martes, 16 de diciembre de 2014

Marta y el fontanero

La crisis económica no me ha sentado nada bien, antes trabajaba en la construcción y ganaba un buen sueldo con el que podía mantener a mi familia e incluso permitirnos algunos caprichos y regalos. Ahora ya no encuentro trabajo y me dedico a hacer chapuzas a domicilio para poder ir tirando, albañil, pintor, fontanero, lo que salga con tal de ganar algo de dinero.

Recibí una llamada de una chica que me comentó que tenía unos problemas de fontanería en casa y atascos en el baño. Me llamaba porque una vecina a la que le había hecho unos arreglos hace unas semanas le había dado mi número, ya que al parecer había quedado bastante contenta con el resultado

Era un caluroso sábado de verano y tocaba ir con mi mujer y mis hijas a hacer una visita a casa de mi suegra. Francamente no tenía ganas de soportar las conversaciones con tanta mujer junta y los reproches soterrados que mi suegra me dirigía cada vez que la visitaba, como si fuera yo el único culpable de nuestra situación económica. Además la perspectiva de ganar algo de pasta era excusa suficiente para evitar este viaje. así que ellas se fueron por su lado y yo cogí mi bolsa de herramientas y me fui en coche a la dirección que me habían dado.

Me abrió la puerta una joven morena, me dijo que se llamaba Marta, era muy guapa, llevaba un vestido ligero y corto que le llegaba a medio muslo, abrochado por delante con un fino cinturón que remarcaba su silueta en la cintura. Tenía unas piernas increibles y estaba descalza, cuando me pidió que la siguiera hasta el baño me recreé mirándola por atrás, su movimiento de caderas, esas piernas tan esbeltas y un culito respingón que hacía que la parte de abajo del vestido volara de un lado a otro cuando caminaba.

Para llegar al baño había que pasar por el dormitorio, estaba justo a continuación separado por una cortinilla de canutillos. Los arreglos no fueron muy complicados, cambiar las juntas antiguas de un par de grifos, limpiar y desatascar las cañerías, abrir el bote sifónico y limpiar los pelos que se habían acumulado… en total un buen rato de trabajo y algunos materiales. Cuando terminé salí del baño al dormitorio donde me estaba esperando y le dije que ya estaba todo en orden y que le cobraría 100 euros, ya que era servicio de fin de semana y salía más caro. Ella me miró y se mordió el labio inferior. Bajó la mirada al suelo y me dijo que no tenía tanto dinero y preguntó que si podría pagarme de alguna otra forma.

Se soltó el cinturón y su vestido se abrió ligeramente dejándo ver el canal entre sus pechos, su ombligo y más abajo unas braguitas negras. Se acercó a mi, bajó su mano y agarró mi entrepierna a través del pantalón para descubrir lo que tenía allí abajo. No soy de piedra, pasado el primer instante de sorpresa mi cuerpo empezó a reaccionar a sus movimientos y enseguida empecé a tener una erección que ella se encargaba de mantener, frotando sobre el pantalón a todo lo largo de mi miembro, que se estaba hinchando por momentos.

Se que tengo una polla bastante grande y bastante gruesa, y a pesar de lo que muchos piensen eso de tenerla muy larga no es realmente una bendición, para mi siempre ha sido un problema, ya que algunas de las mujeres con las que podría haber mantenido relaciones se echaban atrás cuando la veían por temor a que pudiera hacerles daño. Esta chica sabía como tocar y no parecia asustada del tamaño que estaba alcanzando. Me agarró de la camiseta y me atrajo hacia la cama, ella se sentó en el borde y yo quedé de pie delante suya, mirándola desde arriba.

Sus hábiles dedos aflojaron la hebilla de mi cinturón y desabrocharon los botones de mi pantalón, noté como se reducía la presión al quedar un poco más suelto, pero mi erección era ya casi completa y apretaba fuerte contra la tela. Con un solo movimiento bajó pantalón y boxers y mi pene ya libre salió hacia delante como un resorte, quedando completamente estirado apuntando hacia su cara, a escasos centímetros de su boca.

Ella lo miró con ojitos brillantes, sonrió y lo agarró con las dos manos, empezando a masajearlo suavemente, desplazando la piel al principio solo unos centímetros hacia abajo y luego hacia arriba, y aumentando poco a poco hasta terminar por recorrer toda la longitud con sus manos. Cuando bajaban del todo hasta la base de mi pene, quedaba mi glande al descubierto y ella aprovechaba para besarlo y lamerlo en círculos con la lengua. Que bien lo hacía, me gustaba esa sensación pero también quería que la chupara más fuerte, así que le aparté su mano izquierda y la dejé que siguiera masturbándome solo con la derecha, la agarré por la nuca y empecé a empujar un poco más fuerte, metiendo algo más de la mitad de la longitud en su boca. ¡Que bien movía la lengua! Dándole hacia los lados cuando se la metía, apretando y succionando fuerte cuando la sacaba y acariciando la punta con sus labios y su lengua cuando la tenía fuera.

