martes, 16 de diciembre de 2014

el ascensor

Todos los matrimonios tienen un secreto, un episodio en la relación que subyace para siempre entre ambos y que, en la medida de lo posible, es bueno mantener soterrado. El nuestro tuvo lugar una noche de sábado de primavera, hace ahora diez años. Por aquel entonces Marcos, mi marido, y yo llevábamos apenas unos meses casados. Vivíamos en un piso alquilado a la espera de que mejorara nuestro panorama económico y nos pudiéramos comprar algo propio. Volvíamos de pasar una noche de fiesta con unos amigos. Habíamos bailado y  bebido mucho. 

Yo no podía parar de reír y me agarraba al brazo de mi esposo para no tambalearme. Estaba un poco mareada. Él me estaba susurrando al oído cosas guarras que me estaban poniendo a mil. Me decía que parecía una zorra vestida con aquella minifalda blanca y que mis piernas enfundadas en aquellas pantimedias de brillo conseguían ponérsela dura como una roca. Entre risas le dije que esa noche no me había puesto braguitas debajo de las medias y que me había depilado enterita. Eso parecía volverlo loco. Cuando entramos al portal, los dos cachondos y algo borrachos, vimos a alguien esperando el ascensor. Guardamos la compostura. Al acercarnos comprobé que era un chico mulato muy guapo, vestido en plan chulazo, con camiseta blanca ajustada de cuello V, marcando unos músculos ideales, y con varios tatuajes asomando por el cuello y brazos. No pude evitar en fijarme en el bulto de su entrepierna, era tan insultante que parecía casi ridículo. El chico tendría unos veinticinco años, no más. Llevaba puestas unas gafas de sol de aviador Carrera. Le quedaban muy bien, pero teniendo en cuenta que eran las 5 de la mañana, quedaba un poco pretensioso el tema. Nos saludamos y esperamos en silencio el ascensor. Cuando las puertas se abrieron mi marido entró primero. El chico mulato esperó como un caballero y me cedió el paso.

-Las princesas primero -dijo con voz sensual.

Yo sonreí y entré. Me encantó su actitud.

-¿Dónde vas? -le preguntó Marcos que se había situado al lado de los botones.

-Al quinto -respondió quitándose las gafas y mirándome fijamente a los ojos.  Tenía unos ojos verdes alucinantes. Yo desvié la mirada algo tímida. Me gustaba aquel tío, me sentía atraída por él. Mucho.

-Ok, nosotros nos bajamos antes -dijo Marcos intendo vocalizar correctamente, luchando contra el alcohol.

-No te visto antes por aquí, preciosa. -me dijo.

-Ah no, pues vivo…, vivimos en el tercero -contesté nerviosa, mirando varias veces a Marcos. El tono de aquel chico era demasiado atrevido para hablarle a una mujer casada en presencia de su marido y no estaba muy convencida de la reacción que podría causarle a Marcos.

Noté que aquel tío clavaba sus preciosos ojos en mis piernas y que me estaba literalmente devorando con la mirada. Su bulto en la entrepierna se tensó y vi como la silueta se agrandaba y presionaba el pantalón. Era tan sexy. Aquello, la verdad, me puso muy cachonda. Además, aquel chico llevaba un perfume superatrayente. Era muy raro, tal vez sería un potingue de esos de feromonas o algo, pero consiguió que me volviera loca. De pronto el ascensor se detuvo, entre la segunda y tercera planta y yo di un grito y me lancé inconscientemente a los brazos de aquel chico. Él me sujetó con sus grandes brazos musculosos. Mis muslos rozaron su entrepierna y noté aquel bulto presionarme la piel. Oh Dios mío, me quería morir. Toqué sus biceps sin querer y rocé el relieve de la vena cefálica, tan gorda, tan vasodilatada. Nunca antes había tocado unos brazos tan rocosos. Inmediatamente miré a Marcos y él estaba pasmado viendo cómo estaba de repente abrazada a aquel tío. Entonces el chico me tocó el culo y esa fue mi perdición. Me puso como una cerda el hecho de que fuese tan seguro de sí mismo, tan chulo y engreído, capaz de manosear a una mujer casada delante de su marido y ni siquiera dudar un poco al hacerlo. Giré la cabeza y sin saber cómo, noté su lengua dentro de mi boca y yo me derretí. Su mano se coló debajo de mi minifalda y comenzó a magrearme las nalgas. No tardó mucho en tocarme mi coñito por encima de las pantimedias. Estaba toda húmeda y receptiva. Un montón de cosas se me pasarón por la cabeza y al ser consciente de la situación tan eróticamente embarazosa, lancé un grito y me fui directa a su cuello a besarlo desesperada. Me faltaba lengua, me faltaba boca.

