domingo, 11 de junio de 2023

Corriendo(me) con mi hermana 3

 Me gustaría decir que me pasé la semana siguiente entera desesperado con que llegara el fin de semana siguiente. Y aunque en parte fue así, la otra parte la dediqué bastante a aprovechar la pequeña libertad de movimientos que suponía tener un miembro menos de la familia en casa… para hacer más cosas con Anita. Apenas teníamos un par de días antes de volver a clase, y había que aprovechar bien del tiempo libre antes de que se impusiera la complicada rutina.


-          ¿Estás… segura? –le pregunté, apretándola contra mí mientras agarraba el mando de la Play pasando los brazos por delante de ella.


-          Claro… tú me estás enseñando a jugar y eso es lo que vamos a decirles a papá y mamá si entran en el salón.


Mientras iniciaba una partida nueva en el GTA III y se reproducía la cinemática, mi hermanita aprovechó que estaba sentada sobre mi entrepierna para empezar a restregarse.


Yo ya estaba empalmado desde que me contó lo que quería hacer, así que seguro que estaba disfrutando el inmenso bulto contra el que se rozaba. Lo comprobé cuando la escuché incrementar el ritmo de su respiración. Ella llevaba una falda lo bastante larga como para tapar lo que estábamos haciendo, pero yo aún me había dejado el pantalón del pijama.


Normalmente odio andar en pijama por casa si es de día, pero nos convenía a los dos porque tenía una bragueta de un botón lo bastante apañada para lo que queríamos hacer. Mejor usar una de tela, que una de cremallera para mi sensible miembro.


Con una mano, me la abrí y mi empinado cipote salió a la libertad, para ir a colocarse al abrigo de las nalgas de mi hermanita. A decir verdad, gran parte de su envergadura se apoyaba en su zona lumbar, mientras que era sólo una parte de la base del mástil y mis huevos los que contactaban con su culo. Ella se dio cuenta y se reposicionó: se levantó lo suficiente para bajarse las bragas y estirarse hacia delante, aparentemente embelesada por lo que ocurría en pantalla. Ahora sí, mi polla estaba acurrucada justo en la raja de su culo. Ella empezó un movimiento de vaivén y gruñí de placer. Aferré el mando mientras lo apoyaba contra sus muslos, deseando mucho más. Ella metió una mano por debajo de su falda y empezó a hacer movimientos en su pubis: supuse que estaba estimulando su clítoris mientras se frotaba conmigo.


Apoyé mi cara en su espalda y empecé a darle besitos en la espalda sobre la ropa, por donde llegaba. Mientras oía como Claude escapaba de un furgón blindado de prisioneros, sentí la tentación de subir una mano por debajo de su camiseta, pero me contuve al oír pasos. Se abrió la puerta.


-          ¿No tenéis otra cosa que hacer que estar aquí enclaustrados todo el día, con los videojuegos? –nos reprendió mi madre–. Tú, que comemos en una hora, ya te puedes ir poniendo ropa que estar en pijama es de vagos e inútiles. ¿Es que quieres acabar como tu tía Manoli?


-          Mamá, déjanos –me quejé, intentando que no se me notara lo cachondo que estaba y lo frustrante que era que nos interrumpieran–. ¿No ves que le estoy enseñando a Anita cómo se juega?


-          Hartita me tenéis. Y tú, ¿qué haces ahí sentada encima de tu hermano, cuando tienes libre el sofá entero?


Anita había frenado el balanceo sobre mi polla, pero me percaté de que no había sacado su otra mano debajo de la falda y seguía tocándose. Aquella interrupción, aunque nos metía un poco de miedo a que nos pillaran, contribuía muchísimo a la emoción de lo prohibido, recordándonos lo mal que nos estábamos portando. Poco a poco, me daba cuenta de lo mucho que disfrutaba mi pequeña hermana con este tipo de situaciones morbosas.


-          Mamá… así veo cómo mueve los dedos. Me ayuda a practicar los combos –respondió mi hermana.


Bendita ignorancia. El GTA III no tenía combos, pero mi madre jamás se hubiera interesado por eso como para pillarle la mentira.


-          Como… ¿la memoria muscular? –preguntó mi madre, confundida.


-          ¿El qué?


Mi hermana, aparentemente más interesada en la pantalla que en la conversación con mi madre, fue pulsando controles al azar del mando que yo le sostenía y se inclinó más hacia delante, provocando una deliciosa fricción de su culo desnudo sobre mi miembro.


-          Sí, sí –gruñí de placer, respondiendo tanto a mi madre como alentando la audacia de mi hermana–. Exactamente así…


-          Está bien, pero en una hora los dos vestidos para comer. Y luego se acabó el zanganear, que empezáis clases en dos días. ¡He dicho! –y cerró la puerta bruscamente al salir.


Anita aguardó unos segundos mirando en dirección a la puerta, tratando de comprobar si había alguna posibilidad de que mi madre volviera con más quejas inútiles sobre sus hijos. Cuando decidió que no, se incorporó lo bastante como para agarrar mi polla y la apoyó en la entrada de su conejito. Por lo que sentía en mi glande, me di cuenta de que estaba bastante mojada.


-          Cuando el gato no está… follan los ratones… –dijo, empalándose en mi barra de carne.


-          Tú no eres ninguna ratona… –le dije, rindiéndome y soltando el mando a un lado. Metí las manos por debajo de su camiseta hasta agarrar sus tetazas y empecé a sobárselas abiertamente–. ¡Tú eres una vaca! 


Anita emitió un gemido ahogado por única respuesta mientras empezaba a botar su magnífico culo sobre mi miembro. Deslizaba su caliente agujero a lo largo del mástil mientras ascendía, y se la volvía a clavar de golpe chorreando jugos que encharcaban mi vello púbico y mis muslos al juntar nuestras carnes.


Mis manos intentaban abarcar aquellas inmensas mamas desde detrás, pero fracasaban miserablemente. Me notaba enfermo: a cada momento recordaba que era un perturbado por querer follarme a mis hermanas, y entonces la culpa se transformaba en excitación al darme cuenta de que ellas estaban tan jodidamente salidas que querían follarme a mí también. Anita demostraba una urgencia en sus movimientos, una desesperación cada vez que copulábamos, que era todo un espectáculo.


Me acordé que cuando a mi hermanita le preguntaban qué quería ser de mayor, cada vez respondía una cosa distinta; pero viéndola allí, cabalgándome con la agresividad de una amazona, me resultaba imposible pensar que estaba construida para cualquier otra cosa que no fuera el sexo. Una stripper profesional, una escort de lujo. O una actriz porno, de las que se ve que disfrutan con el polvo y se olvidan de que hay una cámara allí con ellas. Anita bordaría cualquiera de esos trabajos.


Al controlar ella el ritmo, estaba disfrutando de lo lindo y no tardó en empezar a correrse entre sacudidas y temblores. Noté que sus gemidos subían de intensidad y corrí a taparle la boca con una mano, algo asustado de que mis padres la escucharan. Mientras con la otra mano yo intentaba subir el volumen de la tele para camuflar los sonidos, ella me lamía la mano con la que intentaba amordazarla, como si fuera otro juguete sexual para ella del que disfrutar.


Finalmente, se derrumbó hacia atrás sobre mí, con mi erección aún dentro de ella.


-          Con este van dos –me dijo bajito, casi sin voz–. Todavía me falta correrme otra vez más para estar igualados.


Tenía razón. En general, yo había obtenido más recompensa de nuestros tórridos encuentros que ella, y me lo estaba recordando. Por respuesta, volví a meterle mano bajo la ropa y le pellizqué los pezones. Ella emitió un quejido, aunque sonó más bien a otra cosa.


-          Serás… calientacoños…


-          Te lo caliento, pero bien que te has corrido –le espeté.


-          Mhmm… pues sí… –dijo volviendo a undular las caderas sobre mi entrepierna, disfrutando ahora con mayor lentitud de todo mi grosor–. A ti aún te queda, ¿no? ¿Aguantas más?


Me mordí el labio, consciente de las sensaciones, y asentí.


-          Pero deja que me ponga el condón. Esta vez quiero terminar dentro.


Vi cómo mi hermana se estremecía al pensarlo, dando su aprobación. Me saqué el preservativo del bolsillo, pero ella insistió en ponérmelo.


-          Lo hago yo, que tú eres muy torpe, Rami. Deja que haga algo por mi hermano mayor…


Anita procedió a romper el paquete y desenrollar expertamente la goma sobre mi pene en una sola maniobra fluida, y se apresuró a ensartarse de nuevo dándome la espalda, reanudando sus movimientos balanceantes. Ni siquiera tuve tiempo de preguntarme cómo tenía tanta práctica.


Lo único malo de esta postura era que no podía verle la cara, y con la falda tapándonos los genitales tampoco podía ver lo que estábamos haciendo, pero sentir cómo me envolvía su coño y sus tetas suaves aplastadas contra mis manos era suficiente. Incluso pese al látex, que empañaba mis sensaciones bastante más que las veces anteriores, era demasiado agradable.


Me dejé llevar por su ritmo casual, y la sujeté de las caderas para ayudar sus acometidas, acompañándola con mis gruñidos de placer. De vez en cuando, le levantaba la falda para observar cómo sus preciosas nalgas engullían mi herramienta y la liberaban instantes después, disfrutando de sus gemidos ocasionales.


-          ¿Qué fue eso ayer con Tara? –me preguntó, manteniendo un ritmo de penetración suave y agradable–. Cómo se te restregó la muy cerda, ¿no?


-          Ah… supongo… –dije, intentando concentrarme en el placer más que en la conversación.


-          A ti te encanta su culo, ¿verdad? –continuó–. Ya he perdido la cuenta de las veces que te he visto espiándola.


-          Y… mmh… ¡oh! ¿Nunca… te molestó eso…?


-          Nah… creo que me pone cachonda que mi hermano sea un pervertido –me contestó con descaro.


-          Mira quién habla –dije, volviendo a sobarle las tetas y haciéndolas subir y caer con el ritmo de sus enculadas.


-          Touché…


Continuó cabalgando mi miembro suavemente, casi con ternura en comparación con el ansia frenética de antes. El pobre Claude seguía en pantalla parado como un pasmarote, ignorando las direcciones de la primera misión del juego mientras los sonidos de la ciudad iban cambiando a su alrededor.


Pensé que disfrutaría del silencioso contoneo de Anita un rato más hasta que de pronto no pudiera aguantar más y yo tomara el control, pero mi hermana seguía con ganas de hablar.


-          ¿Alguna vez has pensado en follártela?


-          ¿Eh? Mmff… ¿A quién? –dije, bajando una mano para acariciarle ahora yo el clítoris.


-          No te hagas el tonto, Rami... A Tara. A nuestra hermana mayooor…


-          Ahh… –busqué palabras para expresar con claridad lo que quería decir.


¿Debía contarle a Anita todo lo que había hecho a sus espaldas? ¿Me llevaría eso a algún lado interesante?


-          Mira, no… no te me hagas el puritano...  No me va a sorprender lo que me digas. Ummff… Ya te has follado a tu hermana pequeña… de hecho te la estás follando ahora mismo, campeón… ah…


Y para remarcar sus palabras, giró su cara de lado hasta dedicarme una adorable mirada inocente que parecía decirme “pobre de mí, sometida por el guarro de mi hermano”.


-          Se podría decir que eres tú quien me está follando a mí –gruñí, sin dejar de mirar cómo me cabalgaba.


De repente, el coño de Anita se notaba más estrecho que antes.


-          Contesta a la pregunta... ¿Quieres follarte a Tara?


-          Unff… No quiero ponerte celosa…


-          Tranqui… A mí también me pone cachonda la idea… –y justo entonces, un escalofrío le recorrió el espinazo y se inclinó más hacia delante, tocando con su manita donde mi verga se enterraba en su chochito–. Hala, tío... Pensé que era imposible con el condón, pero la tienes más dura que nunca… Ufff… ¿Estás pensando en follártela ahora, verdad?


Tenía razón. Todo aquel interrogatorio de mi hermanita sobre mis fantasías incestuosas, y su admisión de que le excitaría que me tirara a nuestra hermana mayor, me estaban despertando al animal que llevaba dentro. La agarré de las nalgas hasta incorporarla mientras me levantaba, sin desenfundar mi miembro de su vagina en ningún momento. Ella, un poco perdida respecto a puntos de apoyo, se inclinó hacia delante y puso las manos sobre la mesita de cristal. Aquella mesa parecía seguramente más robusta de lo que era en realidad, y seguramente el peso de dos seres humanos era algo que no podría aguantar.


-          Rami… así no, que la vamos a romper… ¡y si entra mamá… qué hacemos!


