación, pausé la batalla de germanos y romanos, y la miré de mala gana. Iba con las manos tras la espalda y la cabeza algo gacha intentando adoptar una actitud de arrepentimiento.


-          Quería hablar contigo de lo que pasó ayer.


-          Pues habla –le repliqué con sequedad.


Seguía algo molesto con ella y no estaba muy seguro de que me apeteciera retomar la rutina de correr juntos … pero por otro lado, mi hermana estaba buenísima y no podía dejar de pensar en su cuerpo, y en cómo se había sentido junto al mío. Sabía que en el fondo el morbo de lo que hacíamos, y lo terriblemente mal que estaba aquello, le excitaba tanto como a mí. Pero ella tenía remordimientos, y esas cosas… Así podía disculparse conmigo por tratarme mal y recular cuando creía haber dado un paso arriesgado. Adiviné lo que venía a continuación y acerté.


-          Es que… a ver –se sentó sobre mi cama, algo nerviosa y mirando en derredor. Llevaba una camiseta de tirantes naranja que se ajustaba contra su pecho–. Ayer… me dejé llevar. No estuvo bien que lo hiciera. Y entonces, me… –frunció el ceño, intentando buscar las palabras adecuadas– …me resultó frustrante no poder aliviarme –puso los ojos en blanco, avergonzada, como si fuera consciente de que decía una tontería–. Y me cabreé contigo. Pero hoy veo que no era culpa tuya, en realidad. Era mía, estaba frustrada conmigo misma.


Dejó de hablar. No se explicaba muy bien, pero yo estaba dispuesto a permitir que se manejara en aquellos eufemismos. Sin embargo, tenía la sensación de le que faltaba algo por añadir.


-          ¿Y…? –presioné.


-          Y… lo siento. Sé que puedo vacilarte y no te lo vas a tomar mal, no me arrepiento de ello –me sonrió, como queriendo asegurarme que aquello no cambiaba las cosas entre nosotros–. Pero estuvo feo que hablara de ti con Anita.


-          Eso estuvo muy feo –asentí–. ¿Qué le dijiste?


Tara se puso algo roja antes de contestarme.


-          Bueno, algo no muy lejos de la realidad. Que con todo esto de salir correr no te debes hacer muchas pajas, porque te corriste de repente en cuanto me viste inclinarme un poquito más de la cuenta.


Pensé en las veces que Anita me había pillado mirando embobado el culo de nuestra hermana mayor. Parecía lo bastante embarazoso como para ser cierto, y en realidad casi lo era, así que no creía que Anita sospechara nada fuera de lo habitual. Sólo que su hermano era un pervertido sin remedio, pero eso no era nuevo para ella.


-          Hay algo más. También estuvo mal que yo… cruzara esa línea contigo antes. Quiero que me perdones.


Sentía deseos terribles de preguntarle la verdad. “¿Es que no te gustó?” Quería que me lo admitiera. Pero daba igual. Yo sabía la respuesta, y sabía que ella sólo me daría evasivas por mucho que la confrontara. Para asegurarme que aquel jueguecito entre nosotros no era un GAME OVER, tenía que ignorar los límites que ella fijaba y simplemente… seguir jugando. Ya habría tiempo de sobra para que Tara se arrepintiese luego.


-          Pero entonces… ¿tú y yo seguiremos yendo a correr? ¿Me dejarás… que te lo siga tocando? –bajé la voz al final.


-          Eso… bueno, todo eso puede seguir tal como está –dijo evitando mirarme y con un atisbo de rubor en las mejillas–. No hay nada de malo en que yo te motive un poquito para correr. Mírate, no llevas tanto y estás bastante más en forma.


Vi como al decir eso sí me lanzaba un buen repaso de reojo. Sentí algo cálido en el pecho que debía ser satisfacción por lo conseguido. Pero al entender las implicaciones de esa frase para mi hermana, esa sensación bajó sin perder la temperatura hasta anidarse cálidamente en mis huevos y mi nabo, que empezó a coger tamaño. No recordaba nunca que Tara me hubiera lanzado un cumplido, y menos uno relativo a mi físico. Pero ella tenía más que decir:


-          De hecho… bueno, yo también estuve con Anita comprando ropa ayer. Y he pensado que debería compensártelo de alguna forma cuando salgamos esta tarde… –se encogió de hombros y se balanceó adelante y atrás, nerviosa–. Bueno, da igual. Ya lo verás.


