lunes, 13 de octubre de 2014

Madre e hija en la playa

Sara y su madre Nuria  decidieron pasar un día de chicas e irse juntas a la playa. La madre, de cincuenta y pocos años y bien cuidada, dejaba claro cuál era el origen de la belleza de su hija, de treinta años.

La playa de destino no estaba muy concurrida. Tras extender las toallas sobre la arena, Nuria se quitó su top de tirantes rojo y falda veraniega quedándose en bikini. Su figura, pese a la madurez, conservaba sus formas y parte de la rigidez de la juventud. El bikini blanco y azul lucía perfectamente en su cuerpo.

Sara desvistió su delgado cuerpo desprendiéndose de su top azul y pantaloncitos negros, quedándose en bikini fucsia con relleno.

Acaloradas tras el trayecto, las dos chicas se fueron al agua a darse un remojón. Al rato volvieron a las toallas y se aplicaron mutuamente protección solar.

-          Hija ¿quieres un mojito?

-          Qué va, que en el chiringuito son carísimos.

-          ¡Venga, que te invito!

Sara cedió, pero se arrepintió rápido. El mojito no sólo estaba muy cargado, sino que la sed y el calor le jugaron una mala pasada haciendo que se le subiera rápidamente a la cabeza. Mareada, al poco de hablar con su madre, intuyó dada la risa fácil de ésta, que a ella le había pasado lo mismo.

Decidieron darse un baño para ver si se les pasaba, pero no sirvió de nada. Por miedo a que el alcohol pudiera derivar en un ahogamiento, finalmente recogieron todas sus pertenencias, se pusieron las gafas de sol,  y dispusieron a dar un largo paseo.

Caminaron por la playa largo rato, abrasándose bajo aquel sol inmisericorde de agosto.

Tras casi una hora de andar, decidieron asentarse y descansar. En aquella parte en la playa sólo podían ver a un hombre que parecía dormir.

Sedientas, se dieron cuenta que habían acabado sus provisiones de agua.

-          No te preocupes hija, iré a pedirle a ese hombre.

Sara vio cómo su madre se dirigió hacia el desconocido. ¿Eran impresiones suyas, o andaba contoneándose?

Le vio hablar sin oír lo que decían, aunque dedujo que su madre se rio más de una vez.

Al rato, Nuria volvió con una botella en la mano.

-          Toma, nos la podemos quedar.

Sara bebió casi deshidratada sin mediar palabra y le cedió la botella a su madre.

Ambas se saciaron, y saludaron sonrientes al hombre.

-          ¿Qué majo, no? – preguntó Sara.

-          Sí, aunque….

-          ¿Qué pasa?

-          Bueno, se ha ofrecido a ponernos crema y no he podido decirle que no. Luego vendrá.

Tumbadas bocabajo apoyándose en los codos siguieron hablando hasta que una sombra las hizo girarse.

-          Hola, soy Carlos. ¿Queréis que os ponga crema?

El chico estaría cercano a los cuarenta años, cuerpo bien mantenido y con bañador color caqui  estilo pantalón corto.

-          Claro, muchísimas gracias – dijo Nuria. – Esta es Sara.

El hombre vertió la crema sobre la espalda de cada una, y la extendió lentamente, haciendo la presión justa para dedicarles un pequeño masaje.

-          ¿Y quién decíais que era la madre y quién la hija? – dijo provocando risitas en ambas féminas.  – Os pondré en las piernas, que mucha gente no se pone, y luego anda escocida.

Vertió el líquido blanquecino sobre las morenas piernas de Nuria y Sara vio como el hombre deslizó su mano lentamente por cada pierna. En uno de los movimientos, pasó por la nalga de la mujer. Al no recibir protesta, volvió a hacerlo disimulando que pasaba crema.

Le tocó el turno a Sara, y el hombre repitió el mismo procedimiento. La joven contuvo dar un respingo cuando el hombre le tocó el culo. Su trasero estaba bien definido, aunque era bastante más pequeño que el de su madre. Así mismo, su piel era muy clara, en contraste con el bronceado de su progenitora.

Carlos volvió al cuerpo de Nuria, y sus manos se dirigieron directamente hacia aquel culo, perfecto para su edad, y redondeado. Lo cogió con ambas manos y lo apretó varias veces con rapidez. La afectada se rio restándole importancia. Confiado, Carlos le hizo lo mismo a Sara con la salvedad que se detuvo, le agarró la braguita y se la estiró hacia arriba dándole la apariencia de un tanga.

-          Así te daría mejor el sol.

-          Sí, si hubiera traído un tanga, je, je, je.

