domingo, 10 de diciembre de 2023

Mi fan, mi puta

 Escribo porque me gusta. No sólo relatos eróticos, también otras cosas. Además, debido a mi trabajo, muchas veces tengo que contar historias por escrito. Lo hago tanto por devoción como por obligación.


Lo de los relatos eróticos surge como una consecuencia natural: al unir dos grandes aficiones, la escritura y el sexo. Pero nunca hubiera pensado que nadie se quisiera comunicar conmigo, más allá de los comentarios que de vez en cuando se dejan en cada relato. Ni en los primeros que mandé en una “primera etapa”, hace años, ni ahora.


Pero el caso es que unos días después de publicar “La desnudez de mi hermana”, recibí un correo electrónico de una chica. Aquí la llamaré “Naia”, aunque no es su nombre real. Se trataba únicamente un inocente saludo, diciéndome que le había gustado y excitado. Le contesté en cuanto lo leí, sorprendido por lo inesperado, pero contento por el cumplido.


Ella me respondió a su vez, en un tono muy correcto y cordial, pero haciendo alguna broma de contenido sexual: no estaba fuera de lugar porque el medio por el que nos habíamos conocido era, al fin y al cabo, una página de temática erótica.


Así pasó alrededor de una semana, enviándonos correos varias veces al día. La comunicación se hacía más continua, y la necesidad de inmediatez dio paso a que nos intercambiáramos el Facebook. Ahí ya no había posibilidad de mentir o de ocultar la realidad, porque se podían ver las fotos del otro. En seguida nos dimos los números y hablamos por WhatsApp.


Cogimos confianza y nos contamos nuestras fantasías y gustos sexuales, y las ganas de ver al otro iban en aumento con cada conversación. La cosa podía haberse quedado ahí, sobre todo porque podríamos haber sido cada uno de una punta de España. Pero quiso el destino que ella fuera de Barcelona, donde tengo familia y voy varias veces al año.


En pocas semanas, organicé un viaje para “ver a la familia”. Aunque esa era la excusa, el verdadero motivo era quedar con Naia. No se lo dije hasta el martes de esa misma semana, asumiendo el riesgo de que ella ya hubiera hecho un plan para ese finde.


Tampoco se lo hubiera dicho si no hubiese estado completamente seguro de que ella también quería verme. Pero lo habíamos hablado varias veces, y aunque siempre te queda alguna duda, los dos estábamos bastante seguros de nuestras intenciones. A ella le gustaba la dominación, y en cada conversación, insistía en que quería ser mi puta, que fuera su dueño; y le ponía que le dijera lo zorra que es y que le insultara.


Había una pequeña complicación, aunque al final no supuso ningún inconveniente: Naia está casada y tiene dos hijos (preciosos por cierto). Y aunque en su vida marital ha tenido varios escarceos, hacía mucho que no engañaba a su marido y tenía que planearlo bien. No podía faltar de casa por la noche, y el sábado le venía bastante mal, con lo que le dijo a su pareja que el domingo había quedado a comer con unas amigas. Lo que iba a comer en realidad era el rabo a un tío que había conocido en una página de relatos, pero no levantó sospechas y pudo escabullirse sin problemas.


Los días previos al fin de semana los pasé tranquilos. Aunque era la primera vez que quedaba con alguien a quien había conocido por Internet, soy una persona serena y no tuve nervios. No fue así para Naia, a quien conforme se acercaba la cita, le asaltaban las inseguridades. Me preguntó si yo estaba convencido de querer quedar, porque a ella le daba miedo que al vernos en directo, no me gustara o me arrepintiera de haber quedado. La tranquilicé y le dije que no tenía por qué preocuparse.


Pero por fin llegó el fin de semana. Quedamos el domingo por la mañana, y sólo teníamos unas horas antes de que yo me volviera a mi ciudad. Ya habíamos hablado de lo que queríamos: conocernos y follar. Cumplir fantasías y no tener prejuicios, disfrutar y hacer disfrutar.