La agarré del pelo brutalmente y la giré unos cuarenta y cinco grados hasta que apoyó las rodillas en los asientos del sofá. Cayó hacia delante, las manos aferrando un reposabrazos y la cara vuelta hacia un lado mientras yo la castigaba a embestidas, gruñendo como un animal salvaje. Tenía la falda arremangada hasta la cintura y veía las nalgas de mi hermana rebotar contra mis huevos.  El sofá daba tirones con cada enculada, arrastrándose por el suelo.


Dios, ¡vaya coñito delicioso tenía mi hermanita!


Ella empezó a acompañar mis gruñidos con jadeos mientras yo me dejaba llevar y soltaba todo el torrente acumulado en un puñado de violentas embestidas, clavándole los dedos en el culo hasta que se me quedaron blancos los nudillos. Ella aceptó aquel ataque sin rechistar, mordiéndose la mano para no chillar. Cuando terminé, resoplando, me di cuenta de que le había dejado la marca roja de mis manos en sus glúteos de lo bruto que había sido, y los acaricié con cariño mientras deslizaba mi pene fuera de su chochito.


Me arranqué aquel envoltorio pringoso de un tirón y me tapé con un cojín la entrepierna, porque aún no estaba lo bastante flácida como para meterla por la bragueta. Mi hermana se incorporó de rodillas, las piernas temblando y un reguero de líquido corriéndole por el muslo que no podía ser otra cosa que sus flujos vaginales tras haber tenido un nuevo orgasmo.


Oímos pasos que se acercaban y la puerta se abrió, asomando la cabeza de mi padre.


-          Pero a ver, ¿qué es todo este jaleo? ¿No sabéis que estoy trabajando?


-          Perdona, papá –respondí conteniendo el resuello, sabiendo que Anita era incapaz de hacerlo–. Estamos jugando y nos hemos emocionado un poco.


-          Venga, jugad con el volumen bajito o me voy a enfadar.


La verdad es que yo también me estaba hartando un poquito de no poder follar en casa a gusto sin alguien entrando a dar por saco cada dos por tres. Cuando mi padre desapareció, mi hermana me miró aún con la cara de susto que se le había quedado. “Se te ha ido la olla” me dijo moviendo los labios, y luego me sonrió, abrazándome muy fuerte.


-          Jamás me había corrido así, Rami. Mira, creo que he empapado el sofá…


-          Nada, le cambiamos la funda… así mamá piensa que hemos hecho algo útil.


 

A la tarde, después de comer, conseguí encontrar otro rato a solas con Anita. Fundamentalmente para hablar, porque incluso a mí me parecía arriesgado repetir otro polvo como el de antes. Pero no había previsto que ella me dijera guarradas relacionadas con Tara cuando folláramos, y lo cierto es que aquello había despertado algo en mi interior. Hasta ahora, había dado por hecho que mis encuentros con cada hermana iban a ser algo separado. Pero… bueno, en fin, Tara ya sabía que había algo entre Anita y yo. De hecho, fue esa envidia la que consiguió atravesar sus inhibiciones y la que me llevó a escalar nuestras cochinadas. Seguramente, gracias a eso iba a follármela aquel sábado.


Y ahora, Anita, que no tenía ninguna vergüenza, me había admitido que le excitaba imaginarse a mí y a Tara corrompiéndonos de forma similar. ¿Podría explotar aquella rivalidad entre hermanas para mi beneficio?


-          Así que, ¿te gusta imaginarte a mí haciéndolo con Tara? –le dije, yendo al grano.


-          Sí. Uff, sí. La verdad es que ya me he masturbado alguna vez pensando en eso, cuando te veía espiarla –me dijo, enrojeciendo de repente, y de pronto bajó la voz–.  Incluso antes de que te corrieras en mis tetas…


-          ¿Por qué? Es que… no es que me moleste, solo estoy flipando. Con todo lo que hemos hecho, y aún me sorprende lo guarra que eres.


Mi hermana miró al suelo, de repente asediada por cierta vergüenza. Era increíble, cuando se trataba de toquetearnos el uno al otro no tenía ningún tapujo, pero ahora que hablábamos de meras fantasías (al menos, para ella), se hacía la tímida.


-          No es el hecho de que folléis en sí. Claro que me pone. Me pone que tú y yo estemos tan salidos que nos de igual el incesto, y me pone el hecho de que te folles a nuestra otra hermana… –hizo una pausa, buscando las palabras o haciendo acopio de valor–, pero creo que la clave está en verla a ella sucumbir ante ti. Me… pone que castigues a Doña Perfecta, que la rompas y la domines como haces conmigo –estaba tan roja que tuvo que abanicarse con la mano para que le diera el aire–. Quiero que la dejes hecha un trapo, que te vengues por cómo nos ha chinchado todos estos años –Anita me clavó los ojos, muy seria–. Quiero que Tara sufra.


-          Pero… ¿cómo que sufra? ¿Quieres que… la viole? No sé…


-          No, que sufra de placer. Que por una vez tú controles la situación, y no ella. Tú decides cómo y cuándo follártela, y cuándo se corre. Tú la dominas…


No terminó la frase. Pero súbitamente, al comprender su razonamiento, yo lo hice por ella.


-          … y de esa forma, tú la dominas a ella a través de mí.


Anita, colorada como un tomate, asintió. Yo no es que fuera terriblemente empático, pero conocía a mis hermanas. Mi hermanita pequeña había sufrido unas humillaciones y unos desprecios por parte de Tara similares a los míos, y tenía esa necesidad interna de desquitarse con ella… como yo.


Empecé a ponerme tan cachondo que sentí que me faltaba la sangre al cerebro. ¿Cómo funcionaba eso? ¿Anita de verdad se ponía cachonda pensando en Tara y yo? Advertía algo profundamente freudiano en aquella fantasía que ni siquiera podía analizar del todo. Claro que, en nuestro caso, ¿qué más daba? Ya estábamos mucho más allá de cualquier etiqueta de depravación.


No podía parar de darle vueltas. Anita fantaseaba con sus dos hermanos juntos. ¿Lo haría también Tara conmigo y Anita? ¿Qué quería decir todo aquello? Para mí, follarme a cada una de mis hermanas por separado me parecía algo tan maravilloso que ni siquiera había pensado en la posibilidad de que aquello pudiera dar pie a… más. Empezó a temblarme el cuerpo de la emoción y, sin poder reprimirme, empecé a estrujarme la churra.


-          Bueno, ¿y por qué te ha dado por hablar de eso? ¿Crees que acaso hay alguna oportunidad de que Tara y yo lleguemos a eso?


-          No soy tonta, Rami. Igual que ella te gusta a ti, tú le gustas a ella. Se ve que disfruta calentándote, y de ahí a algo más… bueno, no os queda mucho. Míranos a ti y a mí… Si conseguimos que ella se baje de su pedestal y se deje llevar… o que se entere de la polla tan grande que tienes –dijo empezando a frotarse por encima de las braguitas–, seguro que lo consigues. Y yo quiero estar ahí para verlo.


Mi hermana sonrió con malicia, deleitándose en aquella fantasía. Solo que, en realidad, no lo era… aunque ella no lo supiera aún.


Decidí que había llegado el momento de sincerarme con Anita. Le conté todo lo que había hecho con Tara, cómo había empezado aquel verano y cuál era realmente el origen de mis obsesiones con ellas dos que tan feliz resultado habían obtenido. Ella lo escuchó atenta, embelesada incluso en ocasiones, pero en absoluto sorprendida. Siguió tocándose mientras se lo contaba por debajo de la ropa interior. Pese a que estaba tentado de intervenir y ayudarla a terminar, no creo que pudiera haber terminado de contarle toda la historia si lo hubiera hecho, así que me mantuve a una prudente distancia pensando que la recompensa sería mayor de esa forma.


Estoy seguro de que ella se corrió en un par de ocasiones: cuando le relaté el último incidente en el pozo donde casi llegué a penetrarla, y luego otra vez cuando le conté cómo me la había chupado en la cocina poco después que folláramos, consiguiendo que casi nos pillen nuestros padres.


-          Así que… ¡¿te la chupó después de que me hubieras follado… y te hubieras corrido en mi boca?! –dijo chillando de placer las últimas palabras mientras se derrumbaba sobre su cama, y se tapó con su almohada para camuflar sus gritos–. ¡Menuda pedazo de cerda!


Me pareció extraño que fueran precisamente esos elementos de la historia en los que se hubiera fijado para alcanzar su clímax, pero preferí dejarlo correr. Con todo lo que había hecho con ellas, yo no era quién para juzgar a nadie.


Anita se incorporó, las piernas temblándole tras aquel orgasmo. El pelo revuelto y la sangre arrebolada en la cara, me miró con admiración.


-          Estás hecho todo un semental, hermanito. ¿De verdad te la vas a tirar este finde?


-          ¿Moja el agua? –respondí, irónico.


Ella se levantó y caminó hasta mí lenta, seductoramente. Se había quitado las bragas antes para masturbarse a gusto.


-          No sé, pero yo sí que estoy mojada… mira –dijo, agarrándome una mano y plantándomela en su conejito.


Sus jugos vaginales se habían desbordado y se le derramaban por el interior de las piernas. Probé a meter tres o cuatro dedos y la encontré muy dilatada, caliente y receptiva para aceptar mi polla… si era eso lo que me apetecía hacer con ella.


-          Quiero estar allí para ver cómo te la follas –anunció mi hermana.


No era una petición sino más bien una orden. ¿Quién era yo para negarme?


Juntos, comenzamos a elucubrar las primeras fases de un plan para conseguir evolucionar aquellos incidentes sexuales entre nosotros a algo mucho más ambicioso.


 

Durante lo que restaba de semana, Anita y yo no tuvimos muchas más oportunidades de estar juntos. Lo de hacerlo delante de las narices de nuestros padres se estaba volviendo arriesgado, y además ella había empezado con la regla poco después de nuestra conversación sobre Tara. Para colmo, empezaron las clases y yo apenas soportaba aquel muermo, distraído y cachondo con fantasías de mis hermanas.


Yo pedí el teléfono del piso donde se alojaba mi hermana mayor, dejando caer a mis padres que le haría una visita aquel finde si me recogía tarde al salir a la ciudad. Cuando su compañera Carlota le pasó el teléfono fijo, me fijé en que Tara sonaba nerviosa y no hizo ninguna mención directa a lo que habíamos hecho ni lo que íbamos a hacer. Supongo que estaba cohibida si su compañera estaba en la misma habitación. Me dijo que me pasara el sábado a las once de la mañana, puesto que entonces ya habría vuelto de correr. Su compañera de piso había quedado algo antes con su novio y pasaría el finde entero fuera en un viaje. De esa forma, ella y yo tendríamos el día entero para nosotros, y tal vez parte del siguiente.


Mi corazón palpitaba con fuerza al pensar en lo que eso significaba. Imágenes de mi hermana mayor y yo enzarzados en diversas posturas sexuales imposibles, los dos desnudos y sudorosos, me cruzaron a toda velocidad la cabeza y no pude evitar empalmarme.


-          Tengo muchas ganas de verte… –me dijo ella en voz baja, sugerente.


En mi caso, más que “ganas” lo que tenía era una impaciencia animal por destrozarla entera. Pero no había manera, aún tenía que esperar.


El resto de días fueron un infierno, con mis ganas a flor de piel y sin ninguna salida física otra que pajearme. Sin embargo, me descubrí que prefería guardarme mis orgasmos sólo para mis hermanas.


Lo que Anita y yo planeábamos el sábado no era en exceso complicado; de hecho, se parecía más bien a una improvisación que a algo realmente atado en firme. En cualquier caso, me parecía excitante.


-          Mira lo que tengo –me dijo mi hermana pequeña sosteniendo un bote de orina vacío–. Nos vendrá bien este finde.


Había entrado en mi cuarto. Llevaba un top naranja y unos pantaloncitos cortos de colorines. Solté los auriculares y pausé el Tomb Raider en el ordenador.


-          ¿Dónde lo has conseguido? –dije, un poco extrañado.


-          Mamá me ha llevado al médico –dijo acercándose mientras meneaba las caderas y su fantástica delantera, hasta agacharse para susurrarme al oído–: Cuando termine con la regla, ya no hace falta que le pongamos seguro a tu arma, vaquero.


Fruncí el ceño, demasiado cachondo de repente como para comprender del todo lo que acababa de decirme.


-          ¿Para qué has ido al médico?


-          Serás tonto… Le he dicho a mamá que quería empezar con la píldora.


Su cara estaba a centímetros de la mía mirándome con aquellos diabólicos ojos verdes y una sonrisa de suficiencia.


-          ¿Por qué? –dije, intuyendo lo que iba a responder, pero queriendo escucharlo de su boca.


-          Porque cuando me la metes sin condón me gusta más… –dijo susurrando–. Y me apetece que mi hermano mayor que llene de leche el coñito. Vamos a empezar este finde…


Gruñí de placer como respuesta. No pude resistir agarrarla del culo hasta montarla a horcajadas contra mí para que notara mi paquete. Nuestros padres no estaban en aquella planta, y no podíamos hacer más, pero necesitaba dejarle claro que apreciaba aquel gesto.


