martes, 26 de diciembre de 2023

una buena amiga

 El teléfono comenzó a sonar con estridencia y lo cogí lo más rápido posible, no fuera a caerse de la mesa. Cuando lo tomé, vi en la pantallita quien me estaba llamando. Era ella, Ángela. Decidí descolgar.

—¿Que pasa Angie? —pregunté enseguida.

—Pues aquí, Jesús, aburrida —me dijo con tono apagado—. Además, hace un calor de mierda tremendo.

—Ni que lo digas —repuse yo—. Mira que son las diez de la mañana y estoy pensando en poner el aire.

—Por eso mismo, te quería preguntar si te apetecía venir a la playa conmigo.


Me quedé un poco pillado al escuchar esto. ¿Ella y yo en la playa? Mi mente comenzó a encenderse muy rápido.

—¿Alguien más viene? —decidí preguntar.

—No, solo nosotros dos —respondió ella—. Al resto de la peña los he llamado y no me ha contestado ni uno.

—¿Y por qué no les mandas un whatsapp? —comenté yo—. Que manía tienes de llamar a todo el mundo.

—Joder, Jesús, pues porque la aplicación tiene un problema o yo que pollas se ya —se quejó.

—Vale, tranquila. —la calmé—. Si eso, te lo reviso hoy en la playa.

—Entonces, ¿vienes?

—Claro.

Su carácter cambió en ese momento. Aunque no la oí reír ni nada por el estilo, el tono de su voz sonaba más alegre.

—Gracias tío —habló llena de júbilo—. Entonces, nos vemos a la once en el paseo marítimo. ¡No tardes!

—Descuida, no lo haré.

Colgó y yo comencé a prepararme. No tenía planeado ir a ningún sitio esa mañana, pero, joder, ir a la playa con Angie era un espectáculo que no deseaba perderme por nada del mundo.

Ángela y yo somos amigos desde hace años. Nos conocimos en el instituto. Allí, cada uno iba un poco a su bola, pero, al llegar el Bachiller, nos tocó en la misma clase. Al ser los únicos que nos conocíamos, acabamos sentándonos juntos y haciendo los trabajos entre los dos. Eso me permitió conocerla mejor y darme cuenta de que, tras esa aura de chica pija y estirada, se encontraba alguien amable y cariñosa, aunque eso sí, algo enojadiza. Luego, cada uno hizo su propio grupo de amigos, pero eso no rompió el contacto entre los dos. Incluso a pesar de separarnos después en la universidad, seguimos viéndonos.

Una vez terminé de prepararme, salí de casa y fui a encontrarme con ella en el paseo marítimo, que estaba apartado, pues yo vivía en el centro de la ciudad. Ángela (o Angie, como yo la llamo de forma cariñosa) vive más cerca. Esperaba que no comenzase a llamarme diciendo que me estaba retrasando.

Tras tomar un autobús, llegué al paseo marítimo y allí me la encontré. Temblé de pies a cabeza. Estaba esplendida. Me vio, aunque para cerciorarse, se bajó las gafas de sol que llevaba puestas y no tardó en saludarme. Fui hacia ella y enseguida, me dio un fuerte abrazo, lo cual me permitió sentir contra mi pecho como presionaban dos grandes masas de carne. Sabía lo que eran y eso, me puso un poco nervioso.

—Me alegro de que hayas venido —dijo con una espléndida sonrisa en su cara.

Yo también le sonreí y ella me dio un par de besos en la cara con sus carnosos labios, uno en cada mejilla. Tras eso, pusimos rumbo hacia la playa.

Por el camino, me pude fijar en cómo iba. Llevaba un pareo de color verde claro que delineaba muy bien su figura. Ángela no está ni gorda ni flaca, sino en su peso ideal y, por ello, no se la notaba gruesa, pero si bien formada, con sus atributos bien marcados. Como su culo, que bajo esa prenda se notaba bastante bien. Y mis ojos, no se podían apartar de él.

Seguimos caminando sobre la arena hasta que decidió detenernos a mitad de trayecto. No estábamos muy cerca del agua, pero tampoco lejos, así que no había problema. Pusimos las esterillas y yo me quité la camiseta, preparado para darme un buen baño. Entonces, fue cuando el espectáculo se obró.

Ángela se quitó el pareo, dejándolo caer con total tranquilidad y revelando su espléndido cuerpo. Como ya he dicho antes, es una maravilla: piel blanca, unas perfectas curvas que delinean su magnífica figura, piernas largas y tonificadas y un par de redondos y turgentes pechos, siendo la parte más destacable de su anatomía. En ese preciso momento, verlos atrapados bajo ese bikini de color beis claro, me estaban volviendo loco.

Dio una vuelta sobre sí misma para ver si tenía todo bien puesto y en una de esas, pudo ver su redondo culito, enfundando en unas finas braguitas. No le podía quitar el ojo de encima y seguro que no era el único. De hecho, al apartar mi vista un momento, pude notar como otros hombres la miraban. Eso me disgustó un poquito, para que negarlo, aunque preferí no darle importancia.

Una vez lista, se sentó sobre su esterilla y se quitó las gafas de sol, dejándome ver sus preciosos ojos azules. Luego, se apartó un poco de su pelo negro y largo. Lo llevaba recogido en dos bonitas coletas que le daban un aire infantil. Se movían levemente gracias a la suave brisa que soplaba. En ese momento, me parecía muy serena y bonita.

Una vez lista, Ángela no tardó en mirarme, lo cual hizo que yo me sintiera un poco incómodo. Despegué la vista de ella, tratando de disimular. Ella comenzó a hablar.

—Voy a echarme un poco de crema para la piel.

Que dijera eso me sorprendió un poco. ¿Acaso me estaba pidiendo que le pusiera? Reconozco que eso me puso bastante malo. Nunca había tocado a Ángela, más allá de algún abrazo o roce involuntario, así que la idea de echarle cremita por todo su escultural cuerpo era un deseo más que anhelado. Sin embargo, cuando vi que comenzó a ponerse ella sola, me di cuenta de que lo había dicho por decirlo. A pesar de que me llevara un chasco, verla echarse fue, digamos, interesante.