El lugar acordado era un hotel barato, en las afueras de una población de la periferia de Barcelona. Llegué un poco tarde, y la vi de lejos desde lejos mientras le escribía que ya llegaba. Además me había preparado un cartel para recibirme.


Naia es una auténtica mujer: treinta y ocho años, rubia y de ojos verdes, y muy alta. Yo mido 1,83 y no le sacaba mucho.


– ¿Qué tal? –saludé algo nervioso, dándole dos besos.


– ¡Hola! ¡No sabía si ibas a venir al final! –comentó Naia.


Nos dirigimos al hotel andando, con una bolsa llena de algo que luego describiré.


– Entonces… ¿estás seguro? ¿Vamos al hotel? –preguntó Naia, dubitativa.


– Que sí que sí, ya te lo dije. Yo estoy seguro.


Entré al hotel con mi DNI, para reservar yo sólo la habitación, puesto que Naia no quería dar a conocer sus datos por estar casada. La chica de la habitación me pidió el DNI de mi acompañante, así que Naia tuvo que pasar y mostrarlo. Nos dirigimos a nuestra habitación, y dejamos las cosas en la cama.


– ¡Vayaaaa, estoy con el autor de un relato con el que me masturbé, qué morbazo…! –observó Naia.


– Ven aquí –le ordené, y cogiéndole las manos, la besé. Había estado deseando hacerlo desde que la vi a lo lejos en el exterior del hotel.


Unimos los labios unos segundos con pasión, comenzando a reconocer el cuerpo del otro.


– Bésame…  el cabrón de mi marido ya no me besa… y se me ha olvidado que me besen así –dijo Naia con los ojos cerrados.


Le recorrí el cuello con la boca, sabiendo que si no la había besado, mucho menos le habría hecho eso.


Pero nos detuvimos; no queríamos empezar tan pronto. Abrió su bolsa y sacó todo un arsenal del placer: un par de fustas (una de ellas con forma de mano para dejar buenas marcas); un “plug” anal (me tuvo que decir el nombre para escribir el relato, porque yo ni sabía cómo se llamaba ese artefacto); bolas chinas; varios consoladores, con y sin vibrador; una correa rosa; una mordaza con una bola para la boca; un pequeño látigo con tirillas de terciopelo; y unas pinzas para pezones.


Al contemplar todo ese polvorín de artilugios ideados para sentir dolor y placer, me quedé un poco espantado. Nunca había hecho nada semejante, y dudaba que supiera utilizarlos y estar a la altura. Pero por otra parte, no podía mostrarme débil ante una mujer que quiere ser dominada y que ansía tener sexo conmigo. Así que, intentando aparentar dominio de mí mismo, me puse a examinar cada uno de los objetos con verdadera curiosidad e interés.


– Ostras, tienes de todo –indiqué, cogiendo y oliendo un gran consolador de goma.


– Y todo lo uso –reconoció Naia.


Llamaba la atención que los días previos a vernos, Naia se mostraba insegura y nerviosa, mientras que yo estaba muy tranquilo; pero cuando nos hallábamos en la habitación del hotel, yo notaba cómo me palpitaba el corazón como a un caballo desbocado, y Naia sin embargo aparentaba serenidad y confianza.


Me acerqué a ella y volví a besarla, apartando su melena rubia para tener su cuello a mi disposición. Se lo mordí, y seguidamente pasé la lengua por las orejas, notando cómo se le ponía la piel de gallina mientras lo hacía.


– ¿Te gusta, zorra? ¿El cornudo de tu marido te hace esto? –tenía que meterme en el papel de dominador, así que le susurré eso al oído.


– Nooo… hazme tuya –jadeó Naia con la respiración cada vez más agitada.