Y sin esperar a que le contestara, aún intentando comprender lo que había insinuado, se fue de mi habitación.


 

-          Madre mía –dije tragando saliva e interrumpiendo mi calentamiento–. No me esperaba… esto.


Estábamos a punto de salir a correr y yo llevaba el pantalón nuevo que compré ayer. Tara se había plantado delante de mí como hacía siempre. Pero saltó inmediatamente a la vista que ella también había cambiado su prenda inferior para hacer deporte. Aunque el sujetador deportivo se mantenía, en lugar de las mallas largas y duras para correr había optado por unos pantalones muy, muy cortitos que eran ajustados y apenas le llegaban a la mitad del muslo. Sus fantásticas y tonificadas piernas tenían espacio de sobra para dar zancadas y abrirse en muchos ángulos, y toda aquella carne estaba en exposición para mí. Y, por supuesto, el acceso a su interior era mucho más fácil que aquellas duras mallas del otro día.


Estos pantaloncitos, a diferencia de las mallas, eran de una tela muy elástica y maleable más fina que podía estirarse mucho sin romperse y debían de resultarle muy cómodas por lo ligeros que resultaban. Ya me veía apretando y magreando su culo prácticamente sin ningún obstáculo como había hecho recientemente. Ayer le había metido la mano dentro de las bragas en el probador y a ella le había costado ponerme un freno.


-          ¿Te gustan? –me preguntó sonriendo, moviendo el trasero a un lado y a otro.


Dio una pequeña pirueta para que lo viera por todos los lados. Luego volvió a repetirla, pero más lentamente, asegurándose de que no me perdía detalle de cómo abrazaba la tela sus nalgas.


-          Mucho –acerté a contestar sin ingenio para elaborar más.


-          Pues ya sabes, ¡a ver si me pillas! –y se esfumó en un santiamén.


Salí disparado tras ella. Aunque me mantuve a su altura, era innegable que aquellos pantalones cortos que llevaba eran una dificultad añadida. Daban un realce nuevo a su ya genial culo y me encontraba frecuentemente distraído y empalmado por ello, lo que me hacía disminuir el ritmo. Tara me echaba de vez en cuando un vistazo hacia atrás cuando veía que pasaba esto, pero simplemente sonreía sin decir nada.


Cuando estábamos en la senda para el pozo, no pude contenerme más. Me lancé hacia delante mientras ella seguía corriendo y le agarré una de sus nalgas durante unos segundos. Me hubiera encantado hacer más, pero la dinámica del movimiento suyo y mío lo hacía bastante difícil.


-          ¡Oye! ¡Las manos quietas! –dijo dándome un manotazo, pero sin dejar de sonreírme como una boba–. ¡Espérate a que lleguemos!


-          Es que ya te he pillado… no me podía aguantar más.


Me miró entrecerrando los ojos y sonriendo con una furia fingida, pero pareció aceptar mi excusa sin mayor queja. Me daba la sensación de que estaba juguetona y más permisiva de lo que me había dado a entender aquella mañana.


Jadeando, llegamos a aquel claro los dos a la vez. Como ella ya no podía relajar su ritmo por mí, estaba sudando y algunos mechones del pelo recogido en una coleta se le apelmazaban en la frente. La anticipación me inundaba y estaba completamente empalmado, sólo deseando tocarla. La agarré por un lado de la cintura para estrecharla contra mí de lado, y le di un beso suave y casi tierno en la mejilla, conteniendo como podía mi energía sexual en movimientos controlados y medidos.


-          ¿Y eso? –me dijo mirándome con sus ojos marrones, bien abiertos y sorprendidos.


-          Te perdono. Eres mi hermana, y te quiero.


Aquellas eran las palabras que mis padres me obligaban a decirle cuando nos habíamos peleado de pequeños, justo después de hacer que nos diéramos un besito en la mejilla para perdonarnos. Pero en aquel momento no me di cuenta, simplemente me salieron de dentro. Le acaricié el ombligo expuesto con la mano que le rodeaba la cintura, sintiendo su calor contra mí y deseando bajar todavía más la mano.