-Oh, putita, me encantan tus medias, mmmm. Y además no llevas braguitas. Eres una zorra preciosa.

-Mmmm, siii, me pones muy cachonda tío.

En un intervalo en los que tomé aire, miré a Marcos con un sentimiento de culpabilidad que afloraba bajo toda esa loca pulsión sexual que me había embargado de repente por aquel extraño. ¿Cómo iba a explicarle que necesitaba en ese momento a ese tío más que a nada en el mundo? ¿Cómo conseguir que lo comprendiera y, lo más difícil, que lo aceptara? Sin embargo, me quedé sorprendida: se le veía bastante dócil dadas las circunstancias.

-¿Patricia? ¿Qué cojones estás haciendo? -dijo con un tono que pretendía ser rudo.

-No te enfades conmigo cielo, por favor. Nadie se va a enterar de esto… Estamos solo los tres. Será nuestro secreto. Pero por favor, te lo ruego. Déjame estar con él…

Noté que su mirada irradiaba puro fuego. La combinación entre alcohol y celos más desenfrenada que seguramente jamás había experimentado. Un cócktel peligroso.

Yo, por otro lado, sin saber muy bien cómo, estaba de pronto de rodillas delante del aquel tío, mirando de frente su paquete. El muy cabrón me cogía de las mejillas y me las apretaba en plan dominador. ¡Ufff, y todo delante de mi marido!

-¿Quieres chuparme la polla, putita? -me preguntó el muy hijo de puta, así sin importarle nada.

Yo desvié la mirada y la clavé en Marcos. Había dolor en su mirada.

-No… -susurró él temiendo lo peor.

-Sí -dije en un suspiro inaudible, sin mirar a nadie.

-¿Qué dices, zorra? ¡No te escucho! ¿Tienes ganas de una buena polla, si o no?

De repente me encontré con el rostro de aquel cabronazo, sonriente. El muy chulo se había puesto las gafas de sol de nuevo. Era arrogante, dominador, seguro de sí mismo, un tío que sabía lo que quería y no dudaba en conseguirlo, y además era tan guapo… Se había levantado su camiseta y mostraba un abdomen firme y marcado. Por qué debía ser tan jodidamente sexy, por Dios.

-Sí, por favor. Necesito mamarte la polla. -balbuceé temblando como una colegiala y al segundo cerré los ojos temiendo que estallara alguna bomba. Ahora no me atreví a mirar a Marcos, sólo imaginé su rostro de asombro contemplándome.

El tío arrancó a reír.

-Joder, machote, no veas cómo tienes a tu mujer. ¿No le das caña o qué?

Marcos hizo el amago de acercarse a él para impedir que los cuernos le brotaran por las sienes,  agotando así el último rescoldo de hombría que le quedaba. El tío simplemente extendío su brazo y lo empujó hacia atrás como un muñeco. Mi marido dió con la espalda contra una de las paredes del ascensor y ya no volvió a intentar hacer nada para evitar lo inevitable. Ver a aquel chulazo anular a Marcos de ese modo, de forma tan contudente, implacable, mmm, me puso empapadísima. Incluso noté cómo las pantimedias estaban tan mojadas que se me pegaban al chochito. En el fondo, a todas las tías nos gusta encontrarnos con un hombre capaz de ganar las peleas por ti. A todas nos enciende estar con un macho ganador.

El tío se fue desabrochando la correa con una mano mientras me metía el dedo pulgar de la otra en la boca. Yo lo chupaba encantada, incluso pensé que me daba más placer chuparle el pulgar a aquel cabrón que la polla a mi marido. Entonces se la sacó y yo abrí la boca y los ojos anonadada. Era una pieza maciza, gorda y de una longitud impresionante. No podría precisar cuánto medía en cifras, lo que sí recuerdo es que era como mi antebrazo. ¡Y con aquellas venas tan hinchadas!

-¡Wow! -dije sin poder cerrar la boca del impacto:- Oh, Diosss. ¿Esto qué es?

Miré a Marcos con una sonrisa de entusiasmo, como quien abre un regalo soñado y que jamás se espera recibir. Quería compartir con él el asombro, pero estaba claro que no era la persona más indicada para esperar oírlo decir algo del estilo de “¡Oh Dios mío cariño, este tío tiene un pollón inmenso! ¡Qué suerte tienes, perra, qué envidia!” Por un instante, me había olvidado de que era mi marido.