De un empujón la tiré a la cama. Me quité la camiseta y le subí la suya, tocándole las tetas por encima del sujetador. Al comenzar a enrollarnos, me calmé bastante y sabía que dominaría la situación… y a ella.


– Todavía no me quiero desnudar… -pidió Naia.


– Harás lo que yo te diga furcia. ¿No habíamos venido a esto? Permito que te quedes de momento con el pantalón puesto –ordené.


Me hizo caso, y se quedó en sujetador, que desabroché rápidamente. Sus amplios pechos quedaron al descubierto, y me lancé a chuparlos como un poseso. El pezón era más oscuro que el resto de la teta, y era delicioso lamerlo. Pellizqué fuerte el que no tenía en la boca, hasta hacerla quejarse en un grito que también denotaba goce.


Su mano se dirigió a mi polla, que ya llevaba rato dura, y aprisionada por el vaquero. Dándose cuenta de ello, me desabrochó hábilmente el cinturón y me bajó los pantalones, quedándome en calzoncillos.


– Yo no voy a estar medio desnudo y tú aún así –le espeté, al tiempo que le quitaba su pantalón.


Al quedarse en bragas, miré hacia los juguetes, y escogí uno: la fusta. La cogí y le azoté por encima de la ropa interior.


– ¡Ay! –se quejó.


– Ahora desnúdate que te voy a azotar el culo –le dije.


Complaciente, Naia se bajó las bragas y quedó totalmente desnuda. Tenía el coño peludo, cubierto de denso vello negro. Daban ganas de comerlo, tan apetitoso.


– Ponte a cuatro patas como una perra, furcia.


Así lo hizo, y con el redondo culo en pompa, se lo fustigué varias veces, hasta dejarle cuatro marcas de pequeñas manos. Estaba alucinando: yo, que nunca había hecho nada parecido, acababa de dejarle el culo rojo a una chica a la que apenas conocía. Y me pedía más.


– Dame otra, por favor… –suplicó.


– ¿Quieres otra, perra? Toma –y le fustigué tres veces más.


Entonces cogí un consolador (no recuerdo cuál), lo lubriqué con saliva y se lo metí en el coño. En esa posición, a cuatro patas, no me gustaba, así que se tumbó en la cama espatarrada y lo introduje de nuevo. Pero quería ver cómo lo hacía ella.


– Mastúrbate para mí –le dije.


Presta a mis deseos, cogió el dildo y se lo metió, entre gemidos. Me puse muy cerca, observando cómo entraba y salía, mientras me tocaba la polla tiesa y le chupaba los pies. Me coloqué cerca de su cara, y sin decir nada, le acerqué el pene a la boca. Entendió, y comenzó a chupar desesperada. Dejó de meterse el consolador, pero le obligué a seguir haciéndolo.


– No pares puta, quiero que te lo metas entero y le des a la vibración.


Sin rechistar, lo empujó hasta el fondo de su coño, y accionó el vibrador. Gemía fuertemente mientras le caía la baba por los lados de mi polla. Le follé la boca hasta la campanilla una y otra vez, viendo cómo se le saltaban las lágrimas. Estaba a punto de correrme pero no quería acabar tan pronto.


La saqué y con rapidez me coloqué un condón. Se quitó el consolador para acogerme dentro, y la embestí fuerte desde el principio. La cama pegaba golpes en la pared al ritmo de nuestro folleteo, y entre eso, y los chillidos de Naia, seguramente nos estaban oyendo desde la habitación contigua o desde el pasillo. No me importaba, de hecho me daba mucho morbo que nos escucharan follar. Incluso me hubiera gustado que nos miraran.


Entonces pensé que estaba desaprovechando todos los juguetes sexuales de que disponíamos, dedicándome únicamente a follarla. Cogí el “plug” que estaba a los pies de la cama, lo salivé, y se lo di.


– Métetelo en el culo –le exhorté.


– Tú mandas –accedió Naia.