-          Gracias por hacer esto por mí –añadí–. Quiero que nos llevemos bien.


-          Anda, que eres un cursi –me cortó Tara. Pese a sus palabras, vi cómo se le arrebolaba la cara antes de separarse y darme la espalda, poniéndose en su posición aferrada a la piedra del reborde–. O más bien… un guarro pervertido al que le pone su hermana… ¡Oh!


Mis manos estaban en su trasero antes de que terminara esa frase, lo que la pilló por sorpresa; pero luego, decidí tomarme mi tiempo. Mis palmas sostuvieron el peso de sus nalgas durante un breve segundo antes de proceder a dar rienda suelta a mis impulsos y apretárselo, comprobando lo firme que era y hasta qué punto cedía a mis estrujones. Tenía vía libre para hacerlo ahora que las calzonas elásticas se amoldaban tan perfectamente a su figura. Acaricié su abdomen desde delante, trazando la curva de sus crestas ilíacas hacia atrás donde aparecían sus cachetes, que separé lo que pude antes de unirlos otra vez con fuerza. Toqué sus muslos por detrás y no pude evitar ascender hasta donde se unían con su culo, pero esta vez introduciendo mis dedos por debajo del elástico y tocando su piel desnuda, como había hecho ayer.


No podía retorcerle aquella prenda de la misma forma que había hecho con sus bragas, pero ante la ausencia de protestas, decidí simplemente meter las manos a través de las aberturas para las piernas. Las metí bajo sus pantaloncitos y sus bragas y palpé bien sus nalgas. Estaban calientes y duras del ejercicio; las notaba lo bastante musculares para que estuvieran firmes, pero con la bastante grasa pera resultar suaves y redonditas.


Escuchaba a mi hermana respirar con fuerza, pero podía ser por haber estado corriendo hasta hacía poco. Tara se había dejado manipular con facilidad, sin ofrecer la más mínima resistencia. Pero yo quería más. Bajé una mano por dentro de sus bragas hasta encontrar la fusión de sus piernas, donde una zona despedía un calor mucho mayor que las demás… y que además estaba mojada.


Volví a aplastar mi mano contra su coño, y escuché cómo se le escapaba un gemido. Desplacé la mano izquierda hacia delante, aún por dentro de su ropa, e invadí lentamente su pubis hasta alcanzar una zona donde toqué los pelos de su chocho. Con la derecha, empecé a frotarla hacia delante y atrás por su coño, empapándomela de sus fluidos.


Observé que hasta el momento no había protestado. Introduje un dedo primero y casi enseguida otro por aquella abertura viscosa y caliente.


-          Mamón… cete… eso… no… –jadeó Tara de repente, intensificando sus respiraciones.


Su queja venía tan entrecortada y repleta de tibieza que decidí ignorarla al completo, a ver si le ponía más ganas. Es más, notaba que ella había iniciado un suave balanceo contra la palma de mi mano de delante, así que empecé a frotarle el pubis guiándome por sus movimientos. Con la otra, exploré aquel agujero hasta encontrar una superficie rugosa y blandita que aplasté con suavidad. Me di cuenta con rapidez que los movimientos de mi hermana seguían una cadencia adelante y atrás, y era cuestión de acompasarme. Me aplasté contra su espalda para oler su sudor y escuché como esta vez empezaba a gemir con cada meneo; no muy alto, pero sin reprimirse tampoco.


Sin embargo, aquella postura era incómoda y se me estaban cansando las manos. Las saqué de allí y escuché un “¡Ah!” sorprendido, pero no disgustado, de mi hermana. Me arrodillé tras ella y decidí bajarle por completo sus pantaloncitos ajustados y sus bragas hasta los tobillos. La visión de su culo desnudo en pompa era una maravilla. Agarré sus cachetes, separándolos y juntándolos y contemplando su coño brillante de jugos y su pequeño ano, escondido en aquel valle. Me lancé a lamer su perineo, aquel delicioso pliegue de carne entre uno y otro, incapaz de decidirme cuál de los dos me gustaba más. Dejándome llevar y borracho de lujuria por los gemidos de mi hermana, me deslicé por la gravedad hasta donde asomaban los labios mayores de su vulva.