Vi cómo se ponía un poquito de protección solar en una de sus piernas y, con sus manos, se lo iba extendiendo. Lo hacía con una elegancia magnifica, como si se recreara con orgullo en ello. Hizo lo mismo con la otra y luego, se extendió más por su barriga, brazos y hombros. No perdí detalle de ello, aunque estaba atento por si Ángela miraba. Cuando terminó, estuve por preguntar si necesitaba que le diese por la espalda, pero preferí no tentar a la suerte. Conociéndola, seguro que se cabrearía.

Tras esto, se recostó con tranquilidad, cerrando sus ojos para relajarse. Yo, mientras tanto, seguía sin perder detalle de su anatomía. Mis ojos no tardaron en posarse sobre ese par de montañas que eran sus tetas. En esa postura, aquellas maravillas se asomaban por ambas partes del bikini. Así, atisbaba aún más detalles. En muy poco tiempo, sentí mi polla bien dura y, al mirar hacia abajo, vi una evidente tienda de campaña marcando el bañador.

—Joder —dije para mis adentros.

Sin tiempo que perder, le comenté a Ángela que iba a darme un  baño. Ella se limitó a responder con un leve ronquido. No sé si andaba dormida, pero por como estaba, lo aparentaba a la perfección. Con celeridad, me levanté y puse rumbo hacia el agua, esquivando a todo el que había por en medio y buscando disimular mi incipiente erección.

En cuanto tomé contacto con el agua, me sentí más aliviado. El frescor me ayudaría a bajar mi temperatura y lograría calmar mi excitación. De esa manera comencé a nadar y relajarme.

En ese entonces, no pude evitar pensar en mi relación con Ángela. Siempre hemos sido buenos amigos y ha habido mucha confianza. Por supuesto, me había fijado en su físico y ella parecía percatada de ello, llegando a señalármelo, aunque en broma. Yo, por mi parte, la he respetado y jamás he pretendido sobrepasarme con ella, pero no puedo negar lo evidente, me gusta mucho y he deseado con todas mis fuerzas que algo pasara entre nosotros. Por supuesto, nunca me he atrevido a decírselo, por miedo a que reaccione de mala manera. No quiero perder la amistad que tenemos.

Seguí pensando en todo esto, cuando comencé a escuchar gritos desde la playa. Al principio, no quise hacer mucho caso, pero cuando escuche entre las voces una femenina, me puse en alerta. Me incorporé y, tal como me temía, la voz era de Ángela.

Afuera, pude ver a mi amiga, de pie, rodeada por tres tipos. Uno de ellos la tenía cogida por las manos y estaban forcejeando. Me quedé alucinado cuando vi como el resto de la gente a su alrededor miraba sin más la escena, pero nadie se atrevía intervenir. Eso me enfureció. Yo, por supuesto, no dudé en salir del agua y poner dirección a la reyerta. No iba a dejar a Angie solar. Jamás me lo perdonaría.

Con paso decidido, fui por esos imbéciles y cuando ya estaba delante de ellos, les grité con fuerza:

—¡¡¡Queréis dejarla en paz, cabrones!!!

Mi chillido les hizo darse la vuelta al instante.

Al verlos, reconozco que me atemoricé un poco. El trio tenía unas pintas dantescas. Sin sus camisetas, podía ver sus torsos recubiertos de tatuajes que, en algunos casos, se extendían a sus cuellos, hombros o barrigas. El más alto, tenía varios piercings en la cara y el otro par tenían unos caretos de simios prehistóricos que podrían ser hilarantes, aunque por sus gestos, parecían peligrosos. Uno de los dos, un canijo con pintas de recién salido de la cárcel, no dudó en hablar.

—Pírate capullo —farfulló con voz insidiosa—. Déjanos divertirnos con esta pava.

A pesar de estar acojonado, esas palabras me enfurecieron.

—Imbécil, esa pava es mi amiga —le dije mirándole con furia—. Como no la dejéis, os vais a meter en problemas.

—Ah, ¿sí? —comentó el grandullón—. ¿Y qué coño nos vas a hacer tú?

Miré al tercero, que todavía sostenía a Ángela entre sus manos. La sangre me hervía al contemplar aquello.

—En serio, largaos de una puta vez si no queréis tener problemas.

—Anda, mira el chulo este —señaló el puto retaco—. Se cree que puede con nosotros. ¡Si no es más que un mierdas!

—Ya lo creo, va a poder conmigo —espetó el más alto mientras se aproximaba a mí.

Por el rabillo del ojo, me fijé en que algunas personas se estaban levantando, aunque todavía no parecían decididas a intervenir. Eso me jodió bastante. Viendo como el gigantón se acercaba, le empujé.

—¡Soltadla de una puta vez! —amenacé con agresividad.

El alto me dio un fuerte empellón y casi perdí el equilibrio, aunque no llegué a caerme. Ángela seguía forcejeando con el otro y, de repente, logró liberarse. Me pareció el momento idóneo para escapar, pero entonces, ella me gritó:

—¡Jesús!

Maldito sea el puto canijo. Parecía el más debilucho, aunque resultó ser el que más fuerza tenía. El hostión me dejó noqueado al instante. Me dio en toda la nariz y enseguida noté el dolor extendiéndose por toda mi cara. Era como una descarga de calor y no tardó en incrustarse hasta lo más profundo de mi cerebro. Fue tan fuerte que terminé derrumbándome en el suelo.

A partir de ahí, todo se distorsionó. Escuchaba los llantos desesperados de mi amiga, los aullidos de los tres capullos, que parecían regocijarse en mi sufrimiento. Acto seguido, un auténtico caos se armó. Veía todo nublado y apenas atisbaba sombras. Se oyeron más gritos, forcejeo y, poco a poco, todo se volvió oscuro.

Lo último que recordé fue como alguien me abrazaba, pegando su cuerpo al tiempo que no dejaba de sollozar. Enseguida noté dos grandes masas de carne presionando contra mi brazo derecho y una hermosa voz que, se me antojaba celestial, me llamaba desesperada. Eso recuerdo. Bueno, eso y el sabor de mi propia sangre derramada entrando por la boca.