Completamente abierta de piernas, lo introdujo poco a poco en su ano, con una cara que delataba dolor.


– ¿Te hace mal? Que no hace falta, si quieres hacemos otra cosa… –concedí.


– No, no… métemela fuerte –ahora era ella la que ordenaba.


Arremetí tal y como me indicó, introduciendo el pene con potencia hasta lo más hondo que pude. Naia tenía dos miembros dentro, y lo disfrutaba. Yo gozaba de lo lindo, sintiendo cómo mi polla encajaba a la perfección en su cuerpo.


– Escúpeme, escúpeme en la cara, y dime lo golfa que soy –me pidió.


Le escupí varias veces, y se lo restregué con la mano mientras empujaba rítmicamente en su sexo. Abrió la boca y le escupí dentro; ella relamía el fluido que le salía por los lados. Acerqué la cara, y le pasé directamente la saliva de mi boca a la suya, enroscando las lenguas. Le lamí todo el rostro, lo cual me excitó muchísimo y a punto estuve de correrme, pero me contuve parando unos segundos.


Se dio cuenta, y me pidió que me corriera, que se moría por sentir mi orgasmo. Accedí, pero no quería hacerlo en su coño. Me separé de ella, y me quité el preservativo. Comprendió sin que le indicara nada, y se metió mi rabo en la boca. Chupó con rapidez, sin recrearse en los huevos ni en el glande.


– ¿Te lo vas a tragar, zorra? –pregunté, muy cerca del clímax.


– Sí… –consiguió articular, con la boca llena de polla.


En ese momento estallé en un magnífico orgasmo, que Naia hizo más intenso todavía acompañando los espasmos con la mano. Pero en un momento dado se atragantó y se sacó la polla de repente, derramando gran cantidad de semen, mientras yo todavía tenía sacudidas y seguía eyaculando.


– ¡Joder qué corrida! Me lo quería tragar todo, ¡pero no he podido! ¡Madre mía, nunca he visto semejante corrida! –dijo entre tosidos.


A mí, que todavía me duraba el orgasmo, y me retorcía de placer, me entró la risa y no pude decir nada. Me tumbé en la cama, mientras Naia se limpiaba mi corrida de la cara con la sábana. Había quedado un charquete en el suelo. Naia se colocó a mi lado, besándome con los labios aún pegajosos. Frotaba su entrepierna contra mi muslo, ardiente aún de deseo.


La tenía que complacer, debía devolverle el goce que ella me había regalado. Bajé por sus pechos, mordiéndola despacio. Tomé la mordaza, sin dejar de darle pequeños mordiscos. Se la ajusté en la boca, sin apretar demasiado, y le puse las pinzas en los pezones. Naia se deleitaba en su propio dolor.


Abrió más las piernas, y me acerqué a su vientre. Pasé la cara por todo el pubis, jugueteando en su poblado monte de Venus. Le hice creer que le iba a comer ya el coño, pasando la lengua por la raja, pero aún le quedaba. Me alejé por las piernas, lamiendo todo el interior del muslo, pasando por la rodilla, el gemelo, y por último el pie que tanto me ponía. Le besé el talón, el puente, y luego me recreé en cada uno de sus dedos: succioné el gordo, acariciando con la lengua la uña, y después los demás dedillos con sus correspondientes huecos.


De reojo vi cómo Naia se retorcía de gusto, estrujando con las manos las sabanas que ya estaban impregnadas de nuestro fluidos. Recorrí de nuevo la pierna hasta arriba, acercándome otra vez a su vagina. Fingí que se lo iba a comer ya, pero otra vez le lamí la pierna contraria hasta el pie. Repetí la misma operación, chupando cada uno de sus dedos con las uñas pintadas de rojo.


Subí despacio, y le di un lametón en el coño. Naia gimió cuando me separé para volver a morderle y chuparle la pierna hasta el talón. Quería que deseara mi lengua en su sexo con todas sus fuerzas. Quería prolongar su deseo, y el dolor en sus pezones, y su desesperación.