-          ¿Y mamá que te ha dicho?


-          Se ha puesto muy roja y me ha dicho que tenga mucho cuidado… bla, bla, bla. No estaba preparada para admitir que su hija pequeñita se está haciendo mayor.


-          Creo que papá se lo hubiera tomado peor –dije, metiendo una mano por dentro de su camiseta y su sujetador.


-          Ya lo sé… –dijo, y se acercó para darme un pico.


No lo había previsto, pero aquel acto acabó evolucionando en un morreo sensual, y empecé a toquetearla por debajo de la ropa, ansiando contacto con aquella carne núbil y plenamente desarrollada.


-          La verdad es que… ya sé que no podemos todavía, pero sigo estando cachonda –me dijo sonrojándose–. No puedo parar de pensar en este finde…


-          Paciencia, Anita –le dije, estrujando sus nalgas desnudas con ambas manos mientras ella gemía bajito–. Mantén la calma, y creo que nos lo podemos pasar muy bien…


 

Finalmente, llegó el sábado. Anita y yo cogimos el bus a la ciudad temprano por la mañana. Le dijimos a nuestros padres que habíamos quedado con amigos y que estaríamos todo el día fuera. Tara me había dicho que me pasara a las once, pero decidimos ir a las nueve. Sabíamos que ella salía a correr por las mañanas ahora y tardaba más o menos una hora u hora y media en volver, así que decidimos apostarnos fuera de su edificio para asegurarnos de que estaba fuera.


Su piso estaba en una de las avenidas con más tráfico, y no nos fue difícil montar guardia desde un banco al otro lado de la calle. Los dos estábamos muy nerviosos con lo que iba a pasar en las próximas horas, aunque creo que yo el que más. Después de unos diez o veinte minutos, vimos cómo salía con su atuendo para correr y el pelo recogido en una coleta. Desde que los había adquirido en el centro comercial, seguía usando aquellos fantásticos pantaloncitos cortos para correr que dejaban a la vista sus largas y tonificadas piernas. Al poco de identificarla, vi cómo se alejaba calle arriba, una visión de tentación inminente.


-          Qué guapa está… –no pude evitar decir en voz alta.


Anita sonrió con picardía y me plantó la mano en el paquete sin ningún pudor, aunque estábamos en público, y empezó a frotar mi erección con suavidad.


-          Estás coladito por tu hermana mayor, ¿eh? –me dio un ligero apretón que me supo deliciosamente–. A ver si me voy a poner celosa, Rami.


-          No, no –me apresuré a jadear con la excitación, pero sabía que era mentira y mi hermana había dado en el clavo–. Es solo que está muy buena y no me creo que vaya a pasar esto…


Estaba perdido en mis fantasías y las caricias de Anita en mi entrepierna me sabían cada vez mejor. Pero de pronto unos chasquidos de desaprobación y una exclamación de disgusto nos llamó la atención.


-          ¡Juventud marrana! –gritó una señora de unos mil años, negando con la cabeza incrédula y señalándonos con el dedo–. ¡Esas guarrerías no se hacen en la calle, por el amor de Dios! ¡Chiquilla, pero qué diría tu madre si te viera!


Se lo tomaría mucho peor de lo que pensaba esa vieja, eso desde luego. No pude evitar gemir de placer ante aquel comentario, recordándonos lo mal que nos estábamos portando. Anita se mordió el labio inferior y llevó la mano a toquetearse la gargantilla que llevaba puesta en el cuello. Debía de estar pensando lo mismo.


Sin embargo, aquella fue nuestra señal para movilizarnos. No queríamos que nos ficharan por indecentes; la ciudad no era como el pueblo, pero con darle bastante tiempo igual nos acababa reconociendo alguien.


Llamé al telefonillo, confiando en que la compañera de piso de mi hermana me abriría y así fue. Tara le había avisado que yo me pasaría por allí. Lo que no esperaba cuando abrió la puerta era que Anita pasara conmigo, como fue evidente por su expresión de sorpresa. No obstante, cuando la presenté como la otra hermana de Tara, nos dejó pasar.


Era la primera vez que yo veía a Carlota en persona. Era pelirroja con algunas pecas y los ojos azules, y tenía un piercing en un lado de la nariz. Su complexión era larguirucha, aunque menos que Tara y no tan atlética; pero tampoco tan voluptuosa como Anita. Tenía unas tetitas algo más pequeñas que mis dos hermanas, aunque su cintura de avispa y su trasero no tenían nada que envidiarles; el hecho de que el larguísimo pelo le llegara hasta el culo le daba un aire salvaje, como si fuera una ninfa griega del amor y la naturaleza. Además, tenía una bonita sonrisa, lo bastante inocente como para que me llamara la atención y lo bastante sugerente como para encender mi lujuria con apenas arquear una ceja.


A mi hermana no le pasó desapercibida el buen repaso que le eché a aquella chica, y aprovechó cuando Carlota se giró unos segundos para darme un codazo y señalármela con la mirada mientras me llamaba “Guarro” moviendo los labios.


-          ¿Y… qué hacéis tan temprano aquí? Tara me había dicho que seguramente tú te pasarías más tarde… –dijo señalándome y girándose hacia Anita con cara interrogante–. Pero no me dijo nada sobre ti…


-          Queremos gastarle una broma –se apresuró a explicar mi hermanita–. Y queríamos asegurarnos de que no estaba para prepararlo todo.


Carlota pareció pensar en aquello algunos segundos y finalmente se encogió de hombros. Sonrió.


-          Jeje, por mí adelante. Tara es un poco estirada a veces, no le viene mal que le bajen los humos. ¿Qué vais a hacer?


Esta era la parte potencialmente peliaguda del plan, así que me aseguré de intervenir antes de que la impulsividad de mi hermanita pudiera echarlo todo a perder.


-          Sabes que sale a correr con frecuencia, ¿verdad? Y que normalmente se suele poner antes de salir crema solar…


-          Sí, es una maniática. El año pasado lo hacía incluso en invierno…


-          Bueno, pues pensamos, eh… cambiarle lo que lleva el bote de crema por… otra cosa.


Ella hizo un gesto suave de aprobación, pero faltaba el remate del chiste.


-          ¿Y qué le vais a poner?


-          ¡¡Se va a restregar un buen pegote de semen!! –intervino mi hermana excitadamente, mostrándole el bote de orina del otro día... que contenía un par de dedos de una sustancia blanquecina.


Carlota puso una expresión de absoluta sorpresa, indescifrable. Yo me tapé la cara con la mano. ¡Esto no era lo que habíamos ensayado! Pero lo cierto es que ahora que teníamos delante a la compañera de piso de mi hermana, ninguna de las alternativas sonaba particularmente graciosa. ¿Leche? ¿Pegamento superglue? ¿Qué íbamos a echarle en el bote de crema que fuera realmente divertido, sino era algo escatológico?


-          ¡Pero bueno! ¿Y de dónde habéis sacado eso? –preguntó con una sonrisa de oreja a oreja.


-          Pues… eh…


Sabía que tendría que echarle huevos y admitir que era mi corrida, porque resultaba bastante obvio… pero viéndola ahora ahí, me intimidaba un poco. Admitirle a una desconocida que me había hecho una paja en un bote para que luego mi hermana mayor se la untara por el cuerpo sin saberlo era demasiado para mí. Me entró vergüenza… pero a Anita no.


-          ¿De quién va a ser? –dijo guiñándole un ojo a Carlota y sonriendo pícaramente–. Nuestro hermano está hecho un semental, todo lo que hay aquí es suyo.


Vi como la cara de la chica se encendía casi hasta alcanzar el color de su cabello, pero la verdad es que no perdió la sonrisa en ningún momento.


-          ¿No te parece una guarrería hacer esas cosas sólo para gastarle una broma a tu hermana?


-          Qué va –se apresuró a responder Anita–. Yo creo que es bastante sexy que le salga tanta leche. Además, ¿de dónde si no íbamos a sacarlo? ¿Se lo pedimos a un tío cualquiera?


Carlota no parecía muy amedrentada por aquella situación, más bien discretamente divertida, aunque sin poder evitar cierto embarazo por lo violento que resultaba todo. Supongo que pensaba que la actitud de mi hermanita era algo inapropiada.


-          ¿Qué te parece una guarrería? –le pregunté abruptamente–. ¿El que me haga una paja, o que mi hermana se restriegue semen por el cuerpo? A ver si vas a ser tú la estirada…


-          Ninguna de esas cosas me parece mal –contestó ella con mucha dulzura–. Pero si es tu semen el que se restriega por su cuerpo, eso sí. Sois hermanos.


-          Pues por eso. Seguro que se pone a hervir de la rabia –dije maliciosamente.


Lo solté con seriedad, aunque no estaba muy seguro de si eso sería así. Quizás antes de este verano aquello hubiera sido una broma fantástica y maquiavélica, pero ahora… si todo iba bien, Tara restregándose mi semen sin saberlo me sabría a poco.


Quizás incluso llegara a pintarla yo mismo, con un lefazo fresco de la fuente.


-          ¡Nunca hubiera imaginado que Tara tuviera unos hermanitos tan crueles! Menos mal que soy hija única…


Crueles… y salidos. Subestimaba lo malos que podíamos ser, y subestimaba lo auténticamente perversa que era Tara en realidad debajo de esa fachada de buena chica.


Con todo, Carlota parecía estar tomándoselo bien. Esto me confirmaba que bastante gente disfrutaría en secreto viendo a mi hermana algo humillada después de los aires de superioridad que tenía. Su compañera de piso no era una excepción.


En cualquier caso, el bote de semen había servido su propósito, que era colar a Anita en aquella casa con una excusa. Desde luego podríamos haber escogido cualquier otra, pero mi hermanita no podía resistirse con lo obsceno que resultaba aquello para todas las partes implicadas (especialmente, por lo que tocaba a alguien completamente ajena a nuestros jueguecitos sexuales). Carlota fue incluso tan amable de señalarnos la crema solar de Tara y tuvimos que hacer aquella operación de sacar un poco y meter un poco… aunque costó lo suyo, porque no fue fácil. No entró mucho, y seguro que hubiera sido más fácil con una jeringa o algo así, pero fue lo suficiente para que todos supiéramos lo que habíamos hecho y Tara no se diera cuenta.


-          Bueno, pequeñajos… os dejo aquí con vuestras maldades. Vuestra hermana volverá en un rato –y antes de cruzar la puerta, preguntó como pensándoselo mejor–: ¿Qué vais a hacer, exactamente?


-          Eh… supongo que daremos una vuelta por ahí, que nos enseñe su facultad, y luego al cine o algo así –dije, aunque no muy convencido. Anita me miró como si fuera tonto del bote.


Carlota me miró arrugando la cara, como si no pudiera creer que hubiera dicho tamaña imbecilidad. ¡Ir a la facultad un sábado!


-          Qué raros sois… en fin, hasta luego.


Después de aquello, los dos estábamos tan nerviosos por lo que había pasado y por lo que iba a pasar, anticipando el momento, que apenas nos contuvimos de meternos mano. Anita y yo estábamos solos por primera vez en bastante tiempo, y aunque algo hicimos, sabíamos que teníamos que refrenarnos. Tara podía llegar en cualquier momento y, en cualquier caso, yo no podía permitirme correrme: de un instante al otro, mi hermana mayor aparecería por la puerta esperando que me la follara salvajemente. Tendría que estar con los huevos bien cargados para darle lo suyo.


Aunque si había alguna indicación previa, el hecho de que fueran mis hermanas con quien estuviera haciendo aquellas cosas bastaba para empalmarme continuamente, me hubiera corrido o no. Pese a todo, preferí aguantar.


Encontramos un sitio perfecto para que Anita se escondiera: justo en la habitación de Tara, había una salida a terraza y balcón cojonuda que tapaban unas cortinas muy opacas. Si se quedaba quieta allí y bastante inmóvil, sería complicado detectarla. Uno tendría que fijarse muy concretamente en el punto de sus pies, pero parte del mobiliario la ocultaba desde lejos, y desde cerca… bueno, la idea era que estaríamos demasiado ocupados en la cama para eso. Tara tenía una fantástica cama de matrimonio y se me hacía la boca agua, acariciándola como un fetichista enfermo.


-          ¡Ya viene! –susurró Anita, corriendo a esconderse.


-          ¿Seguro?


Pensé que me estaba gastando una broma, pero Anita tuvo siempre un oído más fino que el mío. Poco después oí unos pasos en el pasillo y la puerta se abrió. Tara entró, con el sudor brillándole de la piel expuesta en aquella ropa deportiva. Se paró un segundo en el recibidor y me miró con sorpresa.


-          Que prontito estás aquí, ¿no?


-          Tu compi me ha dejado pasar –dije balanceándome sobre los pies–. Esta noche apenas he dormido nada sabiendo que venía aquí…


Tara esbozó lentamente una sonrisa maliciosa, mirándome con ojos deseosos. Se fue acercando lentamente a mí, con un paso sinuoso y moviendo las caderas.