--------------------------------------------------------------------

Cuando abrí mis ojos, una intensa luz me cegó. En esos momentos, creí que había subido al cielo. Respiré intranquilo. Coño, nunca creí en esta cosas y ahora, me hallaba a las puertas del puñetero Paraíso. Seguro que me mandarían de una patada en el culo al Infierno por ser un asqueroso ateo. Sin embargo, a medida que mi vista iba acomodándose, me fijé en que no estaba en ningún paraíso terrenal, sino en el paseo marítimo de mi ciudad, seguramente, sentado en un banco.

A pesar de eso, una angelical voz me llamó.

—¿Estás bien?

Al girar mi cabeza, topé con un hermoso rostro donde había engarzados dos preciosos ojos azules que me dejaron encandilado.

—Angie —mascullé con dificultad.

Aunque iba recuperando mis sentidos, noté como el dolor invadía mi rostro. Sentía mi nariz arder y como las sienes parecían a punto de estallar. Me sentía tan agobiado que me incorporé, lo cual hizo que las molestias se intensificasen.

—Tranquilo, no hagas tantos esfuerzos, que te puedes marear —me dijo mi amiga preocupada.

Con sumo cuidado, fui levantándome hasta quedar derecho y me apoyé sobre el respaldo del banco. Ángela se sentó a mi lado, acariciándome el hombro. Yo, mientras, incliné mi cabeza hacia atrás y tomé aire, buscando relajarme.

—¿Que…que ha ocurrido? —pregunté a duras penas.

—Te noquearon, Jesús —me informó ella—. El puñetazo fue tan rápido. Perdiste el conocimiento enseguida.

Noté afligimiento en su voz. Se encontraba muy dolida. Al girarme, pude ver su ojitos húmedos.

—¿Dónde están esos cabrones? —fue lo siguiente que dije. Estaba un poco asustado al pensar que se hubieran ido de rositas.

—La gente logró retenerlos antes de que te metiesen una paliza —me respondió Angie. Se la notaba más aliviada al contarme esto—. Llamaron a la policía y se los han llevado.

—¿Y cómo es que no estamos en comisaría? ¿O, al menos, en una ambulancia?

—Ya he prestado declaración y si, vinieron unos paramédicos, pero me han dicho que no es nada grave. Solo necesitabas descansar un poco.

—Joder, que alivio.

Noté mi nariz taponada. Seguramente eran unos algodones para detener la hemorragia.

—Te dejaron aquí, bajo mi cuidado —señaló a continuación, como si quisiera notar esa parte en concreto.

Poco a poco, dejé caer mi cabeza sobre su hombro y ella me estrechó entre sus brazos. Una de sus manos acarició mi pelo corto, lo cual me resultó relajante. Cerré mis ojos y noté el dolor disiparse.

—Deberíamos de ir a denunciarlos —sugerí.

—Olvídate de eso ahora —dijo Ángela—. Lo que deberías hacer es irte a descansar.

—Pues iré a mi casa.

–Mejor vamos a la mía. No está tan lejos.

Esa sugerencia me pareció genial.

Me levanté a duras penas. Ella me tuvo que agarrar para que no me precipitase contra el suelo. Todavía aturdido, comencé a dar suaves pasos, dejándome guiar por Ángela. Avanzamos un poco y vi cómo se cargaba con las esterillas y el bolso.

—De…deja que lleve yo algo —le hablé, presto a ayudarla.

—No te preocupes, puedo con todo —me contestó ella.

A paso lento, pusimos rumbo hacia el piso de Ángela. El trayecto fue pausado y sin ningún percance, aunque yo, de vez en cuando, miraba nervioso hacia atrás por si alguien nos seguía. Después de lo que me había pasado, lo cierto era que no me fiaba ya de nada ni nadie. Excepto de Angie, claro.

Entramos en el edificio y, tras tomar el ascensor, llegamos al piso. Nos metimos y Ángela me llevó al salón, donde me hizo sentar sobre el sofá.

—Anda, quédate aquí y descansa un poco, a ver si se te pasa el dolor.

Aunque me sentía un poco más despejado, todavía me notaba mareado y con la cabeza sufriendo de la molesta migraña que me azotaba. Me senté, de nuevo inclinando la cabeza hacia atrás, y cerré mis ojos, buscando calmar mi sufrimiento.

—¿Me…me das algo para la cabeza? —le pedí.

—Claro, iré a la cocina a por un Nolotil —me dijo.

Escuché sus pasos en dirección hacia esa ahbitación y yo busqué conciliar un poco el sueño. Me dejé llevar por el silencio o, al menos, lo intentaba. No tardé en volver a oír como mi amiga regresaba a mi lado. El sofá tembló un poco cuando se sentó. En eso momento, abrí mis ojos.

Allí estaba ella. Tan bonita como maravillosa. Sus ojos azules me miraban con preocupación y cariño. Era una chica increíble. Joder, si decía que me estaba enamorando en esos momentos, tal vez me toméis por loco, pero en serio, me resultaba impresionante. Tan hipnotizado estaba por la maravillosa visión que ni me di cuenta de que llevaba en las manos el Nolotil y un vaso de agua.

—Anda, tómatelo, a ver si se te pasa —comentó con su cálida voz.

Me metí la capsula roja en la boca y tomé un sorbo del vaso. Me lo tragué sin rechistar, como un niño al que su madre le pide que se coma las verduras a cambio de dejarle jugar a la consola. Ángela sonrió satisfecha.

—Ahora, apóyate en mí y descansa —me sugirió.

Lo cierto era que no sabía qué hacer. Lo último que esperaba era pasar el resto del día junto a Ángela, pegado a ella y a su bendito cuerpo, ese por el que tantas noches de desvelo he llegado a tener. No muy convencido, le hice caso y me coloqué a su lado. Dejando que ella me estrechase entre sus brazos, traté de relajarme, aunque no me lo pondría fácil.