-          ¡Eh! Eso… nooo…. Nooohhh… –dijo Tara volviendo la cabeza y agarrándome esta vez del pelo con una de sus manos. Su expresión era muy erótica, con la boca entreabierta y luchando por articular las palabras que me dirigía–. Dijimos … sólo… mi… culo…


-          Si quieres, paro –le ofrecí.


No quería parar, pero aquello sí era una muestra mayor de resistencia y creí que debía darle la oportunidad de detenerme. Pero para inclinar la balanza a mi favor, le di otro lengüetazo a su coño mientras intentaba mantener contacto visual con ella.


Noté que le temblaban los muslos. No contestó, simplemente vi que se inclinaba mucho más hacia delante, exponiéndose por completo a mí. Separó bien las piernas en la medida que se lo permitían sus bragas, abriendo aún más aquella hendidura secreta y caliente a la altura de mi cara.


Ya tenía mi respuesta.


Separé bien sus nalgas para dar un buen repaso a aquel trofeo con mi boca, chupando, lamiendo y atrapando entre mis labios aquellos deliciosos pliegues íntimos. Sus jugos me llenaban la boca y me chorreaban por fuera, dejándome la mandíbula llena de surcos líquidos como si hubiera chupado el Calipo más difícil de mi vida. El sabor era muy intenso e indescriptible, algo ácido y penetrante, pero me empalmaba saber que pertenecían a mi hermana.


No sabía si lo hacía bien, pero me dejaba llevar por mi ansia infinita de adorar cada centímetro prohibido de su cuerpo, y de darle todo el placer que pudiera. Su mano en mi pelo no paraba de aplastarme contra su coñito, guiando mi ritmo. Sus gemidos se fueron intensificando poco a poco, hasta que de repente dejó escapar uno que se prolongó más en el tiempo, a la vez que cesaba todo movimiento. Me asusté y dejé de lamerla, queriendo preguntarle si estaba bien. No me dio la oportunidad:


-          ¡¡No pares… joder!! – jadeó ella–. Sigue… cómeme… cómeselo a tu hermana mayor…


Volví a ello con dedicación, y en pocos segundos noté otro gemido distinto, como arrastrado, y que se volvía a parar mientras sus muslos tenían alguna clase de espasmo. De repente, una ola de flujos me inundó la boca y supe que se había corrido. Tragué aquel delicioso néctar y sujeté con cuidado su culo para evitar que se cayera y me aplastara, porque la fuerza en las piernas pareció abandonarla durante aquellos segundos. Ser aplastado por el culo de mi hermana me parecía una hermosa tortura, pero en aquel momento notaba un fuego en mi interior y quería abrasarla con él.


En cuanto pudo sostenerse, volví a levantarme y me saqué la polla del pantalón, bajándomelo todo también. La apoyé entre sus deliciosas nalgas, observando como aquella barra de carne era envuelta de forma tan agradable por sus redondeces, y me apreté contra ella haciendo que resbalara por aquel pliegue hasta comenzar a notar una agradable fricción en mi miembro. Mis manos envolvieron a Tara por delante, tocando su vientre, su ombligo y subiendo hacia su pecho. Empecé a magrear aquellas tetas por encima de su sujetador, mientras le daba besitos en su cuello y frotaba mi polla contra la raja de su culo.


-          Dijimos… sólo… el culo… –repitió ella débilmente, sin ninguna convicción.


Me acompañaba en el vaivén de mis embestidas, acogiéndome entre aquellos estupendos y calentitos cachos de carne. Seguía tocándole los pechos, pero aquel sujetador me frustraba, porque era igual de duro que las mallas antiguas y no podía acceder por completo. Empecé a forcejear para subírselo, pero no conseguía moverlo desde mi ángulo. Ella jadeó y con un sonido de frustración, agarró el extremo del sujetador con una mano y tiró de él, liberando a sus dos tetas que se desbordaron por abajo. Las tomé en mis manos, comprobando que era capaz de cubrirlas justo lo suficiente con ellas, y empecé a sobárselas con ansia. No podía verlas, pero sentir su calor, su suavidad y su redondez era fantástico. También notaba algo duro que supuse que serían sus pezones. Noté como mi polla empezaba a echar gotitas de líquido preseminal de la excitación.