Por fin, pasé mis labios por los suyos, y mi lengua por su hinchado clítoris. Tracé círculos, y lamí de arriba a abajo. Estaba chorreando líquido, que se escurría hasta su ano dilatado con el plug. Entonces me ensañé y chupé con fruición, sin darle cuartel.


Sus gemidos eran fuertes a pesar de la mordaza, y me apretaba con sorprendente fuerza contra su vientre. Le saqué el plug del culo, me chupé un dedo y se lo metí. Como pude, le introduje otro en la vagina, y mientras tanto, le chupaba el clítoris con frenesí. Se estaba arqueando, y vi que no tardaría en correrse.


Entonces emitió un fuerte grito y dobló el cuerpo en un escorzo imposible, palpitando de placer. Seguí chupando cada vez más despacio, y saqué los dedos de sus dos orificios poco a poco. Me apartó la cara de su sexo, y se quitó la mordaza dejándome ver una sonrisa de total satisfacción.


– Joder, ha sido… increíble.


– ¿Te ha gustado? Me alegro –dije sincero–. Tengo hambre.


– Hay un McDonalds aquí cerca –me informó–. Si quieres, vamos.


– No, se me ocurre una cosa mejor –apunté con una sonrisa maliciosa–. Nos lo comeremos aquí en el hotel. Pero vas a ir tú a buscarlo. Sin bragas.


– ¡No jodas! ¿Cómo voy a ir sin bragas?


– ¿No querías ser mi puta? Pues hazlo. Además, tampoco es para tanto, llevas pantalones y no falda. No se va a notar nada.


Naia se vistió, sin bragas, y salió a comprar unas hamburguesas. En la espera estuve fisgoneando sus juguetes. Deseé que olieran a coño, pero no fue así. Al menos en los que no habíamos usado; en los que habíamos estado utilizando permanecía un intenso aroma a sexo y fluidos corporales.


Todo el tiempo permanecí desnudo. Me ponía pensar que al otro lado de la puerta pasaba gente, y me excitaba escuchar el carro de las limpiadoras a sólo unos metros. Eso me dio otra idea: coloqué el cartel de “por favor limpien la habitación”.


Al cuarto de hora llegó Naia. Traía dos menús todavía humeantes.


– ¿Aún no te has vestido? ¡Mira que te gusta estar en pelotas! –comentó entre risas.


– Claro que me gusta ir en pelotas. Pero no empieces a comer. Dame tu hamburguesa.


– Pero si es igual que la tuya… –dijo un tanto desconcertada.


– ¿No quieres se mi zorra? Te vas a tragar todo lo que eche hoy –respondí cogiendo su BigMac.


La polla la tenía morcillona, pero empecé a tocármela y no tardo en estar dura como una estaca. Abrí la hamburguesa, dispuesto a rociarla de mi semen. Naia me miraba complacida. No se esperaba esta salida mía, y la verdad que yo tampoco. Me observaba desnudo, estirando la piel de mi miembro arriba y abajo, despacio, y pasando el glande por el grasiento trozo de carne.


– Me gusta cómo te masturbas –indicó con un gesto sensual.


– Hoy… te vas a tragar… todas mis corridas –amenacé entre jadeos.


Me la machacaba con placer. No hacía mucho del primer orgasmo, pero estaba muy excitado por tocarme delante de ella, y más estando desnudo y ella vestida. Escupí en mi rabo para lubricarlo, cayendo algunas gotas de saliva a la carne. A Naia no sólo no le importó, sino que se relamía.


– Prepárate que va.


Y apuntando a la hamburguesa, me corrí en abundancia a pesar de ser la segunda del día. El espeso semen quedó por encima del trozo de carne, como si de Ketchup blanco se tratara. La tapé con el pan y restregué para que se repartiera bien.


– Toma. Que aproveche.