-Vamos zorra, abre esa boquita.

Yo aún miraba a Marcos.

-Cariño, no te enfades. Te lo ruego. Entiéndelo… ¿Lo entiendes, verdad? Ponte en mi lugar. ¿Has visto la clase de…?

Me contuve… Volví a mirar a aquel tío, abrí la boca y aquel embutido de carne entró en mi boca, llenándomela toda. Cubrí el glande y apenas un poco más de piel, rozando con mis labios el relieve de sus venas, era imposible abarcarla toda, era tan grande. Fue entonces, al sacarla y empezar a lamerla con suavidad, cuando me puse más caliente que una perra en celos. Le besé y lamí los gordos huevos (los tenía depilados a conciencia), le repasé a lengüetazos todo el mástil y me la volví a meter en la boca todo lo que pude. ¡Cómo palpitaba, cómo me presionaba la lengua, hinchándose, engordando, latiendo dentro de mi boca, mmmm, húmeda, varonil!

-Joder, qué bien me la come tu mujer, cornudo.

Marcos ni siquiera dijo nada, se quedó en silencio, mirando mientras yo jugaba con los hilos de presemen que se me quedaron pegados en la punta de la lengua y se resbalaban por la barbilla.

Después de meterme un buen rato aquel pollón en la boca, el tío decidió que era el momento de follarme. Me cogió por los pelos y me subió de un tirón, me dio la vuelta como si fuera una muñeca de trapo y me subió la minifalda. Ufff, hacía conmigo lo que quería. Me rasgó las pantimedias justo por encima de mi chochito hambriento, me toqueteó con sus dedos. Yo me dejaba hacer como una boba. Tenía el coño hecho agua. Incluso se oía chapotear el líquido cuando me metía sus dedos.

-Oh, vaya. ¿No llevas braguitas puestas?

-No.

-¿Por qué?

-Porque le gusa a mi marido…

-¿Ah sí? Y porque eres una putita, ¿verdad?

-Sí, por eso también.

-¿Ah sí?

-Aja…

De pronto noté algó inmensó abrirse paso… Me clavó la polla hasta el fondo y al notar un placer indescriptible, me percaté de que no se había puesto perservativo. En aquel momento la idea me excitó mucho más. Me sujetó de los antebrazos y me los colocó detrás de la espalda, como si estuviera detenida. Entonces comenzó el vaivén de su cadera, penetrándome con aquella herramienta que se abría paso en mi interior sin haber pedido permiso a nadie, apoderándose de mí como si pudiera usarme cuando le viniera en ganas.

-Oh, oh, oh,  Diossss, Marcos, ¿estás enfadado conmigo? Oh, joder, oh, sí, lo siento, amor. Lo, oh, oh, ah, ah, lo  siento, lo siento. Ufff, aaaaah, siiii, ahhhh, es que está tan bueno, es tan chulo y me pone tanto… Oh, mierda, sí, fóllame, fóllame, sigue, así. ¿Lo comprendes, cielo? Es que mira cómo folla el tío… Ah, oh, oh, ah, ah…

Marcos me miraba atónito con los ojos abiertos y brillantes, sin articular palabra, vencido, humillado, sobrepasado por la situación.

-Oh, vamos puta, ¡cómo te gusta una buena polla! ¿Te gusta que vea tu marido lo zorra que eres cuando te folla otro tío, un tío más hombre que él?

-Ah, sí.

-Él está allí, callado, mirando mientras te follas como un animal, como él jamás podría hacerlo. ¿Has visto que ni siquiera hace nada para intentar defender lo que es suyo?

-Oh joder, sí. Me encanta que me hables así, cabrón.

-Oh, zorra. Dile que es un cornudo, ¡vamos! Quiero oírlo de tu boquita.

Miré a Marcos con la boca pidiendo aire y los pelos sobre la cara, soportando el traqueteo de las embestidas de aquella máquina sexual.

-Eres un cornudo, cielo. Pero te quiero, te quiero mucho. No te lo tomes a mal, cariño. Es sólo que, ah, Diooooosss, ahhhh, ahhhh, déjame disfrutar un pocooohhooahhhhaaaaaahhh…

El tío había aumentado el ritmo.

El quejido se convirtió en jadeó, luego en un grito gutural y finalmente en chillido estridente que rompió la madrugada. Me corrí por primera vez en ese ascensor.

Mientras me venía toda loca, el tío seguía clavándomela hasta lo más profundo de mí, dándome cachetes en las nalgas y yo chorreándome de gusto por las piernas abajo.