-          Mira a tu madre qué bien le quedaría – dijo haciendo lo propio con su braguita.

El hombre tiró de la braguita hasta hacerla desaparecer entre las nalgas de Nuria. Apretó las nalgas de la mujer con ansia, hasta que se detuvo y les pidió que se dieran la vuelta.

Las mujeres, miraron el bulto que nacía del bañador de Carlos y éste las respondía sonriendo.

El hombre extendió más crema sobre el abdomen de ambas. Sara se quedó estupefacta cuando su madre se quitó la parte de arriba del bikini y dijo:

-          Por aquí también, no te olvides.

Carlos, más sonriente aún si era posible, untó de crema los pechos de Nuria. Eran claramente más grandes que los de Sara, casi una talla 100, y aún conservaban parte de su turgencia.  Las tetas se bamboleaban en todas direcciones. Miró a Sara y luego a su madre.

-          Venga hija, quítatelo tú también.

Ella, sin saber muy bien qué estaba haciendo, obedeció a su madre. El hombre se lanzó como un ave rapaz sobre aquellas pequeñas tetitas con sus manos pringosas. No sólo las barnizó, sino que las apretó y jugueteó con ellas.

-          Qué tetas más ricas tenéis las dos…. Ya que os habéis quitado la parte de arriba, tendréis que hacer lo mismo con la de abajo.

Con sonrisa pícara, Nuria se dio la vuelta, y apenas estaba a cuatro patas cuando Carlos le estiró la braguita hacia abajo.

-          Mmmm, vaya culo.

Extendió más crema y sus dedos no sólo se posaron en su culo, sino que rozaron su sexo apenas con pelo.

Sin necesidad de que nadie le dijera nada, Sara se quitó las braguitas y se colocó también a cuatro patas.

-          Tu hija tiene un culito espectacular.

-          Yo lo tenía igual a su edad.

Carlos lo agarró y lo apretó, cubriéndolo casi entero con sus manos. Sara notó cómo le abrían las nalgas y unos dedos le rozaban por todos los huecos que encontraban.

Sara se giró, y pudo ver cómo el hombre se acariciaba el paquete por encima del bañador. El bulto era de tamaño considerado, y por el rictus de morderse los labios, dedujo que debía de estar muy excitado.

Su madre se incorporó, y de rodillas se acercó a Carlos sin abandonar el cuadrilátero de su toalla.

-          ¿Te ha gustado darnos crema eh?

-          Las que me habéis gustado habéis sido vosotras.

-          Tendremos que compensarte de alguna forma, ¿verdad?

La joven no podía reconocer a su madre, que miraba con lujuria al chico. Apartó la mano de éste de la pequeña montaña de su bañador, y colocó la suya en su lugar.

-          Mmmm, qué tenemos aquí.

Con habilidad, su madre desabrochó la cuerda del bañador, e introdujo la mano derecha en su interior.

-          Parece que he pescado algo.

-          Ten cuidado, que muerde.

-          Entonces tendré que defenderme y morderle yo.

Nuria sacó su mano y le bajó el bañador al chico. Ante madre e hija apareció un pene de tamaño considerable totalmente en erección. El chico debía de estar tan excitado que aquel falo se movía solo, dando pequeñas sacudidas como si asintiera ante preguntas no pronunciadas.

Su madre lo agarró, e hizo deslizar su mano lentamente de forma vertical sobre su superficie.

-          De momento no me ha mordido, pero más vale prevenir…

Sin mediar más palabra, su madre se metió aquella polla en su boca.

-          Ven, acércate hija.

Sara obedeció, y acarició los testículos del hombre mientras su madre le chupaba el pene. Paseó su lengua por parte del tronco de aquel instrumento, llegando casi a juntar sus labios con los de su madre. Ésta, le dejó el testigo, y Sara, agarrándolo por la base se metió la punta en la boca. Le comió la polla a Carlos a base de movimientos de su cabeza. Su madre le pidió seguir, y lo hizo a mayor velocidad incluso.

Carlos sólo resoplaba y se dejaba hacer por aquellas dos mujeres. El hombre agarró de la cabeza a su madre, y con movimientos pélvicos empezó a follarle la boca. Sara volvió a chupar, y su madre le ayudó a mamar aquel pene cogiéndola de la cabeza y moviéndosela con su suavidad. Cuando se la sacó de las fauces, un hilo de saliva se desparramó hacia la arena

El hombre jugó a sacársela de la boca a una y metérsela en la boca a la otra como si se tratara de un partido de pin pon.