– Mmmmhhh, dame, que tengo hambre –dijo Naia.


Cogí mi menú y comencé a comerlo, mirando cómo Naia mordía su hamburguesa de semen. Un pequeño chorrito blanco se escurría desde el pan a su barbilla, y lo recogió con la lengua.


– Si tuviera fuerzas ahora mismo, te rociaba las patatas –dije, y los dos soltamos una carcajada.


La comida fue muy agradable (sobre todo para mí), y al terminar nos tumbamos a conversar un poco.


– ¿Y a ti qué es lo que más te pone? –inquirió con interés.


– Pues algunas de las cosas que hemos hecho: los pies, por ejemplo. Chuparlos, lamerlos; ya sabes.


– Bueno, ¿y qué más?


– Lo que también hemos hecho: masturbarme y que me miren mientras lo hago. Estar en pelotas delante de una chica vestida, como estoy ahora. ¿Y a ti?


– Pues está claro, ¿no? La dominación, que me azoten y me insulten. Que me llamen puta –me informó.


– Lo que hemos hecho también –observé.


– Eso es. Y que me den por el culo. También he hecho un par de tríos.


– Hostia…  ¿y qué eran, dos chicos, un chico y una chica…? –quise saber.


– Aaahhhh, eso para la próxima vez que nos veamos. Algún secreto tendré que tener –comentó riendo.


– Oye… y ese felpudo, ¿nunca te lo afeitas? –pregunté.


– Sí, normalmente lo llevo rasurado, pero ahora hace algún tiempo que no.


Me quedé pensativo. Quería vérselo rapado.


– ¿Todavía quieres ser mi puta? Nos quedan unas horas hasta que nos vayamos.


– Pues claro que quiero –contestó.


– Entonces quiero pedirte una última cosa. Quiero verte con el coño afeitado –propuse.


Naia me miró confusa.


– He traído mi neceser, y tengo una cuchilla –dije levantándome para coger mis cosas–. Desnúdate.


Naia se quitó la camiseta y los pantalones, dejándome ver de nuevo su chocho peludo. Fuimos al baño, y ella se sentó en el bidé, frente a mí. Yo aposenté mis nalgas en la taza de loza, y un escalofrío me recorrió la columna, causado tanto por el frío como por la morbosa visión que tenía ante mí.


Primero se recortó el vello con unas tijeras, dejándolo raso. Había una buena mata en el bidé. A continuación le di la crema, que untó por todo el pelo que quedaba en su monte de Venus. Pasó la cuchilla despacio, y una carretera limpia apareció en su vientre. Repitió la operación, y limpió la embozada cuchilla con agua. Al terminar la tercera pasada se quitó la mayor parte, pero un ruido repentino le hizo dar un respingo: acababan de llamar a la puerta, toc toc . A los pocos segundos abrieron, y entró una chica de la limpieza.


Al pasar con su carro y vernos desnudos en el baño, se sobresaltó y pidió disculpas.


– ¡Perdón, llamé a la puerta y como no escuché nada entré!


– No no, no te preocupes, no pasa nada –la tranquilicé.


– Es que como estaba el cartel para que limpiara, y al tocar no dijeron nada… –se justificó, apartando la mirada y dándose la vuelta.


La chica era española y joven, no tendría ni treinta años. Morena y voluptuosa, me fijé en que llevaba el vestido muy escotado y la falda muy corta. Ya estaba haciendo ademán de irse con el carro, y no lo podía permitir. Echaría al traste mi plan.


– ¡Espera! No hace falta que te vayas. No nos molesta –le aseguré.


– Pero si están ustedes aquí no voy a poder limpiar bien… –dijo riéndose.


Aunque al principio pareció ruborizarse por la sorpresa inicial, ahora estaba muy tranquila y nos hablaba mirándonos como si tal cosa. No era la primera vez que se encontraba con situaciones similares.