Pero si iba a tener que cobrarme la deuda con sexo, desde luego que esta tal Marta tendría que hacerme algo más que una mamada, aunque fuera tan buena como la que estaba haciendo. Puse mis manos sobre sus hombros y la empujé hacia atrás, cayó de espaldas en la cama con los brazos extendidos. El vestido se abrió hacia los lados, dejándome ver sus preciosos pechos con unos pezones oscuros que ya estaban bien erectos. Esto me puso muy caliente, me incliné hacia ella y agarré sus tetas con mis manos, estrujando y palpando su contorno, pellizqué esos pezones y los retorcí fuerte. Ella cerró los ojos y solto un gemido pero no se movió, deslicé mis manos bajando por su vientre, pasando por su ombligo y llegando hasta sus braguitas.

Mi verga necesitaba enterrarse dentro de ella, ya no había vuelta atrás, la iba a follar allí mismo tal como estaba tumbada bocarriba en su cama. Le levanté las piernas, agarré sus bragas, se las quité a tirones y las tiré a un lado. La sujeté por  las rodillas y le separé las piernas. Su chochito no estaba depilado, a mi me encantan así, al natural. Tenía los labios vaginales tan hinchados que sobresalían y a medida que le separaba las piernas se fueron abriendo poco a poco, dejándome ver su interior sonrosado, su clítoris palpitante y su abertura vaginal brillante por la humedad.

Agarrándola por las piernas para mantenérselas bien separadas, adelanté mis caderas hasta apoyar la punta de mi pene en su rosado agujero. Podría haber entrado despacio para ir haciendo sitio a mi enorme falo, pero estaba tan desesperado por penetrarla que me impulsé con fuerza para meterla todo lo profundo que pudiera. Para mi sorpresa la primera embestida me incrustó entero dentro de su vagina, estaba tan mojada que prácticamente me resbalé dentro de ella. Ella apenas se movió, se sujetó a las sábanas de la cama y arqueó un poco la espalda, pero no opuso resistencia ni intentó cerrar las piernas.

Era muy profunda, a diferencia de otras mujeres le cabía entera, así que pensaba aprovecharlo para echar un polvo como nunca. Empecé a moverme dentro y fuera de ella, sacándola hasta solo dejar la punta y empujando con fuerza para penetrarla duramente, clavándola hasta el fondo, mis testículos rebotaban contra su culo cada vez que la embestía. Ella empezó a jadear y su cuerpo se perló de gotas de sudor, debido al calor y la excitación. Yo también estaba sudando por el esfuerzo, pero seguía perforando con fuerza, disfrutando cada sensación que producía adentrarme en su interior. Estoy seguro que ella estaba disfrutándolo también, piel contra piel mi gruesa polla frotando todo su interior tanto al entrar como al salir.

Quería sentir su cuerpo contra el mío, siempre me ha gustado el sexo húmedo y ambos estábamos sudando. Quería apretarla entre mis brazos y notar sus pechos comprimidos contra mi torso. La arrastré un poco más adentro en la cama, me acosté encima de ella dejando caer mi peso sobre su cuerpo, rápidamente mi polla encontró de nuevo su abertura y empecé de nuevo la penetración. Le bajé los brazos que aun los tenía extendidos y los coloqué junto al cuerpo. Luego pasé los míos a su alrededor y por detrás de su espalda, abrazándola y dejándola inmovilizada mientras besaba su cuello y escuchaba sus jadeos y gemidos junto a mi oído.

Ella pasó sus piernas alrededor de mis caderas y las cruzó a mi espalda, subiéndolas y bajándolas un poco para cambiar el ángulo de entrada a su gusto. Yo apenas podía contenerme, la sensación de nuestros cuerpos tan juntos, la fuerza de las embestidas que había ido aumentando, el choque de nuestros pubis y la calidez y humedad dentro de ella me conducían inexorablemente al clímax, que se iba a producir en cualquier momento.

En ese momento noté que se estremeció entre mis brazos, dejó de jadear y me mordió en un hombro mientras aguantaba la respiración. Se había corrido. Nunca me habían mordido durante un orgasmo, pero eso fue el detonante para que yo también terminara dentro de ella. Acompasé el movimiento de mis caderas para que cada eyaculación se produjera cuando la tenía bien metida hasta el fondo, depositando mi esperma en lo más profundo de su interior. Estaba agotado porque el final había sido brutalmente fuerte, me quedé tumbado encima de ella un buen rato, los dos respirando pesadamente y muy sudados, manteniendo mi pene aun bastante duro durante todo ese tiempo dentro de ella, taponando la salida de la mezcla de sus flujos y mi semen que seguían en su interior.

Finalmente me levanté y fui al baño, me di una rápida ducha, me miré al espejo y vi la marca del mordisco en el hombro, era muy superficial y esperaba que en un rato ya no se notaría. Volví al dormitorio y ella fue al baño sin mirarme ni prestarme ni la más mínima atención. Me vestí, cogí mis herramientas y me fui al coche sin decir ni una palabra. En el camino de vuelta a casa paré en una gasolinera a llenar el depósito y cuando fui a pagar encontré en la cartera dos billetes de 50 euros que no estaban allí esa mañana. Alguien les había escrito con bolígrafo una gran letra M y un smiley de sonrisa en una esquina. Pagué con uno de ellos y el otro me lo guardé de recuerdo.

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