-¡Mira cómo se retuerce tu mujercita cada vez que se la meto!

No tardé mucho en que me viniera el segundo orgasmo. Los latigazos de placer a penas me permitían estar de pie. En ese momento perdí los papeles y empecé a decir barbaridades como poseída.

-Oh, síiiii, ¿has visto lo cornudo que es mi maridito, ahí mirando, calladito, mientras yo me corro viva aquí contigo?

-Mmmmm, sí, me encanta, me encanta…

-Ahhh, me voy entera por el coño, jodeeeer…

En pleno éxtasis orgásmico, y sin dejar ni siquiera que tomara aire, me dio la vuelta otra vez y me subió a horcajadas sobre él. Yo me agarré a su cuello. Estaba super cachas el tío. Me sentía como una muñequita de porcelana en manos de una bestia. Empecé a cabalgar sobre su polla tiesa sintiendo aún los corrientazos del orgasmo y creía que me moría. De nuevo miré a Marcos, esta vez de reojo. Yo estaba babeando por el gustazo que me estaba dando aquel tío. Observé que mi marido se había sacado la polla y que había empezado a masturbarse.

-Oh, cariño, ¿te gusta verme así? ¿Te pone cachondo ver cómo se folla otro tío a tu mujer? ¿Es eso? Oh sí, hazte una paja, cielo, háztela mientras me miras… Oh, oh, síii, vamos, menéate esa pichita chiquitita mientras un macho me folla con una polla de verdad…

Al ver a Marcos agitando su mano excitado mientras contemplaba cómo jodía con aquel tío en plan puta vulgar, me llegó el tercer orgasmo, éste fuerte fuerte, en forma de convulsión salvaje. Llegué a arañar la espalda de aquel tío como si me hubiera dado una crisis nerviosa, incluso me llegué a mear encima como una tonta. Fue increíble. El tío seguía bombeándome las nalgas hacia arriba, dejando que cayera sobre su polla, empalándome enterita. Estaba todo ya tan húmedo y viscoso entre los dos, mmm, que nos deslizabamos con una suavidad hipnótica.

-Oh, mierda, me voy a correr -dijo aquel tío de repente.

-Hazlo en mi boca, por favor – le dije tirándole del pelo, desesperada.

El tío me bajó y yo me puse de rodillas con la boquita abierta, esperando mi premio por haber sido tan puta. El chorro que aquel tío descargó sobre mi cara no fue normal. Parecía irreal. Me quedé impresionada. Hilos gordos y densos de semen caían sobre mi carita como si estuviera aliñándome con un bote de leche condensada. No parecía parar nunca. Eyaculaba y eyaculaba sin parar. Me puso la cara, el pelo y la ropa toda perdida. Incluso note cómo me salpicaba mis muslos enmediados. Y yo estaba como extasiada recibiendo mi santa bendición, elevándome a un estado de delirio.

Marcos se terminó la paja entre sonoros lamentos de placer, algo después de que el tío me dejara hecha un desastre. Ví cómo su triste chorrito caía sobre el suelo del ascensor, inútil, inservible.

De pronto el ascensor volvió a arrancar y se abrieron las puertas. Habíamos llegado a casa. Sin despedirnos, salimos de alli. Antes de marcharme, miré al tío y le guiñé un ojo. Me di cuenta que ni siquiera sabía cómo se llamaba. Entramos a casa y me fui hacia Marcos, aún cachonda perdida. Le pedí que me besara, que me comiera el coño y que me limpiara la cara con su lengua como un buen cornudo. Él se negó, era demasiado pedir. Me metí en la ducha y me masturbé otra vez recordando lo que había pasado. La fragancia de aquel tío se me había adherido a la piel y me seguía volviendo loca. Creo que incluso grité un poco al correrme de nuevo, supongo que Marcos lo oiría. Después fui al dormitorio. Marcos ya estaba metido en la cama, haciéndose el dormido. Ya acostada notaba aún mis labios vaginales vibrar de la caña que me habían dado. Al final me tuve que masturbar otra vez. Lo hice todo lo callada que pude, pero creo que dije algunas cosas entre dientes que no pude reprimir, del tipo “qué pollón, por Dios” o ” qué bueno estás hijo de puta”. Después de correrme por enésima vez, me dormí exhausta. Nunca más hablamos de aquello. Jamás volví a ver a aquel muchacho, aunque a veces pienso en él cuando hago el amor con mi esposo.

Hoy precisamente hace ya diez años de aquella madrugada en el ascensor y aún tiemblo por dentro al recordarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario