martes, 16 de diciembre de 2014

Marta haciendo deporte

Me levanté temprano como cada sábado para salir a correr un rato. Trabajo como programador y me paso sentado 8 horas detrás de un ordenador, pero no voy a permitir que un trabajo tan sedentario me vuelva fofo y débil. Tampoco soy ningún musculitos, pero intento mantenerme en forma.

Ese día amaneció despejado y con una suave brisa, así que decidí cambiar un poco mi ruta de entrenamiento que habitualmente solía hacerla por ciudad. Me puse un pantalón de deporte, una camiseta, mis zapatillas de running y me fui a correr por un sendero que rodeaba y a tramos se internaba en un bosquecillo que había a las afueras de la ciudad.

Llevaba ya corriendo un buen rato cuando desde un camino lateral se incorporó una chica que parece que había tenido la misma idea que yo. Salir a entrenar por este camino y disfrutar de la naturaleza mientras hacía deporte. Nos saludamos y pronto acompasamos el ritmo de carrera para ir juntos, como si fuéramos conocidos de largo tiempo que se reúnen para quemar calorías.

Era morena con el pelo corto, más o menos de mi estatura y muy guapa. Llevaba un pantalón de deporte azul y negro muy holgado que dejaba al descubierto unas piernas largas y esbeltas pero no muy musculosas. Por arriba un top a juego con el pantalón, que era poco más grande que un sujetador deportivo y ceñía sus redondeados pechos de buen tamaño.

Tras unos minutos de carrera juntos, el sendero se internaba un poco en el bosquecillo atravesando una arboleda. De pronto, de manera inesperada salieron volando desde la derecha unas perdices que al parecer estaban anidando por allí y nos persiguieron para alejarnos de su nido. Parece estúpido tener miedo de unos pájaros, pero con el sobresalto del momento nos desviamos corriendo hacia dentro del bosque hasta que dejaron de acosarnos. Al pararnos nos encontramos en un claro a unos quince o veinte metros del camino.

Tenía la adrenalina por las nubes después de la “huida” y creo que ella se encontraba en parecidas circunstancias, resoplando y jadeando, más por la emoción que por el esfuerzo. Se me acercó un poco y me miró con un brillo extraño en los ojos, algo así como un entusiasmo salvaje, reminiscencias de algún ancestro cavernario que ha salvado la vida después de huir de un depredador.

Me agarró la cabeza y me plantó un beso en la boca, metiéndome la lengua profundamente. Yo normalmente me hubiera quedado pasmado, pero con todas esas hormonas recorriéndome, respondí agarrándola por la cintura y acariciando su lengua con la mía dentro de mi boca. Pronto cambiamos papeles y fui yo quien le metió la lengua pero seguimos compartiendo ese larguísimo beso. Bajé mis manos desde su cintura y las pasé hacia atrás, hasta posarlas en su trasero, tenía un culo duro y redondeado, que acaricié por encima de su holgado pantalón de deporte. Tenía ganas de tocar más así que levanté la tela y posé mis manos directamente sobre la suave piel de sus nalgas, sintiendo toda su forma en las palmas de mis manos. Apreté un poco ese duro culito, luego un poco más, a la tercera lo estrujé con fuerza y ella respondió volviendo a meterme la lengua y pegando su cuerpo contra el mío. Sentía la forma de sus pechos apretujados contra mi, sentía como se movía, restregando su vientre contra el mío y la chica seguro que sentía el abultamiento que producía mi pene, que presionaba contra su pubis mientras se frotaba contra mi.

Cuando nuestros cuerpos se separaron, nos quitamos la ropa el uno al otro, ella me quitó la camiseta a tirones, y yo la liberé del top, dejando al aire sus preciosos pechos, con unos pezones oscuros que me estaban pidiendo a gritos que los besara y los mordiera, cosa que hice con fruición, produciéndole también a mi acompañante un enorme placer a la vista de los gemidos que se le escapaban y lo duros que se le pusieron. Me arrodillé ante ella y le bajé el pantalón de deporte, dejando al descubierto su pubis, su olor era penetrante y atrayente. Me agarró la cabeza, subió un pierna por encima de mi hombro y pegó su coño a mi boca, frotándose contra mi cara. Yo empecé a lamerla, recorriendo los pliegues de su piel, acariciando con la lengua a lo largo de sus labios, frotando en círculos su hinchado clítoris, y succionándolo alternativamente de forma suave y fuerte. Bajé mi lengua por su rosada carne hasta encontrar la abertura vaginal y la metí todo lo que pude, apretando mi cara contra su entrepierna. El sabor de sus flujos me volvía loco, estaba muy excitado, mi pene hace ya rato que estaba totalmente erecto asomando por la parte de abajo del pantalón de deporte. Su humedad goteaba desde su interior y se deslizaba por los muslos, pero yo capturaba esas gotas con mi boca mientras seguía lamiéndole su chochito.

De repente se separó de mi pero sin soltarme me echó hacia un lado y caí a tierra de espaldas. Se sentó encima de mi cara para que siguiera haciéndole el trabajito lingüístico en sus bajos, Aprovechó esta nueva postura para agarrar mi pene y empezar a mamarlo, parecía toda una profesional. La manera que tenía de mover la lengua sobre mi erección, apretando aquí y allá con sus labios y mordisqueando suavemente la piel de mis testículos mientras me masturbaba con la mano. La forma en que lamía mi glande y pasaba la lengua por la punta justo antes de enterrarla de nuevo dentro de su boca para succionarla. Definitivamente el mejor 69 que haya tenido nunca.

Había pasado un buen rato desde que salí de casa, el sol estaba ya alto y empezaba a hacer calor, lo notaba en la piel de su espalda que me dedicaba a acariciar mientras estábamos ocupados procurándonos placer mutuo. Ella movía sus caderas delante y atrás, para hacer que mi lengua recorriera su pubis completamente, dejándola empapada con una mezcla de sus flujos vaginales y mi saliva. Poco a poco había aumentado el ritmo con el que se movía sobre mi cara y también había empezado a apretarse más, ahora se frotaba bien fuerte contra mi. Había convertido mi cabeza en un objeto sexual con el que darse placer y esa idea encendía mi frenesí, de modo que yo también la sujeté contra mi cara fuertemente hasta que al final se corrió, y su humedad ya descontrolada se derramó sobre mi impregnándome con su fuerte olor.

Aún no dejé que se levantara, porque yo también quería correrme. Tal como estaba acostada encima mía y con mi polla entre sus labios, la abracé y sujeté sus brazos a la espalda, mientras impulsaba mis caderas arriba y abajo, metiendo y sacando mi verga hasta su garganta. Fue un esfuerzo intenso pero breve, que finalizó con un estupendo orgasmo, depositando todo mi esperma dentro su boca. Estando bocaabajo apenas podía retenerlo y parte de mi semen se derramaba de nuevo por mi polla deslizándose en espesas gotas desde la punta hasta la base. Sin embargo se encargó de dejarla bien limpia, lamió todos los restos y los tragó rápida y eficientemente.

Enseguida se levantó, se puso sus prendas y se encaminó hacia el sendero por el que vinimos. La llamé cuando se estaba alejando, le dije que ni siquiera sabía su nombre. Se paró un momento y sin volverse me dijo que se llamaba Marta. Acto seguido empezó a correr de nuevo. Para cuando salí al camino ella ya había desaparecido. Desde aquel día suelo venir a correr por aquí los sábados con la esperanza de encontrarme de nuevo con ella, aunque de momento no la he vuelto a ver.

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