domingo, 14 de abril de 2024

Conviviendo con la tía Merche

 Adriana estaba nerviosa. Sentada en la parada del autobús, no se podía sentir más incómoda ante la presencia de los desconocidos que había allí. Notaba como la miraban, a pesar de que ella ni les prestaba atención. Así había sido su vida desde siempre y nunca entendió por qué tenía que pasar por algo así, aunque, ¿por qué debería?

Ser una chica transexual nunca le fue fácil. A sus diecinueve años, Adriana se sentía perfecta como la mujer que siempre debía ser, pero el trato por el resto del mundo nunca fue el mejor. Su familia siempre la apoyó en la transición y, en general, se sintió arropada por todos ellos, pero las demás personas a su alrededor se vieron incapaces de aceptar su cambio. Algunos llegaron incluso a sacar al intolerante que llevaban dentro. Las pocas amigas que tenía la dejaron de lado, sus compañeros de instituto no cesaron de meterse con ella e, incluso, los profesores le decían cosas bastantes hirientes. Al final, sus padres tuvieron que cambiarla de centro y, aun así, tuvo que soportar más burlas y ataques. Con todo, supo sobrellevarlo lo mejor que pudo, por lo que se habituó a esta clase de situaciones, como la que vivía ahora.

Sin embargo, los nervios no eran tan solo por sentirse demasiado observada, tambien se debían a que se encontraba en un nuevo lugar. Adriana vivía con sus padres en una pequeña ciudad del interior y, al terminar sus estudios del instituto, quería hacer la carrera de Literatura Española con un master de especialización. En esa pequeña ciudad y en los alrededores le era imposible estudiarla, así que tuvo que trasladarse a una lejana ciudad de mayor tamaño donde había una universidad que le permitiría estudiar lo que quería, viéndose obligada a residir allí. Por suerte, contaba con alguien allí que la acogería y, pensar en ella, la alteró bastante.

El viento sopló un poco y meció su largo pelo rubio claro, recogido en una sencilla coleta. Empezaba a hacer frio porque la tarde se echaba encima y el Sol no tardaría en ponerse. Se puso más intranquila. Su madre le dijo que ella estaría enfrente de la parada nada más se bajase del bus, pero llevaba tres cuartos de hora esperando y comenzaba a desesperarse.

Inquieta, miró a un lado y a otro. A la izquierda tenía a un tipo de unos cincuenta años, calvo y con gafas de sol, que la observó con disgusto. A la derecha y de pie, a una señora mayor con demasiados aires de grandeza que suspiró molesta al fijarse en ella. Adriana quería que la tierra se la comiese ya mismo porque no aguantaba más esta situación insoportable.

Por suerte, no tenía que esperar más. Un Mini Cooper de brillante azul cobalto se paró justo delante de ella. Enseguida supo quién era. El cristal de la ventanilla bajó para mostrar a una mujer en la treintena que se giró para mirarla a través de sus gafas de sol circulares.

—¡Sobrinita! —exclamó la recien llegada—. Venga, súbete.

Si bien se sentía algo fastidiada por la tardanza, Adriana no podía estar más aliviada.

Se puso en pie y, arrastrando sus enormes maletas, fue hasta el coche. Tras meter su equipaje en el maletero, se dirigió hacia delante, abrió la puerta del copiloto y entró. Tras cerrar, el vehículo se puso en marcha y se fueron de allí.

—Tienes que perdonarme por llegar tan tarde, pero es que tenía una reunión muy importante y se prolongó más de lo esperado —le explicó la mujer mientras conducía.

—No pasa nada, tita —habló ella más tranquila.

Su tía Mercedes, o tita Merche, como prefería llamarla, era la persona con la que residiría a partir de ahora en esa ciudad. Tenía un piso en el barrio alto y viendo que era la mejor opción para vivir, su padre, hermano suyo, se puso en contacto con ella para comentárselo. Por supuesto, no puso ninguna pega y hasta se mostró encantada de tener a su sobrina viviendo allí.

Vio como conducía con cierta agresividad, adelantando a algún coche y teniendo que frenar de golpe cuando llegó ante un semáforo rojo.

—Disculpa por ir tan rápida —dijo justo tras pegar el fuerte frenazo—. Es que vengo frenética por todo el tiempo que me han hecho perder en la reunión esos idiotas. Teniendo que venir a recogerte y nada más que allí discutiendo de chorradas financieras con unos inútiles.

—No importa —comentó la chica, intentando quitarle hierro al asunto.

—A mí sí me importa, Adri —arguyó ella—. Eres mi sobrina y te vienes a vivir conmigo, así que tengo que cuidar de ti.

Le sorprendía la responsabilidad que su tía parecía irradiar en ese mismo instante, pues siempre había sido una mujer de vida independiente más centrada en su trabajo que en otra cosa. Los había visitado a ella y a sus padres en más de una ocasión y, por supuesto, fue muy atenta con la muchacha en cada momento que se vieron, pero era como si sus existencias fuesen en paralelo y no tuvieran intención alguna de cruzarse. Ahora, en cambio, estaba más que metida en su vida. Le resultaba extraño.

—Muy bien, me alegro, pero procuremos ir más despacio, ¿vale?

Su tía se volvió al escucharla y la miró con sorpresa. Llevaba razón. Estaba bastante tensa, algo evidente por lo rígido que tenía el cuerpo, aunque un vistazo al mismo, evidenciaba otra cosa: lo guapísima que era.

Mercedes era una mujer espectacular. Su cara era de rasgos afilados, su nariz acabada en punta, la piel la tenía clara y los ojos eran marrones oscuros. Su ondulada melena era castaña oscura y le caía por los hombros, aunque no la llevaba demasiado larga. Ahora mismo, vestía con una indumentaria que enfundaba muy bien su voluptuosa y firme figura. Una camisa blanca enmarcaba sus grandes y redondos pechos mientras que el ceñido pantalón de tela negro, bordeado por finas rayas blancas, acentuaba la rotundidad de sus caderas y la carnosidad de sus muslos.

Adriana sintió un electrizante temblor al fijarse en cada rasgo de su tía y prefirió volver la vista al frente.

—Uy, ya está en verde —señaló con sorpresa.

—Pues si —afirmó su tía y, acto seguido, pisó el acelerador.

El coche salió disparado mientras emitía un fuerte chirrido, haciendo que Adriana entrara en pánico. Todo su cuerpo estaba tenso y se aferró al cinturón como si fuera su única esperanza de sobrevivir. Mercedes, en cambio, se mostró agresiva e intrépida, dando un par de volantazos al tomar cada calle. Era obvio que disfrutaba con su conducción temeraria, cosa que a su sobrina no le podría preocupar más.

—Cariño, en esta vida no se puede ser tan prudente —le decía mientras conducía tan alocada—. A veces, hay que tomar riesgos. No demasiados, pero si alguno para sentirte plena.

Quince minutos después de temer por su seguridad más que en ninguna otra ocasión, llegaron al edificio. Era un gran rascacielos de treinta pisos. Mercedes bajó hasta el aparcamiento subterráneo y dejó el coche en la plaza que tenía reservada. Tras salir, Adriana se sentía algo mareada y desorientada. Tardó un poco en volver en sí.

—Venga, coge tus maletas que subimos —le avisó su tía.

Le hizo caso y, tras sacarlas, siguió a la mujer en dirección al ascensor. Cruzaron el aparcamiento completo, su tía delante y ella detrás. No podía creer que se encontrara viviendo en otro sitio y, menos aún, que lo estuviera haciendo con su tita Merche. Mientras la seguía, no pudo evitar que sus ojos se clavasen en el bamboleante culo de la mujer. Era espectacular, tan redondo y turgente…

Sacudió la cabeza alterada. ¿Qué hacía mirándole el culazo a su tía? Llegaron hasta el ascensor y esperaron a que bajase. Se colocó al lado de Mercedes y no supo a donde mirar de lo avergonzada que estaba por lo que acababa de hacer. La mujer se dio cuenta de lo distante que se hallaba y le habló.

—Nerviosilla, ¿eh? —Su voz sonaba divertida y guasona.

Adri se giró incómoda y asintió levemente. La mujer sonrió con ternura ante su pobre respuesta mientras se quitaba las gafas para dejarlas en el bolso que llevaba.

—Tu tranquila —dijo con calidez y le acarició una hebra de su melena rubia—. Esto es una nueva experiencia para ti. Ya verás cómo te gustará.

Tragó saliva, dándose cuenta del mayor problema que tenía en esos momentos. No era vivir lejos de sus padres, no eran los prejuicios de la gente porque ella fuese transexual, no era enfrentar a un nuevo lugar como era la universidad. No, su mayor problema sería convivir con la mujer más bella del mundo y a la que deseaba desde que tenía uso de razón.

Las puertas del ascensor se abrieron y ambas entraron. Mientras subían, Adriana no paraba de darle vueltas en su cabeza al hecho de que en los probables cinco años que durarían sus estudios estaría viviendo junto a su tía, compartiendo piso e intimidad. Su pulso se aceleró solo de imaginarse que se la encontraba en ropa interior o desnuda y algo en su entrepierna comenzó a endurecerse.

 —Cariño, ¿estás bien? —la llamó Mercedes.

Se giró hacia ella y notó sus profundos ojos marrones oscuros oteándola con curiosidad. Si bien Adriana era un poco más alta que su tía, en esos instante, le parecía que la mujer era mucho más grande, una titana en comparación con ella, una simple hormiga a la que perfectamente podría pisotear.

—Sí, sí, tranquila —respondió inquieta—. Es solo que estoy cansada del viaje.

De nuevo, Mercedes volvió a enmarcar una bella sonrisa en sus carnosos labios, enrojecidos por el carmín que llevaba pintados y volvió a pasarle la mano por el pelo en un gesto cariñoso. A Adriana le iba a estallar la cabeza.

—Vale, es que te noto muy callada —dijo la mujer con algo de preocupación—. Entiendo que debe ser difícil estar lejos de casa, pero te aseguro que no debes temer por nada. Yo te ayudaré en todo lo que necesites.

Si ella supiera la razón por la que estaba tan silenciosa se quedaría en el sitio, pero en vez de contárselo, Adri tambien le sonrió con un poco de fingimiento y asintió encantada.

Llegaron a la planta veintitrés, donde se encontraba el piso de su tía. Caminaron por un amplio pasillo hasta llegar a la última puerta. La tita Merche sacó sus llaves y la abrió tras emitir un leve tintineo. Entraron y cruzaron un pequeño hall que las llevó hasta un pasillo que tomaba dos direcciones, a la izquierda y a la derecha. Mercedes fue por la izquierda y Adriana la siguió.

—Ven, por aquí está el dormitorio que he preparado para ti —le habló mientras caminaban.

No tardaron en llegar a la estancia en cuestión a la cual le echaron un buen vistazo. En la pared justo a la derecha de la puerta había un armario empotrado. La cama se hallaba delante, pegada a la pared y haciendo esquina con la de enfrente. Debajo de la ventana y al lado de la cama, tenía un gran escritorio y, en la pared contigua, había dos lejas, una al lado de la otra. A la izquierda de la puerta, se encontraba una pequeña estantería con tres lejas.

—¿Qué te parece? —le preguntó su tía mientras se adentraba en la habitación.

—Está muy guay —contestó Adriana bastante sorprendida mientras entraba tirando de las dos maletas.

—¿Verdad? —Su tita se notaba muy entusiasmado— Pasé una semana preparándolo todo antes de que vinieras. Hasta tuve que encargar algunos muebles como el escritorio o la estantería.

Adriana inspeccionó muy impresionada todo el lugar. No podía negar que su tita no había reparado en gastos para prepararle un dormitorio bonito. Era perfecto tanto para dormir como para estudiar.

—Es increíble —musitó la chica.

Su tía le sonrió muy feliz y se acercó hasta ella para darle un fuerte abrazo. Sentir como la envolvía con sus brazos y la atraía contra su prieto cuerpo, sintiendo como esos pechos tan grandes se le pegaban, la hizo volverse loca. Para colmo, le dio un fuerte beso en la mejilla, lo cual provocó que la temperatura en su interior aumentase. Cuando se apartó, la miró de una forma tan arrebatadora que sintió como si fuera a derretirse.

—Es lo mínimo que puedo hacer por ti, mi vida.

Eran las palabras más bonitas que había escuchado nunca y eso le hizo cuestionarse si podría sobrevivir en este piso con ella por mucho tiempo.

—Gracias, tita.

Las dos se sonrieron encantadas y entonces, su tía hizo ademan de irse y de que la siguiera.

—Ven, te voy a enseñar el resto del piso.

La muchacha asintió encantada y fue con ella. Quizás ver el resto del lugar le permitiría calmarse un poco, aunque, al fijarse en el hermoso culo de su tía contoneándose cada vez que caminaba, supo que no sería tan fácil.

—Este es el baño —le dijo mientras lo abarcaba con su brazo derecho.

Se encontraba a la izquierda de su habitación y era grande. Tenía todo lo que podía imaginar de un baño: inodoro, bidé, lavabo y un plato de ducha, además de una lavadora y una secadora para la ropa. Tambien había una estantería de metal y un armarito de madera blanca muy rustico que ofrecían un bonito contraste con los azulejos azules claros que decoraban las paredes.

—Se ve bonito —expresó con agrado Adriana.

—Sí que lo es —cumplimentó su tía.

Siguieron hasta el final del pasillo, donde se hallaba la última habitación de esa parte.

—Y este es mi dormitorio —señaló la mujer.

Era más grande que el suyo. En el centro se hallaba la cama pegada a la pared del fondo. En la pared izquierda, había otro armario empotrado y en el derecho, un gran ventanal. En la pared pegada a la puerta, había una cómoda con varios cajones y, sobre esta, un gran espejo circular. Adriana quedó impresionada por el lujo del mobiliario. Estaba claro que su tía Mercedes era alguien que le gustaba vivir a lo grande.

—Bien, y ahora vamos para atrás, que queda el resto —dijo la mujer mientras se daba la vuelta.

Adriana, algo desorientada, fue tras ella.

Al llegar a la parte derecha del pasillo, la primera habitación que vieron era un pequeño armario en el que había varios cepillos, una fregona metida en su cubo y varios botes de limpieza. En una leja de arriba, se encontraban rollos de papel higiénico, bayetas y servilletas.

—Esto es por si manchas algo, ya sabes dónde está todo lo que necesitas para limpiarlo —le explicó con cierta parquedad Mercedes.

—Aja —fue lo único que dijo la chica.

Luego fueron a la cocina, más pequeña de lo que imaginaba. A la izquierda se hallaba una gran barra con el fregadero para limpiar los platos. Al lado, estaban el microondas, una licuadora, la cafetera y una tostadora. Por último, el frigorífico. Debajo de la barra, se encontraban el lavavajillas y un horno. Alrededor de todo esto, tanto bajo la barra como colgando encima, había varios cajones para meter comida y los platos. A la derecha, había una mesa con un par de sillas una frente a la otra. Encima, había un reloj de pared con forma de gato negro, con el aparato situado en su barriga. Una pequeña ventana dejaba pasar la luz del exterior.

—No es gran cosa la cocina —comentó la mujer—, pero tiene todo lo necesario para comer, ¿no?

La miró tras decir eso, esperando que le diese su opinión. Tampoco había demasiado que decir. Tan solo se trataba de una cocina.

—Es preciosa —terminó diciendo como si con eso esperase contentar a su tía. Pareció dar resultado.

Fueron a la última habitación, el salón. Era una estancia enorme. Tenía un gran sofá en forma de L justo en el centro, tapizado con cuero negro muy bonito. Al lado izquierdo, había un sillón reclinable tambien negro. En la pared de enfrente, se encontraba el televisor de plasma sobre un gran mueble blanco. En la leja de debajo estaban las consolas de su tía, pues era una fanática de los videojuegos, algo evidente pues tanto la estantería de la izquierda como la que había encima del televisor estaban repletas de juegos, tanto modernos como de hace años. Delante del televisor había una pequeña mesa de cristal y a la izquierda otra estantería llena de libros de terror, fantasía y ciencia ficción. Detrás del sofá se encontraba una enorme mesa de cristal rodeada de varias sillas, probablemente el lugar ideal para celebrar cenas con muchos amigos. La pared de la izquierda tenía un bajo y alargado mueble lleno de más libros y sobre el cual tenía muchas fotos de los viajes que la tía Mercedes se había pegado. Tambien había cuadros en las paredes. Adriana estaba simplemente maravillada.

—¿Te gusta? —preguntó su tía.

—Jo, ya lo creo —comentó la chica sin poder reprimir su emoción.

Se acercó a la estantería que se hallaba al lado del televisor y comenzó a mirar los juegos que había allí. Parecía como una niña pequeña que acabara de entrar a una tienda de caramelos.

—Ti…tienes juegos de SuperNintendo, Megadrive, Playstation, Sega Saturn… —comenzó a enumerarlos conforme los cogía—. Es increíble.

—Sabía que esto te iba a encantar —le dijo su tía mientras se cruzaba de brazos—. Eres tan friki como yo.

Siguió mirando muy impactada por cada nuevo videojuego que descubría hasta que su tita Merche le sacudió en el hombro.

—Ven, todavía no has visto lo mejor.

Intrigada, siguió a la mujer. Fueron hasta el fondo y, tras pasar por una cristalera que Mercedes abrió, acabaron en el amplio balcón. Había varias macetas con plantas, un tenderete para colgar la ropa y un par de tumbonas junto a una pequeña mesa redonda. Adriana lo miró todo callada, pero cambió de tercio cuando se aproximó al filo del balcón, cubierto por una enorme baranda de metal bajo un pequeño muro.

—¡Joder! —exclamó impresionada.

La vista era increíble. Ante sus ojos, tenía la ciudad en todo su esplendor. Bajo la luz del atardecer emitida por el Sol que ya se ocultaba, todos los edificios, calles y avenidas se veían preciosas. Esa abarrotada urbe llena de ruidosos coches, aire maloliente y gente cabreada se veía tan serena y bella. No se lo podía creer.