Enseguida, contra mi hombro derecho, sentí la dureza de una de sus tetas. Mi cabeza acabó apoyada sobre el pecho, sin llegar a tocar por muy poco sus redondeces. Una de sus manos comenzó a acariciar mi brazo y recorrió la piel hasta llegar al torso, donde lo dejó. Yo no llevaba la camiseta, así que sentir el roce de sus dedos me estremeció. La otra fue hasta mi pelo corto, que no tardó en tocar con delicadeza. Así, empezó a hacerme un masaje en la cabeza que me tranquilizó bastante.

—¿Te encuentras mejor? —preguntó.

Yo, que tenía los ojos cerrados y sentía el calor de su cuerpecito, no podría estar en la gloria.

—Pues si —respondí satisfecho.

—Me alegro.

Así estuve, totalmente entregado a las caricias de mi amiga, envuelto en sus brazos mientras sentía el cercano roce de esas dos carnosidades que tanto me volvían loco. Si de mí dependiera, pasaría el resto de mi vida así.

Poco a poco, el dolor en mi cara comenzó a menguar. Aunque la nariz me dolía al moverme, ya no era tan intenso como antes. Ahora, eran más bien pequeños pinchazos. No sé si sería cosa del masaje de Angie o del Nolotil, pero el caso era que estaba recuperándome. Seguimos así por un poco más hasta que ella decidió hablar:

—Siento lo que ha pasado.

Giré mi cabeza al escucharla hablar. Al volverme, noté una mirada de tristeza en sus ojos, lo cual me dolió.

—No es culpa tuya —dije—. Fueron esos gilipollas que se metieron contigo. Tú no tienes nada que ver en esto.

—Lo sé, pero me horroriza que te hicieran daño —Podía notar como su voz sonaba cada vez más triste y severa—. ¿Y si llega a pasarte algo muy grave?

Me incorporé. Noté sus ojos llorosos, casi a punto de salírseles lágrimas.

—Tranquila, Angie —le dije con voz suave mientras acariciaba su rostro—. Estoy bien. Aquí me tienes de una pieza, aunque con la nariz dolorida. Todo ha salido mejor de lo esperado.

Eso pareció calmarla, pero todavía la notaba un poco recelosa.

—Ya, pero aún así, creo que debería compensarte por ello.

Joder, ya empezábamos con las dichosas compensaciones. Yo no necesitaba que me resarciera por lo ocurrido. Si me enfrenté a esos tipejos fue porque ella era mi amiga y me importaba. No iba a permitir que le hiciesen daño. Darme ahora un premio lo estropearía todo.

—Ángela, nada de recompensas —dije yo al instante—. Si hice eso es porque debía defenderte. Es lo que cualquier amigo haría por otro.

Ella se me quedó mirando un poco rara, como si no fuera esto lo que se esperase. Desde luego, no podía negar que esta situación se estaba volviendo tensa.

—Sí, pero no me siento conforme con ello —volvió a repetir. Estaba claro que la chica parecía empeñada en darme la compensación costase lo que costase.

—Vale, ¿y qué tienes planeado? —pregunté lleno de curiosidad.

Angie se me quedó mirando de una forma que no me gustó nada. No sé, pero había algo en sus ojillos azules que me hacía indicar que tenía en mente algo bastante malévolo. De repente, sentí como una de sus manos se colocaba sobre mi rodilla y comenzaba a subir. En ese momento, me puse muy tenso. No podía ir en serio.

—Ángela, espera —le hablé, pero ella no hizo caso.

La mano continuó subiendo por mi muslo y no tardó en llegar a mi entrepierna. Enseguida, noté como presionaba sobre mi polla, que ya estaba bien dura.

—No, mira, esto no puede ser —intentaba decir, pero notar esa presión hizo que me encendiese.

—Tranquilo, yo sé lo que necesitas —me comentaba Angie—. Con lo que has pasado, esto es lo mejor que puedo hacer por ti.

La miré sin poder creer lo que se proponía.

—¿En serio? —pregunté incrédulo—. No quiero que hagas nada que no te guste.

—Descuida, claro que quiero. —Sonrió de una forma muy tierna al decirlo. Notaba cariño y complicidad en su forma de comportarse—. Una buena amiga siempre sabe que dar como agradecimiento.

Su mano terminó de enroscarse sobre mi paquete. La verdad, no podía creer lo que estaba sucediendo. No niego que siempre deseé liarme con Ángela, cualquiera lo haría, pero siempre fui respetuoso y ella nunca mostró interés por su parte. Solo éramos amigos. Sin embargo, ahora estaba viendo que no era así del todo.

—Bájate el bañador y te hago una paja —me pidió.

Yo ya estaba a punto de hacerlo, pero me detuve. Algo en mi mente comenzó a maquinarse y cuando miré a mi amiga, pensé en la posibilidad.

—Vale, pero, ¿puedo pedirte antes una cosilla?

La pregunta dejó sorprendida a Angie.

—¿Que…que más quieres? —La notaba algo confusa—. Una cosa, no vayas a intentar aprovecharte ahora de mí por esto y pedirme que hagamos otras guarrerías. Una paja y listo.

Vaya, que rápido había pasado de su dulzura y encanto a estar enfadada. Lo cierto es que Ángela puede ser bastante volátil. Viendo lo molesta que se estaba poniendo, decidí explicarme, no fuera a liarla….

—Sí, sé que es solo una paja, pero para mí no es suficiente.

Sus ojos se agrandaron ante lo que acababa de decir. Una expresión de enfado se dibujó en su cara. Desde luego, no lo estaba arreglando.

—Joder, al final, eres como todos los tíos —comentó cabreada—. Os dan la mano y tomáis el brazo entero.

Notaba que se estaba empezando a enfadar de verdad y no quería eso.

—Angie, lo último que deseo es molestarte, pero es que creo que una paja… no me parece suficiente.

Me volvió a mirar de una manera que no me resultaba nada agradable. Más valía que hablara rápido para tratar de resolver el problema o acabaría en el hospital con la nariz reventada de nuevo.

—Es que después de lo que he pasado, no sé, me gustaría recibir algo mas —me expliqué con solemnidad, sin sonar demasiado mal—. Joder, me han destrozado la cara y como tú dices, lo necesito, pero me gustaría disfrutar de alguna cosilla más. Con lo que he pasado…, creo que lo merezco.