-          Alguien no se podía aguantar y hacer caso a su hermana mayor, ¿verdad?


-          ¿Puedes culparme? –dije tragando saliva.


-          No quería que te viera mi compi de piso… porque a lo mejor le parecías guapo.


Se plantó delante de mí, inclinándose hacia delante hasta que nuestros cuerpos se tocaron por la cintura y me pasó los brazos por detrás de los hombros. Podía oler su sudor, y la tenía tan cerca que podía besarla. Pero disfrutaba también de la tensión previa.


-          Ya me ha visto. Y creo que sí, le he gustado –me atreví a tirarme aquel farol.


-          Esa bruja… llevo toda la semana pensando en esto –dijo, moviendo su mano para agarrar el bulto de mi pantalón.


Ni corta ni perezosa, no tardó en despegarla de mi paquete para desabrocharme de forma experta y sacármela del calzoncillo. Empezó a hacerme una paja con movimientos lentos y provocadores. Por el ángulo de su brazo, su cuerpo se había desplazado hacia un lado y sentía cómo se aplastaba contra mí. Me miraba la boca, relamiéndose los labios.


-          ¿La Tarada quiere polla? –le pinché.


-          Tu her-ma-na-ma-yor… –corrigió ella estrujándome el pene de forma ligeramente dolorosa, recalcando cada sílaba– …quiere la polla de su hermanito pequeño. Ahora.


La tenía tan cerca y estaba tan cachondo que sólo quería comérmela. Saqué la lengua e intenté besarla, lamerla, yo qué sé. Ella se echó atrás con una experta cobra.


-          No soy tu novia, Mamoncete. Nada de besitos.


-          ¡Pues otras veces bien que me has metido la lengua! –protesté cabreado.


-          Tú has querido que tu primera vez sea conmigo. No hay besos en tu primera vez –anunció, claramente orgullosa de sí misma.


Ingenua de mi hermana. Casi quise corregirla en aquel momento para quedar por encima, pero conseguí callarme a tiempo. Era todo parte del juego. Cuando la tuviera bajo mi control seguro que no se ponía tan tiquismiquis.


Decidí acelerar aquello y la agarré bien de una nalga, y me puse a estrujar su culo. Luego pensé que era absurdo que me quedara a medias tintas y la empujé lo bastante para separarla de mí y de mi polla y la agarré de los brazos, dándole la vuelta. Ella pegó un gritito de sorpresa y apoyó las manos en la pared mientras yo le bajaba los pantaloncitos cortos y las bragas, y me ponía a lamerle aquella maravilla de culo por todas partes. La piel de los cachetes, la raja, su chochito que estaba algo húmedo por el sudor… Todo. Le separé bien las nalgas para verle el ojete, y me lancé sin pensarlo a lamer aquella estrellita oscura.


Mi hermana dio un grito de sorpresa.


-          ¡Ah! ¡Guarro! –pero volvió a relajarse contra la pared y no hizo intento de apartarme.


Envalentonándome, me lamí un dedo y empecé a acariciar su ano, y sin previo aviso le metí una falange.


-          ¡Oye! ¡Qué haces!


-          Con este culo que tienes… me vas a decir que no te has metido nunca nada por aquí –dije, probándola.


-          Nnh… no. Ahora no. Ese agujero es… no es para tu primera vez. Quita –dijo, intentando darme un manotazo, pero en su lugar atrapé sus dedos y empecé a chuparlos mientras le penetraba el ojete con los míos. Ella empezó a gemir–. Mmh… que nnnooo…


En ese momento, sonó un pequeño ruido ambiental, como un crujido de una puerta o una bisagra. Tara salió automáticamente de su ensoñación placentera para mirar alrededor, asustada.


-          ¿Qué ha sido eso? ¿Hay alguien aquí? –dijo entre susurros, girándose para mirarme–. Carlota se ha ido, ¿verdad?


Recordé que Anita seguía escondida en el cuarto de nuestra hermana y que seguramente se estaba impacientando. Quizás era ella quien había intentado investigar qué hacíamos, ansiosa.


-          Sí… pero anda, vamos a tu cama. Puedes cerrar la puerta con llave si tienes miedo de que vuelva.


Le agarré de la mano y, deshaciéndonos ambos de la ropa que nos arrastraba por los tobillos, entramos allí. Ella cerró la puerta con pestillo y se giró para mirarme, desnuda a excepción de ese sujetador deportivo. Veía en su cara la excitación del momento y el breve recordatorio de lo malos hermanos que estábamos siendo.


-          Quiero verte las tetas –me encontré diciendo en voz alta.


-          Pues hala, ¿a qué esperas? –dijo, meneando las caderas en una pose–. Si me puedes desnudar a medias, me puedes desnudar entera.


Me lancé a por ella, agarrándola de los costados y dándole besos por el cuello y la clavícula. Ella se echó a reír, probablemente porque le hacía cosquillas. En el proceso intentaba subirle el sujetador, demasiado cachondo para quitarlo bien y prefiriendo arrancárselo como un animal.


-          ¡Tonto! ¡Así no! Hay que deslizar los brazos por aquí…


Procedió a enseñarme cómo pasar los brazos por los elásticos hasta que la prenda quedó sujeta únicamente por la presión que ejercía su busto contra el tejido. Ella alzó los brazos por completo en una pose sugerente, invitándome a que yo hiciera los honores. Cosa que me apresuré a hacer, subiéndoselo por encima de la cabeza. Cuando me separé para contemplarla, me quedé con la boca abierta.


-          No sabía… que tuvieras piercings en los pezones…


-          ¡Sorpresa! –chilló ella con deleite, acariciándoselas.


Nunca le había visto las tetas de frente. Sólo se las había magreado sin ropa de por medio aquel día en el pozo, pero entre que estaba detrás de ella y cachondo perdido, apenas me daba cuenta de lo que estaba haciendo.


-          Dios… ¿Cuándo… cómo…?


-          Jajaja… esto lleva mucho tiempo, hermanito. En cuanto me mudé aquí el año pasado, no me pude aguantar. ¿Te gustan? –dijo agarrándose los pechos desde abajo y apretándolos entre sí.


-          Son… magníficas –conseguí decir, embobado.


Y como un resorte, llevé las manos automáticamente a ellas. Eran tan suaves y blanditas como recordaba, pero verlas ahora entre mis manos mientras Tara componía caras de placer era mucho mejor. Jugueteaba con sus pezones y las bolitas de metal a sus lados, y cada vez que lo hacía sentía que ella se retorcía y le fallaban las piernas.


La llevé hasta la cama y la planté allí para dedicarme por entero a su cuerpo. Me lancé a lamerle las tetas, mordisquearle y chuparle los pezones. Ella gemía y la notaba moverse bajo mí. Me tiró de la camiseta con urgencia hasta que me la saqué de encima y entonces notamos toda nuestra piel desnuda en contacto.


-          ¿Te gustan? –me volvió a preguntar, mirándome.


-          Clarooh… –dije sacándome su teta de la boca lo justo para poder contestar, y volviendo a amorrarme a ella con urgencia.


-          ¿Más que las de Anita?


Pausé mi succión. No había olvidado que mi hermanita pequeña estaba allí en alguna parte, y sería poco caballeroso tirarla a la cuneta sólo porque Tara pensaba que estábamos a solas.


-          Ella… las tiene más grandes que tú –dije, agarrándoselas y estrujándoselas con fuerza.


-          Serás cabrón… –me dijo, su voz rompiéndose un poco al final mientras yo la tocaba– Ah…


-          Pero tú tienes otras cosas –dije para arreglarlo, y llevé mi mano a su chocho.


Tenía una pelambrera cuidada y recortadita en la que no me había fijado. Nada muy elaborado, simplemente estaba depilada lo bastante como para que los pelos tuvieran la misma longitud y no fuera un felpudo desigual, que era lo que le pasaba al coño salvaje de Anita. Jugueteé un poco con sus pelillos antes de bajar la mano por su clítoris hasta su entrada. Había ya humedad y probé a meter un par de dedos.


Mi hermana gimió, y su delicioso pecho con las puntas de metal brillando en los extremos se alzó en una contorsión de placer bajo mi cuerpo. Le estuve masajeando la esponjita dentro de su vagina rítmicamente, y empezó a jadear. Giraba la cabeza de un lado a otro con los ojos cerrados, la boca abierta. A medida que se acercaba al orgasmo, sus gemidos se hicieron más entrecortados y finalmente llegó un chillido de liberación. Noté que se me empapaba la mano.


Antes de que abriera los ojos, aproveché aquella boquita abierta para cubrirla con la mía. Se dejó llevar por el ritmo de mi lengua hasta que terminó abriendo los ojos y separándome de un empujón.


-          ¡No! ¡Mamoncete! ¡Tienes que hacerle caso a tu hermana! –dijo dándome manotazos en el brazo.


-          Qué rápido te saltas tus reglas cuando estás cachonda, Tarada. Anda, chupa esto.


Y le planté mis dedos con sus jugos vaginales en la boca. Ella los aceptó con sorpresa, tardando en darse cuenta de lo que eran. Cuando lo hizo, me miró, extrañada, pero empezó a chuparlos con naturalidad, como si ya lo hubiera hecho antes.


-          Anita hizo lo mismo cuando le metí los dedos –expliqué.


Quería picarle un poco con algo de sana competición entre hermanas, y supongo que algo conseguí. La mirada le cambió a una más fría y llena de determinación, y de un empujón me puso boca arriba en el colchón, con ella encima a horcajadas. Era similar a como lo había hecho con Anita en el sofá, pero esta vez yo estaba tumbado, y Tara estaba girada hacia mí de forma que podía ver sus apetitosas tetas y su cara de viciosa.


Sin dejar de mirarme, llevó una mano hacia atrás a donde tenía sujeta la coleta y se soltó el elástico, sacudiendo su larga melena castaña que ya le llegaba hasta la cintura. Parte del pelo le caía sobre la cara y un pecho dándole un aspecto salvaje, de guerrera amazona.


Llevó la mano hacia atrás de su culo, tanteando hasta que encontró mi erección y se levantó sobre sus rodillas lo suficiente para encajarla en su entrada… y la dejó ahí. Mi verga, durísima, notaba el delicado beso de unos labios de terciopelo que la acogían en apenas una diminuta fracción de su puntita. La parte más sensible de mi capullo se sentía genial y ansiaba moverme cuanto antes dentro de ella.


-          Es mejor de esta forma, porque si no te cansarías muy pronto. Tú intenta disfrutar, porque no creo que vayas a durar mucho...


-          Ah… no sé… no te prometo nada –dije, alzando los brazos para agarrar otra vez sus tetas y tenerlas entre mis manos–. No me quejo, pero ¿no me vas a poner condón?


Ella atrapó mis manos con las suyas, manteniéndolas en sus pechos, y guiándolas hacia sus pezones y las bolitas de metal a los lados, que mis dedos manosearon con curiosidad. Bufó al contestarme.


-          Pfft. No, niñato. No me gustan las gomas, y seguro que a ti tampoco. Tomo la píldora, así que relájate y córrete dentro de tu hermana mayor cuando quieras.


Antes de terminar la frase, se dejó caer sobre mí… engullendo con su coño cada centímetro de mi polla.


Fue una sensación increíble, de alguna forma mucho más erótica que cuando lo había hecho con Anita. Quizás era por estar tumbado, por estar totalmente relajado sin nadie que nos pudiera pillar… o quizás porque la tenía ante mí desnuda, como una diosa, con nuestras cuatro manos en sus tetas, mirándome desde arriba con esa cara de suficiencia y superioridad que muchas veces ponía mi hermana mayor.


Solo que esta vez, no se estaba poniendo chulita. Se estaba empalando en mi polla tiesa, con una cara de guarra que no le había visto nunca. Y encima, con nuestra hermanita pequeña espiándonos desde una esquina del cuarto.


-          No tengas miedo, puedes apretármelas más –insistió ella, enseñando a mis dedos la presión exacta–. Me gusta más así…


Mi atención estaba en otra parte, porque jamás me había sentido en mayor gloria. Su chochito me apretaba mientras ella se movía y me ayudaba a estimularle los pezones con delicadeza. Tuve que desviar la vista hacia un lado, más allá de ella, por miedo a que aquello fuera demasiado… y me encontré a Anita. Había aprovechado estar a espaldas de nuestra hermana para salir de entre las cortinas y darme su propio espectáculo. Se había desabrochado el pantalón y tenía una mano metida en la entrepierna, y con la otra se masajeaba un pecho; su cara tenía una expresión de deseo y envidia que no le había visto nunca.


-          Joder… –mascullé.


Había sido peor el remedio que la enfermedad, y tuve que cerrar los ojos. Cuando los volví a abrir, me encontré a Tara mirándome con unos morritos de preocupación.