De repente, notó como alguien le acariciaba en el hombro. Era su tía, quien se había situado a su lado derecho. Eso la puso nerviosa, aunque más lo hizo al ver como estaba. Bajo la luz del atardecer ella tambien se veía muy bella. Además, el viento que soplaba meneaba varias hebras de su ondulado pelo, lo cual le daba un aura más hermosa si cabía.

—Es lo bueno de vivir en un piso tan alto —comentó sin más la mujer—. Las vistas son siempre las mejores.

Ensimismada en la perfecta visión de belleza que era su tía, Adriana se volvió hacia la otra estampa de hermosura, intentando calmar su ardiente desasosiego.

—Ya te digo —repuso nerviosa.

Permanecieron un rato más observando la ciudad hasta que Mercedes sacudió un poco a su sobrina para que volviera en sí.

—Venga, porque no vas a tu habitación y sacas tus cosas mientras yo preparo la cena —le dijo.

Adriana asintió con firmeza y puso rumbo a su dormitorio.

Una vez allí, sacó la ropa y los enseres propios de las maletas para colocarlas en el armario empotrado. Mientras lo hacía, no pudo evitar sentirse emocionada por vivir con su tía. El piso era alucinante y solo de pensar que pasaría cinco años viviendo en él, la hacía sentirse muy excitada. Sin embargo, no tardó en darse en cuenta del problema que eso supondría: tener que convivir con su tita.

La atracción que sentía por Mercedes era algo que no podía negar. De hecho, aquella mujer fue la causante de que, recien iniciada la adolescencia, se despertase su deseo sexual por las mujeres. Ella fue la primera en excitarla, la primera con la que fantaseó y la primera con la que se masturbó. Lo peor era que nada de aquello había desaparecido y, a día de hoy, continuaba deseando a su tía. De hecho, en esos momentos, se le pasó por la cabeza la idea de que esa noche se masturbaría recordando su espectacular culazo y sus magníficas tetas.

Suspiró frustrada. Tenía que cambiar de mentalidad. No podía pensar en alguien de su familia de esa manera. El problema era que no podía evitarlo. Solo tenía que mirarla un segundo y ya se quedaba atónita por completo ante semejante hermosura. ¿Cómo podía ser tan guapa e irresistible? No, Adriana tenía que quitarse eso de la cabeza. Debía ser clara sobre lo que hacía. Ya no era una niña.

—Adri, ¡la cena está lista! —le gritó su tía desde la otra punta.

Cenaron en la cocina, sentadas frente a la mesa, una delante de otra. Su tía había preparado una rica ensalada. Le sorprendió lo deliciosa que estaba. No pensaba que Merche fuera a ser tan buena cocinera, aunque teniendo en cuenta que vivía sola, debía valerse por sí misma para todo.

—Dime, ¿te encuentras nerviosa porque mañana es tu primer día de universidad?

La pregunta que le acababa de hacer sonaba un poco impertinente, pero enseguida supo que esa no era su intención. Su tía podía ser muy bromista, no malintencionada.

—En realidad, no empiezo las clases hasta la semana que viene —le aclaró—. Mañana me pasaré para ver como es el campus y donde daré las clases. Tambien buscaré algo de información sobre los diferentes servicios que ofrece la universidad y por si hay actividades extracurriculares que podría hacer.

—Me parece bien. —Mercedes sonaba satisfecha con la explicación— Es bueno estar bien informada de todo.

—Pues si —coincidió la muchacha y no pudo evitar reír justo después, haciendo que su tía tambien lo hiciera.

Ambas mujeres rieron por un momento hasta que se hartaron y respiraron profundamente para calmarse. Tras eso, continuaron comiendo.

—En ese caso, cuando termines de cenar, te das una buena ducha y te acuestas temprano —le dijo—. Mañana te espera un gran día.

—Ya lo creo. —Adriana se puso un poco nerviosa, aunque ya no sabía si era por la nueva etapa que iniciaba en su vida o por tener a su tía delante.

Terminaron de cenar y, mientras Mercedes fregaba los platos, Adriana se duchó.

Dejó que el agua caliente relajara su cuerpo y su mente. Respiró aliviada al sentir el calor penetrando en cada parte de su ser. Luego, secandose frente al espejo, se miró en el reflejo. Su madre siempre insistió en lo guapa que era y, en cierto modo, tenía razón. No solo por su largo pelo rubio claro, tambien estaban sus ojos marrones, más claros que los de su tía, y su piel, tan blanca y tersa. Tambien se fijó en sus pechos, pequeños y redondeados, y hasta se dio la vuelta para mirarse su culito respingón. Sí, no estaba mal, aunque nunca atraería a ninguna mujer por culpa de su polla, la cual le colgaba inerte entre las piernas como un recordatorio de por qué el mundo la rechazaba.

Afligida por ese pensamiento, se terminó de secar y se puso el pijama. Fue a ver a su tía, quien había terminado de fregar los platos y estaba viendo la tele en el salón.

—Tita, me voy a la cama —le dijo—. Buenas noches.

—Lo mismo, sobrina —contestó ella.

Se dio la vuelta en dirección a su cuarto cuando Mercedes la llamó.

—Oye, ven un momento.

Adriana quedó paralizada ante esa llamada, pero no dudó en obrar como le había pedido. Se dirigió hasta ella y la miró un poco temerosa ya que desconocía que querría ahora. Estar tan cerca de ella, además, la ponía mucho más nerviosa.

—No te iras sin darme un besito primero, ¿no? —le soltó la mujer sin miramiento.

La chica quedó paralizada por completo. Si bien sabía a qué clase de “besito” se refería, no dejaba de ser algo incómodo para ella. Notó como su tía la miraba apremiante y no tuvo más remedio que acercarse hasta su vera para hacerlo.

Temblorosa, se sentó al lado de su tita y la abrazó antes de darle un beso en la mejilla. Su cuerpo entero tiritaba de vergüenza al sentir su esbelta y sensual figura en pleno contacto. Para colmo, la cosa llegó ya a niveles inoperables cuando sintió sus carnosos labios contra su mejilla izquierda. Cuando se separaron, creyó que perdería el control de sí misma.

—Buenas noches, sobrina —habló Merche con suave voz—. Me alegro muchísimo de que vivas conmigo ahora aquí.

Estaba a punto de desmoronarse. Desesperada, se despidió de su tía y puso dirección al cuarto ipso facto.

Ya en la cama, Adriana sintió que no podía dormir. Su cabeza estaba llena de tantos recuerdos de ese día, todos ellos copados por su tía. Su hermosa imagen, su cálida cercanía, la suavidad de su tacto, el intenso olor de su fragancia, cada parte de su excelsa anatomía… Ya era suficiente. Adriana no pudo más y se metió la mano por dentro del pantalón del pijama para agarrarse su empalmada polla. Sin dudarlo, comenzó a masturbarse.

—Tita, tita —murmuraba la joven excitada.

Su mano no paraba de subir y bajar. Su respiración se entrecortaba y un placer indescriptible recorría su cuerpo. Su mente estaba abarrotada por imágenes de su tita, tan hermosa y atrayente.

—Tita, tita —entonó cada vez más fuerte.

La paja se intensificó. El calor envolvía todo su ser y el corazón parecía a punto de salírsele por la boca. Siguió con fuerza impetuosa hasta que ya no pudo aguantarlo más.

—¡Tiiitaaa! —gimió descontrolada.

Sintió como su polla estallaba, expulsando chorro tras chorro de semen que impactó contra su pantalón. Su cuerpo entero se agitó y dejó salir todo el aire por su boca. Para cuando todo acabó, Adriana estaba destrozada e inerte.

—Tita —murmuró una última vez.

Si bien había sido muy placentero, no podía sentirse más culpable. Devorada por ese sentimiento, pero más relajada, cerró los ojos y no tardó demasiado en quedar dormida.

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La universidad, al final, no resultó ser peor de lo que imaginaba. De hecho, la impresionó bastante.

El campus era enorme, pero cada facultad estaba bien localizada, así que no se perdió y pudo encontrar la suya con facilidad. Una vez allí, le informaron sobre en qué aularios tendrían lugar las clases y tambien se enteró de que actividades extracurriculares había disponibles y cuantos créditos le darían por participar en ellas.

Luego se pasó por la biblioteca, donde visitó varias de las salas de estudios e inspeccionó todos los libros que tenían. Después preguntó en el mostrador cuanto tiempo podrían prestarle uno y que otros servicios prestaban a los estudiantes. Una vez terminó allí, dedicó el resto de la mañana a pasear por el campus, visitando otras facultades, tomándose un pequeño tentempié en la cantina y disfrutando de la tranquilidad de los jardines que rodeaban el lugar.

Como podía verse, la universidad no suponía un problema tan grave para Adriana. Ni siquiera podía calificarse de preocupación. Lo que de verdad alteraba a la chica era su tía. Tras lo que había hecho la noche anterior, masturbarse pensando en ella, la vergüenza la consumía. No era, desde luego, la primera vez que lo hacía. Qué demonios, se había pasado la adolescencia entera machándosela en honor a semejante mujer, pero ahora que vivían juntas, no era lo mismo. Sentía que no era correcto y por eso, tenía que cortar de raíz esa atracción que tenía hacia ella, aunque parecía una misión imposible.

Volvió al piso a las una de la tarde, pero su tía aún no había regresado. De hecho, no volvería hasta las tres del trabajo, así que estaría sola por dos horas. Decidió pasar el tiempo con su ordenador portátil, navegando por el campus virtual para investigar un poco como era. Ahora que le habían dado las claves de acceso, tenía que ir familiarizándose con él, pues por ahí tendría que realizar muchas actividades, mandar trabajos y obtener los apuntes. Además, era por donde le darían las notas de los exámenes que realizase.

Estuvo un largo rato frente al ordenador hasta que se fijó en la hora que era, las dos y cuarto. Pensó que ya que a su tía no le faltaba mucho tiempo para venir, podía preparar el almuerzo. De esa forma, le demostraría que no estaba de gorra en la casa y que tambien ayudaría en las tareas diarias del hogar.

Fue a la cocina y, tras dar un vistazo al frigorífico, decidió preparar unos enormes filetes. Pensó tambien en pelar y picar unas patatas para luego freírlas, pero entre que le costaba preparar el aceite y que ya no quedaba tiempo, decidió mejor preparar otra ensalada como acompañamiento. Así que se puso manos a la obra y comenzó a prepararlo todo.

Cuando su tía volvió a las tres, le llegó el olor a carne recien hecha. La mujer fue a la cocina con todo ya preparado. En la mesa, dos platos con un par de filetes y, en el centro, una fuente con lechuga y tomate regadas con aceite y vinagre. Quedó impresionada.

—Madre mía, menuda pinta tiene todo esto —habló llena de sorpresa.

Adriana, justo al lado de la mesa, se sentía ansiosa, frotándose las manos y en una pose de reticente timidez.

—Gracias, tita —comentó contenida—. Es que como he venido más temprano que tú, pensé en preparar yo misma el almuerzo.

La mujer se notaba satisfecha por el trabajo realizado por su sobrina. Aspiró un poco del aroma que desprendían los filetes. Se la notaba con ganas de comer.

—Me parece fantástico —dijo encantada—. Voy a dejar el bolso en mi dormitorio y enseguida vuelvo para comer que esto tiene muy buena pinta.

Adriana asintió alegre y vio cómo su tía partía. En el tiempo, terminó de preparar la mesa y se sentó, esperando a que la mujer regresara. No entendía por qué, pero se notaba muy eufórica. Cuando Mercedes volvió y se sentó, comenzaron a comer.

—Um, esto está delicioso —habló su tía tras tomarse el primer trozo de filete.

Adriana sonrió satisfecha por el veredicto. Le gustaba saber que a su tita le gustaba lo que había hecho. No tenía muchas dudas de que le iba a encantar, aunque lo que más deseaba era que apreciase el gesto, que se diera cuenta de que podía hacer cosas por sí misma y aportar a su hogar.

—Me alegro. Puse todo mi esmero para que saliera lo mejor posible.

Mercedes tomó otro trozo y no dudó en mostrar lo delicioso que le parecía.

—Pues ya te digo, está genial —reafirmó el cumplido hacia su sobrina—. Me da la sensación de que a partir de ahora voy a tener una cocinera en casa que me va a hacer todos los platos que quiera.

—¡Oye! ¿A ver si te crees que voy a ser tu esclava? —Adriana se picó ante lo que su acababa de decir.

La mujer no dudo en reír ante la reacción de su sobrina y ella tampoco tardó en acompañarla. No sabía cómo era capaz de terminar en carcajadas con su tía, pero siempre terminaba pasando, aunque esto no le desagradaba. Se miraron y de nuevo, volvió a maldecirse por desearla tanto.

—No, ya en serio —habló con claridad Merche—. Creo que no me viene mal que tú te ocupes tambien de cocinar. Con el trabajo apenas tengo tiempo para hacerme algo en condiciones para comer y ahora que estás aquí, podrías ocuparte algunas comidas.

—Claro, tita —afirmó ella—. Todo lo que necesites.

—Y no está de más que te comente que tambien debes dejar tu cuarto ordenado y limpio, además de lavar tu ropa sucia. —Su tía parecía firme sobre las tareas del hogar.

—Descuida, tambien me ocuparé de todo eso.

Parecía obvio que ambas se habían entendido respecto a las labores en el piso, por lo que no había más que discutir y siguieron comiendo.

Cuando terminaron, Adriana ayudo a su tita Merche a dejar los platos en el fregadero y mientras lo hacían, la mujer volvió a hablar con ella.

—Oye, mañana es sábado, así que había pensado que podríamos ir al centro comercial a comprar algo de ropa para ti.

La propuesta pilló por sorpresa a Adriana. No se esperaba algo así por parte de su tía.

—Erm, pero ya tengo ropa que mi madre me compró expresamente para cuando viniera aquí —puntualizó.

Mercedes no quedó muy conforme por su respuesta. Estaba claro que pretendía llevarse su sobrina de compras, le gustase o no a ella.

—Esas prendas que has traído son muy feas —comentó la mujer con cierto desdén—. Tú tienes que comprarte ropa bonita y vistosa, algo que realce tu hermosura.

Esas palabras la hicieron ruborizarse. No esperaba que su tía la considerase guapa y, desde luego, no ayudaban a calmar sus más bajos instintos.

Merche se le acercó y posó su mano en la mejilla izquierda. Sentir ese suave tacto la puso muy alterada.

—Con lo mona que eres —expresó con dulzura—. Fíjate en los ojazos que tienes. Necesitas un vestuario que ayude a verlos tan deslumbrantes.

—Tu tambien tienes unos ojos muy bonitos —respondió ella, aunque enseguida se arrepintió.

Su tía sonrió de gusto al oírla. No era para menos que estuviera tan hermosa. Llevaba un largo vestido rojo que le llegaba por debajo de la rodilla y que realzaba muy bien su sensual figura. Para colmo, sus pechos se veían favorecidos por la prenda, mostrándose erguidos y con un prominente escote que no los podría hacer más apetecibles. Adriana tuvo que apartar su mirada o moriría extasiada por tanta hermosura.

—Gracias, sobrinita. —Ahora, la que parecía ruborizarse era su tía— Es fantástico saber que aprecias tanto mi belleza.

La chica quedó extrañada ante lo que la mujer acababa de decir. ¿No le importaba que literalmente la hubiera piropeado? Tampoco se tendría por qué extrañar. Ella tambien había recibido muchos halagos de su tita, era lo normal, pero su mente estaba tan confundida por la intensa atracción hacia ella que apenas podía ya distinguir cuales eran sus auténticas intenciones.

—Si, bueno, tú es que eres muy guapa. — No lo estaba arreglando— Sería absurdo negarlo.

Mercedes sonrió de una manera tan radiante que casi parecía que Adriana iba a terminar cegada por completo. De repente, su tía la abrazó sin mediar palabra y le dio un fuerte beso en la mejilla. La muchacha se quedó inerte. Preferible, porque si intentara hacer algo, terminaría liándola.

—Eres tan adorable —le dijo con tierna voz.

Cuando se separaron, Adriana seguía inmóvil, todavía sin saber qué hacer. Todo lo que estaba viviendo con su tía la dejaba por completo para el arrastre y eso que solo llevaban un día juntas. No sé quería imaginar cómo terminaría en un año.

—En ese caso, vamos a descansar un poco y luego, yo me piro al gimnasio —habló Mercedes enérgica—. ¿Te quieres venir conmigo?

Lo que le faltaba, ver a su tía con ropa ligera y apretada que se transparentaría con el sudor, dejando a la vista su cuerpazo. Negó con la cabeza enseguida.

—No, mejor ve tu sola y diviértete —comentó de forma atropellada—. Yo me quedaré aquí y ya me entretendré por mi cuenta.

—Vale, si te apetece puedes jugar con cualquiera de las consolas, pero cuidadito de no rompérmelas, ¿entendido?

Asintió como afirmativa respuesta. Después de eso, su tía se marchó y ella se quedó allí un poco reflexionando sobre lo jodida que estaba hasta que tambien decidió marcharse a su cuarto.

A las cinco, Mercedes se fue al gimnasio. Cuando la vio con esos apretados leggins de fina tela negra marcando aún más su culazo y esa chaqueta verde que apenas podía ocultar la redondez y turgencia de sus senos por más que quisiera, tuvo bien claro que hacía bien en no ir con ella. Tras marcharse y escuchar la puerta del piso cerrarse, lo primero que hizo fue desabrocharse el pantalón, sacarse su enhiesta polla y empezar a pajearse.

Pensó en su tita, en el escote que llevaba con el vestido rojo, en su culo enfundado en esos leggins, en sus ojazos, en esos labios que deseaba besar… Le resultaba imposible vislumbrar a la mujer de otra forma que no fuese con mucho deseo. Era tan guapa y ansiaba tanto besarla y… follársela, para que engañarse.

—Tiiitaaa —gimió de nuevo justo antes de correrse.

Su polla sufrió varias contracciones y sintió como el semen salía disparado en varios chorros. Acabó mustia y con el aire faltándole. Respiró varias veces para recuperarse y, cuando abrió los ojos, vio el desastre.

Tenía las piernas llenas de semen. Se había bajado el pantalón hasta los tobillos precisamente para no llenárselo, pero tambien se puso perdida la camiseta con un par de trallazos. Encima, algo del espeso líquido blanquecino tambien había precipitado por la cama.

—Mierda —murmuró frustrada.

Se limpió las piernas y la polla con un par de pañuelos que tenía preparados. Después, se puso de nuevo los pantalones y revisó el resto del desastre. Las manchas de las sabanas solo saldrían con detergente, así que le daría una pasada y si Mercedes preguntaba, le mentiría diciendo que se le cayó un poco de zumo encima. En cuanto a la camiseta, se la quitaría y la pondría en el cesto de la ropa sucia, pero bien oculta, para que su tía no la encontrase.

Así que no perdió más tiempo y se puso manos a la obra. Cuando terminó de arreglar el estropicio, se fue al salón y decidió jugar con una de las consolas. Seleccionó la Playstation Uno. El juego que puso fue el primer Tomb Raider y, pese a los parcos controles, se le hizo divertido.

De esa forma, la tarde pasó sin más problemas hasta que se hicieron las ocho y su tía regresó. Tras verla un rato jugando, prepararon y se tomaron la cena, vieron la tele y se marcharon a dormir.

Mañana, les esperaba un buen día.

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El sábado fue bastante ajetreado.

Mercedes llevó a Adriana a un centro comercial que había a las afueras de la ciudad. Si bien en el fin de semana no había tanto tráfico, la salida estaba abarrotada de coches, formando una gran hilera que indicaba que había un tremendo atasco. La muchacha no estaba muy contenta, pero su tía no dudó en animarla con un poco de música y sus ingeniosos comentarios, haciendo la espera más llevadera. Al final, no tardaron tanto como creyó en llegar a su destino.

El centro comercial era enorme. Donde vivía, Adriana ya había estado en algunos, pero no se podían comparar en tamaño con este. Tenía tres plantas y ocupaba dos veces el espacio del campus universitario en el que estudiaría. Había tiendas de todo tipo: electrónica, ocio, muebles, perfumería, móviles, joyería, complementos, aunque lo más abundante era ropa. Se encontraban todas las marcas y cadenas imaginables e incluso se topó con algunas que desconocía por completo.

—¿Qué te parece? —le preguntó su tía mientras paseaban por allí.

—Es impresionante —comentó la joven sin dejar de mirar maravillada de un lado a otro.

Encontraron hasta una pequeña librería de corte vintage especializada en novelas de fantasía y ciencia ficción, aunque tambien vendía mangas y comics. Le interesaba entrar, pero Mercedes estaba insistente en que lo primero era la ropa, así que se pusieron en marcha sin más demora.

La idea de comprarse ropa nueva le gustaba, pues su tía tenía razón. Todo lo que su madre le había comprado sería lo practico que quisiera, pero eran indumentarias feas que la hacían lucir poco interesante. Tampoco era algo que le hubiera preocupado demasiado. Siempre fue una persona poco interesada en lo que los demás pensaran de su apariencia, algo normal, después de soportar tantos años de rechazo por su cambio de sexo. Ahora, le afectaba un poco, pero lo olvidaba con el tiempo. Sin embargo, no podía negar que eso era algo que cambiar. Por probar, no perdía nada.

Fueron de tienda en tienda y Merche obligó a su sobrina a probarse todo lo que encontraba. Si bien Adriana estaba abierta a renovar su vestuario, se dio cuenta de que se estaba convirtiendo en una experiencia peculiar, sobre todo, porque su tía la estaba viendo todo el rato en ropa interior. Nunca se había expuesto tanto en la intimidad a otra persona, ni siquiera ante sus padres, y que su tita entrase cada dos por tres al probador con una nueva pieza de ropa mientras ella se desvestía, la hacía sentir incomoda.

Cada nuevo sitio al que iban, la sometía a ese escrutinio de ropa por probar y verla en paños menores, una situación que se le hacía cada vez más insoportable, a pesar de que su tía no tenía intención de hacérselo pasar mal, pero ciertas inseguridades la carcomían.

—Venga, ¿no me digas que esta falda roja no te queda bien? —le preguntó Mercedes mientras sostenía la prenda con ambas manos.

Adriana no sabía que contestar. No negaba que no fuera bonita, pero simplemente no se veía llevando algo así. Era la clase de indumentaria que nunca concibió ponerse y verse en la situación de si quería llevársela o no resultaba ser un conflicto en el que no deseaba meterse.

—Tita, no sé… —Las dudas la dejaban totalmente confusa.

—Si quieres, pruébatela y así vemos que tal te queda.

Esa propuesta no podría tenerla más agotada, pero accedió derrotada.

Se metió en el probador con la falda y se bajó los pantalones. Tanto vaivén entrando y saliendo de esos sitios la estaba hartando. Al inicio, lo sobrellevó bien, pero ya empezaba a parecerle una pesadilla. Podía soportarlo, aunque la repetición ya la estaba matando por dentro.

Cogió la falda y, tras un breve análisis, vio que se fijaba por un botón en la parte delantera. Se la puso alrededor de las caderas y lo unió por el botón. Después, se miró frente al espejo.

No estaba tan mal. La falda le quedaba por debajo de las rodillas hasta la mitad de la pantorrilla. Revelaba un poco, pero de manera discreta. En cierto modo, ese era el gran problema que tenía con las faldas. Esa manía de enseñar tanto. Ella lo detestaba y no le apetecía llamar la atención más de lo que ya lo hacía por su condición. Quizás no estaba tan mal como imaginaba.

Tras sopesarlo un poco mientras se miraba frente al espejo, se dio la vuelta para ver si resaltaba demasiado su culo. Por suerte, Adriana no tenía la redondez tan acentuada de Mercedes, así que no se le notaba tanto. Contenta por ver cómo le quedaba, decidió que se la llevaría, así que se la quitó para ponerse de nuevo los pantalones.

—Adri, he encontrado unos pantalones anchos que igual te pueden venir…

Su tía entró sin avisar justo cuando estaba con las bragas al aire. Por instinto, la chica se cubrió sus partes con las manos y la mujer se la quedó mirando en silencio. Permanecieron así por un instante que a Adriana pareció hacérsele eterno. Se sentía tan avergonzada, aunque de Mercedes, no veía reacción alguna. Era como si se hubiera quedado convertida en una estatua, totalmente inerte y gélida. Eso parecía, claro.

De repente, la tita avanzó varios pasos al tiempo que corría la cortina del probador para quedar ocultas. Adriana se estremeció ante su acción y no entendía que pasaba. Merche continuó hasta quedar frente a su sobrina. La chica tembló un poco al notar como la miraba de una forma intimidante. Esos ojos marrones tan oscuros y profundos estaban clavados en ella y lo peor es que no tardaron en descender hasta el lugar donde tenía puestas sus manos.

—¿Para qué te tapas? —preguntó— No he visto nada de lo que te tengas que avergonzar.

Sin previo aviso, le cogió las manos y la obligó a apartarlas. Cuando vio lo que tenía en su entrepierna, abrió los ojos impactada. Su polla estaba dura.

—Um, parece que estas más alegre de lo que imaginaba —dijo su tía con un más que insinuante tono de voz.

Mirándola fijamente, la mujer la hizo retroceder hasta que su espalda dio contra el cristal del espejo. Tembló de manera brusca, muy nerviosa, aunque no atemorizada. No entendía que ocurría, pese a que se imaginaba cual podría ser el resultado.

—Tita, ¿qué haces?

La respuesta que le dio la mujer fue agarrar sus manos, elevarlos y, en un rápido movimiento, ponérselas contra el espejo. De nuevo, se estremeció ante el inusual comportamiento de Mercedes y, pese a hallarse intimidada, tambien le gustaba.

—No sé, cariño. —No podría sonar más provocativa— Lo que tu tanto deseas, ¿no?

La situación la daba ya por perdida. Si bien Adriana se veía incapaz de entender si aquello era real o no, poco le importaba. Por fin, la mujer de sus sueños la iba a tomar para sí misma y no podría ser más feliz.

Mercedes cerró sus ojos y comenzó  acercarse. Sus labios se apretaron un poco con toda la intención de besarla. Al adivinarlo, Adriana hizo lo mismo. Bajó los parpados y apretó sus labios para, al fin, recibir su primer beso. Respiró abotargada mientras esperaba el gran momento. Y esperó, espero, esperó…

—Adriana…

Siguió esperando.

—Adriana…

El eco lejano de aquella llamada llegó hasta su aletargada cabeza y cuando abrió los ojos, vio que seguía en el mismo sitio, el probador de la tienda de ropa junto con su tía, salvo que no estaban a punto de besarse.

Mercedes portaba en sus manos el pantalón que le había sugerido que se probase y la miraba como si acabara de cruzarse con un perro verde. Adriana se encontraba con las bragas al aire y las manos medio tapándolas. Tambien notó su polla dura, cosa que hizo saltar las alarmas de la chica.

—Cariño, ¿te ocurre algo?

En cuanto escuchó la cuestión, el pánico la inundó. Miró a un lado y a otro, como si buscara algún lugar en el que esconderse, pero en ese probador no había escapatorita. Estaba atrapada con la mujer que hacía unos segundo atrás había sido la protagonista de su erótica ensoñación.

—Si…es solo que… —No solo no trastabillaba con la voz, sino que encima, se le ponía aguda a cada cosa que soltaba.

Su tía se acercó de nuevo a ella. Esta vez, fue la propia Adriana quien retrocedió hasta que dio con la espalda en el cristal. El terror la inundaba. Mercedes llegó hasta quedar frente a ella, cara a cara. Ya no sabía que más hacer. Estaba acorralada por completo.

Cerró sus ojos como si pensara que aquello sería un eficiente método de defensa. Se agitó bastante hasta que notó como una mano se posaba sobre su frente. La muchacha abrió sus parpados y vio cómo su tía le acariciaba la cabeza. Le parecía tan raro, aunque tambien, precioso.

—No pareces tener fiebre —habló la mujer antes de retirarse.

Adriana quedó perpleja. No podía creer que le estuviera tomando la temperatura para comprobar que no se encontrara enferma. Desde luego, no había sido como en su fantasía.

Su tía le dio la espalda un momento antes de volverse y, cuando la vio en las mismas condiciones, se mostró preocupada.

—Adriana, ¿estás bien?

La chica, todavía con la mente perdida, reaccionó al momento y no dudó en responder.

—Sí, tita, estoy fenomenal. —Su voz no podría sonar más forzada.

Merche la miró escéptica. Eso podía deducir por el forzado gesto de su cara y las cejas arqueadas.

—¿Segura? Antes te he llamado y era como si te encontrases delirando.

Delirando. Por supuesto, eso era lo que le sucedía en esos momentos y no podría sentirse más ridícula por ello. Sintiendo que la conversación pudiera tomar derroteros demasiado comprometedores, decidió actuar.

—Mira, la falda roja me ha gustado mucho —habló con rapidez, tratando de cambiar de tema—. Creo que me la voy a llevar.

Enseguida, el rostro de su tía se relajó y sonrió al notar su interés por la prenda.

—Perfecto. ¿Por qué no te pruebas este pantalón ya de paso?

—Claro, tita. Pásamelo y me lo pongo a ver qué tal me queda.

Intercambiaron prendas y cuando la cortina volvió a correrse, dejándola oculta, Adriana respiró aliviada.

Se probó el pantalón que su tía le había traído. Le quedaba bien a pesar de ser un poco anchos y realzarle el culo bastante. Eso último era lo que menos le agradaba. No le gustaba que todo el mundo se le quedara mirando a su retaguardia.

—Te queda de maravilla.

Se volvió al escuchar a su tía, quien apareció de nuevo. Se acercó hasta ella y la inspeccionó para comprobar que le estuviera bien del todo. Se inclinó un poco y tiró de la prenda para bajársela de un lado, cosa que la azoraba un poco. Mercedes la miró por detrás y, sin previo aviso, sintió como le daba una palmadita en el culo.

—Veo que te marca el trasero muy bien —habló divertida, emitiendo una pequeña carcajada después.

Vio como salía del probador y cerraba la cortina. Adriana exhaló todo el aire que llevaba acumulando dentro desde hacía rato. Sin ninguna duda, esta había sido una de las situaciones más surrealistas y vergonzosas que jamás había vivido.

Tras cambiarse, salió del probador y fue junto a su tía para que pagara toda la ropa que se llevaría. Una vez hecho, salieron de la tienda, pero no habían terminado. Todavía quedaban muchas otras por visitar, lo cual significaba probarse más ropa en probadores y más aguantar momentos comprometidos. Al menos, esperaba que no se le fuera el santo al cielo imaginando más escenas porno con Mercedes.

El siguiente sitio al que fueron era una tienda a la que Merche solía ir a comprar. Tenía una ropa para una mujer más adulta, no tan juvenil como ella y más alineada con la estética que su tita gustaba de llevar, así que era su turno para irse al probador. A Adriana le alivió esto bastante. Significaba que ya no tendría que probarse nada más y ser sorprendida con poca ropa. Sin embargo, no contaba con un pequeño inconveniente.

Mientras esperaba afuera, escuchó la voz de su tía llamándola.

—Adri, pasa un momento, porfa.

No muy agradada, la chica le hizo caso y entró, aunque enseguida se arrepintió.

Mercedes se había quitado la camiseta, quedando tan solo con el sujetador negro que llevaba y, por un momento, apartó la mirada.

—¿Qué…que necesitas? —preguntó petrificada.

Terminó mirando. Sabía que no le quedaba más remedio. Cuando sus ojos divisaron ese par de pechos enfundados bajo las copas del sujetador, bien prietas y alzadas, mostrando un suculento escote, le dio la sensación de que la baba se le comenzaría a caer de la boca.

—Quiero que vayas al mostrador y le preguntes a la mujer si tienen camisetas de esta clase, pero en un color más claro —le contestó, indiferente a como su sobrina la miraba—. Es que todas las que he visto son oscuras y yo las prefiero más blanquitas.

—Cla...claro… —A Adriana le costaba hablar cada vez que le miraba el canalillo— Enseguida voy.

Salió de allí disparada como un cohete y se dirigió al mostrador para hablar con la muchacha que había. Por el camino, no dejaba de pensar en la tortura eterna que estaba siendo ese día. Algo que debería ser fantástico y divertido se había convertido en una experiencia tan complicada, todo por culpa de su excesiva mente calenturienta, pese a que sabía que no podía evitarlo.

Al final, no había camisetas de color claro, cosa que a Mercedes no le pudo agradar menos. Decidieron largarse de la tienda sin dudarlo y, viendo que ya era mediodía, comieron en el centro comercial.

Fueron a un restaurante de comida italiana, donde Adriana se pidió un plato de pasta con salsa bechamel mientras que su tía tomó una fuente de raviolis con salsa de tomate. Todo estaba delicioso y se lo pasaron bien. Después, visitaron  la librería vintage que llamó tanto la atención de la muchacha y ya dentro, encontró un montón de libros que deseaba leer desde hacía tiempo. Al final, solo pudo llevarse dos, pero Mercedes le aseguró que cuando viniesen otra vez, ella no dudaría en comprarle otro. Satisfechas, decidieron regresar al piso.

El viaje de vuelta lo pasó Adriana en silencio mientras no dejaba de pensar en lo ajetreado de las compras y en las cosas que le habían pasado con su tía. No sé quitaba de la cabeza que estuviera fantaseando con ella en medio del probador. Fue ridículo y encima, pensando en un familiar. Se lamentó por ser tan estúpida. Claro que, al mismo tiempo, a su cabeza acudió el momento en que su tita le dio una fuerte palmada en el culo. Sabía que solo era una cosa inocente entre las dos, pero Adriana quedó muy extrañada.

—Vaya día, ¿eh? –comentó sin más Mercedes.

La sobrina se giró para notar como su tía la estaba mirando de una manera que no podría parecerle más arrebatadora. Se quedó literalmente sin respiración. ¿Por qué tenía que ser tan guapa?

—Sí, ha estado entretenido —contestó mientras una sonrisilla tontorrona se le dibujaba en la boca.

Merche tambien sonrió encantada. Era obvio que lo había pasado muy bien con la chica y ella misma tampoco lo podía negar. Había sido uno de los mejores momentos de su vida, aunque en algunos instantes, hubiera deseado no ser consciente.

—Me lo he pasado muy bien contigo. —Notó como se ponía un poco seria— Es bonito tener a alguien con quien disfrutar de estas cosas.

Alargó su mano y le apartó un mechón de pelo que le había caído por el rostro. Por dentro, Adriana sentía como un torbellino la revolvía sin cesar.

El resto del trayecto hasta el piso lo hicieron en silencio. Mientras miraba por la ventana y, de vez en cuando, a su tía, Adriana no paró de pensar en la situación de la mujer. Ella vivió en la misma ciudad que su hermano, pero se marchó cuando pudo tener oportunidad de conseguir el trabajo que tanto deseaba. Desde entonces, solo la vieron más que en contadas ocasiones donde no revelaba demasiado de su vida, si tenía pareja o alguien significativo. Nada, Mercedes era un enigma que ninguno en su familia logró adivinar. No fue hasta ese momento que dio con la realidad. Estaba sola, no tenía a nadie. Eso la entristeció bastante.

Una vez llegaron al piso, Adriana se llevó toda la ropa comprada a su cuarto y la guardó en el armario. Después, pasó lo que quedaba de tarde viendo cosas en su ordenador y para la noche, ayudó a Mercedes a preparar la cena. Mientras comían, su tía le preguntó por las clases que empezaba la semana que viene.

—Oh, no estoy nerviosa —respondió la chica tranquila.

—¿Segura? Despues de todo lo que pasaste en el insti, me preocupa que te pueda ocurrir lo mismo aquí.

Notó lo inquieta que se hallaba la mujer. Adriana le importaba mucho a su tía y lo único que deseaba era que no le pasara nada malo.

—Sé que mi tiempo en el instituto no fue el mejor, pero creo que aquí las cosas serán diferentes. —Había ciertas dudas en lo que decía, pero intentó ser lo más segura posible— Aun así, no voy a dejar que nada ni nadie me lo estropee. Como tú me dijiste, este es un nuevo comienzo en mi vida y no pienso echarme atrás.

La mujer sonrió con orgullo tras escucharla. Sin mediar palabra, cogió la mano derecha de su sobrina y se la apretó un poco en un más que claro gesto de cariño y confianza.

—Me alegro mucho de que pienses así —comentó Mercedes muy contenta—, pero si en algún momento necesitas apoyo o tienes algún problema, quiero que sepas que siempre me tendrás a tu lado para lo que sea.

La chica se mordió el labio inferior. Era un tic que le salía a veces por estar nerviosa y su tita la estaba poniendo bastante ahora mismo. ¿Por qué tenía que ser tan maravillosa?

—Gracias —respondió con parquedad.

Terminadas de cenar y una vez limpiaron los platos, decidieron ver una película de terror en la tele. Se sentaron juntas en el sofá y, al inicio se hallaban separadas la una de la otra, pero conforme pasó el tiempo, se fueron acercando hasta que sus cuerpos ya se rozaban.

Adriana se puso en alerta cuando notó como su tía inclinaba la cabeza para apoyarla en su hombro y pegaba el cuerpo contra el suyo. La joven respiró hondo al notar esa tibieza tan próxima.

—¿Estas cansada, Adri? —preguntó la mujer.

—Un poco —contestó agonizante.

Sintió como la polla se le ponía dura. Mercedes se pegó un poco más y ella hizo lo mismo para disimular. Se centró en la película, puso toda su atención en ella, intentando que la erección desapareciese. Pasó el tiempo y, si bien no remitió, por lo menos no continuó creciendo. Entonces, una escena de susto sobresaltó a ambas y puso las cosas peor.

Merche abrazó a su sobrina, envolviéndola por el pecho y la espalda con ambos brazos. La chica se percató de esto y lo peor era sentir su brazo restregándose contra ambos pechos. Tiritaba del horror cuando notó su polla reanimarse de nuevo.

—Jo, menudo sobresalto nos han dado —profirió la mujer todavía sorprendida por la escena.

—Si…, saben meter bien el miedo —balbuceó desasosegada.

El resto de la película la pasaron Mercedes abrazada a Adriana como si no la quisiera soltar bajo ningún concepto. La muchacha se quería morir por verse así, aunque, por otro lado, estaba encantada de tener a su tía tan cerca. Sentir su calor y suavidad era algo único, pese a que la obligaba a tener que luchar porque su erección no se notara demasiado.

Cuando por fin terminó, ambas decidieron irse a dormir.

—Buenas noches, mi niña —le dijo la mujer mientras la abrazaba y besaba.

—Lo mismo, tita —habló ella al tiempo que resistía lo mejor que podía a la tentación.

Marchó a su habitación, apagó la luz y se metió en la cama. Emitió un sonoro suspiro mientras miraba el techo. Entonces, sintió que su polla seguía erecta. La cogió con su mano y comenzó a acariciarse con lentitud.

Cerró los ojos y pensó en todas las cosas que le ocurrieron. Mercedes sorprendiéndola en bragas dentro del probador, la ensoñación donde se besaban, la caricia en su frente, la palmadita en el culo, esos pechos atrapados en el ceñido sujetador, la mano apretando la suya, el abrazo mientras veían la peli, su cuerpo tan tibio y agradable…

Se detuvo. No podía continuar tocándose mientras pensaba en su tía. Tenía que acabar con esta obsesión costara lo que costase. Sacó la mano de dentro del pantalón y se recostó de lado, maldiciéndose por ser una maldita pervertida. Mercedes la quería muchísimo y se preocupaba tanto por ella que su única respuesta era mirarla de manera indebida, ponerse nerviosa cada vez que la tenía cerca y luego masturbarse en soledad al tiempo que la recordaba. Eso no podía seguir así…o tal vez si podía…un poco más.

Arrepintiéndose sin demasiada culpa, volvió a coger su polla y reanudó la paja. Cerró sus ojos y volvió a evocar los hechos vividos en ese día. Al final, concluyó que mientras todo ese deseo inapropiado hacia su tita quedara en la oscuridad de la habitación, no había ningún problema. Eso se dijo de forma poco convincente.

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Las clases en la universidad fueron un gran reto para Adriana cuando empezaron.

Algunos profesores eran bastante estrictos, obligando a toda la clase a tomar apuntes a mano, y la pobre chica terminaba las dos horas lectivas con la muñeca a punto de rompérsele. Otros les mandaban una bibliografía de referencia de donde tendrían que sacar todo el contenido. Tan solo una profesora les enviaba todas las diapositivas de cada tema por el campus virtual, aunque eran cientos de páginas que la obligaban a dejarse mucho dinero en la copistería para fotocopiarlas.

Para colmo, si bien era la primera semana de clases, los profesores no dudaron en mandar a sus alumnos varios trabajos, muchos de ellos, de buscar la información por su cuenta y teniendo que escribir bastantes páginas, así que Adriana se pasó varias tardes en la biblioteca buscando libros que contuvieran todo lo que necesitaba. Incluso, después de llegar a casa, estuvo un par de noche hasta las tantas para terminar lo que le mandaron. Quedó agotada, pero al menos, consiguió entregarlo todo a tiempo.

Para su sorpresa, la parte que pensaba que más problemas le daría acabó siendo la más llevadera. El trato con sus compañeros fue mejor de lo que imaginaba. Todavía no había entablado amistad con alguien, pero ya había hablado con alguna persona que tenía al lado de donde se sentaba en clase y no había notado ningún rechazo. De hecho, había llegado a charlar con varias chicas que le cayeron muy bien y hasta se tomó un café con ellas en la cantina. Con todo, a ninguna les había contado que era transexual, así que se hallaba en guardia porque no sabía de qué manera reaccionarían cuando se enterasen.

Así que, al final, la universidad no había sido para tanto. De hecho, el mayor quebradero de cabeza para Adriana seguía siendo la irresistible atracción que sentía por su tía. Cada día que pasaban juntas era una desagradable tortura para Adriana. No importaba lo que Mercedes llevara, siempre lucía sexi. Igual era un holgado pijama o un simple conjunto de pantalón y camisa nada indiscretos, pero con ayuda de su sensual cuerpo, terminaba convirtiéndolo en el conjunto de ropa más provocativo de la historia. Ya cuando decidía ponerse vestidos o prendas que resaltaran sus atributos físicos más destacables, el infierno se desataba en la tierra. Y ya si había escotes, la chica ardía como una fogata recien encendida. Al menos, una cosa positiva era que tenía material para cuando se tocaba por las noches.

Por suerte, aquella semana la pasó muy liada con las clases y Merche con su trabajo, así que no se vieron con tanta frecuencia. Para colmo, ese fin de semana vinieron sus padres de visita, así que tuvo la cabeza lo bastante ocupada para no perder la cordura con su tita. Con todo, esa tranquilidad no tardó en disiparse en cuanto quedaron solas de nuevos.

Una tarde de la semana siguiente, las dos comían tranquilas en la cocina. Adriana se encontraba un poco nerviosa porque su tía llevaba otra vez ese ceñido vestido rojo con vistoso escote que tan loca la volvía. Intentaba centrarse en comer y en hacer lo mínimo para mirar hacia los pechos de la mujer, aunque a veces, sus ojos tenían vida propia y les echaba un fugaz vistazo.

Su tía, que estaba mandando mensajes por el móvil, dejó de hacerlo y no tardó en posar su mirada en ella, sobresaltándola enseguida.

—Perdona por no hablar, es que estaba liada con unas cosillas del trabajo.

Aquella disculpa no podría sonar más encantadora y sincera. A Adriana se la llevaban los demonios por tener una tía tan maravillosa en todos los sentidos, pero se centró. No podía perder los nervios.

—Sí, bueno, siempre se te quedará algún asuntillo suelto por ahí —dijo antes de tomar otra cucharada de la sopa que habían preparado.

De repente, notó en su tía un evidente gesto de disgusto.

—Oh, Dios. No me hagas hablar —comentó molesta—. Esa panda de ineptos no sabe ni hacer la O con un canuto. Si no fuera por mí…

Estaba claro que Mercedes no disfrutaba demasiado con su trabajo, sobre todo, por sus compañeros. De hecho, la había escuchado alguna que otra vez discutiendo por el móvil sobre “asuntos empresariales". A veces, llegaba incluso a gritar. Parecía ser una fuente continua de irritación y estrés.

—Debe ser bastante coñazo —le comentó como una pequeña muestra de comprensión.

—En fin, es lo que hay. —Su tía se notaba algo desanimada— Por cierto, ¿qué tal te va con las clases?

Le sorprendió la pregunta. No habían hablado demasiado entre ellas de cómo le iba en la universidad. Casi hablaba más de eso con sus padres.

—Bien, haciendo muchos trabajos, pero no está mal.

Mercedes la miró con esa dulzura que tanto conmocionaba a la chica, aunque decidió serenarse.

—Los profes son más duros que en el instituto y te meterán bastante caña —habló como sabiendo a que se refería—. He visto que has pasado muchas tardes fuera o encerrada en el cuarto. Seguro que era por esos trabajos.

—Pues sí, me dejaron agotada —reconoció la chica mientras reía un poco—. Y lo peor es que esta semana me esperan más y muy pronto los primeros exámenes.

—Madre mía, os quieren machacar vivos y eso que acabáis de empezar el curso —comentó Merche antes de sonreír tambien.

A Adriana le gustaba hablar con su tía. Había una naturalidad enorme entre las dos. Se podían contar lo que fuera con total tranquilidad y entenderse sin problema alguno. No parecía que hubiera nada entre ellas que ocultarse, excepto esa atracción… Prefirió no pensar en ello y se centró en terminarse la sopa.

—¿Y cómo te va con tus compañeros? —preguntó su tía a continuación— ¿Ya te has echado alguna amiga?

—Todavía no —respondió la chica—. Estoy congeniando con algunas personas, pero nada serio por ahora.

—¿Tienes miedo de que descubran que eres trans?

Aquella frase hizo que el vacío que tanto tiempo arrastró volviera de golpe. Si bien aprendió a soportar todo ese rechazo, el daño recibido era tan grave que ahora le costaba confiar en los demás. Hacer amistades suponía para Adriana un campo de minas. No sabía dónde poner el pie para no acabar volando por los aires.

Su silencio preocupó un poco a Merche y alargó la mano para coger la suya. El gesto hizo que la muchacha mirase a su tía y cuando se percató de esos amorosos ojos posados sobre ella, se llenó tanto de felicidad como de vergüenza.

—Oye, si tienes algún problema, cualquier cosa, cuéntamelo —se ofreció sin dudarlo—. Sabes que aquí me tienes para lo que necesites.

Otra vez se mordió el labio porque otra vez su tita volvía a ser esa mujer increíble que la iba a mandar derecha al manicomio. Le devolvió el apretón y siguieron comiendo.

Tras terminar el almuerzo y fregar los platos (era su turno hoy), Adriana volvió a su habitación. Tenía que hacer unas actividades y un test de repaso en el campus virrtual. Mientras se encontraba centrada en esas tareas, no pudo evitar que su mente pensara en su tía.

Suspiró por estar así de rara por la mujer. Que se sintiera atraída tampoco debería ser un problema. Mercedes era una mujer muy guapa y que le pusiera no debía extrañarla, pero no entendía ese cuelgue tan peculiar que tenía cada vez que la tenía cerca. ¿Por qué se ponía así? No sabía el motivo. Ella solo era cariñosa y atenta, tal como una tía se comportaría. Tener esas reacciones, bloqueos absurdos y cortes vergonzosos eran ridículos.

Al caer la noche, cenaron tranquilas y luego, decidieron ver un rato la tele. Lo habían hecho alguna que otra vez, pero en la última semana apenas habían compartido un momento así por lo liadas que habían estado. Adriana agradeció que Merche se lo sugiriera, aunque luego pensó que igual no era tan buena idea porque la tendría tan cerca… No, no podía caer en esas ideas otra vez.

Se puso el pijama y se dirigió al comedor. Mercedes aún no estaba allí. Se sentó y comenzó a trastear con el mando para que ver que podrían disfrutar esta noche en la tele. Navegó por los distintos canales de streaming hasta que dio con la última serie de Star Wars. Siempre le gustó ese universo y todas las películas, así que le apetecía comprobar si esta nueva obra sería buena u otro petardo que enfurecería a los fans más acérrimos. Además, la serie era independiente de todas las otras historias contadas hasta ahora en la saga, así que no tendrían problema en perderse o no entender la trama. Decidió esperar a que apareciese Merche para así verla juntas. Cuando por fin lo hizo, igual no lo hubiera preferido.

Su tía entró vestida con un camisón de tirantes rojo de tela muy fina que le llegaba hasta por encima de las rodillas. Cuando la chica la vio llegar de semejante guisa, casi se le abrió la boca. Además, se había peinado el pelo, dejando la melena cayéndole toda por detrás. Estaba preciosa y a ella le iba a dar un infarto.

—Venga, ¡hazme sitio! —comentó enérgica mientras se acercaba.

Adriana, que parecía haber dejado su mente perdida en otra dimensión, volvió en sí y se hizo a un lado, dejando que su tía se sentase. Cuando la vio tan cerca con semejantes pintas, pensó que no podría sobrevivir a esa noche.

—Anda, vamos a ver una serie de Star Wars —Su tía era totalmente ajena a lo que le pasaba a su sobrina—. Bueno, no soy muy fan de esta etapa nueva con Disney, pero le daré una oportunidad por ti.

Adriana se limitó a asentir y decidió darle al play para empezar el primer capítulo. Así, esperaba abstraerse del mundo real, aunque fuera por solo cincuenta minutos.

Nada más empezar, su tía se pegó a ella, cosa que no la pudo alterar más. Ahora no solo sentía su cuerpo, sino tambien su tersa y tibia piel contra la suya. No comprendía por que se había vestido con ese ligero camisón. Hasta ahora, la había visto llevar camisetas y pantalones de pijama. ¿A santo de que había venido ponerse de esa guisa ahora?

—¿No vas un poco fresca? —inquirió con cierta parquedad.

Su tía se volvió nada más oírla y se la quedó mirando como si quien le acabara de soltar esa cuestión fuese su propia madre. En cierto modo, Adriana se sentía así.

—¿Por qué? ¿No te gusta? —Se la notaba más que extrañada ante la pregunta.

Tenía que darle una respuesta inmediata, lo que fuera que no hiciera las cosas más incomodas de lo que ya estaban.

—Lo digo porque, no sé, igual tienes frio —le dijo mientras sonreía como una bobalicona.

Mercedes tambien sonrió un poco.

—No, tranquila —habló la mujer con calma—. Está puesta la calefacción. De hecho, es el motivo por el que llevo el camisón, ya que el pijama me da bastante calor.

—Ya veo.

Sin querer, sus ojos bajaron hasta dar con los pechos de su tía. Estos, libres del sujetador, se hallaban cubiertos por la tela, aunque al ser tan fina, delineaba muy bien su forma. Estaban algo caídos y separados, pero todavía mantenían su firmeza y el suculento escote que formaban los hacían muy atrayentes. Apartó la vista lo más rápido que pudo porque si no…

—Venga, vamos a ver el capítulo, que nos lo vamos a perder —sugirió Merche, todavía ajena a lo que sucedía con su sobrina.

La chica decidió centrarse en la televisión y hacer todo lo posible por obviar lo que tenía a su lado, pero resultaba desesperante no mirar. Para colmo, la mujer se le pegaba cada vez más hasta el punto que la abrazó como en aquella otra ocasión, pasando una mano por la espalda y la otra por delante, dejándola sobre el vientre. De nuevo, su polla volvía a luchar inexpugnable por hacerse de notar.

La tensión estaba servida. Adriana miraba la televisión y contestaba a cualquier ocurrencia que su tía dijese, pero dentro de ella, había un conflicto espectacular. De vez en cuando, sus ojos bajaban hasta esos pechos, que, desde su posición, podía ver una parte de ellos. Tan redondos, tan turgentes y tan expuestos que, en algún momento, imaginaba que terminaría viéndole los pezones. Suspiró contenida y bajó su mirada hasta las largas piernas de la mujer. Totalmente depiladas y claras, pensaba que solo tenía que alargar su mano para acariciarlas y así sentir lo suaves que debían ser, pero sabía que jamás se atrevería. No ya por no tener el suficiente valor, sino porque se trataba de su tita. Nunca haría algo así o, ¿tal vez si?

Siguieron viendo el capítulo y Adriana comenzó a relajarse. Su polla estaba algo dura y, por suerte, no amenazaba con incrementar su tamaño. Respiró aliviada y, dejándose llevar por la serenidad que la envolvía, inclinó su cabeza para apoyarse en el hombro de su tita. Esta la miró con ternura.

—¿Cansada? —Su voz tan cerca sonaba más grave y bonita.

—Sí, tita —dijo ella en un susurro.

De repente, la mujer le dio un dulce beso en su frente. Sentir esos labios tan carnosos contra su piel le gustó tanto que emitió un leve gemido de satisfacción. Se sentía tan bien en esos momentos. Dejó sus ojos entornados, casi dando la sensación de que iba quedarse dormida, pero aguantaba lo suficiente para seguir viendo el capítulo. Con todo, no sabía cuánto resistiría hasta caer rendida.

Pronto, el capítulo terminó y las dos mujeres se espabilaron, aunque a Adriana le costaba. Estaba a punto de dormirse allí mismo.

—Venga, dormilona —le dijo su tía mientras la zarandeaba un poco para que espabilase—. Hora de irnos a dormir.

Cuando escuchó eso, abrió sus ojos de par en par y miró a su tía incrédula.

—¿Dormir adonde? —preguntó.

Mercedes carcajeó un poco ante su peculiar cuestión.

—Adónde va a ser, a tu cama —respondió.

Adriana aún seguía sin creerse lo que decía. No podía ir en serio.

—¿Tu… conmigo?

Su tía frunció el ceño en un evidente gesto de incredulidad. Estaba claro que no entendía de qué hablaba su sobrina.

—No, Adri —negó ella—. Tú en tu cama y yo en la mía.

Enseguida esa respuesta la devolvió a la realidad. Claro que no iban a dormir juntas. Era muy tonta al creer algo así y lo peor era que se lo había soltado sin más a su tía. Había quedado como una completa idiota.

—Ay, cariño —habló la mujer mientras le acariciaba en la cabeza—. Como se nota que deliras por el sueño.

—Sí, estoy que me caigo.

Dio gracias de que no pensara más allá de la simple tontería que había soltado. Si tirara un poco del hilo…

—Venga, andando —la azuzó Mercedes—. Que mañana tenemos las dos que madrugar.

Anduvieron por el pasillo hacia sus dormitorios y, cuando llegaron al de Adriana, se despidieron con un fuerte abrazo y un par de besos.

—Buenas noches, sobrina —se despidió la mujer.

—Lo mismo, tita —dijo ella.

Entró en su habitación y fue hasta la cama, dejándose caer boca abajo. Respiró un poco disgustada y luego, se dio la vuelta, quedando bocarriba mientras exhalaba aire. Pensó en lo que había pasado en el comedor, en lo próxima que estuvo de su tía, en lo sexi que vestía, en todo lo que mostraba de su preciado cuerpo y lo cerca que lo tenía. Tambien pensó en lo que creyó que le decía sobre dormir juntas y que solo llevó a un ridículo malentendido ¿Por qué le pasaba todo esto a ella?

Se incorporó frustrada y apartó las sabanas de la cama para acostarse. Apagó la luz y se cubrió entera. Todavía sentía su polla algo dura. Podría masturbarse, pero prefirió descansar. Tenía tiempo de sobra para eso más adelante.

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Los días pasaban y Adriana intentaba habituarse lo mejor posible a su dispar situación. Lidiar con lo que sentía con su tía era tan complicado. Solo hacía falta un fugaz pensamiento de ella para que terminara sintiendo como esa agobiante obsesión resurgía con demasiada fuerza. Ya si la tenía delante, no había otra cosa en la que pensara más que en desearla.

Buscó formas de distraer su mente de tan funestos anhelos. Se centró en sus estudios, en sus aficiones, en conocer mejor a la gente de su clase y trabar amistad con ellas. Fue a tomar más cafés con sus compañeras y poco a poco, fue conociéndolas. Incluso, se atrevió a contarles que era transexual y su sorpresa al ver como todas se lo tomaban bien fue algo positivo. Al fin, parecía haber encontrado un lugar donde la apreciarían por cómo era y eso la hacía muy feliz, pero no cambiaba el hecho de que siguiera pensando en la mujer que tanto ansiaba.

El viernes fue un día más relajante para Adriana. Con todos los trabajos ya terminados, podía por fin descansar y el fin de semana pintaba a poder centrarlo en lo que más le gustaba: leer y jugar a los videojuegos. Además, esa mañana solo tuvo un par de clases, así que a las once ya estaba de vuelta en el piso.

Estaba sola, pues Mercedes no volvería de su trabajo hasta las tres, así que debía hacer algo en todo ese tiempo. Decidió lavar la ropa sucia que se había acumulado a lo largo de la semana tanto de ella como de su tía.

Se dirigió al baño, que era donde estaba el cesto de la ropa sucia. Ahí le dijo Mercedes que era donde debía echar cada prenda que se hubiera puesto. No le gustaba que se dejase nada por medio, así que, cuando se cambiaba de ropa, la llevaba allí cada día. Al entrar, vio que el cesto estaba repleto. Le sorprendió que entre las dos se pusieran tantas cosas. Sin más, comenzó a sacar lo que había ahí para meterlo dentro de la lavadora.

Cada prenda que sacaba del cesto la estiraba bien para que no tuviera demasiadas arrugas antes de meterla dentro de la lavadora. Si no, tal como le decía su madre, saldrían aun peor. Tambien les daba la vuelta para que se lavasen mejor. El trabajo se hacía monótono, pues casi todo lo que había era suyo, pero cuando comenzó por las vestimentas de su tía, la cosa cambió. Bastante.

Primero, sacó el vestido rojo escotado que la mujer solía llevar en su trabajo. Solo de recordarla enfundando ese cuerpo de infarto la hizo vibrar de pies a cabeza. No deseando terminar de formar esa imagen en su cabeza, le dio la vuelta, la estiró un poco y la metió dentro de la lavadora. Después, lo siguiente que extrajo del cesto fue el camisón rojo que su tía se puso aquella noche donde casi perdió la cordura por completo. Adriana la sostuvo entre sus manos, recordando mientras la miraba como resistió lo indecible la tentación que esa prenda le vendía. Gimió un poco, notando como algo en su interior parecía rugir ensordecedor. De repente, llevó el camisón contra su nariz y aspiró la fragancia que emanaba de este. Olía a su tita. En su entrepierna, sintió como su rígida polla intentaba abrirse paso a través del pantalón. Consciente de lo que estaba haciendo, metió la prenda lo más rápido posible. Respiró aliviada, pero lo peor aún estaba por llegar.

Lo siguiente que sacó fue el sujetador negro de Mercedes, el mismo que llevó en aquel probador el sábado que fueron de compras. Lo miró con detenimiento, dándole la vuelta y se fijó en las copas, donde se encontraban recogidas sus tetas. Posó una de sus manos sobre una de estas. De nuevo, dejó salir el aire entelerida. Apenas le cabía. Así de grandes las tenía su tita. De repente, notó como la pieza de lencería temblaba porque ella lo hacía. Decidida, lanzó el sujetador dentro de la lavadora y deseó terminar con aquello de una vez porque no podía más. Entonces, fue cuando sacó las bragas.

Adriana se quedó paralizada mirándolas. No podía creer que tuviera entre sus manos la prenda más íntima de la mujer que tanto deseaba. Trataba de pensar de forma coherente, pero le era imposible. Eran finas, de color negro y de encaje, las veía muy bonitas, aunque lo más increíble era que aquella pieza de tela había estado en contacto con un lugar muy privado de ella, uno contra el que se rozó durante incontables horas a lo largo del día. Aquel pensamiento no solo se la puso más dura a la chica, sino que la hizo salivar como un perro que ve comida encima de la mesa.

Miró la prenda y, al hacerlo, una idea se le pasó por la cabeza, algo horrible y, a la vez, muy tentador. Tragó saliva al procesar lo que tenía en mente mientras no apartaba los ojos de las bragas. Había que tener valor para hacer una cosa tan abominable, pero no se aguantaba más las ganas. Estaba indecisa por completo, no quería hacerlo. Sabía que no debía….y lo hizo.

Acercó las bragas a su nariz y aspiró lo más fuerte que pudo. Un intenso aroma se adentró por las fosas nasales. Sabía que era: el coño de su tita.

Se las apartó y las miró por un largo rato. No podía creer que se hubiera atrevido a algo así. Una cosa digna de una película porno, obra del mayor pervertido asqueroso de la historia, lo había hecho ella. No podía sentirse más culpable y repugnante. No quería imaginarse lo que su tía o sus padres pensarían. Y deseaba usar aquellos pensamientos y emociones para arrepentirse, pero, no pudo. Antes de que pudiera darse cuenta, tenía las bragas pegadas a la cara para aspirar más de ese aroma prohibido.

No paraba de respirarlo y provocó que su excitación alcanzara cotas indescriptibles. Ya no lo aguantaba mas. Se dirigió al váter y, mientras con una mano sostenía la prenda que estaba restregándose por la cara, con la otra se desabrochó el pantalón y, a duras penas, logró sacarse la polla. Cuando la miró, se quedó sin habla.

Su miembro estaba tan rígido como una estaca y había alcanzado un tamaño que Adriana jamás le había visto alcanzar en su vida. No podía creer que el ardor que sentía la estuviera llevando tan lejos. Sin dudarlo, agarró su polla con la mano y comenzó a moverla, iniciando así la paja.

—Joder, joder —exclamaba la muchacha mientras se masturbaba.

Se pegó las bragas aun más contra la cara, sintiendo como ese olor parecía extasiarla. Cerró los ojos e imaginó cosas inimaginables. Abrió su boca y la tela se le coló entre los labios. Consciente de lo que había hecho, no dio marcha atrás y lamió la prenda sin ningún tipo de decoro, degustando ese sabor tan fuerte y amargo. Así sabía el coño de su tita.

—Oh, ¡¡¡mierda!!! —gritó desesperada.

Su mano no dejaba de moverse de arriba a abajo. Las piernas le temblaban. El placer era indescriptible. El sabor y el aroma a sexo húmedo de mujer la habían dejado colocada más que cualquier droga.

—Tiiitaaa, tiitaaa —aullaba perdida.

Iba a estallar y esta vez, se avecinaba una buena. Tembló nerviosa mientras movía más su mano y apretaba la prenda aún más contra su rostro.

—¡¡¡Tiiitaaa!!! —profirió con tanta fuerza que seguramente el vecindario entero se habría enterado.

La polla estalló sin más remedio. Varios chorros de semen salieron eyectados hacia el interior del váter. Adriana tuvo la buena providencia, dentro de lo que su enajenada mente le permitía, de apuntar su miembro ahí abajo para no dejar la pared pringosa. Cada descarga soltada era como una inyección de adrenalina para el cuerpo de la chica, quien temblequeaba en medio del éxtasis desatado.

Cuando todo terminó, sintió que se iba a derrumbar. Tenía el cuerpo y la mente débiles. Abrió los ojos y se apartó las bragas de su tía de la cara. Todavía respirando profundamente, miró el estropicio que había montado. Primero, su polla, todavía dura y bien agarrada con su mano, goteaba algo de semen en la punta. Luego, vio el interior del váter lleno con todo lo que había expulsado, tan espeso y blanco. El hedor a placer pringoso no tardó en llegarle. Ante sus ojos, tenía el resultado de su atroz acción.

No le dio más vueltas. Tiró de la cadena, se limpió su miembro con papel higiénico, se abrochó bien los pantalones, se lavó las manos y terminó de meter lo que quedaba de ropa en la lavadora, incluidas las bragas. Las sostuvo en su mano un instante, pensando en lo que acababa de hacer, pero concluyó que no era momento de martirizarse y las arrojó dentro. Después, echó las pastillas y los polvos de lavado, cerró la puerta y, tras verter algo de detergente y suavizante, puso la lavadora.

Satisfecha por el trabajo realizado, se volvió a su cuarto para leer un poco y olvidar el desliz con las bragas. Cuando llegaron las dos, decidió ponerse a hacer el almuerzo. Así seguiría entretenida. A las tres, escuchó la puerta abrirse y ya se puso en guardia.

—Muy buenas, Adriana —le saludó Mercedes mientras entraba en la cocina— ¿Qué has hecho de comer?

La chica trató de serenarse lo mejor posible. El recuerdo de la paja con las bragas de su tía la hizo paralizarse por un momento, pero no tardó en desterrar ese pensamiento y sonrió a la mujer con encanto.

—A…aquí lo tienes —dijo mientras señalaba a la encimera—. He hecho arroz blanco con unas salchichas y un huevo frito.

—Um, que buena pinta —señaló Merche, acercándose para ver mejor la comida—. Bueno, pues voy a dejar el bolso en mi cuarto y al baño. Volveré enseguida para comer.

Asintió al tiempo que vio a su tía marcharse y en cuanto desapareció, dejó salir una gran bocanada de aire. Había logrado llevar las cosas mejor de lo esperado. Después de lo que había hecho, no tenía ni idea de que haría cuando volviera a ver a la mujer, aunque por suerte, no había sido tan grave.

Se volvió a la encimera y llevó todos los platos a la mesa. Mientras los dejaba, se fijó en los huevos y en las salchichas. ¿Cómo podía ser tan poco sutil? De nuevo, agradecía que su tía no se percatara de las evidentes señales que ella iba dejando.

Las dos comieron y charlaron en aparente calma. Era aparente porque, si bien Mercedes estaba tan tranquila como siempre, Adriana era un motor a reacción. La ropa no podía ser más provocativa, como siempre en su tia, claro. Llevaba una camiseta corta blanca de aparente seda que tenía otro de esos maravillosos escotes. Si bien era más pequeño que los que la mujer acostumbraba a mostrar, era más que suficiente para insinuar sus pechos y hacer volar la imaginación. La chica hizo todo lo posible por no mirar demasiado y aun así, eso no evitó que tuviera una erección.

—Pues yo ya he terminado —habló satisfecha Mercedes—. En fin, ¿te vienes a ver la tele conmigo? En un rato me iré al gimnasio.

Se inquietó un poco ante la invitación, así que decidió poner tierra de por medio antes de que las cosas se salieran de madre.

—Vo…voy primero a fregar los platos —Se maldijo a si misma por ponerse nerviosa—. Cuando termine, te acompaño.

—Como quieras —habló tan tranquila Merche a la vez que dejaba el plato y los cubiertos en el fregadero.

Vio cómo se marchaba y respiró con ansiedad. ¿Por qué se ponía así? ¿Qué coño le pasaba con su tía para estar siempre tan al límite? Esas cuestiones no pararon de martillear su cabeza mientras fregaba los cubiertos y los platos. No hacía más que cuestionarse todo el rato por eso. Una cosa era que Mercedes la excitase, se trataba de algo normal y coherente, pero aquel agobio que le entraba cada vez que la tenía cerca ya sí que no tenía explicación. La imagen de ella masturbándose con las bragas de su tita restregándoselas por la cara volvió de nuevo. Hasta que puntos estaba llegando por esta locura.

Cuando terminó de fregar, estuvo pensando en marcharse a su cuarto, pero concluyó que eso no sería buena idea. Ya le había dicho a su tía que iría a ver la tele con ella, así que debía hacerlo para no levantar sospechas, aunque se preguntó qué clase de sospechas podría tener si no tendría ni idea de lo que le pasaba a ella en primer lugar. Como fuera, al final, decidió ir al comedor.

Allí, su tía estaba sentada tranquila viendo la televisión. Adriana se sentó en el lado izquierdo, guardando cierta distancia. Intentó hacer todo lo posible por no mirarla, pero de vez en cuando, lo hacía de reojo. Ya completa a la vista, podía disfrutar mejor del conjunto que llevaba. Además de la camiseta blanca, llevaba una falda de tubo azul oscura que le llegaba por debajo de la rodilla. No dejaba mucho al descubierto, pero ya solo con imaginarse lo que llevaría debajo era suficiente para ponerla nerviosa.

Siguieron viendo la tele en silencio, pero Adriana tenía la necesidad interna de hablar. La incomodidad del momento la estaba matando.

—De…después te vas al gimnasio, ¿no? —Como siempre, no podía sonar más ridícula al dirigirse a ella.

Mercedes se giró al escucharla y quedó deslumbrada por su cálida mirada. Era una mujer que irradiaba tanta belleza y afecto que solo se necesitaba un pequeño vistazo para que la dejara encandilada.

—Si, a las cinco —le informó—. ¿Te quieres venir conmigo?

De nuevo, la propuesta no podría sonar más tentadora. Ver a su tita con ropa ajustada y perlada de sudor haciendo estiramientos y poniéndose en postura muy sugerentes era toda una atrayente fantasía, pero Adriana era consciente de que eso sería demasiado.

—No, ve tú y diviértete —respondió al final.

—Muy bien, pero si algún día te apetece, me lo dices y vamos juntas.

La conversación había sido simple y trivial. Volvieron a mirar la tele y, pese a que todo parecía en calma, Adriana seguía dándole vueltas sin cesar a todo. ¿Y si le contaba a Mercedes lo que sentía por ella? Enseguida supo que era una pésima idea. Soltarle a su tita que la excitaba y que, debido a eso, la ponía muy nerviosa hasta casi perder el control le hizo concluir que solo tendría muchos problemas. Era preferible llevar ese asunto en silencio y disimular lo mejor posible.

—Oye, ¿por qué estás tan tensa? —preguntó de repente Mercedes.

Sintió como le faltaba el aire. Quizás, la revelación iba a llegar más antes de lo esperado.

—Estoy bien, tita —habló tratando de despejar cualquier sospecha que pudiera haber—. A mí no me pasa nada.

Se fijó en como la miraba la mujer. Estaba claro que algo sospechaba o, al menos, notaba que algo no iba bien con ella.

—No sé, es que algunas veces he notado que te encuentras muy inquieta, como si algo te molestara —afirmó su tía—. En fin, no pretendo preocuparme por cualquier cosa, pero si tienes algún problema, házmelo saber. Sabes que me tienes aquí para lo que sea.

La tentación de decírselo era muy fuerte. Tenía unas ganas tremendas de hacerlo y acabar con aquella agonía que la devoraba por dentro. Sin embargo, contárselo tal vez podría complicar su situación. Las dudas la mataban. Totalmente confundida por lo que pensaba, tomó la decisión de ocultarlo.

—Gracias, pero te aseguro que estoy bien —contestó hierática.

Su tía la miró con ciertas dudas, pero pareció conformarse.

—Vale.

Continuaron viendo la televisión como si no hubiera pasado nada.

Un rato después, Mercedes se preparó para irse al gimnasio. Como no, se puso esa indumentaria tan sexi para hacer ejercicio, incluyendo la chaqueta verde que marcaba sus tetas y los leggins negros que enfundaban muy bien su culazo. Adriana se la quedó mirando embobada como si le hubieran lanzado un hechizo. Como agradecía haber rechazado ir con ella.

—Bueno, yo me voy y no regresaré hasta las ocho —le dijo mientras se encontraba en el salón, revisando su bolso—. Cuando vuelva, ¿te parece bien si pedimos comida china para cenar?

—Por mi perfecto —contestó la chica, todavía sentada en el sofá.

Contenta por la respuesta de su sobrina, Mercedes decidió que era hora de marcharse.

—Muy bien. Entonces, yo me voy, así que cuida del piso en mi ausencia.

—Ten cuidado tú en el gimnasio tambien, tita.

—Lo tendré —La mujer sonrió al notar la preocupación de la muchacha—. Venga, adiós.

—Adiós.

Se despidieron y su tía salió del salón por el pasillo en dirección a la entrada. Adriana escuchó sus pasos hasta que sonó el fuerte chirrido de la puerta al abrirse, seguido de un portazo que indicaba que se había marchado. Fue en ese instante cuando vio la oportunidad perfecta.