-          Sólo… el culo… –repetía Tara, como intentando darle validez a aquella afirmación a base de pronunciarla una y otra vez. Mientras le sobaba las tetas libremente con una mano, le agarré con la otra de su coleta para mirarla a la cara–. Solo… el.. mmppfffhh…


Nuestras bocas se fundieron en un tórrido y húmedo beso, con la lengua de mi hermana peleándose con la mía mientras la notaba derretirse bajo mis caricias. Yo tiraba de su pelo para pegar su cuerpo contra el mío y notar su suavidad y su calidez. Nos chupamos con avidez la cara durante un buen ratito, sin ninguna resistencia ni comentario por su parte. Por el contrario, participaba con ansia: ella me lamía sus propios flujos vaginales de la boca, antes de devolvérmelos acompañados de una generosa porción de sus babas. Poco a poco ella fue subiendo el ritmo de los balanceos de su culito contra mi nabo. Mi hermana había perdido completamente el control, y estaba tan cachonda que sólo le preocupaba satisfacer sus instintos más primitivos.


Pensé que esta vez podía salirme con la mía y forzar un poco más la situación. Interrumpí nuestro incestuoso beso para agarrarme la polla con la mano y apunté hacia abajo, guiándola entre su grieta y buscando la entrada de su coño. Cuando la tuve en posición en una zona caliente y húmeda, no me aguanté más y embestí. Pero noté un poco de resistencia dolorosa, y de repente, aire; en mi inexperiencia, no había apuntado bien y mi miembro había resbalado hacia abajo, asomando entre sus piernas desnudas.


Tara resopló con frustración e impaciencia. Se separó de mí, inclinándose con lentitud para que pudiera admirar sus increíbles glúteos y elevó su coño más aún en el aire, facilitándome el acceso. Se llevó una mano a la entrepierna y vi como separaba con sus dedos los labios interiores de la vagina, estirándoles bien sobre los mayores y asegurándose de que la entrada estaba bien abierta. Aquella erótica estampa me servía como una diana inconfundible. Agarré de nuevo mi rabo y esta vez, atendiendo a su lasciva indicación, apoyé mi glande descubierto sobre aquella entrada mojada y ardiente. Sentí como sus benditos y aterciopelados pliegues empezaban a envolver lenta pero firmemente la cabeza de mi pene.


Las venas me pulsaban de lo duro que estaba, y la cabeza me daba vueltas. Tuve que hacer una pausa para coger aliento ante aquella visión, porque sentía que podía correrme en cualquier momento. Mi polla estaba en la entrada del coño de Tara, y yo estaba a punto de follarme a mi hermana mayor. La pobre estaba tan cachonda que se hubiera dejado hacer cualquier cosa a esas alturas. Agarré bien su culo y flexioné mi pelvis, listo para embestirla y consumar aquel depravado acto…


-          ¡¡¡AAAAAHHHHH!!!


Casi me caigo de espaldas ante aquel grito de mi hermana y el brusco respingo que había pegado, separando nuestros cuerpos violentamente. La vi con una expresión de pánico total cómo se agachaba tras la piedra del pozo y forcejeaba frenéticamente por bajarse el sujetador y subirse las bragas y los shorts.


No tenía ni idea de lo que había afectado a mi hermana de esa forma, pero me apresuré seguirle la corriente, separándome de ella e intentando subirme los pantalones y los calzoncillos. De pronto, vi cómo un pastor alemán con la lengua fuera que había salido de la nada se nos acercaba y le pegaba un par de lametones cariñosos al culo aún desnudo de mi hermana, acuclillada, hecha un lío con su ropa, y poco menos que al borde de la histeria.


Menudo cabrón. El puto bicho tenía buen gusto, desde luego.


Comprendí inmediatamente que la presencia allí de un perro significaba que su dueño no debía andar lejos y eso era suficiente para que la erección se me bajara de golpe y empezara a preocuparme con un sudor frío si alguien del pueblo había espiado lo que estábamos haciendo.