—¿Y qué quieres más? —La pregunta sonaba funesta.

En ese mismo instante, mis ojos se fueron directos hacia sus dos tetas. Todavía llevaba el pareo verde claro y, a pesar de estar cubiertas, sus formas redondas se atisbaban a la perfección. Ángela también se fijó y se me quedó mirando con cara de poco amigos. Al notarla así, me achanté un poco, pero decidí no ceder.

—Me gustaría vértelas —dije, al fin.

—Eres increíble —habló indignada.

Notaba su molestia por todo esto y, que puedo decir, no me gustaba. Lo último que deseaba era incomodarla y verla de esa manera no ayudó a calmar mi ansiedad.

—Mira, si no te gusta, no lo hacemos —le dejé bien claro—. Es más, me voy a largar.

Hice ademan de levantarme cuando ella me agarró de la mano. De nuevo, su mirada se cruzó con la mía y pude notar enojo en ella, aunque también percibí algo de comprensión. No sabía que podría pasar, pero esperaba no enfurecerla.

—¿Eso quieres? ¿Verme las tetas?

Asentí. Ella se quedó un poco cohibida, al principio. Pensé que se lo iba a tomar mal, pero no tardó en hablar:

—En fin, tienes razón —dijo para mi sorpresa—. Con lo que has pasado, supongo que te mereces algo más.

Ante mis ojos, vi como Ángela se levantaba y comenzaba a quitarse el pareo. No podía creer que hubiera accedido. Estaba por decirle que no siguiese, pero cuando vi como la prenda caía al suelo, revelando su blanquito cuerpo envuelto en el bikini beis claro, pedí al infinito cosmos que no se detuviera.

De semejante guisa, se volvió a sentar a mi lado. Me miraba muy fija, como si no quisiera perderme de vista. Yo, por el contrario, no dejaba de admirar sus maravillosos senos, atrapados en ese apretado bikini del cual parecían a punto de escapar.

—Tienes la misma cara que ponías cuando me las mirabas de chavales.

Esa frase me inquietó un poco.

—Ya entonces te diste cuenta —comenté mientras no dejaba de admirar sus bellas redondeces.

—Una mujer siempre se percata de esas cosas.

Se aproximó un poco más. Las tetas se bambolearon un poco ante ese movimiento. Mi corazón latía a cien por hora. No podía creer lo que estaba pasando. Pensaba que era prisionero de un sueño, el más bonito que pudiera tener.

—Bueno, ¿me quito el sujetador o no?

Me mordí el labio. La volví a mirar y noté muy atenta a mi reacción. Era una situación tan embarazosa como lujuriosa. No llegamos a decirnos nada, aunque para Ángela fue más que suficiente.

Sin dudarlo, desabrochó el cierre de atrás y se bajó cada uno de los tirantes del sujetador. Con una mano sostuvo la prenda un momento para, a continuación, con ayuda de la otra, quitársela. Así fue como sus tetas quedaron a mi vista.

—¿Que te parecen? —me preguntó.

No supe en un inicio que decirle, pues no podía apartar mi mirada de ese par de maravillas. Redondas y blanquitas, se notaban un poco caídas, aunque se mantenían igual de firmes que si llevaran el sujetador. Eran voluminosas, pero sin llegar en exceso a ser descomunales. Tenían el tamaño idóneo, al menos, para mí. En el centro justo, estaban coronadas por un rosado pezón rodeado por una areola del mismo color.

—Son magníficas —alcancé a decir al final—. Las mejores que he visto nunca.

—Vaya, no esperaba oír algo así, pero muchas gracias —Se la notaba contenta por lo que acababa de comentar—. Bueno, ahora es tu turno de quitarte el bañador para hacerte la paja.

Obedecí sin rechistar, pese a no habérmelo ordenado.

Mientras Ángela se ponía más cerca de mí, yo cogí mi bañador y me preparé para quitármelo. Noté la proximidad de mi amiga y de reojo, volví a echarle un vistazo a la espléndida delantera. Tragué saliva y noté un fuerte calambre en mi entrepierna.

El bañador se deslizó entre mis piernas y terminó en el suelo. Mi polla salió disparada hacia arriba, quedando bien erecta y rígida. Volví la vista a Ángela y me pude fijar en la perpleja expresión que se le había formado en la cara.

—¡Madre mía, Jesús! —exclamó—. Nunca me dijiste que la tuvieras tan grande.

—Vamos, tampoco es para tanto —dije yo, buscando quitarle hierro al asunto.

—Pues créeme, he visto unas cuantas y la tuyas es la más descomunal.

Me gustó que dijera eso. Nunca había sentido especial orgullo por mi polla y, ver como una chica alababa su tamaño, me hizo sentir bien. De repente, vi que Ángela se pegó un poco más a mí. La piel de su brazo entró en contacto con la mía, lo cual me puso tenso.

—Empezamos —me dijo con un leve mohín formado en sus preciosos labios.

—Cla…claro.

Su mano interceptó mi miembro y yo respiré un poco agobiado al notar como se posaba en él. Al principio, Angie se limitó a rozarlo con sus dedos, como si estuviera evaluando el terreno. Esos roces me excitaban mucho y ya temblaba eufórico al pensar en que pasaría cuando lo aferrara. De vez en cuando, la miraba. Tenía sus ojos fijos en mi polla y vi que se había recostado de lado sobre el respaldo. Su teta izquierda quedó así aplastada también.

En poco tiempo, atrapó mi aparato, agarrándolo con firmeza. Gemí un poco, notando como el aire escapaba con rapidez de mi boca. Su dedo pulgar rozó mi glande, llenándose con el líquido preseminal que salía de la punta y que lo dejaba brillante.

—Um, parece que estás muy excitado —habló Angie con una voz muy sensual.

—Coño, ¡para no estarlo! —repuse yo nervioso.

Ángela se echó y, a continuación, me dio un beso en mi mejilla derecha. Sentí como sus tetas se pegaban a mi cuerpo, como los pezones rozaban mi piel. Las miré, tan hermosas y atrayentes.