Sin perder tiempo, se desabrochó el pantalón y se lo bajó junto con las bragas para revelar su endurecida polla, la cual salió disparada apuntando hacia arriba. Adriana quedó impactada al ver lo erecta que la tenía. Pensó que la paja que se hizo por la mañana la calmaría, pero solo necesitó estar un par de horas junto a su tía para volver a excitarse. Seguía sin poder creer que le pudiera poner tanto. Desesperada por acabar con aquella agonía, no dudó en comenzar a masturbarse.

Agarró su polla por el tronco con la mano y empezó a moverla de arriba a abajo. Así, el placer no tardó en inundarla y cerró sus ojos para sentirse mejor. En su cabeza, se imaginó que seguía viendo la tele con su tía hasta que esta la apagaba y se acercaba a ella, quedando muy cerca. Se miraban fijamente como si estuvieran retándose con los ojos y entonces, la mujer la besaba sin dudarlo y llevaba la mano hasta su entrepierna. Tanto en su fantasía como en la realidad, Adriana gemía descontrolada y respiraba profundamente. Su mano no cesaba de moverse, dispuesta a llevarla al éxtasis final. En su visión, el beso se prolongó un poco más hasta que Mercedes decidió separarse de ella, mirarla con sensualidad y decir:

—Sobrina, venía por el…

Esa voz no salió de su cabeza, sino de la realidad. Adriana abrió los ojos rápido y se encontró en la entrada del comedor a su tía mirando incrédula como se masturbaba.

—…neceser que está aquí —terminó de decir y, rápidamente, fue hasta la mesita de cristal que había delante del sofá para cogerlo.

En un abrir y cerrar de ojos, la mujer desapareció. Para cuando Adriana quiso reaccionar, ya había dejado el piso.

Se quedó en blanco, todavía sin poder creer lo que había pasado. Su tía la había pillado haciéndose una paja. Seguía sin pensar que fuese real. Ocurrió tan rápido, unos meros segundos que ahora, se le empezaban a hacer eternos. No paraba de darle vueltas en su cabeza y tras mucha divagación, fue, cuando se dio cuenta de que la había pifiado por completo.

Horrorizada, se subió los pantalones y, tras abrochárselos, se puso en pie. Nerviosa, comenzó a deambular de un lado a otro, sin parar de pensar en el hecho en sí, tratando de saber que iba a pasarle. Se sentía muy asustada ante lo que su tía fuera a pensar de ella. ¿La vería como una pervertida? ¿Le echaría una bronca gordísima cuando volviese? ¿O sería incluso capaz de contárselo todo a sus padres? Solo de imaginar que no le permitiera seguir viviendo más en el piso fue suficiente para que rompiese a llorar.

Se tiró de lado sobre el sofá, sollozando entristecida. No podía creer que le hubiera pasado algo así, que Mercedes la hubiera pillado. No quería que su tita la odiase. Eso era lo que más la preocupaba, en verdad. Ella se había convertido en lo más importante de su vida. Perderla le parecía inconcebible y jamás se lo perdonaría.

Sola y desvalida, continuó llorando mientras el miedo no dejaba de inundarla.

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Parte 4.

Adriana estaba devastada. Pasó toda la tarde encerrada en su cuarto, acostada sobre la cama y llorando sin cesar.

Su tía la odiaba. Tenía tan enquistada en la cabeza esa idea que, pese a intentar pensar todo lo contrario, se había convencido de que la vería con asco y le reprocharía todo cuando volviese. Lo peor era que igual no tenía que darle tanta importancia. Si, la pilló haciéndose una paja, no había que montar un escándalo tan grande de ello, pero a la chica le importaba demasiado su tita. No quería perderla, le tenía mucho aprecio para ver cómo le daba la espalda.

Se culpaba a si misma por lo que pasó. Esa obsesión tan absurda con ella, esa necesidad de fantasear de manera constante y su fijación de masturbarse tanto. Solo con acordarse de que esa misma mañana se masturbó oliendo sus bragas usadas hizo que algo se revolviera en su interior. Por otro lado, que su tía la pillara no era el único problema, sino que detrás de eso subyacía algo más profundo, una cosa que ni la propia Adriana llegaba a comprender.

Al final, de tanto llorar y martirizarse, la muchacha terminó cansada y se quedó dormida. Así se mantuvo, totalmente ausente del mundo y sus problemas, hasta que un portazo la hizo despertar de golpe.

Confusa, se incorporó y cogió el móvil del escritorio para comprobar la hora. Cuando vio que eran las ocho y cuarto, se puso muy tensa. Su tía acababa de volver. Asustada, volvió a la cama y se acostó de lado, mirando hacia la pared. Esperaba que al no aparecer, Mercedes no fuera a buscarla y la dejase tranquila. No tenía fuerzas para hablar con ella o mirarla.

Respiró intranquila hasta que escuchó pasos por el pasillo, cada vez haciéndose más fuertes. Venía a su cuarto, sabía que ese era el destino de su tía y eso la puso aún más en guardia. La angustia se le agolpaba en la garganta y sintió como se atragantaba, respirando de forma entrecortada. No podía más.

Al final, escuchó unos leves golpes en la puerta. Un súbito escalofrío recorrió su cuerpo entero al escucharlos.

—Adriana, ábreme —dijo Mercedes desde el otro lado.

No respondió. No tenía fuerzas ni ganas. Se quedó inmóvil, tan solo esperando a que la mujer desistiera en sus intentos por contactar con ella. En esos momentos, lo único que deseaba era estar sola sin tener que confrontar el mayor error que había cometido en su vida.

—Cariño, solo quiero hablar contigo —continuó la tita, en un intento por hacer que dijera algo.

Adriana se mantenía inamovible en su determinación por no responder. Sin embargo, por dentro estaba destrozada. La pena y el miedo la estrangulaban como dos serpientes que estuvieran  enrollándose en su cuello, cerrándose poco a poco hasta hacer que le faltara el aire. Un par de lágrimas le salieron porque ya no podía aguantarlo más.

—Venga, sé que estás triste por lo que ha pasado antes —habló la mujer en un suave hilo de voz—, pero te aseguro que no es nada malo.

Escuchó la puerta abrirse y tembló cuando sonaron los pasos ahora acercándose hasta ella. Adriana respiró inquieta y sollozó un poco, pero no hizo el más mínimo movimiento. No se atrevía a volverse para mirar a su tía. No tenía el valor ni la dignidad suficientes para plantar cara al conflicto que ella había provocado, pese a que no parecía que su tía estuviera enfadada con ella. Al menos, no la notaba molesta por cómo le había hablado.

—Vamos, Adri —la azuzó—. Solo quiero hablar.

De repente, sintió una mano acariciando con suavidad su pelo. Tiritó alarmada al sentir como la tocaba con tanta delicadeza y ternura que estaba a punto de derrumbarse. Su tía hizo esto varias veces y, para su sorpresa, consiguió calmarla. No solo la tristeza que la inundaba terminó remitiendo, sino que la desesperación y el temor tambien. Se comenzó a sentir mejor, más calmada y feliz. Fue entonces, cuando notó el beso en su mejilla y eso la encendió por completo.

Al final, no pudo continuar con essa pesada resistencia y se incorporó para luego volverse hacia la mujer. Ella se encontraba sentada sobre la cama de lado. La muchacha se acabó inclinando hacia delante mientras recogía las piernas, quedando en una vulnerable y retraída pose. Las dos permanecieron en silencio y, pese a no percibir que Mercedes estuviera enfadada, Adriana se negaba a hablar.

—Adri, mírame —le pidió su tía.

Se veía incapaz. La vergüenza y el miedo eran tan fuertes que se sentía impotente por mucho que quisiera. Tampoco era como si mereciera una oportunidad, pero la mujer parecía dispuesta a dársela.

—Venga, enséñame tu carita —le dijo mientras la cogía de mentón para que subiera su cabeza.

La miró y se encontró con esos ojazos marrones que tanto la hipnotizaban. ¿Por qué tenía una tía tan hermosa? Parecía como si su bella apariencia estuviera diseñada específicamente para torturarla y lo hacía muy bien. Henchida por el dolor, no pudo más y rompió a llorar, abrazándose contra Mercedes.

—¡Perdóname! —gimió entre sollozos— Perdóname, ¡por favor!

Hundió su cabeza contra el pecho de la mujer, quien la estrechó entre sus brazos con firmeza. Ella lloró desconsolada, soltó todo lo que tenía encerrado en su interior, incapaz de poder aguantar ni un mísero segundo más. Sollozó durante un largo rato hasta que, por fin, se calmó.

Tras eso, se separó y miró a su tía con sus ojos todavía cuajados de lágrimas. Ella la observaba en total calma, como si no pasara nada entre las dos, cosa que la sorprendió y tranquilizó bastante. Mercedes no estaba tan enfadada como creía.

—¿Ya estás mejor? —preguntó con un tierno tono en su voz.

—Si —respondió de forma escueta la chica, aunque todavía se notaba algo afligida.

Después de eso, Merche se acercó a Adriana y le plantó un suave eso en la frente, cosa que la hizo temblar de la emoción. De nuevo, volvió a mirarla de una manera que solo se podría describir como cautivadora. Era impresionante como podía desarmarla con un mero gesto.

—Bueno, al menos, ya no te encuentras tan triste —pasó a comentar como si el problema se hubiera solucionado, pese a no ser así ni por asomo.

Adriana guardó silencio avergonzada. Todavía no se podía creer lo que había pasado y lo peor era que ahora tocaba discutir con su tía, le gustase o no. Por ello, decidió tomar la iniciativa y encarar el problema, sabiendo lo complicado e incómodo que llegaría a ser.

—Tita, siento mucho lo que ha ocurrido antes —habló temerosa—. No sabes cuánto lamento que vieras…eso. Debes pensar que soy una degenerada por lo que estaba haciendo.

Pensaba que vería algún enfado en ella, pero nada más lejos. Mercedes permanecía serena, como si lo que presenció aquella tarde no la hubiera afectado en lo más mínimo. Adriana estaba confusa. No entendía que le pasaba a la mujer.

—Adri, no hace falta que te disculpes —dijo su tía sin el más mínimo ápice de enfado.

La chica no comprendía nada. Se había estado torturando la tarde entera por lo que había hecho y ahora su tía, quien debería estar muy enfadada con ella, parecía no darle ninguna importancia.

—Pero, tita… —El miedo a hablar la asaltó en ese momento—…, me estaba haciendo una…paja.

Mercedes sonrió ante lo que acababa de decir, no tanto por la palabra en sí, sino por la manera en la que lo había hecho Adriana.

—¿Y? —Mercedes seguía sin mostrar escandalo alguno ante lo que su sobrina le contaba, cosa que la dejaba más desconcertada todavía.

—¿Cómo qué y? —Literalmente, no se podía creer la indiferencia de la mujer— Me he hecho una paja, tita. Deberías estar, no sé, enfadada, asqueada u horrorizada. Me has pillado con las manos en el delito…

Su tía no pudo aguantarlo más y se echó a reír. Adriana se hallaba estupefacta, incapaz de comprender por qué la mujer reaccionaba de una manera tan rara. ¿Acaso para ella todo esto era divertido? A la chica desde luego no se lo parecía.

—Tita, si te vas a tomar esto a cachondeo mejor lo dejamos —habló disconforme Adriana.

Notando el gesto de mala gana en su rostro, Mercedes cesó su risa y la cogió por los hombros, cosa que la inquietó un poco. Y más lo hizo cuando la mujer le lanzó otra cariñosa mirada.

—Anda, no te enfades —le dijo con tono conciliador—. No tienes que convertir este asunto en algo tan grave.

—¿Qué dices? —Adriana cada vez estaba más histérica— Me has pillado haciendo algo indebido y yo pensaba que estarías enfadada. No sabes como he estado toda la tarde preocupada y llorando sin parar.

La angustia parecía volver a aflorar de nuevo en Adriana, así que su tía le dio otro cálido abrazo.

—No creo que lo que has hecho esté mal —le susurró al oído—. Y para que lo sepas, no estoy enfadada contigo.

Aquella revelación dejó impactada a la sobrina, aunque por otro lado, la alivió bastante. Saber que su tía no estaba enojada resultaba muy tranquilizador y le quitó un enorme peso de encima. De todos modos, eso no quitaba el hecho de que la había visto en una situación comprometida y por ello, todavía se lamentaba por lo que había hecho como la culpable del crimen.

—Ya, tita, pero aun así, no estuvo bien —habló con triste pesar.

Su tía la continuaba mirando con tanto amor que le iba a tener que pedir que dejara de hacerlo o moriría por tanto cariño irradiado. Con la tontería, no solo estaba logrando que el tan tenso momento se hubiera sosegado, sino que ella se encontrara más contenta, sabiendo que no había ningún problema con lo que había pasado.

—No hay nada de malo en masturbarse. —Mercedes se mostró muy distendida con esta afirmación—. Todo el mundo se da placer, es algo normal.

Oírla decir eso la dejó bastante impresionada. No creía que fuera a abordar este asunto tan comprometido de una manera tan común. Claro que, tratándose de una persona más mayor que ella y con más experiencia, era normal.

—Si, aunque me resultó muy violento que me pillases —comentó Adriana azorada—. Fue algo que no debió pasar y aun así, lo hice.

—Bueno, es que cuando una se toca, lo hace en privado —siguió diciendo tan resuelta su tía—. Yo, por ejemplo, lo hago en mi dormitorio, donde estoy cómoda y nadie se puede enterar.

Adriana quedó un tanto sorprendida ante la frase. Mercedes, su tita, acababa de reconocerle que ella tambien se masturbaba. Tampoco tenía por qué parecerle tan raro, pero decírselo de manera directa fue algo inesperado.

—¿Tu tambien lo haces? —le preguntó con cierta renuencia.

Mercedes sonrió divertida ante la comprometida cuestión.

—Pues claro —reconoció con simpleza— ¿Qué piensas si no que hago cuando estoy excitada?

—Supongo que te liarías con alguien —teorizó Adriana.

—Claro, voy a estar follando todos los días. —Era evidente que se estaba tomando con sarcasmo la teoría de su sobrina—. Como si con el trabajo tuviera tiempo para salir y ligar con algún hombre o alguna mujer.

Aquello último la pilló por sorpresa. Pensó que la habría escuchado mal o no la había entendido, pero era evidente que su tía acababa de soltarle que se ligaría a una mujer.

—Tita, ¿te gustan las mujeres? —preguntó sin previo aviso.

Mercedes enmudeció cuando escuchó la cuestión de la chica y esa reacción sorprendió a Adriana.

Siempre asumió que a su tía le atraerían los hombres. Era lo normal entre la gente presuponer algo así de una mujer, aunque ahora, se daba cuenta de que eso era un prejuicio demasiado arraigado en la sociedad. Sin embargo, Mercedes tambien había dejado caer en alguna ocasión cuando los visitaba que había tenido novios y, en ciertos momentos, la había visto piropear a algún hombre. Nunca notó evidencia alguna de su atracción por otras mujeres y por eso, esta revelación la pillaba tan por sorpresa.

Por su parte, su tía suspiró abatida como si la acabaran de pillar, aunque fue ella sola quien se delató.

—Supongo que, llegados a este punto, sería absurdo negarlo. —Ahora quien se mostraba reticente a hablar era la propia Mercedes— Si, Adriana, me gustan las mujeres.

La chica quedó petrificada al escuchar la confesión. No se lo podía creer todavía. Era una escena que parecía recien salida de su calenturienta mente más que de la realidad misma.

—¿Eres lesbiana?

—No, soy bisexual —se la notó algo renuente al reconocerlo—. Tambien me gustan los hombres.

Adriana continuaba desconcertada. No entendía por qué si a su tía le atraían las mujeres, jamás se lo había contado a ellos, su familia. Su padre no sabía nada de eso y su madre aún menos.

—¿Y por qué nunca nos lo contaste?

No deseaba hacer la pregunta, pero le salió de dentro formularla. Era una necesidad imperante. A Mercedes, por el contrario, seguía costándole responder.

—No sé, era algo mío y como vosotros estáis lejos, tampoco quise darle demasiada importancia —Sus palabras sonaban apagadas y decepcionantes—. No creo que para vosotros significase tanto después de todo.

Un pálpito más fuerte e intenso que antes se le formó a Adriana de nuevo en su interior. La chica miraba con una aprensión demoledora a su tía. Tenía tantas cosas dentro que deseaba dejar salir y había una que sabía que necesitaba por todos los medios.

—Para mí sí que es importante —soltó al borde del llanto.

Cuando Mercedes vio como las lágrimas volvían a brotar de nuevo de sus ojos, se preocupó de nuevo, pero su sobrina la frenó al instante.

—Tengo que decirte algo que no puedo guardarme por más tiempo. —Su voz sonaba quebrada y muy titubeante—. A mí… tambien me gustan las mujeres. Cre…creo que soy lesbiana.

Tras esta revelación, rompió en lloros otra vez y se abrazó a su tía. Esta la estrechó con fuerza y comenzó a pasar la mano por su largo pelo rubio. Sentir ese relajante contacto la ayudó a canalizar su dolor. Acababa de confesarle uno de sus más oscuros secretos y eso la destrozaba tanto. Años reprimiéndose y mucho tiempo ocultando esa parte de ella la habían dejado muy tocada. Ahora, soltarlo sin más era como un bálsamo para su afligida alma.

Cuando ya se relajó, su tía la apartó. La miró algo aprensiva, pero la mujer se mostraba tan normal como cabría esperar. De repente, llevó su mano al rostro de Adriana y con sus dedos, le retiró algunas de sus lágrimas, tratando de secar sus húmedas mejillas. La muchacha aun hipó un poco, debido a lo agitada que se encontraba.

—Vamos, no llores tanto —le dijo mientras le limpiaba bajo el ojo derecho con uno de sus pulgares—. Si lo haces mucho, al final, dejarás de estar tan guapa.

No pudo evitar que se le escapara una sonrisa ante semejante ocurrencia. Su tita tambien lo hizo.