Mientras el perrete meneaba la cola a nuestro alrededor, vi cómo un hombre surgía del sendero por el lado contrario al que habíamos venido. Debía haberse internado por allí antes de que llegáramos y ahora volvía. Eché una ojeada rápida: mi hermana ya se había recompuesto… más o menos. Tenía la cara roja y sudorosa y los shorts estaban algo ladeados, exponiendo un poco de su apetecible cadera derecha, pero nada demasiado incriminador.


-          Buen día, ¿ah? –nos saludó el hombre con naturalidad y silbó al perro para que le siguiera por el camino.


Nosotros nos quedamos allí jadeantes y mirando cómo desaparecía. Cuando lo perdimos de vista, mi hermana se giró más roja que nunca, casi incapaz de mirarme a la cara.


-          Podía haber sido peor, ¿no? – le dije–. Podía haber sido un gato…


Tara les tenía pánico a los gatos. Pero no le hizo gracia aquello, y únicamente me dijo:


-          Va a ser mejor que nos volvamos.


Maldije durante todo el camino a casa y las horas posteriores a aquel maldito dominguero y su perro. Si no fuera por ellos, ¡me habría acabado follando a mi hermana! Había estado cerquísima. Me daban completamente igual a esas alturas cualquier tipo de recatos morales, sólo quería sentir su piel suave y caliente contra la mía y poseerla con la lujuria y violencia que me daban mis años de frustración adolescente. Quería desquitarme con ella a gusto, y sentí que la oportunidad se me había desvanecido entre los dedos.


Mientras yo le daba vueltas a aquello, Tara no dijo nada en todo el trayecto de regreso y en cuanto llegó se encerró en su habitación; se negó a cenar con nosotros aduciendo dolor de tripa y ya no la vi más. Me pregunté qué querría decir aquel cambio de actitud en ella, pero no mucho. Me hice otro necesitado pajote a su salud y a nuestro erótico momento en el pozo, y cuando terminé me puse a pensar en ella otra vez y necesité hacerme otro más para calmarme. En mi ansia por hacer la masturbación más placentera sacudí probablemente la cama más de lo necesario. Completamente ciego por la lujuria, sólo cuando terminé de correrme me percaté de que la puerta de mi cuarto estaba entreabierta. No la había oído abrirse.


No vi nada, pero escuché alguien moviéndose tras el umbral y me quedé petrificado al darme cuenta que no había mantenido la alerta necesaria para interrumpir la paja si se acercaba alguien a mi cuarto. Alguien me había estado espiando. Por la forma de pisar y el intervalo entre el movimiento y el cierre de otra puerta en el pasillo, sabía que no era Tara, y era demasiado ligera al moverse como para ser mi padre o mi madre.


¿Sería Anita? Aquella invasión de mi privacidad me molestaba un poco. Pero lo cierto era que yo había sido bastante guarro mirando a mis dos hermanas descaradamente, y Anita lo sabía de sobra, así que, de alguna retorcida forma, si quería espiarme quizás yo no tenía mucho derecho a quejarme.


No sabía exactamente cómo actuar ante Tara el día siguiente. Habíamos ido un paso más lejos que cuando lo de los probadores en el centro comercial, definitivamente; pero la interrupción tan brusca había dejado las cosas en el aire. Sabía ahora que mi hermana era una persona mucho más sexual de lo que dejaba ver y que era cuestión de tiempo que, si manteníamos este jugueteo que traíamos entre manos, me la acabaría follando incluso aunque ella no lo hubiera previsto. La sola idea hacía que me empalmara y se me acelerara el pulso.


Pero decidí no darle demasiada importancia y mantener la calma. Estuve el día siguiente distraído jugando a videojuegos y viendo la tele, intentando pasar del tema y mantener el flirteo con mi hermana exclusivamente a la hora de salir a correr. Pero tampoco me dio mucha oportunidad, porque estuvo casi todo el día en su cuarto con la puerta cerrada.


Cuando llegó el día de volver a salir a correr, Tara entró en mi cuarto un poco antes de la hora y cerró la puerta. Yo ya estaba vestido de chándal, pero ella no llevaba el modelito deportivo del otro día. De hecho, no parecía haberse vestido para hacer ejercicio en absoluto; llevaba una camiseta con purpurina y unos tejanos al sentarse en mi cama.