-          ¿Tu pequeño soldadito no lo aguanta? –preguntó cabalgándome a un ritmo suave.


-          No… puedo aguantar un poco. Es que… joder, estás muy buena…


-          Tampoco tienes que aguantar una maratón –concedió, y con una voz melosa y dulce añadió–: Tú déjate llevar, venga…


Por toda respuesta, intenté embestirla desde abajo con mis caderas, pero aquello no resultó realmente en nada. Ella sonrió, divertida, y empezó a mover mis manos por su cuerpo, restregándoselas de cabo a rabo como si quisiera que yo le dejara mi marca. Embobado, me rendía ante su control sin creerme lo que estábamos haciendo aún.


-          Llevas pensando en follarme desde que salimos el primer día a correr –afirmó.


-          Sí… –gemí.


Ella me liberó las manos, pero yo no solté su cuerpo porque aún me lo estaba bebiendo. Volví a sus tetas, hipnotizado. Le gustaba que se las apretara duro, mucho más que a Anita y de lo que hubiera pensado que una chica normal aguantaría. ¿Era por eso lo de los piercings? ¿Le iba un poco de dolor también?


Al reanudar su discurso se apartó el pelo a un lado para mirarme mejor, y entonces apoyó las manos en mi pecho, para incrementar el ritmo de sus subidas y bajadas mientras pegaba su cuerpo más.


-          Y seguro que no te imaginabas que fuera a pasar esto.


-          No… jamás…


-          Serás cabrón. Has pervertido… a tu hermana mayor. Qué coño… ¡has pervertido a tus dos hermanas! –dijo sonriéndome mientras botaba en mi polla.


No pude ni contestar. Miré hacia Anita, que se había deshecho y acabado en el suelo, las bragas y los pantalones cortos a un lado, y su mano hecha un borrón sobre su coño desnudo. Su cara tenía una expresión de placer tan intenso que era inabarcable.


-          Tú… me costaste más… –atiné a decir.


-          Bueno, ya sé que Anita es más guarra… Pero… jamás pensé que yo me lo montaría contigo… Mamoncete. Ah, ufff… Mmmh… ¿Qué me has… hecho?


Y se inclinó sobre mí para empezar a pasar su lengua por mis pectorales, mi clavícula y mi cuello. Me empezó a lamer allí y noté que me ponía aún más burro… Ella hacía unos intentos juguetones de darme un chupetón, pero paraba antes de llegar a empezar siquiera. Luego posó su lengua sobre mi barbilla y mi nariz. Intenté atraparla para otro beso, pero ella volvió a hacerme la cobra. Yo tenía ahora mis manos en su culo, sujetando cada uno de sus meneos, y noté como me las aplastaba ligeramente al volver a incorporarse y asumir la postura previa.


La pregunta que había hecho antes era retórica, pero decidí contestarla.


-          Será… que te pone… follarte a tu hermano… –noté que su cabalgada adquiría de pronto una gran velocidad, y sentí entonces que no podría durar mucho más– …eres más puta que Anita…


-          Ah… mmhmh… creo… que tienes razón… ¡Oh! Mmmhh…


Tara fue perdiendo la coherencia a cada jadeo a medida que nuestro polvo subía de intensidad y ella alcanzaba su segundo orgasmo. Yo intentaba contenerme, pero dividido entre las sensaciones físicas, el hecho de que mi hermana mayor se estaba retorciendo de placer sobre mí, y que mi hermanita pequeña se corría al unísono unos pocos metros más allá, ya no pude aguantarlo más. Noté que los huevos se me tensaban y empecé a disparar chorros de lefa dentro del coño de mi hermana sin ningún tipo de control.


Me incorporé para abrazar su cuerpo desnudo y sentir sus tetas contra mí mientras los dos bajábamos de nuestro clímax. Aferrando su espalda, sus hombros, su cara… y de repente nos estábamos besando otra vez, su lengua contra la mía y un jadeo de urgencia en ambas bocas. Esta vez se dejó hacer sin pelear; yo aún dentro de ella y mis manos en su cara, sus manos en mi cuello, nos entregamos a la clase de beso lascivo y desesperado reservado para dos amantes en celo.


No sé cuánto estuvimos, pero debieron de ser varios minutos porque noté que mi pene flácido se escurría de su interior mucho antes de que dejáramos de comernos la boca.


-          ¿Ahora… no te quejas? –resoplé.


Tara se encogió de hombros.


-          Pensé que te merecías un premio. No esperaba que me hicieras correrme hasta… la tercera o cuarta vez.


-          ¿Tercera… o cuarta vez? –pregunté, enarcando una ceja.


-          Cállate, idiota –y me obligó a hacerlo besándome un buen rato más–. Aún tienes que follarme en muchas posturas más…


Yo sonreía de oreja a oreja, complacido por aquella confirmación de nuestra continuidad sexual. Bueno, quedaba mucho día por delante…


Pero entonces, un ruido poco discreto nos distrajo. Era mi otra hermana, que intentaba ponerse en pie con las piernas aún temblorosas de su orgasmo. Supongo que para intentar esconderse… pero no fue lo bastante rápida.


-          ¡Anita! –exclamó Tara sorprendida, desmontándome de golpe.


Se cubrió como pudo el cuerpo con las sábanas de la cama, tapando de sus tetas para abajo. Anita hizo una mueca de “mierda, me han pillado” y se arrastró un poco en nuestra dirección, aún debilitada. Tara, repuesta del susto, empezó a gritarle desde la cama.


-          ¡Qué coño, tía! ¡¿Pero qué haces ahí?! ¿Tú estás loca, no? ¿Te parece bonito espiarnos, niñata? ¿Cómo…? –y entonces se giró hacia mí, la comprensión iluminando súbitamente su cara–.  Esto también es cosa tuya, ¿verdad?


Bueno, sacaba las habilidades deductivas de nuestra madre. Aunque tampoco era muy difícil sumar dos y dos. Yo la miré intentando mantener una cara seria, pero al verla tan enfadada, no pude y se me escapó una carcajada nerviosa.


-          Venga, no te cabrees. Es que le hacía tanta ilusión…


Tara masticó aquella revelación con frialdad. Tras un silencio, posó sus ojos gélidos en la renacuaja y fue directa a hacer daño:


-          Bueno… pues a ver si has aprendido algo, Anita. No me gusta dar un espectáculo a nadie, pero que te enteres, así es como se desvirga a un tío –dijo, altanera.


Nuestra hermanita, me miró desde abajo alzando las cejas y trató de contener la risa.


-          Esto… Tara, mmm… ha sido fantástico, pero… no ha sido mi primera vez.


-          ¿Qué?


Se giró para mirarme, una expresión de incredulidad en el rostro. Y luego, entendiendo, se volvió hacia nuestra hermanita.


-          Tú…


Allí medio postrada en el suelo, la pequeñaja sonreía de oreja a oreja, asintiendo con entusiasmo. Se mordió el labio.


-          Lo siento, Tara, umm… no nos pudimos aguantar –comenzó ella, retorciéndose inquieta con un placer culpable–. ¡Es que le vi la polla y era mucho más grande de lo que dijiste…!


-          Tú lo has dicho antes, Anita es una guarra –ayudé yo–. ¿Qué querías que hiciera? Te hacías la difícil y ella no me puso problema ninguno. Luego ya me dio un poco de cosa decírtelo…


Tara nos miró a los dos, entre incrédula y cabreada. Pero más que sentirse realmente herida, era el haber subestimado nuestra depravación lo que le impactaba.


-          Vosotros… par de… de… ¡Guarros! ¡Cochinos! ¡Pervertidos!


Y corrió a atacarme, haciéndome cosquillas con las manos en las costillas. Era mi punto débil, así que no pude aguantarme las risas; pero sí que intenté tomar el control y hacerle lo mismo a ella. Sabía que justo por debajo de las axilas era vulnerable y allí me lancé, mientras ambos dábamos vueltas desnudos por la cama.


-          ¡Yo también quiero! –dijo Anita lanzándose en aquel revoltijo de carne expuesta, sin ropa de cintura para abajo.


Ella y yo formamos equipo para buscarle los puntos sensibles a nuestra hermana mayor, que estaba como yo totalmente en pelotas, y conseguimos volver las tornas. Gracias a nuestra experta combinación de dedos hábiles, entre risas, sacudidas, manotazos y cambios de postura, conseguimos reducir su resistencia. Entre gritos de “¡Basta!”, “¡Parad!”, “¡Un respeto a vuestra hermana mayor!” empezó a pedir clemencia y fue poco a poco convertida en un amasijo suspirante y sonriente completamente inmóvil, que yacía en la cama boca arriba respirando muy rápido.


Poco a poco, dejamos de reírnos y paulatinamente cierta tensión volvió a instaurarse en la habitación. Al fin y al cabo, estábamos los tres desnudos (o casi) juntos en la cama.


-          Sabes que eres una pequeñaja muy traviesa, ¿no? –le dijo Tara a Anita, acariciándole la gargantilla del cuello con cariño–. Ay… Tampoco puedo enfadarme contigo. Pero vas a ser una auténtica zorra en unos años, con lo que te gustan estas cosas.


-          Bueno, ¿y qué? Por mí si lo soy ya, que me da igual –dijo Anita, cogiéndole la mano entre las suyas y restregando su mejilla contra ella–. Mira a Rami, que es igual que yo o peor. Y tú, tampoco andas muy allá…


-          Estamos todos demasiado salidos para nuestro propio bien –tercié–. En el fondo no es tan raro… somos familia, será normal.


-          No creo que papá y mamá tengan nuestra libido, ¿no? –intervino Tara.


-          Bueno, ¿y tú qué sabes? Bien que han tenido tres hijos, y a mí ya me han dicho que no me estaban buscando.


Tara se quedó en blanco y alzó las cejas, reconociendo lo acertado del comentario de Anita. 


-          Touché.


-          No, esto es un touché –dije, plantándole una mano provocadoramente en una teta a Tara.


-          Vaya con el Mamoncete, si no se le da tan mal el francés…


-          Pero a ti se te da mucho mejor –dije, jugando con el doble sentido–. ¿Me vuelves a chupar la polla?


Entre todo el jugueteo y revolcarnos unas carnes con otras, se me había puesto tiesa. Sabía que aquello no había pasado desapercibido para mis hermanas, porque se la estaba clavando a Tara en un costado y Anita no dejaba de echarle miradas de reojo constantemente.


-          ¿Delante de ella? –preguntó Tara, alzándose sobre los codos y mirando a Anita.


Aquel movimiento tuvo el efecto de que sus bonitas tetas se balancearon sugerentemente.


-          ¿Qué más te da? Acaba de vernos follar...


-          No sé…


Perdió la mirada mientras empezaba a pensar con detenimiento aquella propuesta, aunque fugazmente le daba una ojeada a mi pene erecto con ganas de guerra. Anita, viendo que hablábamos de ella como si no estuviera, decidió hacerse notar.


-          Cómo molan tus pezones, Tara…


Y con total normalidad, alargó una mano para posarla en la otra teta que tenía libre su hermana mayor. Empezó a toquetear las bolitas metálicas del piercing y a acariciar el pezón que estaba entre ellas. Carecía de ninguna suavidad, pero yo sabía que eso le gustaba mucho a Tara.


Atónita por aquel atrevimiento con su cuerpo, la mayor compuso una mueca que no supe interpretar si de dolor o placer, pero no le apartó la mano a la pequeña.


-          Mhmm… ten cuidado dónde tocas, niña. Son muy sensibles…


-          ¡Yo también me quiero poner un piercing en las mías!


-          Pues tendrás que esperar a cumplir dieciocho, mocosa. Hasta entonces no te dejan.


-          Jo, no es justo –dijo Anita, juntando la otra mano y empezando a magrear con todo el descaro del mundo la teta de Tara, amasándola con fuerza–. Para todo lo bueno hay que ser mayor de edad. No vale…


Yo me estaba empalmando más todavía si cabe con todo aquel numerito tan casual entre mis hermanas que adoptaba un cariz rápidamente homoerótico. De momento, Tara se dejaba hacer sin animarla, pero tampoco daba signos de quejarse. Anita parecía bastante entusiasta en su exploración de las tetas de nuestra hermana mayor, así que decidí retirarme un poco y dejarle la que tenía yo en la mano libre. Ella cubrió con sus dos manos los pechos de Tara y empezó a sobarlos bruscamente, sin ningún disimulo.


-          ¿Y tú crees que yo tendré algún problema? Las mías son más grandes que las tuyas…


-          Serás petarda… –contestó Tara entre dientes–. No, seguro que no hay ningún problema. Tienen experiencia con todos los tamaños.