Sofocado, Carlos se sentó en la toalla, y las chicas se lanzaron como leonas sobre él. Mientras Nuria se la comía, su hija le lamía los testículos.

-          Nuria, ¿te importaría que me follara a tu hija?

-          Sólo si no me follas a mí también.

Sara, aludida, se levantó y pasó sus piernas a los costados del hombre.

-          Ahora verás – dijo.

Agarró la verga del hombre, y la colocó sobre sus labios vaginales. Tras restregar el prepucio sobre aquella entrada tan húmeda, se metió la puntita.

Se reclinó hacia atrás, apoyando sus manos en el suelo y comenzó a botar. Era como si su culito rebotara contra el abdomen del hombre. Nuria escupió sobre el pene del hombre y restregó la saliva sobre la parte que no entraba y sus huevos.

Sara se levantó y Nuria se lanzó sobre un cepo sobre su presa, sin perder un segundo para comérsela. Su hija se besaba apasionadamente con Carlos mientras ella se esmeraba con su boca.

-          Veamos de qué eres capaz…

Nuria se colocó en cuclillas sobre el hombre, y Sara guio el pene de éste hacia su interior.

Aunque estaba quieta, Carlos empezó a levantar su cintura metiéndole la polla casi entera.

La joven se quedó sorprendida por los gritos que pegaba su madre. Sus nalgas, más grandes que las de la hija, botaban y se aplastaban al llegar abajo.

Ente risas, Sara le dio azotitos en el culo a su madre. Pronto Nuria se acomodó, y comenzó a cabalgar a Carlos. La hija miró con cierta envidia el tamaño de los pechos de su progenitora y el amplio ángulo que trazaban con cada salto de la cabalgada.

Excitada, la mujer más joven pasó los pies a los lados de la cabeza del hombre y se agachó con cuidado.

-          Eres una cachonda – dijo Carlos sonriente.

La treintañera descendió con cuidado hasta colocar su sexo al lado de la boca del hombre. Éste extendió la lengua y empezó a comerle el coño como podía. Excitada, claudicó su juego y se dejó caer sobre la cabeza del hasta ahora desconocido.

Los tres, concentrados en su placer, eran ajenos a cualquier cosa que pudiera pasar en la playa.

-          Ahora quiero que me folles a mí – le dijo Sara al oído a Carlos.

-          ¡Eso está hecho!

Con la fuerza de sus brazos, izó y separó a Nuria.

-          Túmbate – a lo que la aludida obedeció.

Carlos proyectó su sombra sobre Sara mientras se acercaba, polla en mano, hacia ella.

-          Te voy a follar hasta que tu madre me eche la bronca para que pare.

-          Mmmm, sí. Veeeeen.

Sara pasó sus piernas por las nalgas del hombre atrayéndole.

-          Ahora verás…

Se la metió entera de un empujón. Ella gimió de forma estridente y prolongada.

Carlos empezó un ritmo de embestidas brutal que hacía que todo el delicado cuerpo de la chica se estremeciera y agitara. Cada empujón hacía que se introdujera casi todo el falo en su interior.

-          Hija, debes de estar a punto de correrte…

Como si obedeciera a su madre, Sara empezó a gemir como una loca. De repente le dijo a Carlos que parara, y se apartó a un lado.

-          Bueno, ahora le toca a los mayores.

Nuria se colocó a cuatro patas, y Carlos se acercó de rodillas sonriendo.

-          Vamos, que quiero demostrarle a mi hija lo que es follar.

Carlos se la metió lentamente hasta el fondo. Apretándole las nalgas con fuerza, el hombre inició un fuerte mete-saca.

-          Síiiii, qué bueno. No pares hasta correrte.

Sara, exhausta, contemplaba como aquel desconocido se follaba a su madre con sentimientos relajados. Rozando la excitación.

Apoyándose en la arena, Nuria se impulsaba hacia atrás para que la follaran más fuerte.

De repente, todo estalló en gritos ante el orgasmo de Nuria.

Incapaz de contenerse, Carlos desenfundó su miembro y apoyándolo en aquel culo de melocotón dejó escapar un largo chorro de semen que se derramó por las nalgas y la espalda de la veterana. El resto de chorros impactaron contra sus nalgas.

Pasado el éxtasis, los tres se fueron al agua a ducharse como si no hubiera pasado nada.

Hablaron de banalidades, y finalmente madre e hija se fueron.

No hablaron de lo ocurrido en el camino de regreso a casa.

-          ¿Qué tal os lo habéis pasado? – preguntó el padre de Sara.

Las dos mujeres se miraron, y pusieron a reír.

-          Muy bien. Un día de playa bien aprovechado.

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