Permanecieron asi por un rato. Mercedes centrada en limpiar la cara de su sobrina y Adriana disfrutando de ese suave y maravilloso roce que le proporcionaba. Siguieron así hasta que su tía se detuvo.

—No me esperaba que te fueran a gustar las mujeres —comentó que con cierta sorpresa la mujer.

Adriana se quedó algo bloqueada. Le había confesado a Mercedes que era lesbiana. Había sido un paso muy importante para ella, así tanto como cuando le contó a sus padres la verdad sobre cómo se sentía de niña. Tal vez no eran equiparables en cuanto a importancia, pero el hecho de habérselo revelado a su propia tía, la persona que más le atraía en el mundo, suponía un doble esfuerzo.

—Pues ya ves, me gustan, mucho además —añadió eso último buscando reafirmar su orientación.

Tampoco le hacía falta. Su tía estaba más que encantada.

—Vaya, pues qué alegría saber eso —habló muy contenta la mujer—. ¿Hay alguna compañera de la uni que te guste?

Se ruborizó. No podía haberle hecho una pregunta más invasiva, aunque el problema no era que quisiera cotillear sobre su vida privada, sino que, la chica que le atraía era la propia Mercedes. Tragó saliva un poco indispuesta para contestar.

—No, ahora mismo no estoy muy interesada en ninguna chica en particular. —La respuesta no podía sonar más excusable—. Por el momento, me voy a centrar en los estudios.

—Eso me parece bien —aprobó su tía—. Ya habrá tiempo después para amoríos.

Si ella supiera, aunque lo mejor era que no se enterara ni de lo más mínimo.

Mercedes le dio otro abrazo, más suave en esta ocasión. Adriana, ya despejada por completo, volvió a sentir cierta incomodidad al notar el maravilloso cuerpo de su tía pegado al suyo, pero se contuvo y respondió con la misma ternura.

—Entonces, ¿todo bien? ¿Ya no te sientes tan mal? —preguntó la mujer nada más despegarse de ella.

—Sí, ya me encuentro mejor —respondió positiva Adriana.

Su tía sonrió satisfecha y, tras darle un besito en la frente, se levantó.

—Bueno, pues si todo está arreglado, voy a llamar para que nos traigan comida china para la cena. —Se volvió hacia la muchacha antes de salir—, ¿te parece bien?

—Por mi perfecto.

Mercedes asintió como muestra de alegría.

—Por cierto, Adri —dijo antes de irse—. La próxima vez avisa cuando vayas a hacerte una paja, o mejor, hazlo en un sitio más discreto. Así no pillaremos un buen susto como este.

Tragó saliva de nuevo cuando la vio marcharse, no solo por lo que había dicho, sino porque sus ojos se clavaron en ese bamboleante culazo. Incluso con las cosas solucionadas, vivir con su tía seguiría siendo una tortura.

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Los días pasaron con la misma normalidad de siempre, cosa que sorprendió a Adriana. Su tía se comportó de la misma forma que antes. Para ella, todo el incómodo capítulo de pillarla in fraganti mientras se masturbaba no parecía haberle supuesto nada malo. Sin embargo, la chica no lo veía así.

En el fin de semana, salieron al centro. Fueron de tiendas, comieron en un bonito restaurante y pasearon por los vistosos jardines del parque. Estuvieron tranquilas y encantadas con todo lo que hicieron. No notó en ninguna ocasión qué Mercedes se mostrara desagradable con ella. Al contrario, se puso hasta más cariñosa y atenta con la muchacha, llegando a preocuparse en alguna ocasión por si seguía entristecida por lo que les pasó el viernes. Por suerte, Adriana no estaba así, pero si se hallaba muy indispuesta por esas muestras de afecto. Le afectaban más de lo que podría imaginar.

Durante todo ese tiempo, no cesó de pensar en los sentimientos que tenía hacia Mercedes. Había un cariño especial entre las dos por ser familia, eso era evidente, pero en ella, las cosas comenzaban a confundirse. La atracción hacia su tía ya resultaba obsesiva, aunque lo podía achacar a lo increíblemente hermosa que estaba. No obstante, había algo más. Aquello que le afectaba tanto no podía ser solo mera atracción, tenía la sensación de que se trataba de una cosa más profunda, pero no se atrevía a querer averiguarlo por miedo a lo que descubriese.

En sus salidas, Mercedes intentó indagar varias veces en cuáles eran sus gustos en chicas, cosa que no pudo comprometer más a Adriana. No ya por meterse en terreno privado, sino porque todo lo que le gustaba de una mujer procedía de su propia tía. Cada pregunta que le hacía la llevaba al borde del pánico. La chica le daba vagas y muy generales respuestas para que no sospechase nada. Cada referencia a una cualidad de una fémina que le atrajese parecía satisfacer la curiosidad de Merche sin detenerse a suponer que estaba basada en ella misma.

Las conversaciones se sucedieron en esos días varias veces, pero tras un par de severos interrogatorios, la cosa fue más breve y menos incisiva en las siguientes ocasiones. Eso no le arrebató la melancolía a Adriana, quien no podía creer que le acabara de contar a su tía que el tipo de mujer que le gustaba era ella misma. Resultaba tan absurdo, como si pareciera salido de una barata historia de telenovela.

Esos placidos días dieron paso a la siguiente semana, donde ambas regresaron a sus habituales quehaceres, Mercedes a su oficina y Adriana a sus clases en la universidad. Las dos se centraron en sus respectivas ocupaciones sin dejarse alterar por lo que ocurrió. Al menos, eso hizo la tía, porque la sobrina seguía atrapada en la maraña de funestos pensamientos causados por la mujer que le quitaba cualquier exhalación que tuviera a punto de salirle de la boca.

Esa taciturnidad la carcomía por dentro más de lo que deseaba y terminaba dejándola ausente, tanto, que hasta Mercedes se acabó dando cuenta.

—Adri, ¿qué te pasa? —le preguntó el miércoles mientras almorzaban.

La chica se agitó confusa ante la cuestión que su tía le acababa de hacer. Notó como la miraba con cierta incertidumbre, cosa que la dejó un poco intimidada.

—A mi nada —contestó mientras escarbaba entre los espaguetis con su tenedor.

—No sé, te noto como ausente —comentó Mercedes sin más antes de meterse una albóndiga en la boca.

—No, tita, te aseguro que estoy perfecta —dijo la chica con una fingida sonrisilla.

Fue mirar los labios de su tía y perderse. Estaban llenos de salsa de tomate y se imaginó que ella se los limpiaba con su lengua mientras se daban un apasionado beso para luego repasarlos con su lengua antes de que ella se la chupase…

Se agitó de nuevo. Otra maldita ensoñación sin venir a cuento. Adriana estaba cansada de esta situación. Algo que se hizo evidente cuando sus ojos se le fueron otra vez al maravilloso escote del dichoso vestido rojo que su tía volvía a llevar.

—Cariño, ¿seguro que te encuentras bien?

Temerosa que la pudiera pillar, apartó la vista lo más rápido posible, mientras buscaba otra excusa con la que evadir esa comprometida atención. Sin embargo, aquello era una batalla perdida. De repente, Mercedes llevó su mano hasta la suya y se la apretó con fuerza mientras la miraba de forma cariñosa. Adriana quedó desarmada en cuestión de segundos.

—Oye, si te pasa algo, dímelo —le habló con la mayor calidez posible y todo de forma natural, sin forzarse—. Sabes que yo estoy aquí para lo que necesites.

Quería decírselo. Lo ansiaba con todas sus fuerzas y de hecho, se lo planteaba muy seriamente. ¿Por qué no? Ya no soportaba continuar guardándoselo para sí misma por más tiempo y sabiendo lo comprensiva y abierta que era su tía, a lo mejor lo entendía sin ningún problema. La miró, dispuesta a abrir su boca para contárselo, pero en el último momento, se acobardó. Frustrada, supo que no tenía el valor suficiente para atreverse.

—Gracias, tita, pero de verdad, estoy bien —fue lo único que pudo decir.

Mercedes no la miraba precisamente muy conforme. Sospechaba algo, pero prefirió no presionarla más. Le dio un suave apretón en la mano y, acto seguido, terminó de comer. Adriana hizo lo mismo.

Después, la chica decidió irse a su cuarto y ver una serie que llevaba tiempo siguiendo. Acababan de estrenar nueva temporada y deseaba desde hacía mucho ver como continuaba la historia. Mientras la veía, no dejaba de darle vueltas a todo lo que pasaba. De hecho, su mente estaba tan ocupada por esos pensamientos que no prestaba atención a lo que pasaba en el capítulo. Nada de eso importaba. Solo su tía y lo que sentía por ella.

Por la tarde, Mercedes se fue a una importante reunión que su empresa iba a tener con una multinacional para cerrar un trato cuantioso, así que su presencia era necesaria, tanto por todo el dinero que se ganaría como por el importante ascenso que supondría para ella. Como le dijo antes de marcharse, todo el mundo saldría ganando. El tiempo que su tía no estuvo en casa, Adriana lo pasó estudiando. Tenía un examen cerca y centrarse en aprender bien los temas que caerían le sirvió para desconectar de sus obsesiones y pesares. No estaba para seguir dándole vueltas a lo que sentía por ella.

Cuando llegaron las ocho, su tía regresó. Adriana le preguntó por la reunión y, tras una larga retahíla de insultos contra varios de sus compañeros a los que no pudo poner más vuelta y media, le terminó revelando que habían aceptado el trato, así que más dinero entraría en la empresa y Mercedes tendría un buen aumento de sueldo. No pudo alegrarse más por la mujer.

—Sabes que, deberíamos de celebrarlo como es debido —comentó su tía sin más—. ¿Te apetece que salgamos a cenar por ahí las dos?

La idea de ir a cenar a un bonito restaurante esa noche no pudo resultarle más tentadora, aunque eso, suponía pasar más tiempo a solas con Mercedes en un ambiente muy distendido e incitante que la invitaba a caer más en su atracción hacia ella. Eso no le gustaba. Para colmo, con el examen a la vuelta de la esquina, no se hallaba con muchas ganas de fiesta.

—Tita, no me parecería mala idea, pero en nada tengo un examen y no debería salir —dijo algo desanimada.

La reacción de la mujer no se hizo de esperar. Se mostró un poco decepcionada ante lo que su sobrina le acababa de soltar, aunque tambien se mostró comprensiva.

—Vaya, estas liadilla. —Guardó silencio por un momento, como si buscar asimilar aquella información tan desalentadora—. Bueno, lo dejamos para el viernes.

Adriana sonrió conforme y las dos se abrazaron para luego besarse en la mejilla. El cariño que se tenían era muy evidente, demasiado, para el gusto de la chica, pese a que no se podía negar a ello, menos con alguien como su tía.

—Eso sí, nada nos va a librar de celebrar este triunfo —habló de repente enérgica Mercedes—. Hoy vamos a pedir comida mexicana y voy a sacar la mejor botella de vino para tomarnos un buen copazo.

La idea no podría sonar más inapropiada, pero al menos, se quedarían en casa.

—Está bien, pero yo no bebo —le dejó bien claro Adriana.

Beber alcohol junto a su preciosa tita al lado no era la mejor combinación. Sin embargo, la mujer no parecía muy conforme con lo que la chica acababa de soltarle.

—Venga, una copilla al menos si —le sugirió—. Es más, con la comida no te hará demasiado efecto.

Mercedes le dio una suave palmada en el hombro y agarró el móvil para llamar a un restaurante mexicano que tenía repartos a domicilio. Adriana se quedó allí pensando y todo lo que salía de su cabeza no era nada bueno.

La cena fue mejor de lo esperado. La comida mexicana era picante y el vino tinto que su tía sacó sabía muy dulce. Con todo, estaba bien fuerte y una copa fue suficiente para dejarla mareada y contentilla. Adriana no consumía alcohol de forma habitual, así que era normal que se encontrara de esa forma. Mercedes, en cambio, se metió tres copas y seguía perfecta.

—¿Vas bien, cariño? —le preguntó la mujer mientras comían.

La muchacha se sintió un poco cohibida por la cuestión. Su tía le sonrió divertida, como si estuviera disfrutando al ver cómo le afectaba el embriagador poder del vino.

—Descuida, lo estoy —le dejó bien claro—, pero solo me beberé esta copa y ni una más.

Su decisión no gustó ni un pelo a la mujer, quien se mostró contrariada por ello.

—Vamos, no seas tan aburrida —le arengó—. Un vasito más no te hará ningún mal.

—Ya veremos —habló la muchacha contenciosa.

Terminaron de comer y Adriana se disponía a marcharse a su cuarto cuando Mercedes la llamó.

—Oye, ¿por qué no seguimos con la celebración en el comedor? —propuso la mujer con su radiante espontaneidad.

A la chica le iba a dar un sopor de seguir como estaban. Le sorprendía que de las dos, su tía fuera la más marchosa. A su edad, casi en los cuarenta, esperaría encontrarse con alguien más tranquilo, pero estaba claro que todavía le quedaba mucha marcha en el cuerpo.

—Tita, mañana tengo que madrugar para ir a la uni —le respondió en un intento por cesar su efusivo empeño.

—Venga, solo será bailar un poquito al son de la música que pondré y beber algo más de vino —explicó Mercedes—. Un rato y después nos vamos a la cama.

Sabiendo que no tenía oportunidad de escapar, dejó salir un poco de aire mientras se preparaba para aceptar.

—Muy bien, pero no mucho. —Su tía se puso muy contenta al oírla.

—Perfecto, entonces, ponte cómoda y yo voy preparándolo todo.

Resignada, fue a su cuarto para ponerse el pijama y cuando fue al salón, se fijó en que lo único que había hecho Mercedes era llevarse la medio llena botella de vino y dos vasos a la mesita de cristal, además de poner música en la tele. No quería ser cínica, pero le parecía la celebración más cutre que jamás había visto en su vida.

—¿Qué te parece? —preguntó Merche detrás suya.

La inesperada cuestión la pilló desprevenida y dio un pequeño bote, aunque otro volvió a dar cuando se giró hacia su tía.

Mercedes llevaba otro camisón de tirantes corto y ligero, esta vez de color azul claro. Por más que la hubiera visto así tantas veces, todavía no lograba acostumbrarse. Se la quedó mirando embobada mientras se dirigía hasta la mesita y cogió la botella de vino.

—Venga, vamos a servirnos otro vaso —comentó mientras comenzaba a llenar el primero.

—Ti…tita, no creo que deba beber más —dijo Adriana indispuesta.

La mujer la miró sorprendida.

—Vamos, Adri, un vinito mas no te sentará mal —habló mientras se lo daba—. Si es para brindar y terminar la celebración como debe ser.

Miró nerviosa el vaso lleno de líquido rojo. Comenzó a respirar agobiada y, tras ver como su tía llenaba el suyo y lo acercaba hasta ella, supo que tenía que obrar como le había dicho por mucho que le incomodara.

Alzó su copa hasta dejarla muy cerca de la de Mercedes.

—Bueno, pues por un trato bien cerrado que nos dará mucho dinero a todos. —La mujer no podía sonar más orgullosa— ¡Salud!

—¡Salud! —repitió Adriana como pudo.

Las dos chocaron sus respectivas copas y bebieron un buen trago del vino. Adriana se tragó la mitad del contenido de golpe y los efectos del alcohol no tardaron en hacer efecto. Sintió su cuerpo tambalearse un poco y como el calor la inundaba.

—Venga, ¡a bailar! —exclamó Mercedes mientras se movía al son de la música.

La chica admiró a su tía meneando su curvilíneo y sensual cuerpo en un más que provocativo baile. Sus caderas se bamboleaban de un lado a otro y mientras movía sus brazos, sus pechos balancearse en un hipnótico movimiento. Adriana se quedó embobada ante la visión que se le presentaba y decidió dejarse llevar.

Bebió lo que le quedaba de vino en el vaso y empezó bailar, imitando los movimientos de su tita.

—¡Así me gusta, sobrina! —la animó la mujer— ¡Mueve bien ese esqueleto!

Ambas bailaron divertidas y Mercedes volvió a llenar las copas con más vino.

—Oye, ¡no me la llenes más! —se quejó la chica.

—Calla y bebe —fue lo único que le dijo la mujer.

Hizo caso y dio otro trago, aunque sabía que no debía hacerlo. El problema era que se lo estaba pasando bien y, a pesar de que se hallaba en una situación cada vez más comprometida con su tía, no podía sentirse más encantada con ello.

Continuaron hasta que Adriana vació el vaso y vio que Mercedes se llenaba el suyo de nuevo. Se notaba muy eufórica y no creía que fuera cosa del alcohol. Lo estaba pasando tan bien con su tía que no podría sentirse más feliz. La miraba y se veía tan radiante, como una estrella recien descendida del firmamento. Seguía sin entender que le pasaba con ella, pero una cosa tenía bien clara, jamás se iría de su lado.

—Ven, cariño, acércate a mí —le pidió la mujer.

Le hizo caso sin poner ni una sola pega. Así de afectada estaba por el alcohol.

Se aproximó hasta quedar frente a ella, con su rostro muy cerca del suyo. Adriana era un poco más alta que su tía, pero más o menos, se llegaban ambas a la cara. La chica se puso nerviosa por tenerla tan cerca. Ni la euforia ni el alcohol podían disipar ese agobio que la infectaba cada vez que estaban tan juntas.

—Bailemos —le propuso y ella aceptó.

La música que sonaba tenía un ritmo pausado y apacible que hacía que el baile de ambas fuera más calmado. Mercedes continuaba meneándose, haciendo que sus movimientos resultasen hipnóticos. Adriana no le podía quitar el ojo de encima.

—Pégate más —habló quejicosa su tía y la agarró hasta que su cuerpo chocó contra el de ella.

En ese momento, la chica recuperó un poco la consciencia para darse cuenta de lo que pasaba. No tenía muy claro si esto era correcto y empezaba a creer que su tita igual estaba algo más bebida de lo que creía, aunque ella tampoco podía presumir de mantenerse muy abstemia, pues la euforia causada por el alcohol le seguía afectando.