-          ¿Seguro? –dije, decidiendo intervenir. Quería participar de alguna forma–. ¿Pero tú se las has visto bien? Vas a ser médico, mejor que les eches un vistazo… no vaya a ser que le pongan pegas…


Y diciendo esto, me acerqué por detrás de Anita, agarrándole el reborde de su camiseta, y empecé a levantársela, reparando en que no llevaba sujetador. Ella se dio cuenta y alzó los brazos para ayudarme: en un segundo le había sacado la prenda por los hombros y la cabeza y había dejado a mi hermanita tan desnuda como Tara y yo, a excepción de la gargantilla negra que llevaba al cuello.


-          Sí que estamos todos salidos, sí… –pronunció Tara mientras contemplaba las tetas de su hermana.


-          ¿Qué? ¿Alguna imperfección? –dije, tocando los pechos de Anita desde atrás.


Mi hermanita dejó escapar un pequeño gemido, pero se afanó en volver a inclinarse y reanudar su propio examen mamario con Tara.


-          Vale, admito que las tienes más grandes que yo, enana. ¿Estás contenta?


-          Mmm… no, no del todo. ¿Puedo…?


Dejó la pregunta en el aire, aunque en cuanto vi venir a dónde iba con ella tuve que reprimir un gruñido de placer. Sin esperar realmente una respuesta, Anita se lanzó de cabeza a lamer uno de los pezones de su admirada hermana mayor.


-          ¡Ah! ¡Oye! ¿Quién te ha dado permiso para…? Oh…


Tara se vio completamente avasallada por aquella acometida. La pequeña se estaba empleando a fondo: chupaba, mordía, tocaba y restregaba su cara contra los pechos de Tara. En un punto determinado llegó a sacar la lengua y la movió arriba y abajo sobre aquellos pezoncitos y sus piercings, dándole pequeños golpecitos delicados y húmedos. Nuestra hermana mayor había cerrado los ojos y se mordía el labio inferior. Alzó la mano para sujetar la cabeza de su hermanita mientras ésta le comía las tetas, como había hecho Anita cuando yo se lo hice días atrás.


Aquella estampa abiertamente lésbica me tenía demasiado caliente para quedarme quieto. Me posicioné sobre la cara de Tara y dejé caer con todo su peso mi enorme sable sobre sus labios. Abrió los ojos, y me miró con una cara seria que parecía decirme “mira lo que has hecho, al final te has salido con la tuya”. Sin soltar a Anita de su pecho, agarró mi polla con su mano libre y se la tragó de golpe. Empezó a mirarme mientras me la chupaba con esa cara de “que no se te suba a la cabeza… te como la polla porque en el fondo me encanta”.


Gruñí de placer. Que mi hermana mayor me la chupara mientras nuestra hermanita pequeña le comía las tetas parecía una imagen sacada directamente de una peli porno, pero estaba demasiado ocupado disfrutando de aquella visión para cuestionar cómo habíamos llegado ahí. Todos estábamos demasiado cachondos, y era inevitable.


Yo le apartaba el pelo de la cara a mi hermana para que tuviera vía libre en su mamada mientras con la otra, intentaba tocarle las tetas. Lo que me dejaba Anita, en cualquier caso, dado que parecía muy posesiva en aquellos momentos. Sus propias mamas se desparramaban de forma obscena sobre el vientre plano de Tara y, viendo que mi hermanita no me dejaba quitarle sus juguetes, pasé a agarrar las suyas, tan grandes y blandas que eran como un sueño.


Cuando empecé a pellizcarle los pezones con suavidad, empezó a gemir. Vi que Tara, que seguía mis movimientos con la mirada sin dejar de lamerme el falo, empezaba a restregar un muslo contra el otro en una señal de excitación. Al final, Anita no aguantó más y se separó de Tara, mirándome con ansia mientras se mordía el labio inferior.


-          Mmmhmff…–protestó Tara, con la boca llena.


Anita me sostuvo los huevos con su manita y luego miró a Tara, estudiando si hacerlo o no. Finalmente, le empujó la cara a un lado hasta que mi cipote saltó al aire libre, momento que aprovechó para capturarla y metérsela ella misma en la boca.


-          ¡Eh! ¡Que la estaba usando yo! –se quejó nuestra hermana.


Y de pronto, Anita había cambiado de juguete. Toda la dedicación que había empleado en las tetas de su hermana, ahora se la estaba dando al manubrio de su hermano: lametones, besitos, chupadas arriba y abajo y en general un ritmo de succión auténticamente endiablado, como si tuviera una urgencia enorme de que me corriera en su boca. La falta de técnica la suplía con muchísimo entusiasmo.


Cogido por sorpresa, posé mi otra mano en su cabecita para estabilizarme. Tenía a mis dos hermanas agarradas por el cogote, mientras Anita me chupaba la polla y veía como sus grandes pechos se aplastaban contra los de nuestra hermana mayor hasta tapar los pezones y fundirse en una masa informe de carne redondeada y blandita.


-          ¿No te ha enseñado nunca mamá a pedir permiso? Está muy feo quitarle las cosas a tu hermana mayor –bufó Tara, suspirando con fuerza.


Anita, por toda respuesta, se sacó mi miembro para empezar a darse golpetazos con él en la lengua, mientras miraba a nuestra hermana mayor con cara de “chincha, rabiña”.


-          ¿Y a ti no te ha enseñado mamá que hay que aprender a compartir?


Gruñí, notando que me daba vueltas la cabeza de todo lo bien que se sentía aquello. Mis hermanas hablando de mamá, y peleándose como hacían siempre (pero esta vez, por mi polla) eran recordatorios demasiado inmediatos de que habíamos cruzado un límite muy importante.


Tara aplastó la cara de Anita con una mano y recuperó control de mi pene, que procedió a cubrir con su boca mientras miraba de reojo a su hermana, lista para defender su posesión con uñas y dientes si hacía falta.


-          Vaya, veo que no –se quejó Anita en voz alta–. Como siempre, Doña Perfecta está muy mimada y siempre sale con la suya… Bueno. Menos mal que a mí no me importa...


Y, sin intentar arrebatársela a Tara, empezó a colaborar con ella en una sensacional mamada doble. Me lamía los huevos peludos si Tara tenía mi mástil entero metido en la boca, sin quejarse en absoluto si se comía algo de vello púbico. Daba besitos por un lado si Tara estaba ocupada con mi glande. Si acababa engulléndola en toda su extensión, Anita seguía dando besitos en el mismo sitio, sólo que esta vez lo hacía en la mejilla de nuestra hermana mayor, por donde le abultaba mi inmensa erección.


Al final, Tara acabó rindiéndose y acabaron turnándose una con la otra. Una se la metía entera en la boca y la otra se dedicaba a la periferia, proporcionando a mis genitales la adoración fraternal que llevaban tiempo ansiando.


Mis dos hermanas mamándomela, una arriba y otra abajo, eran una visión celestial. No sabía cuánto podía durar así…


-          No somos tontas –dijo Tara sacándosela de la boca con un “plop”–. Sabemos que te queda poco. Que te están latiendo las venas, por Dios.


-          Te la seguimos chupando incluso aunque te corras, ¿vale? –dijo Anita, su voz un poco sofocada por el peso de mis huevos en su boca.


¡Joder, eso era demasiado! Seguí disfrutando de sus atenciones orales mientras les acariciaba el pelo a las dos, pero sabía que era cuestión de poco tiempo. Cuando al intentar alternar sus bocas sobre mi polla acabaron tocándose los labios por accidente, se me fue por completo.


Empecé a disparar salva tras salva de semen, con un vigor asombroso si teníamos en cuenta que era mi segunda corrida del día. Como un volcán en erupción, aquellos pegotes alcanzaron primero a Anita, que era quien estaba más arriba y más cerca de la punta; pero a medida que fueron perdiendo fuerza, el resto se desplomaron por pura gravedad en el cuerpo desnudo de Tara: su clavícula, su cuello y sus labios y nariz.


-          Ñam, ñam, ñam –me dijo ella, guiñándome un ojo mientras estiraba la lengua para relamerse el pegote de lefa.


Fieles a su promesa, mis dos hermanas siguieron chupando y lamiendo toda mi entrepierna. En su mayor parte, sus caras estaban mancilladas por mi leche; la de Anita era un desastre total. Pero ambas lo ignoraron en su mayor parte. Eran como animales famélicos, incapaces de saciarse de mi polla. Y yo disfrutaba de todo aquello, absorto ante tamaña devoción. Finalmente, descendí lentamente de mi clímax y me relajé gozando de aquella agradable sensación de las dos mamándomela.


-          Sois las mejores hermanas del mundo –dije, necesitando agradecerles aquello.  


-          Lo sabemos –dijo Tara, concentrada en lamerme el escroto.


Me dio un buen lametazo de la base a la punta y gemí de gusto, pero la verdad es que ya la tenía casi blanda.


-          Bueno, esto está muy bueno y eso –añadió incorporándose mientras se metía los pegotes de mi semen en la boca–. Pero no alimenta mucho. Aún no he desayunado… y aún nos queda mucho día por delante.


-          Jo, ¿y yo qué? –se quejó Anita, pero sin despegarse de mi polla.


-          Te has hecho un buen dedazo antes, ¿no? –le dije, algo cansado–. Mientras nos mirabas.


-          Sí, pero ninguno de los dos me ha hecho nada a mí…


Me fijé en lo casual de aquella petición, y cómo a Anita parecía no importarle o distinguir si era su hermano o su hermana quien hiciera que se corriera. Probablemente, le daba totalmente igual. Solo pensar en eso me dio una pequeña descarga y noté como mi pene empezaba a “desperezarse” un poco entre las caricias que me estaba dando, pero decidí que era mejor darle un poco más de tiempo.


-          Estoy con Tara… vamos a comer algo. Tenemos unas horas todavía –dije, acariciando la mejilla de mi hermanita.


Ella me dio un último besito ahí abajo y se incorporó.


-          ¿Deberíamos… vestirnos?


-          Probablemente no tiene mucho sentido que lo hagamos –dijo Tara mientras salía por la puerta, meneando su atlético culazo.


 

Una vez en la cocina, Tara procedió a poner unas tostadas y un café a calentar. Era algo cómico verla hacerlo desnuda, pero seguía estando muy sexy.


-          ¿No tienes Colacao? –preguntó Anita frunciendo el ceño.


-          No, enana. Eso es para niños –sentenció nuestra hermana.


La verdad es que con lo vivaracha y burbujeante que era Anita ya de por sí, daba algo de miedo imaginársela bajo los efectos de la cafeína, pero nos sentamos los tres a comer allí y recuperar fuerzas. Menos mal que había cojines en las sillas, porque eso de comer desnudo resultaba incómodo. Entre unas cosas y otras, acabamos contándole a Tara cómo Anita y yo empezamos a explorar nuestra sexualidad, así como el plan de introducir a nuestra hermanita pequeña en mi primer polvo con Tara.


-          Sois los dos unos diablillos pervertidos –dijo ella, sonriendo–. Anda que os ha faltado tiempo. Me da que pensar…. si Mamoncete y yo no hubiéramos empezado a salir a correr juntos, igual habríais acabado haciéndolo igual.


-          Probablemente, si no hubiera sido con él hubiera sido con alguien de la piscina –dijo Anita sin pensarlo–. Es que me noto muy cachonda desde hace unos meses, Tara.


-          Son las hormonas y la pubertad, chiquilla. Es normal –dijo, restándole importancia.


-          Tu culo lo puso todo en marcha –admití–. Pero creo que ver a Anita medio en bolas con esas tetas durante el verano me hubiera acabado corrompiendo igual. Es que son una tentación.


Y mientras dije esto, volví a tocárselas, y me incliné un poco para lamerlas y darle algo de cariño a sus pezones. Ella soltó la tostada y gimió, muy contenta de recibir por fin un poco de atención.


Vi por el rabillo del ojo que Tara nos miraba con intensa curiosidad… tanta, que un pegote de mermelada se le escurrió de la tostada hasta caerle en el canalillo de su pecho.


¿O… lo había hecho a propósito?


-          Ups –dijo, torciendo la cara–. Bueno, iba a darme una ducha de todas formas. Entre salir a correr y lo que hemos hecho estoy bastante sudada.


-          No lo hagas –le pedí, despegándome de Anita un segundo–. Me gusta mucho cómo hueles cuando sudas. Huele… a ti.


-          Anda ya, tonto –respondió con las mejillas coloradas, esbozando una sonrisa tímida–. Limpitos estamos mejor. Si no, voy a estar toda pegajosa.


Me incorporé, separándome de mi hermanita pequeña, y me acerqué a Tara. Anita suspiró, insatisfecha. Me arrodillé ante mi hermana mayor.


-          Pues te limpio yo.


Y, sujetándola por la cintura, empecé a lamerle el apetecible valle de su pecho lleno de mermelada, desviándome cuando me apetecía para atender sus tetas con mi boca. Ella se dejó hacer entre suspiros. Escuché como una silla se arrastraba y unos segundos después tenía a Anita colaborando conmigo de nuevo.