-          Tenemos que hablar de lo que pasó ayer –dijo muy seria.


Este numerito empezaba a sonarme de la última vez. Mi hermana mayor se desmelenaba conmigo porque se ponía cachonda y luego se sentía culpable porque lo que hacíamos estaba mal. Esta vez no dije nada, simplemente la miré expectante.


-          Estuvo mal que pasara eso –dirigió la mirada incómoda a alguna esquina de mi habitación, todo con tal de no enfrentarme–. No debería haber dejado que las cosas fueran tan lejos.


-          A mí me pareció que te lo pasabas bastante bien –le repliqué, más hiriente de lo que pretendía.


-          Soy tu hermana mayor y soy responsable de lo que hacemos –me dijo, ruborizándose–. Es mi culpa por haberte… bueno, ilusionado…


-          Calentado, querrás decir –me fascinaba como era capaz de evadir todo lenguaje sexual en su discurso, como si quisiera desinfectarlo.


-          Calentado… –dijo, haciendo una mueca como de asco culpable– con lo de mi culo al salir a correr. Jamás pensé que llegaría a pasar nada como lo de ayer.


-          Bueno, pero algo sí te lo verías venir, ¿no? –dije intentando darle una palmada en el antebrazo para aliviar la tensión, pero me rehuyó el contacto–. El numerito del centro comercial fuiste casi todo tú…


-          Eso… también fue un error, te lo dije –dijo enterrando la cara en las manos y sacudiéndola lentamente–. Mira, no, no puedo seguir con esto. Está visto que cualquier límite que intente poner ahora no te lo vas a tomar en serio, así que creo que lo mejor es cortarlo de raíz. No creo que debamos seguir saliendo a correr juntos.


Fruncí el ceño. Y poco después, me invadió el pánico. ¿Qué? ¿Ahora, que estaba tan cerca de poseerla?


Ah, claro. Ahora, precisamente porque estaba tan cerca.


-          Me parece injusto, Tara. Sólo porque te dejaste llevar un poco no me puedes prohibir salir a correr contigo.


-          No te prohíbo salir a correr, simplemente… yo ya no saldré. No los días que salgas tú. Es… peligroso.


-          Tienes miedo, quieres decir. De que no puedas controlarte y…


-          ¡Casi nos pillan! –me espetó intentando bajar la voz para que no nos oyera el resto de la familia–. No me puedo arriesgar a eso.


Entorné los ojos y solté un bufido.


-          Pero yo creo que esa idea te pone un poco. El morbo de que aparezca alguien… ¡como ese perrete! ¿Anda que no va el tío y te pega un lametón ahí? Ya quisiera yo… –dije intentando agarrarle el culo con una mano. Me pegó un manotazo antes de que pudiera tocarle.


Claramente, mi hermana mayor no estaba de humor hoy.


-          Mira, un calentón es un calentón, pero ahora es ahora y he estado pensando mucho en esto. No estoy dispuesta a verme en esa situación otra vez. Y no voy a dejar que esto se me vaya de las manos –dijo gesticulando frenéticamente con clara irritación–. Ha ido demasiado lejos, y yo lo corto aquí.


-          Venga, Tarada, no te pongas así –le rocé la rodilla con mi pierna con ternura, y ese contacto sí me lo permitió–. Si tienes miedo de que nos vean no tenemos que ir allí al pozo. Podemos… –eché una mirada a la puerta. Estaba cerrada, pero no tenía pestillo. Me incliné hacia ella para susurrarle–. Podemos hacer cositas aquí, mientras no nos vea nadie. No puedes ignorar lo que ha pasado y ya está…


-          ¿Tú estás loco? Si casi nos pillan en un trecho de campo del pueblo, ¿qué te crees que va a pasar en nuestra propia casa, pedazo de mongolo? No, todo esto es una locura y se acabó. Ya está. Yo sí que puedo ignorarlo y tú vas a hacer lo mismo –se puso de pie y puso una mano en el pomo de la puerta–. Más te vale.


Y salió de mi cuarto sin mirarme a la cara.


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