– Mira lo primero no nos hables de usted, que sólo somos un poco mayores que tú –dije en tono cómplice–. Y lo segundo, puedes ir a lo tuyo, y nosotros a lo nuestro, que de verdad no nos molestas.


– Bueno… voy limpiando y así no pierdo el orden de las habitaciones. Que luego es un lío –aprobó finalmente la muchacha.


Naia continuó apurando su afeitado genital, dando pasada tras pasada. Mientras, la chica fue a escobar a la zona de la cama.


– Joder cómo me pone esto, que una tía nos haya visto aquí en el váter en pelotas –susurré acercándome a ella.


– Y a mí… –convino Naia–. Además parece como si estuviera acostumbrada.


– No me extrañaría –dije en voz baja.


Mi compañera ya había acabado de afeitarse el coño, se levantó y se metió en la ducha.


– Me doy una ducha corta. ¿Luego qué hacemos? ¿Esperamos a que se vaya? –me preguntó al oído.


– No, no. Quiero que nos mire. Vamos a la cama como si tal cosa.


Accionó el grifo, y comenzó a ducharse. Sobre todo se daba agua por el coño, quitándose los restos de espuma y de pelillos. Yo la tenía semierecta, y me empecé a tocar mirando cómo se lavaba. Entonces escuché los pasos de la limpiadora que se acercaba. Entró al baño con una toalla limpia en las manos.


– Toma –y me entregó la toalla–. Está nueva, para cuando salga ella.


Lo dijo con una tranquilidad que me excitó sobremanera, como si estuviera vestido en lugar de desnudo y con la mano en mis partes. Se dirigió nuevamente a la habitación.


Naia salió y la arropé con la toalla. Salimos fuera, donde la chica recogía lo que había en la papelera.


– No os he hecho la cama por si la usáis ahora. Ya veo que está llena de cosas –comentó, lanzando una mirada pícara primero al cuerpo desnudo de Naia, y luego a mi polla que ya estaba tiesa.


– Vale, no te preocupes. Puedes terminar tranquilamente –indiqué.


– ¿Sois de los que les gustan que miren, no? Tranquilos, no sois los primeros. No me importa, incluso me gusta; aunque a veces me he encontrado con hombres solos que se pasan un poco de la raya.


Aquello no me lo esperaba, pero me agradó dejar las cosas claras.


– Entonces quédate, si te apetece –le invité.


– ¡Sí, quédate, porfa! –añadió Naia entusiasta.


– Vale. ¿Os importa que fume? Así me tomo un descanso, que llevo horas de pie.


– Como quieras –le permití.


La chica se sentó en una silla, justo frente a la cama. Encendió un cigarrillo pausadamente.


Entonces Naia y yo nos miramos a la cara, como diciendo “¿empezamos?”, y nos dimos un largo beso. Le comencé a sobar las tetas, y bajé hasta el coño ahora rasurado. Abrió las piernas acogiendo mis dedos, que introduje despacio acariciando el clítoris. Nos tumbamos, y su mano agarró mi polla erecta, subiendo y bajando la piel. Estaba húmeda de líquido, y sentí cómo jugaba con el pulgar en el glande.


Me di la vuelta, con intención de hacer el 69. Se introdujo el pene en la boca, y yo succioné su afeitado sexo. En todo este rato todavía no había mirado a la limpiadora, de modo que separé la cabeza y la miré a los ojos. Nos observaba atentamente, dando profundas caladas a su cigarro. No sonreía, estaba seria, pero adiviné en sus ojos la gran excitación que tenía. Continué chupando, concentrándome en dar placer a Naia. Pero no podía evitar mirar cada poco a la chica, que no perdía detalle.


Naia se estaba esmerando con su mamada, lo que unido al morbo de ser observado, me tenía al punto de la corrida.