—Vamos a empezar —anunció.

Yo no dejaba de mirar esas maravillas y no pude más. Tenía que decírselo.

—Angie, déjame que te las toque.

Ella se detuvo en seco. Iba a iniciar la paja tan deseosa y, ahora, le había cortado el rollo.

—Que pedigüeño estás tú hoy, ¿no? —la noté disgustada al hablar.

—Por favor, en serio, solo quiero tocarlas.

Estaba al borde del paroxismo, pero era tanto mi deseo, que ya que nos poníamos…

Ángela seguía mirándome con cara de pocos amigos. Tenía la sensación de que quizás me habría pasado, de que había cruzado la línea y que todo iba a acabar ahí. Sin embargo, lo único que hizo fue acariciarme la polla sin más, haciendo que se me pusiese más dura.

—¿No se lo contarás a nadie?

Me dejó alucinado cuando me preguntó eso.

—¡Pues claro que no! —respondí con seguridad—. ¿A quién coño se lo iba a decir?

—A tus amigotes, por ejemplo, esos que siempre me miran como cabras en celo.

Respiré entrecortado. Sentir esa mano aprisionando mi miembro viril era demasiado.

—No se lo voy a contar a ninguno de ellos —Gruñí un poco al sentir como mi amiga movía su mano un poco—. Te lo juro, nadie se enterará.

—Más te vale, porque como me entere de algo así, la próxima vez que ponga mi mano en tu polla será para cortártela.

Cojones, como se las gastaba Angie. Había que reconocer que tenía un temperamento muy duro. Volví a mirarla y luego, mis ojos bajaron hasta su par de tetas esplendidas. Cuando volví a los suyos, una sonrisa me permitió adivinar como iban a ser las cosas a partir de ese momento.

—Anda, píllatelas, cabroncete.

Mis manos viajaron hasta ese par de maravillas redondeadas. Cuando por fin las toqué, sentí como me derretía por dentro. Sus tetas eran suaves, duritas y voluminosas. No cabían en las palmas y, al recorrerlas con mis dedos, pude disfrutar de un toque terso y único.

—No aprietes muy fuerte, ¿eh? –me advirtió.

—Tranquila, no lo haré —le prometí.

Mientras yo manoseaba sus pechos, ella inició la paja. Su mano comenzó a ascender y descender por mi miembro con un movimiento rítmico, pero eso sí, suave. El placer no tardó en inundarme.

—¿Lo hago bien? —preguntó.

—Sí, si —decía desbocado—, pero sigue, por favor.

—Descuida, claro que voy a seguir.

La paja aumentó su velocidad poco a poco. Yo, mientras tanto, acariciaba las tetas de Angie con ganas. Las amasaba, las movía de un lado a otro, le rozaba los pezones con mis dedos, poniéndolos mas duritos. Estaba maravillado con ellos, como si recién acabara de descubrirlos y miles de deseos asaltaron mi mente. Unido al suave movimiento de la masturbación, hicieron que esta experiencia sexual fuera la mejor que podría haber tenido en mi vida. Entonces, pensé que podría ser más increíble.

—Oye, ¿puedo pedirte una cosa más?

Esta vez no me encontré con otra negativa o alguna protesta, sino con los comprensivos ojos de mi amiga. Ángela podría discurrir por múltiples reacciones, muchas de ellas siempre malhumoradas, pero entre nosotros había una conexión especial. Una gran complicidad que nos permitía sincerarnos el uno con el otro. Por eso, sabía que no tendríamos que pelearnos por lo que tenía que decirle. Esperaba, claro.

—¿Qué quieres?

—Me encantaría pedirte otra cosa.

Giró la cabeza a un lado, como si estuviera un poquito harta de mis peticiones, aunque no se puso a renegar, lo cual, fue una bendición.

—¿De qué se trata esta vez?

Un poco cortado, volví a hablar.

—¿Me…me harías una cubana?

En esta ocasión, no hubo indignación por parte de mi amiga, pero si extrañeza. Para que negarlo, no era lo que ella ni yo esperábamos de todo esto, aunque al cruzarse la idea por mi mente, creí que podríamos intentarlo. Siempre lo había deseado y esta era la oportunidad perfecta.

—Bueno, tengo el instrumental necesario —respondió bastante divertida para mi sorpresa—. Eso sí, nunca he hecho una. Vas a tener que ser paciente.

No podía creer que estuviera accediendo. Me parecía imposible. Incrédulo, decidí preguntarle:

—¿En serio quieres?

Me volvió a sonreír. Dios, esta chica es increíble.

—Claro, te dije que haría disfrutar a mi salvador y eso haré.

—Madre mía, te daba un besazo en la boca solo por decir eso —se me escapó de repente.

—Y porque no lo haces, cabrón –me echó en cara—. Yo también quiero que me mimen.

Me abalancé a por ella y nuestras bocas no tardaron en chocar. Estábamos desbocados y, la verdad, ninguno quería que aquello parase. Angie me mordió con ansia y yo introduje mi lengua en su interior, chocando con la de ella. Enseguida nos unimos en un húmedo beso que se intensificaba por momentos. Mis manos siguieron palpando sus pechos y la suya continuó pajeando mi polla, aunque no tardamos en detenernos.

—Venga, voy a ponerme en el suelo —me dijo.

Al incorporarse, pude ver como sus tetas se bamboleaban hacia los lados. No pude evitarlo y, viendo como colgaban, volví a tocárselas. Ella se puso de rodillas y yo me aproximé hasta quedar en el borde del sofá. Sin dudarlo, volví a acercar mi boca contra la suya y la besé. Estuvimos así por un ratito, hasta que ya nos separamos.

—Te quiero —le confesé sin poder evitarlo—. Eres mi mejor amiga y te deseo tanto.

—Yo igual —coincidió ella—. Eres mi héroe y ansío darte lo mejor.

De repente, sin mediar palabra, cogió mi polla y se la tragó de un bocado. Llegó hasta la mitad y yo cerré mis ojos, exasperado por la inesperada mamada.

—¡Cojones, Angie! —mascullé.