-          Mmhm… otra vez no… ah…


Le devolvimos toda su amabilidad por el desayuno entre nuevas caricias a sus tetas. Tomé especial cuidado de repetir lo que había visto hacer a Anita antes con su lengua en el pezón, y me di cuenta de que cuando llevábamos un rato, una mancha de humedad apareció en el cojín donde se sentaba Tara.


Yo, entre toda aquella actividad y ver otra vez a mi hermanita sobando las tetas de nuestra hermana mayor, me había vuelto a empalmar.


Crucé una mirada con Anita mientras ambos lamíamos a nuestra hermana, y vi la súplica en sus ojos. Sí, lo justo era que Anita recibiera lo suyo. La ayudé a incorporarse conmigo. Me miró entre una niebla de lujuria y la llevé de la mano a la cama donde había follado con Tara.


-          Pero… eh.. ¿no seguimos desayunando? –gritó la mayor, desorientada. Imagino que no le gustaba quedarse a medias, pero era demasiado orgullosa como para reconocerlo.


-          Ya no tengo hambre –solté, mientras empujaba a mi hermanita en la cama boca arriba.


Ella me miró con los brazos extendidos arriba, dejándose llevar por mi dominación. Yo apoyé mi rabo en su entradita, que ya estaba húmeda, y se la separé un poco para deslizarme mejor. Me dejé llevar por mi peso, cayendo sobre ella, y entonces se la metí sin ninguna delicadeza, queriendo apurar el placer que me proporcionaba ese coñito tan estrecho.


-          ¡Ah! ¡Bruto…! –se quejó ella.


-          Lo siento –me excusé, demasiado extasiado como para decirlo en serio–. ¿Te hago daño?


-          Es que… la tienes muy gorda…


Le pasé las manos por detrás, aferrándome a su cabeza y sus hombros, y empecé a embestirla salvajemente. Ella se deshacía en gemidos.


De pronto, noté una mano en la espalda y un peso a mi lado en la cama.


-          No puedes ser tan bestia, Ramón –dijo Tara–. ¿No ves que le cuesta adaptarse a tu tamaño? Todavía te falta algo de experiencia. Una chica necesita dilatarse poco a poco…


-          A mí me parece que le está gustando… –dije sin bajar el ritmo un ápice.


Anita no podía contestar, retorciéndose entre jadeos. Cerraba los ojos y abría la boca, sacudiendo la cabeza de un lado a otro. De vez en cuando, echaba el aliento con algo que parecían palabras: “Más”, “Sí”, “Dale”. Cualquier cosa más allá de una o dos sílabas parecía ser mucho esfuerzo para ella.


Tara se había apostado en la cabecera, a un lado de la cabeza de Anita, y se metía los dedos en su raja. No tenía mucho ángulo desde mi posición para ver sus piernas o su chochito, pero me di cuenta de su actitud compuesta y calmada: se masturbaba metódicamente mientras nos observaba.


-          ¿Te has corrido? –le pregunté a mi hermanita, demasiado distraído con mi excitación para fijarme.


-          ¿Eh? Ah… uf, sí…no, yo que sé… dos o tres veces, a lo mejor…


-          No sabe lo que dice –dijo Tara sin dejar de masturbarse–. Si es vaginal, un orgasmo puede durar bastante hasta no distinguir donde empieza uno y acaba otro.


-          Cuánto sabes… –dije asombrado.


Me tomé aquello como palabras de ánimo, que parecían demostrar que había vuelto loca a Anita con mis embestidas. Me esforcé en taladrarla con tesón durante un buen rato, mientras ella empezaba directamente a gritar del placer. Qué gusto no tener que reprimirnos ya por nadie, ante nadie.


Yo, al haberme corrido dos veces aquel día, podía durar un buen rato. Cuando acabé cansándome, me desplomé sobre ella. Empecé a lamer y a darle besitos en su cuello, que con aquella gargantilla negra me parecía de pronto tremendamente atractivo.


Ella se percató, y cuando bajó de su nube, me levantó la cara entre sus manos. Vi sus ojos verdes. Nos miramos con un intenso amor, de hermanos, de amantes. Toda la habitación desapareció y solo estuvimos nosotros dos, viéndonos reflejados en el alma del otro… y nos fundimos en un tórrido y caliente beso. Los ojos cerrados, nuestras lenguas llegaban hasta donde podían mientras nos acariciábamos la cara. Mi polla seguía dentro de ella, pero era mucho más erótico el cómo nos estábamos devorando en aquellos instantes como si no existiera nada más en absoluto.


-          Te quiero, Anita…


-          Y yo te quiero a ti… Rami.


Seguimos chupándonos las bocas un buen rato, y aunque había dejado de empotrarla, mi polla seguía durísima. En medio de toda aquella vorágine sexual, percibí cierto movimiento sobre el colchón y unas manos en mi torso, que consiguieron despegarme de mi hermanita.


-          Joder, menuda envidia me estáis dando…


Aún unido con Anita por la entrepierna, Tara consiguió separarme lo bastante como para reemplazar los labios de nuestra hermanita con los suyos. Con sus manos guiando mi cabeza, me besé con Tara con la misma pasión y energía. Como si mi hermana mayor fuera ahora una mera prolongación de la pequeña, y me diera igual cuál de las dos fuera.


Ella parecía que estaba desquitándose ahora por todo lo que no me había dejado besarla antes, acariciando mi cara como una posesa mientras su lengua batallaba con la mía. Buscaba el amor que había sentido entre Anita y yo, y se lo di sin ningún reparo. Se separó de mí, temblorosa, mirándome muy cerca con sus ojos castaños y exhalando el aliento sobre mi boca.


-          Yo… también te quiero, Mamonceteh…


-          Y yo a ti, Tarada…


Volvimos a juntarnos en aquel morreo húmedo. Mientras, noté como Anita undulaba un poco sus caderas en torno a mi polla, pidiéndome más. Incapaz de decidirme por una u otra, empecé a perforar lentamente a mi hermanita sin dejar de besarme con mi hermana mayor. Entre mis movimientos y los besos, aprovechaba para sobarle las tetas a Tara o agarrarle de aquel fantástico culo, que ella recibía gimiendo en mi boca agradecidamente.


Seguimos así un buen rato hasta que, deseando más y más, me separé de Tara para agarrar las piernas de Anita y flexionárselas, de forma que pudiera introducirle más todavía de mi barra de carne. Entonces ella empezó a chillar de placer, totalmente incoherente y perdida en el éxtasis. Tara aprovechó para abrazarme desde atrás, una mano en mi pecho y la otra guiando mi cadera en las embestidas. Notaba su pubis en mi culo y sus tetas aplastadas contra mi espalda: sus piercings me arañaban un poco, pero estaba disfrutando tanto de todo aquello que no me importó. Acercó su cabeza hasta tenerla al lado de la mía, sintiendo su aliento en el cuello.


-          Anita –le llamé, relajando un momento mis embestidas–. Mira cómo nos ayuda tu hermana a que te folle.


Ella abrió los ojos y al posar su mirada en nosotros vi como algo se quebraba dentro de ella, siendo incapaz de reconciliar lo que veía con su placer de una forma racional. Yo sabía que parte de lo que le ponía era que humillara un poco a Tara follándomela como si fuera ella, usando mi polla cuando ella no tenía ninguna; así que quería divertirme enseñándole la situación inversa, con Tara acoplada a mí y a mis embestidas… como si fuera nuestra hermana mayor quien se estuviera follando a Anita con mi polla.


Ahora, en aquel mar de placer, tenía la mirada fija en un punto… pero no era en mi cara, así que tenía que ser la de Tara a mi lado. Miraba a su hermana mientras yo le metía mi nabo hasta lo más hondo de su vagina. Fue demasiado para la pobre, porque de pronto la vi poner los ojos en blanco y sus muslos empezaron literalmente a convulsionar violentamente, como si fuera una muñeca a pilas que no paraba de traquetear.


Asombrado por aquellas sacudidas, que no le había visto tener nunca, y bastante acojonado de que mi delicado miembro sufriera algún tipo de daño colateral, desenfundé de allí a tiempo de ver cómo su vagina expulsaba unos chorros de líquido transparente que salieron despedidos unos cuantos centímetros. Incluso llegaron a salpicarme bastante en todo mi paquete y en mis muslos.


En todos mis años de porno de medianoche en el canal local, jamás había visto algo así durante un polvo.


-          ¿Te estás meando? –pregunté, algo preocupado.


-          No, idiota –dijo Tara, acariciándome el manubrio, ahora libre–. Es una eyaculación femenina. Se llama squirting en inglés. No todas las chicas lo hacen, pero suele ser una señal de que están disfrutando mucho.


-          Estás hecha toda una experta en sexo –dije, volviendo a acariciar su espalda y restregándome contra sus tetas.


Anita, hecha una masa jadeante de carne humana, tragó saliva e intentó alzar la cabeza.


-          A mí… esto… no me había pasado n-nunca…


Tara rio, mirándola con ternura, y se deslizó hacia abajo hasta que mi verga quedó a la altura de su boca. Empezó a mamármela con lentitud, saboreando cada centímetro como si fuera algo precioso.


-          Te sabe distinta –dijo, clavándome sus ojos castaños y pasándolos furtivamente por nuestra hermanita–. Debe ser por el coñete de Anita…


-          ¿No te gusta? –dije, gruñendo mientras le sujetaba la cabeza.


Ni siquiera se me había pasado por la cabeza que Tara estaba tragándose también los fluidos de su hermanita pequeña, que habían impregnado por completo mi polla.


-          Qué va –dijo, volviendo al tema y cerrando los ojos con satisfacción–. Ehftá mhuy hrica…


Me dejé llevar por aquella genial mamada unos minutos, pero sabía que no llegaría a correrme así. Mi propio cuerpo me pedía la liberación del orgasmo, pero tampoco quería interrumpir a Tara si se lo estaba pasando tan bien. No obstante, cuando debió haber lamido cada recoveco de mi pene bañado en el néctar de nuestra hermanita, decidió que ya era suficiente.


Se incorporó y me dio la espalda, poniéndose a cuatro patas sobre la cama. La pequeñaja yacía a pocos centímetros a su izquierda, todavía recuperándose del mayor orgasmo de su vida. Tara se separó los labios de la vagina con una mano mientras con la otra giraba la cabeza para mirarme, juguetona.


-          Porfa… ¿te importa ocuparte de mí? Yo no hago squirting, pero quién sabe… al fin y al cabo somos todos familia –dijo guiñándome un ojo.


-          Me gusta cuando me pides las cosas por favor… –gruñí, posicionando mi glande en su enrojecida hendidura.


Le agarré por las caderas y la ensarté totalmente, con la misma brutalidad que había hecho antes con Anita. Sin embargo, esta vez Tara no se quejó en absoluto, y las sedosas paredes de su vagina envolvieron por completo a mi polla. Estaba muy mojada; debía llevar deseando esto desde que empezamos a comerle las tetas durante el desayuno, y la anticipación había hecho que se excitara tanto como para dilatarse por completo.


Yo nunca había follado con ellas en esta postura, pero descubrí que la novedad me gustaba bastante. Podía ver el cuerpazo de Tara desde atrás, con su largo pelo fluyendo sobre su larga espalda hasta la cintura, justo donde mis manos aferraban su maravilloso culito. Veía cómo mi pene erecto reaparecía y desaparecía dentro de su coño, nuestros genitales haciendo un ruido húmedo que subrayaba lo obsceno de todo aquello.


Empecé un mete-saca en toda regla, y a veces me inclinaba hacia delante para sobarle las tetas desde atrás. Tara gemía y mordía la almohada, los puños apretando unos pliegues de sábana con fuerza. Anita, lo bastante recuperada como para sentarse, se toqueteaba los pezones y el clítoris mientras nos miraba.


Fui a bajar una mano para hacer lo mismo con Tara y acariciarle el coñito por delante mientras yo se lo follaba, pero noté algo raro.


-          ¿Qué es esto? –pregunté en voz alta, alzando la mano.


Tenía una espumilla blanca cubriéndomela. Tras una breve inspección comprobé que se extendía por toda la vagina de Tara y por mi polla por donde le estaba penetrando. No era semen; incluso aunque ya me había corrido allí hacía una hora o dos, mi hermana se había limpiado antes de ir a la cocina. Era más bien como el líquido de un champú. Pero me extrañaba ver aquello allí, porque juraría que al metérsela no estaba ahí.


-          Mmmhm… eso es mi flujo vaginal, tonto –dijo mirándome con la cara roja, empujando su culo hacia mí para empalarse ella solita dado que yo estaba quieto como un pasmarote–. Se pone así cuando estoy muy cachonda… como cuando estoy ovulando. A veces se espesa un poco con la penetración y acaba adquiriendo esa consistencia…


-          Haaala, hermana, sabes mucho –se asombró Anita–. ¿Todo eso lo has aprendido en Medicina?