– Espera, que estoy cerca y aún no quiero…


Me separé de ella y la puse a cuatro patas, y sin dejar de mirar a la otra joven, se la metí despacio, y me la follé sin prisas. La chica estaba sentada en la silla, con las piernas cruzadas, fumando de manera muy sexy. En ese momento me vino a la cabeza la imagen de Sharon Stone en Instinto Básico . Pero en una versión patria, de chica de la limpieza. Y como si me estuviera leyendo la mente, descruzó las piernas, abriéndolas, y volviéndolas a cruzar al contrario. En este caso sí llevaba bragas, que pude ver a la perfección.


Comencé a embestir fuerte a Naia, hasta el fondo de su coño; me sentía como en una peli porno. Mis huevos golpeaban en su cuerpo, emitiendo un ruido sordo. Agachándome, le acaricié el clítoris al tiempo que arremetía, y Naia gimió alto. Yo ya no pensaba en juguetes sexuales ni en nada, sólo en que me estaba follando a una recién conocida mientras una completa desconocida nos observaba excitada. Menos mal que la puerta estaba cerrada; de lo contrario, desde el pasillo del hotel hubieran visto un auténtico espectáculo.


Miré otra vez a la limpiadora. Ya no tenía el cigarro, pero se había metido la mano dentro de las bragas, por debajo de la falda. No alcanzaba a verle el coño, pero sí el cadente movimiento de su brazo. Se estaba masturbando.


Yo no podía más, estaba a punto de explotar de puro morbo. Entonces Naia aumentó el ritmo de su respiración, y gimió más alto. Yo aceleré los movimientos, para que alcanzara su orgasmo. Vi que arrugaba las sábanas con las manos, mientras emitía un suave grito, antes de perder la fuerza y dejarse caer suavemente. Se había corrido.


Ahora me tocaba a mí. Quería hacerlo en su cara. Saqué la polla, y di la vuelta a Naia para que me mirase. Empecé a masturbarme fuerte a centímetros de su rostro. Me sacó la lengua, tocando levemente mi glande. A continuación me la agarró, para terminar ella, y meneándomela como una experta, me llevó a un espectacular orgasmo recibiendo en su cara todo mi semen.


La chica de limpieza seguía mirando mientras se tocaba. Naia se limpió con un pañuelo; yo quedé exhausto en la cama sin quitar ojo a la joven. De repente ya no nos observaba: cerró los ojos con fuerza, poniendo una mueca de gran esfuerzo, apretó los dientes… y su brazo pasó a moverse muy lentamente. No gimió ni gritó, pero su rostro, ahora totalmente relajado, delataba que se acababa de correr. Se quedó postrada en la silla, con los ojos aún cerrados y la mano dentro de las bragas.


Todavía tardó unos segundos en abrir los ojos, no sé si por el bienestar que a buen seguro la embargaba, o por un repentino ataque de timidez tras masturbarse ante nosotros. Aunque cuando los abrió, nos miró y sonrió, sin rastro alguno de vergüenza.


– Gracias… –dijo la chica–. Por cierto, me llamo Mapi.


– Yo Juan –y nos dimos dos besos.


– Y yo Naia, encantada.


– Me voy, que se me hace tarde. Esto ya os lo recogeré luego –y salió de la habitación, sonriendo y guiñándonos un ojo.


Nos limpiamos y recogimos nuestras cosas; no podíamos aprovechar la noche en el hotel porque yo tenía que volver.


Al salir al exterior, caminamos hasta mi coche, bajo un sol de justicia, comentando todo.


– ¿Te lo has pasado bien? –quise saber.


– Siii, muy bien –afirmó Naia contenta.


– Y yo…  me gustaría repetir y verte.


– A mí también –dijo.


Ya habíamos llegado a mi coche, y remoloneamos un poco, dándonos besos, con pena por la despedida.


– ¡Ten cuidado el viaje de vuelta! –me pidió.


– Tranquila, no te preocupes. Espero que nos veamos más veces.


– Yo también Juan…


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