Con mi vista algo borrosa, logré ver como Ángela se sacaba la polla de su boca y la lamía con avidez. Su lengua pasaba por el tronco y descendía hasta mis testículos para luego volver a subir y llegar a la punta, donde de nuevo, volvió a engullirla. Yo solo podía respirar desbocado, incapaz de otra cosa excepto gozar. Se sacó de nuevo el falo y dejó caer un poco más de saliva.

—Ya está bien húmeda —concluyó.

Luego se alzó un poco y tiró de mí para que pudiera estar más cerca. Dejé medio culo reclinado sobre el borde del sofá, listo para lo que pasara. Y, joder, lo que pasó.

Angie decía no tener ni idea de cómo hacer cubanas, pero le ponía empeño. Primero, jugueteó un poquito con la polla, haciendo de sus tetas, restregándola contra estas. Yo quedaba alucinado al ver cómo la golpeteaba con cada seno, de forma floja, eso sí. Acto seguido, restregó la punta contra cada uno de sus endurecidos pezones, dejándolos brillantes por culpa del líquido preseminal que salía.

—Um, que bien huele a polla —comentó divertida.

Pues sí, olía a tío cachondo en el ambiente.

Después de este espectáculo preliminar, llegó el momento que tanto esperaba. Ángela llevó mi aparato hasta sus tetas y lo metió entre ellas. Mi corazón palpitaba violento, como si estuviera a punto de estallar y también pude sentir esos latidos en mi pene. Una pícara sonrisa se dibujó en el rostro de mi amiga cuando agarró sus pechos, lista para la acción.

—¿Listo? —preguntó.

Asentí como si la vida me fuera en ello. Sin borrar su espléndida expresión de felicidad y deseo, Ángela pegó sus pechos entre sí, atrapando mi polla en ellos Cuando noté semejante opresión, creí que perdería el sentido.

—¿Qué tal te sientes?

—En el cielo.

Todo era una irreal fantasía para mí. Estaba ido. Y la cosa iba a ir a más en muy poco tiempo.

De repente, Ángela comenzó a mover su busto de arriba a abajo, apretando bien mi polla al tiempo que la frotaba con ganas. Ese suave movimiento me empezó a causar un gran placer.

—Jesús, mira como tu polla desaparece entre mis tetas —me dijo.

Bajé la vista y contemplé la escena más caliente de mi vida. Ángela me miraba muy provocativa con sus ojitos azules, fijándolos en mí, al tiempo que se humedecía sus carnosos labios con la lengua. Más abajo, podía ver mi miembro atrapado entre esas dos maravillosas masas de carne. Tal como se movía, podía ver como al ascender, esta desaparecía entre ella. Al descender, podía ver como la punta asomaba. Estaba brillante e iba dejando resto de líquido preseminal por el canalillo. Todo esto pasaba mientras gozaba como nunca antes. Era algo increíble, un placer que nublaba mi mente y mis sentidos de manera agónica, hasta un punto que no sabría si podría controlarme. Y así fue.

Sentirme atrapado entre sus pechos y con ese rítmico movimiento ascendente me estaban llevando al borde del orgasmo. Sabía que me vendría de un momento a otro, así que la avisé:

—Angie, no creo que pueda aguantarme más.

—Bien, entonces deja que te pajee hasta que te corras.

Abrí los ojos de par en par ante el asombro de lo que acababa de decir.

—¡En serio? —comenté entre gruñidos—. ¿Creí que me dejarías correrme en tus tetas?

—Nunca he dejado que nadie se corra en mi cuerpo —dijo bien claro Angie—. No sé si estaría dispuesta a algo así.

—Venga, solo por probar –le supliqué.

No creo que a estas alturas Ángela estuviera dispuesta a ceder, visto como estábamos acabando.

—Está bien, pero avisa, que no quiero acabar con la cara pringando.

Asentí para dejárselo bien claro. Esperaba estar atento, si no, se podía liar una buena.

Ella reinició el movimiento, esta vez acelerándolo un poco más. Al inicio, me pareció que estaba siendo un poco brusca, así que le pedí que fuese un poquito lenta. Así, pudo hacerme la cubana con más cuidado, aunque poco a poco, volvió a retomar el ritmo. Esta vez iba más fluida, sin hacerme tanto daño. Enseguida, el placer regresó y me encontraba atrapado en él. De hecho, sentí como comenzaba a aumentar y por ello, sabía que mi orgasmo estaba cerca. Cogí con mis manos ambas tetas y apreté con delicadeza sus pezones. Ángela gimió y yo tampoco me pude reprimir cuando noté fuertes contracciones en mi polla.

—Argh, Angie, ¡¡¡ya me vengo!!!! —grité desesperado.

Con una rapidez inusitada, mi amiga se sacó la polla de entre sus tetas y la apuntó hacia ellas, comenzando a pajearla con ansias. Yo noté como me faltaba la respiración y cerré los ojos. Mi cuerpo estaba muy tenso y, al fin, ocurrió.

Emití un fuerte gemido cuando mi polla disparó varios chorros de semen. Cada contracción fue como un golpe seco que me dejaba noqueado y, lo mejor, era que Ángela lo acompañaba con un suave movimiento de su mano, haciendo que el deleite fuera mayor. Siguió moviéndola hasta que terminó de ordeñar el falo. Cuando todo acabó, caí rendido hacia atrás, jadeante.

—Joder, como me has dejado —comentó en ese instante ella.

Yo aún tenía los ojos cerrados, por lo que no sabía en qué estado se hallaba Ángela. Cuando los abrí, quedé petrificado.

Angie tenía todo su pecho regado de semen. Un trallazo había llegado hasta el cuello. Varios regueros se escurrían hacia abajo, llenando su barriga y piernas. Estaba obnubilado ante el resultado de mi corrida.

—Pues sí, estás toda perdida —concluí.

Estaba tan sexy. Me entraban ganas de agacharme frente a ella y, al mismo tiempo que le comía la boca, esparcir toda mi lefa por sus pechos. De hecho, era lo que decidí hacer. Sin embargo, Ángela se levantó antes siquiera de poder llegar a hacer algo.