-          No… –gimió ella mientras yo volvía a retomar el control del ritmo–. Eso lo sé… porque me encanta follar…


Gruñí, súbitamente celoso de que mi hermana me recordara la experiencia que tenía. Tenía muchas ventajas, pero éste era nuestro momento íntimo y no quería pensar en otros tíos metiéndosela. A saber cuántos se había tirado. Empecé a descargar mi frustración pegándole azotes en el culo. Ella gemía más fuerte. Mis nalgadas fueron subiendo de intensidad y sus cachetes empezaron a ponerse rojos.


-          Sí… así, dame fuerte… mmhm… me gusta verte bruto conmigo…


-          Guau, Rami… –observó Anita, embobada–. Le estás dando pero bien… mucho más fuerte que a mí aquel día…


Aquellos comentarios de una y otra sólo me empujaban a pegarle con más intensidad y a follármela con más rapidez. Era una taladradora humana, y Tara empezó bastante pronto a chillar y a mojarme la entrepierna, mientras se desplomaba sobre la cama sin poder sostenerse más sobre las rodillas. Yo la seguí allí abajo sin separarme, perforándola como una máquina incansable.


Los muslos no se le sacudían, pero quizás estaba eyaculando como Anita; la verdad es que en este punto me daba igual si se corría o no. Yo seguía durísimo, pero el esfuerzo que me estaba costando aquel ritmo me restaba un poco del placer para poder eyacular. Fui disminuyendo las embestidas lentamente, lo bastante como para que Tara despegara la cara del colchón. Anita estaba muy cerca de ella, observando con detenimiento su cara de éxtasis.


Tara sonrió, y aprovechando un breve respiro en mi asalto a su coño, aprovechó para estirar un brazo y toquetear la gargantilla negra que nuestra hermanita tenía en el cuello.


-          ¿Sabes? Esto que llevas es de putas…


-          Sí, eso mismo le dije yo –gruñí sin parar de embestirla.


Aquella actitud educativa de mi hermana mayor me ponía muy cachondo.


-          No, no es eso… me refiero a que esto lo llevaban las prostitutas hace tiempo, para anunciarse. Así los clientes sabían dónde podían pagar por follar…


-          Cuánto sabes, Tarada… –repetí, dándole otro azote mientras me la follaba. Tara gimió otra vez.


-          Bueno, me viene bien saberlo –replicó Anita, meneando sus tetazas enfrente de su hermana–. Si me pueden pagar por hacer esto, por mí genial.


-          Par de… zorras… –gruñí.


Anita estaba acariciando la cara de Tara, y le veía en los ojos que quería hacer más todavía. Tara se dejaba acariciar, demasiado ocupada en disfrutar de cómo la ensartaba yo. Quise volver a excitarla como antes, cuando ella me cabalgaba por primera vez.


-          Te encanta que te folle tu hermano pequeño, ¿verdad?


-          Mhmm… mhm…


-          Eres tan puta como tu otra hermana, ¿a que sí?


-          Ah… mhmm…


Me incliné hacia delante para agarrarla del torso e incorporarla un poco otra vez. Pegando mi barriga a su espalda, la empalaba desde atrás mientras ella intentaba soportarse sobre sus propias rodillas. Estrujé sus tetas con las manos, pellizcando aquellos pezones con piercings mientras le daba besitos en el cuello. Ella se dejaba hacer, más interesada en botar su culo en mi polla para no perder el ritmo del polvo. Anita estaba muy cerca, aún acariciándole la cara.


-          Eres tan guarra que te da igual follarte a tu hermano delante de tu hermana…


-          ¡Mhhmm! Ah… Pues… igual sí… –respondió Tara débilmente.


-          Serás cerda… hasta te dejas que tu toque tu hermanita si ella quiere…


Anita, leyéndome el pensamiento, procedió a sobarle las tetas a Tara, reemplazando también mis besitos previos en su cuello. Poco a poco, fue añadiendo lametones largos que bajaban desde su cuello hasta el canalillo y a sus pechos, para luego volver a subir dejando un rastro de saliva hasta su garganta.


La agarré del pelo castaño suelto, formando un manojo en mi puño para tener un punto de apoyo mientras me la follaba. Inhalé su esencia y su sudor, como un animal. Los tres pegábamos nuestras pieles en aquel acto depravado, haciendo un buen sándwich con mi hermana mayor en el medio. Yo estaba muy cerca de Anita, que no paraba de chupetear su cuello, y en cuanto nuestros ojos coincidieron no pudimos evitar acercarnos hasta empezar a comernos la boca. Nuestras lenguas empezaron a hacer sonidos húmedos y obscenos que se parecían al de mi polla penetrando el encharcado coño de mi hermana.


Tara jadeaba. La mirada vidriosa, era consciente de lo que ocurría a su lado, pero en lugar de decir nada prefería dedicar sus energías a recibir mis embestidas con igual entusiasmo. Anita me abrazaba sin dejar de besarme, envolviendo con sus brazos también a Tara y rozando sus tetas con las suyas.


-          Par de cerdas… guarras… putas… malditas hermanitas cachondas… –mascullaba yo, perdido en una nube de lujuria incestuosa–. Eres una zorra, Tara…


Ella cogió aire para pedir, entre gemidos, lo que llevaba deseando hace tiempo:


-          Llámame… Tarada…


Cachondísimo de repente, empecé a embestirla con una brutalidad implacable, tirándole del pelo con fuerza mientras con la otra mano le aferraba el culo.


-          Puta Tarada…. Sí que eres guarra –jadeé, al límite–. Sabía que te gustaba que te lo dijera…


-          Claro que me gustaba… Fóllame… Mmh… Mamoncete…


-          Te follo, Tarada… como me chupa tu coño, Tarada….


Noté que con aquellas guarrerías mi hermana perdía cualquier atisbo de compostura y comenzaba a gemir como una auténtica guarra, enloquecida por aquel acto prohibido donde la polla de su hermanito la invadía sin piedad.


Anita vio su oportunidad. No se había desembarazado del todo de Tara y aprovechó ahora para plantar sus labios en los de su hermana mayor. Tara gimió de repente, sorprendida por la intrusión… pero aquello duró muy poco. Vi cómo mis hermanas se enzarzaban en un apasionado beso lésbico, dando rienda suelta a sus bajos instintos que llevaban demasiado tiempo reprimidos.


Mi hermanita le sujetaba la cara a Tara para no separarse de ella a medida que mis embestidas se hacían más violentas ante aquella estampa. Mi hermana mayor se movía demasiado al empotrarla como para que pudieran besarse bien, así que ambas se contentaban con estirar las lenguas y rozarlas caóticamente cuando lo permitía la cambiante distancia. Las babas les resbalaban a las dos por la barbilla.


Fue increíble contemplar en directo aquella pérdida total de inhibiciones. Tara por fin participaba con mi otra hermanita activamente, en lugar de dejarla hacer como si fuera una molestia menor. Las dos melenas, una rubia y otra castaña, se agitaban y enredaban a medida que la suave y redondeada carne fraternal se confundía con lujuria, las bocas unidas, las tetas aplastadas, agarrándose a las nalgas de la otra para no salir ambas despedidas de la cama a cada uno de mis pollazos. Todos habíamos caído de lleno en los peligros de nuestra excitación incestuosa. La visión de mis dos hermanas enrollándose mientras me follaba a una de ellas era demasiado tabú como para que ninguno pudiéramos volver atrás.


Queriendo agrandar todavía más aquella victoria, busqué el ojete de Tara con una mano y le metí un dedo otra vez justo cuando me llegaba el clímax.  Me corrí entre espasmos dentro del coño de mi hermana mayor por segunda vez en el día, mientras ella se deshacía por completo en la boca de nuestra hermanita.


No sé si fue el orgasmo o lo lujurioso de aquella imagen, pero literalmente perdí la visión por unos segundos. Estaba totalmente mareado en la nube de mi éxtasis, y cuando volví en mí estaba desplomado sobre la espalda de Tara, escuchando todavía a las dos besarse con auténtico abandono.


Yo, queriendo no ser menos, me arrastré a un lado para abrazarlas y unir mi lengua a las de ellas dos, que me acogieron con ansia acumulada. Fue increíblemente sexy ver cómo pasaban de enrollarse con una intensidad peligrosa a buscar mi boca con la misma urgencia.


-          No sabía que os gustaban también las tías –dije, fascinado por todo aquello.


-          A mí me gusta todo –dijo Anita rápidamente, jadeando y con las babas de los tres reluciéndole en los labios–. Tíos, tías, jóvenes, viejos, negros, chinos… me gusta hasta el palo de la escoba. Coño, me follaría a un caballo si supiera cómo.


-          Cerda…. –dije, anonadado ante aquella depravada confesión, y le metí los dedos en la boca para que saboreara el ano de su hermana–. No tienes ningún límite…


-          Mhmm-mhmm –negó ella mirándome, su boca ocupada en limpiarme la mano.


-          Yo no soy lesbiana, eh –se apresuró a corregir Tara, sin dejar de balancear sus tetas sobre las de Anita–. Pero no es lo mismo si es con mi hermana… ¿no?


-          Claro, no cuenta –le concedí dejándola soñar, pero sin estar en absoluto de acuerdo–. Tampoco cuenta con tu hermano. Podemos hacerlo las veces que quieras, que no significa nada…


-          ¿Nada? –dijo ella muy seria de repente, las mejillas ruborizadas–. Bueno… yo os quiero a los dos…


Se me partió el corazón al verla así. Había intentado darle un aire casual a lo nuestro, pero Tara estaba ahora mismo muy vulnerable después de dejarse llevar como nunca lo había hecho con nosotros. La besé en los labios con todo el cariño y la ternura que fui capaz, y ella me devolvió tímidamente el beso. No era lo mismo cuando no estábamos cegados por la lujuria, esto era más… inocente. Bonito. Me quedé mirándole los ojos castaños, embobado.


-          Yo también os quiero a las dos.


Y me encontré acercándome para susurrárselo, aun sabiendo que Anita estaba lo bastante cerca como para oírnos:


-          Y tú me gustas mucho, Tarada…


-          Venga, y yo os quiero a los dos también, ¡vamos! ¡Venga, vamos a follar más! ¿Te apetece darme por el culo, Rami?


-          Oye… quería dárselo yo primero. Tú le has quitado la virginidad, qué menos que me encule a mí antes… ¿no?


-          Ya estamos con Doña Perfecta, siempre saliéndose con la suya. ¡Acaba de correrse dentro de ti! ¡Es mi turno!


-          No os peleéis… Dadme un ratito, por favor –dije, totalmente agotado.


Pero aquellas obscenas imágenes seguían dándome vueltas en la cabeza. ¿De verdad se dejarían encular, o era una broma? Bueno, con Anita estaba claro que no. Y con aquella rivalidad fraternal, seguro que Tara también lo decía en serio. Gruñí. Aquellas dos súcubos de hermanas suponían una deliciosa tortura.


-          Vengaaa –dijo Anita masturbando mi exhausto pene flácido–. ¿Cuándo nos puedes follar otra vez?


La cafeína había disparado la energía de mi hermanita, lo sabía.


-          No lo sé… igual si os montáis el numerito lésbico otra vez me empalmo –respondí, rendido.


Anita sonrió, y se acercó a donde estaba Tara para hacerle un placaje y derribarla contra el colchón. Empezaron a morrearse de nuevo. La mayor le magreaba el culo, apretándola contra ella mientras se besaban. La pequeña llevaba una mano al conejito de su hermana e iba recogiendo pegotes de mi semen, que procedía a introducir en su boca o en la de Tara, alimentándose a las dos con mi semilla y mezclándola con sus salivas.


Tenían una coordinación terrible: estaban poniéndose las mejillas y la boca perdidas de babas y semen, pero aquello les daba igual.


-          Tú cuando quieras, únete –me dijo mi hermanita meneando su culito seductoramente–. No me importa que entres sin avisar…


Gruñí de placer, notando como mi polla volvía a resucitar lentamente. Había abierto la caja de pandora, y mis hermanitas eran insaciables.


Perder peso en verano era lo mejor que había hecho en mi puta vida.


FIN


***********


Nota del autor: Me he debatido si incluir este post-mortem o no, pero lo diré para que no haya dudas. Sí, es un final abrupto, y bastante abierto, pero creo que mejor cerrar donde estoy cómodo. Intento pensar en esto como un relato muy largo más que una miniserie de tres partes, pero tenía miedo de que a la gente le estallara la cabeza si veía un relato de cinco o seis horas de lectura.


Escribí esta historia, como todo lo que hago, para mí, para sacármela de la cabeza. Me gusta disfrutar de la catarsis como a cualquiera, pero sin el impulso del juego y la seducción precediéndola, mucha de la exaltación posterior me parece devaluada mientras más la repito. Carezco de la imaginación necesaria para mantener mi propio interés más allá de este punto, pero lo menos que podía hacer era compartirla con una página que me ha dado tanto a cambio de nada. Espero al menos que la hayáis disfrutado.


 


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