—Buf, será mejor que vaya al baño y me limpie —dijo—. Tú, mientras, coge unos pañuelos de encima de la mesa y límpiate, no le pongas todo más perdido de lo que ya está.

Vi cómo se marchaba y yo me dirigí a la mesa para coger unos pañuelos. Con ellos, me limpié mi polla, de la cual todavía se derramaba algo de semen. Tras esto, volví al sofá y me puse el bañador. Me quedé allí sentado, esperando a que Angie terminara de lavarse. No tardó en aparecer.

Verla con las tetas limpias fue algo bonito y no pude apartar mi mirada de ellas. Ángela se acercó al sofá y se inclinó para recoger el sujetador del bikini que había dejado allí tirado. Al recostarse, vi cómo le colgaban. Me pareció tan excitante que enseguida noté que mi aparato volvía a ponerse duro. Joder, con todo lo que ya había expulsado y todavía seguía en pie de guerra. Se puso la prenda de nuevo y sus dos redondeces volvieron a quedar bien apretadas y alzadas.

—Oye, ¿traigo un par de latas de coca cola para recuperar energía? —dijo de forma repentina.

Yo, que aún andaba noqueado por la visión de sus colgantes tetas, volví en mí y le dije que sí. Con todo el ejercicio excitante que habíamos llevado a cabo, me sentía algo agotado. Una bebida fresquita me ayudaría a recuperarme.

Angie dio la vuelta y puso rumbo a la cocina. Verla así me permitió disfrutar de una perfecta panorámica de su culo. La braguita del bikini dejaba la mitad de sus redondas nalgas al aire y con cada paso que daba, se bamboleaban con una gracia sinigual. Madre mía, me imaginaba a mi amiga a cuatro patas meneando ese trasero y me volvía loco. Una vez se perdió de vista, intenté calmarme, pero sabía que iba a ser muy difícil lograrlo. Me esperaba un rato bastante complicado.

No tardó en regresar Ángela con dos latas de cola. Se sentó a mi lado y me pasó una. Enseguida, mis ojos fueron directos hacia su prominente escote. En otras circunstancias, habría disimulado a la hora de mirar sus tetas, pero tras todo lo ocurrido, consideraba que ya no era necesario. Abrí la lata y, enseguida, el frescor del burbujeante líquido recorrió mi paladar. Me sentí más lleno de energía y el calor acumulado en mi cuerpo, más por tanta actividad sexual que por el ambiente, se disipó.

—Jo, qué bien sienta —comentó Angie satisfecha.

—Pues si —coincidí con ella.

De vez en cuando, miraba de reojo su busto. No podía apartar mi vista de ahí. Era tan atrayente….

—Veo que no les quitas ojo de encima a mis pechos —resaltó con demasiada evidencia Ángela.

Enseguida, me sentí avergonzado y traté de disimular apartando mi mirada de ella, aunque ya era tarde. Angie tenía una sonrisilla bastante traviesa dibujada en su rostro.

—Tranquilo hombre —me dijo con voz calmada—. Con todo lo que hemos pasado, no me importa que me las admires. De hecho, me gusta.

No sabía si fiarme de aquello, pero decidí hacerlo. Visto como andaba todo, parecíamos estar más relajados. Ángela encendió la televisión y comenzamos a verla.

—¿Te duele la cara todavía? —me preguntó antes de darle un trago al refresco.

—Un poco —contesté—. Sobre todo por el morreazo que nos hemos pegado antes.

No pudo evitar reír ante mi respuesta. Yo también lo hice.

—Pues fuiste tú quien me besó, así que la culpa es tuya —dijo juguetona.

—Que lastima —me lamenté en broma—. ¡Con las ganas que tenía de culparte a ti!

Seguimos viendo la tele en silencio y tras terminarnos las latas de cola, Ángela se pegó a mí. Sentir su cálida piel y la presión de uno de sus pechos me pusieron en alerta, pero me contuve. Ya había pasado el momento tórrido y, ahora, necesitábamos descansar.

—Oye, ¿te quedas esta tarde? —me preguntó.

No supe que contestar, no porque no supiera que decirle, sino porque pensaba que no podría estar más que claro. Con todo, respondí.

—Pues claro.

Oí una pequeña carcajada. Estaba satisfecha por mi contestación y yo igual.

Seguimos tan tranquilos allí cuando una pequeña duda me asaltó. No se trataba de algo muy preocupante, pero me picaba la curiosidad.

—Angie, ¿puedo preguntarte algo?

—Dispara.

—¿Estas cachonda tras todo lo que hemos hecho?

El silencio fue lo único que recibí. Me puse un poco nervioso, creyendo que había metido la pata otra vez. Por suerte, no fue así.

—Para qué negarlo, si —contestó.

Volví mi cabeza, lleno de sorpresa.

—¿En serio?

—Ya lo creo. —Su mirada azul, fija en mí, me taladraba—. Estoy bien mojada por aquí abajo.

Señaló a su entrepierna y, por el contorno de su braga, me fijé en una pequeña mancha de humedad. Un escalofrío recorrió mi espalda.

—Mu…muy bien —fue lo único que alcancé a decir.

Volvimos la vista a la tele, supongo, para olvidar esta conversación, pero en mi cabeza, no paraba de darle vueltas a todo aquello. Teniendo en cuenta que me iba a tirar la tarde allí y que seguiríamos los dos en bañador, no me quería ni imaginar en cómo podría terminar todo.

—Has dicho que te quedarías, ¿no?

Tragué saliva al escuchar esa cuestión.

—Cla...claro.

Acto seguido, la envolví con uno de mis brazos por la cintura, atrayéndola más. Ella apoyó su cabeza en mi pecho desnudo y sentí su cuerpo más cerca. Noté una súbita erección creciendo en el bañador y Angie pareció darse cuenta, pues una de sus manitas se posó sobre mi dura polla. Viendo lo que hacía, puse una de las mías en una de sus tetas.

En fin, tras todo lo vivido ese día, creo que el panorama que se presentaba esa tarde iba a ser muy interesante. ¡Es lo bueno de tener una buena amiga!

No hay comentarios:

Publicar un comentario