Mercedes le pasó las manos por encima de sus hombros y rodeó por detrás su cuello. Adriana tragó saliva mientras sentía su corazón acelerarse a gran intensidad. No sabía qué hacer en ese momento, donde poner sus manos o si moverse. Estaba hecha un lio al tiempo que no podía dejar de pensar en que se hallaba en una situación tan inimaginable como esta.

—Vamos, pon las manos en mi cintura y bailemos.

Aceptó la sugerencia, aunque por dentro, su alcoholizada conciencia le susurraba que no. Cuando las puso ahí, tembló asustada. No podía creer que estuviera viviendo una situación tan irreal con su tía. Parecía salida de una fantasía que soñase cualquier noche de profundo y placido sueño. Empezaron a moverse suavemente, iniciando una danza lenta y armoniosa.

Bailaron al son de la música, dando varias vueltas con total tranquilidad. Todo parecía en calma, pero Adriana estaba al borde de un ataque de nervios. Trataba de mantener las apariencias, pero cada mirada que le lanzaba su tía la ponía más intranquila. La observaba con sus brillantes ojos marrones, sonriéndole tan encantadora. Eso la obligaba a tener que mirar a cualquier otro lado con tal de que no la siguiera destrozando con ese par de hermosos orbes.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Mercedes de repente.

La chica, más tiesa que un palo de escoba, se sintió acechada por su atemorizada conciencia, quien parecía gritarle que saltara por la ventana, a pesar de encontrarse en el piso veintitantos. Desde luego, cualquier cosa era mejor que estar bailando con la mujer de sus sueños medio borracha.

—Sí, claro —respondió agitada.

—Es que te noto muy tensa, como si no quisieras tenerme cerca —continuó su tía como si la contestación que acabara de darle no le sirviera—. Encima, me rehúyes la mirada. ¿Por qué lo haces? ¿No te sientes cómoda conmigo?

Sospechaba. Tarde o temprano se tendría que dar cuenta y, si bien le sorprendía que hubiera sido necesario tenerla a tan solo un centímetro de distancia, la cuestión era que el momento había llegado y no tenía ni idea de cómo lidiar con ello.

—Te aseguro que estoy… bien. —Se notaba que ya empezaba a perder la compostura.

Mercedes se encontraba calmada, pero su serio rostro denotaba que seguía muy escéptica.

—No es la primera vez que lo noto —le reveló y eso puso a Adriana más nerviosa—. Llevo desde hace tiempo fijándome en cómo te pones cuando estas cerca de mí y eso ha llevado a preguntarme varias veces si es que acaso tienes algún problema conmigo.

—Tita, te juro que no hay nada malo entre las dos —le aseguró ella enseguida.

Estaba claro que no la convencía y eso la alteró mucho. Notó cada vez su proximidad como una inesperada amenaza y, por un momento, tuvo la intención de separarse de ella.

—¿En serio no pasa nada? —Mercedes no podría estar más ambivalente respecto a sus respuestas— Entonces, ¿tú no te sientes atraída por mí?

Ahí fue cuando todo se le vino abajo por completo. Su tita lo sabía. Resultaba absurdo creer por un momento que la habia engañado, pero era evidente, desde el primer minuto que empezaron a hablar, que la mujer ya tenía claro que excitaba a su sobrina.

—Yo….yo… —Adriana estaba bloqueada sin saber que decir—. Tita, yo…

Las manos de su tía se deslizaron del cuello hasta la curva que se formaba hacia la mitad de su espalda para pegarla más a ella. La muchacha se agitó ante este inesperado tirón mientras que la mujer la observaba como si estuviera tensa. Notaba sus ojos languideciendo y como entreabría sus labios.

—Dime la verdad —le reclamó.

Adriana se hallaba en la peor encrucijada imaginable y no tenía ni idea de que hacer, claro que no tenía otra opción que hablar. Los penetrantes ojos de Mercedes la miraban de una forma tan ominosa e inquisitiva que no le quedaba más remedio que pronunciarse. Con todo el dolor emanando de su interior y sabiendo que se arrepentiría tras hacerlo, decidió hablar y que fuera lo que tuviera que ser.

—Sí, me atraes —reconoció al fin frente a la mujer de sus sueños.

Su tía ni se inmutó al oírla, cosa que la sorprendió. Acababa de confesarle que le gustaba y se mantenía estoica, como si lo que había dicho no tuviera el mas mínimo impacto en su ser. Permaneció así por un momento y eso, asustó bastante a Adriana. Que se tomara su tiempo podía implicar que estaba pensando en la forma de ponerla en su sitio por sentirse de esa forma.

—Siempre lo sospeché, pero no quería hacerme a la idea de que fuera verdad —soltó mientras una leve sonrisa se dibujaba en sus labios—. Mi sobrinita, la niña a la que tanto quiero cuidar…

La sobrina respiraba entrecortada. No lograba entender que estaba pasando y lo peor era que el único impulso en su interior era lanzarse para besar a su tía. La miraba tan calmada y siniestra a la vez, sin comprender que le pasaba tras escuchar su confesión y que pretendía hacer al respecto. No tenía ni idea de cómo saldría de esa situación y lo más terrible era que ansiaba acercarse peligrosamente a esos labios.

—Mi sobrina —musitó Mercedes mientras no dejaba de mirarla.

Sintió como la mano de su tita le acariciaba la mejilla izquierda. Los dedos se deslizaban por su piel y las uñas le arañaban los poros, causando una fuerte vibración que estimulaba todo su cuerpo. Su polla tenía una gran erección que simbolizaba lo excitada que se hallaba. Se perdió en la inmensidad de sus ojos, deseando besarla de una vez, aunque no fue ella quien se lanzó.

Cuando los labios de su tita chocaron contra los suyos, Adriana pensó que moriría allí mismo. El beso se intensificó al pegarse la mujer más contra ella. La muchacha respiró profunda por la nariz, pues tenía toda su boca ocupada por la de su tía. Estaba tan nerviosa, pero a la vez, tan emocionada. La sensación era increíble, una mezcla perfecta entre calor y humedad que resultaba muy dulce.

—Tita —murmuró feliz, dejando salir su aliento cuando notó como se separaba.

Se miraron. Ambas estaban pletóricas ante lo que ocurría. Adriana no podía creer que estuviera viviendo algo así. Siempre imaginó en infinidad de ocasiones como sería su primer beso y, en su fuero interno, la única persona a la que colocaba en esa posición era a Mercedes. Sin embargo, sabía que aquello era algo tan absurdo como inalcanzable, pero en ese mismo instante, todo se había hecho realidad. Se observaron con el ansia más grandiosa que podían albergar cada una en su interior y, esta vez, fue la chica quien reinició el beso.

Los labios de su tía estaban muy mojados y se sentían muy suaves. Se apretó contra ellos, haciendo que los suyos se pegaran lo máximo posible. La mujer la abrazó con fuerza y ella hizo lo mismo. Sus pequeños pechos se estrujaron contra el redondeado busto de la otra mientras que su durísima polla chocaba contra su barriga. Cerró los ojos y se dejó arrastrar por las increíbles sensaciones, todas nuevas para Adriana, pero al mismo tiempo, maravillosas.

Se comieron las bocas con un ímpetu animal. Mercedes acarició el rubio cabello de su sobrina y ella imitó la acción perdiendo sus dedos entre las onduladas hebras de su melena marrón oscura. El beso se acentuó aún más cuando la chica notó como una fuerza viscosa y pulsante intentaba abrirse paso a través de sus labios con el mismo poder arrollador de un ariete derrumbando las puertas de un castillo. Al final y tras unos dubitativos instantes, la lengua de su tita se adentró en su boca.

Ambas mujeres iniciaron una húmeda batalla, haciendo que sus lenguas se enrollaran y degustaran el sabor de la saliva. Adriana no podía creer que estuviera viviendo una situación tan excitante. Estaba tan caliente y no podía contenerse más por la emoción, cosa que aumentó cuando notó como su tita la movía mientras no dejaba de besarla. A la misma vez que seguían morreándose sin piedad, se fueron desplazando hasta quedar cerca del sofá. Justo en ese mismo instante, dejaron de besarse y Mercedes empujó a la chica para que cayera encima del acolchado asiento, cosa que la descolocó.

Desde su posición, su tía aparecía más inmensa e intimidante que nunca. Tambien se la percibía más sensual y poderosa, cosa que la atraía mucho más. De repente, la mujer avanzó hacia ella y la obligó a tumbarse a lo largo del sofá para, acto seguido, colocarse encima de la joven. Podía notar su firme y curvilíneo cuerpo pegado al de ella, junto con todo el calor que emanaba de este envolviendo a las dos por igual. Sus rostros quedaron de nuevo muy cerca y no hizo falta consentimiento alguno para volver a besarse.

La pasión se desató como una tormenta impetuosa. Sus bocas se unían en un violento vaivén mientras sus manos acariciaban cada centímetro de cuerpo que hallaban. Adriana palpó la espalda firme de su tía y llegaron hasta el principio de su tentador culo, pero la chica se mostró algo indispuesta a lanzarse. No se podía decir lo mismo de la mujer. Tras acariciar los pequeños pechos de su sobrina, deslizó su mano hasta llegar a la entrepierna y, una vez allí, atraparon algo largo y duro.

Adriana pegó un pequeño tirón cuando notó como le acariciaba la polla por encima del pantalón del pijama. Mercedes se separó momentáneamente de ella para mirarla. La chica se fijó en lo que aquellos ojos ocultaban, un deseo tan salvaje como intenso que quería desatarse a cualquier precio. Eso la intimidó un poco. Nunca había tenido sexo y no tenía claro si estaría a la altura de las circunstancias. De repente, sintió como tiraban de sus pantalones.

—Tita —apenas llegó a decir.

La mujer tiró para abajo de la prenda, deslizándola por las piernas, y con ello, liberó el duro miembro de su sobrina. Adriana miró impresionada como los ojos de su tita se abrían de par en par al admirar su larga y gruesa polla. Ella tambien acabó haciéndolo cuando se fijó en el tamaño que tenía. Nunca la había visto así, aunque, dadas las circunstancias en las que se hallaba, tampoco se podía extrañar.

—¿Siempre se te pone así? —preguntó Mercedes.

—Solo cuando estoy junto a ti —respondió Adriana mientras la miraba fijamente a los ojos.

La satisfactoria sonrisa que se dibujó en los labios de la mujer indicaba que le había encantado oír eso. Acto seguido, cogió la dura polla por el tronco y, cuando la muchacha sintió esos dedos cerrándose alrededor de ella, pensó que moriría allí mismo. Entrecerró sus parpados y observó cómo su tita admiraba fascinada su pene a la vez que comenzaba a mover la mano de arriba a abajo.

—Tita —repitió de nuevo con ronca voz.

Mercedes se inclinó hacia ella y le regaló otro apasionado beso que se prolongó hasta lo indecible. Mientras sentía esos tersos labios pegándose a los suyos, la mano no dejaba de moverse y la chica no paraba de gozar. Notaba como su polla era estrujada sin piedad y como la frotaban de manera incesante, pero suave. Disfrutaba como nunca y se dejó llevar por tanto placer hasta el punto de menear levemente sus caderas para acompañar el movimiento de la mano.

—Tita, tita… —siguió repitiendo.

El húmedo chasquido que emitía la continua masturbación se unía a las contenidas respiraciones de las dos mujeres y se mezclaba con el sonido de sus bocas al besarse y chuparse la una a la otra. Para colmo, el calor las inundaba y Adriana sintió como su tita acariciaba su pelo con cariño y delicadeza. Se sentía tan bien, pero enseguida se dio cuenta de que aquel maravilloso instante estaba a punto de acabar.

—Tita, tita….no puedo más… —advirtió desesperada a la mujer.

Su tía parecía consciente de ello, pues lejos de cesar, aumentó el movimiento de su mano. La chica no pudo contenerse por más tiempo y gimió ansiosa, pegando su cara al rostro de la mujer al tiempo que el constante frotamiento no cesaba.

—¿Te vas a correr, mi niña? —preguntó incitante su tita— ¿Lo vas a echar todo?

No aguantaba más. Sentía una presión todopoderosa en su entrepierna, unas ganas terribles de expulsar todo lo que tenía acumulado dentro. La ansiedad martilleaba su ser con violencia y cuando parecía a punto de volverse loca, gritó descontrolada.

—¡¡¡Tiiiiitaaaaa!!! —aulló Adriana.

Su polla expulsó chorro tras chorro de semen. Cada descarga causó un placer inmenso en la muchacha, que se sintió agitar su cuerpo entero. Su miembro se tensaba y contraía ante cada disparo, dejando que una sensación electrizante la envolviese. Siguió así hasta que fueron siete los chorros que lanzó. Luego, cayó derrengada sobre el sofá, destruida por completo.

Sus ojos permanecieron cerrados en todo momento y además, respiraba abotargada, metiendo cuanto aire podía por su boca para reanimarse. Permaneció en ese estado hasta que decidió abrir sus ojos y volver a la realidad.

—Vaya, has echado más de lo que imaginaba.

Su tía todavía seguía encima de ella. Cuando vio el estado en el que se encontraba, quedó impactada de forma instantánea. El camisón azul que llevaba estaba lleno de semen. Tenía dos trallazos en la zona de la barriga y uno en el pecho. Su mano y brazo derecho tambien estaban perdidos con el espeso grumo blanquecino. Con su mano, todavía empuñaba su polla ya un poco fláccida y de la que aún se derramaba algo de su placer. Era una imagen tan inconcebible como sensual.

En ese instante, Adriana se percató de todo lo que había pasado. De repente, el miedo y la culpabilidad hicieron presa de su conciencia por todo lo que acababan de hacer. Sin embargo, Mercedes no parecía muy consciente de ello, pues la veía actuar como si lo pasado no tuviera repercusión alguna para ella.

—Bueno, hora de irse a la cama —comentó sin más—. Que mañana las dos tenemos que madrugar.

La vio tan sonriente y despreocupada que quedó confusa. ¿No se suponía que ella era la persona responsable y adulta de la casa? Su forma de actuar no tenía sentido alguno, aunque, recordando el evento pasado, ella fue quien lo provocó. Esa revelación golpeó muchísimo más a la muchacha.

—Anda, ve al baño y límpiate antes de dormir —le sugirió la mujer.

Se incorporó para dejar que se levantara, cosa que hizo. Ya de pie, se levantó los pantalones y no dejó de mirar a su tía en todo momento, sin poder creer lo que pasaba. La mujer se puso de rodillas sobre el sofá y, sin previo aviso, cogió un poco del semen del que se había llenado con los dedos y se lo llevó a la boca, degustando su sabor.

—Um, que salado sabe —comentó divertida mientras la miraba a los ojos.

Adriana estaba a punto de desplomarse sobre el suelo sin poder creer lo que contemplaba. Incapaz de decir cualquier cosa, abandonó el salón y puso rumbo al baño.

Tras limpiarse, se dirigió a su dormitorio y se metió en la cama, tapándose por completo por las sabanas. Ya bajo la oscuridad del sueño, la muchacha no paró de repetir en su mente la memoria del que fue su primera experiencia sexual. El primer beso, las caricias, el pedazo de morreo, la caída sobre el sofá, la paja, el momento de su orgasmo. Lo que no paró de repetir era la imagen de su tía, una mujer completamente diferente a la que había conocido hasta ahora.

Siempre pensó que en la cama debía ser alguien muy intenso y apasionado, pero se suponía que eso era algo que jamás descubriría, pues Mercedes era su tía, una persona miembro de su familia. Con ella nunca viviría ninguna experiencia sexual posible. Sin embargo, esta noche lo había logrado y no sabía como sentirse. Arrepentida o culpable eran los estados más probables, pero resultaba que no era así como se hallaba. No, en su interior rumiaba algo mucho peor.

Adriana no se condenaba a si misma por lo que había hecho. En realidad, no podría sentirse más feliz porque algo así hubiera pasado. El problema era que eso la había llevado a descubrir lo que realmente sentía por su tita: estaba enamorada de ella.

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Parte 5.

Adriana creyó que las cosas habían cambiado por completo entre ella y su tía tras lo ocurrido esa noche. Sin embargo, cuando llegó el siguiente día, todo daba la sensación de seguir igual.

Despertó temprano para ir a la universidad y se encontró sola en el piso. Un escueto mensaje de Mercedes enviado a su móvil le explicó que se tenía que ir pronto para el trabajo por asunto importante. Ya en clase, recibió otro de la mujer diciéndole que no iría a comer a casa y que, probablemente, llegaría tarde. Se preguntó si lo que le estaba diciendo era cierto o solo una mera excusa para no tener que verla.

Cuando terminó en la universidad, regresó al piso y comió sola. El silencio resultaba ser un elemento tranquilizador y no se sintió tan vacía como esperaba, aunque había una inquietante sensación de malestar acechando. Se puso nerviosa cuando recordó aquellos eventos que le sucedieron la noche anterior, pero decidió ignorarlos por su bien. Tras terminar el almuerzo, limpió los platos y se puso a estudiar para el examen de mañana, tratando de mantener su mente lo más ocupada posible para no caer en esos funestos pensamientos.

No obstante, mientras repasaba los temas, de vez en cuando, recordó algunos de esos momentos y no le parecieron ingratos. De hecho, le dejaron sensaciones maravillosas. Experimentó algo increíble, su primer encuentro sexual encima con la mujer que siempre deseó. Todavía se veía incapaz de creer que pudiera haber vivido un evento igual y eso la confundía bastante, sobre todo, por la actitud de su tita.

¿Por qué le hizo eso? Tenía claro que si le preguntó por la atracción que sentía hacia ella se debía a que lo sospechaba, pero no conseguía comprender que la impulsó a besarla y hacerle una paja. Quizás fue el alcohol lo que la llevó a hacer eso, aunque no podía haber sido lo único. Lo peor era preguntarse cómo se hallaría ahora. Quizás por eso no se hallaba en casa. Tal vez estaría arrepentida de lo que ocurrió y no tendría el suficiente valor para confrontarla.

Adriana desterró aquellas cavilaciones de su mente y se centró en el estudio. El examen de mañana era importante y tenía que aprendérselo todo bien. A pesar de eso, en más de una ocasión la imagen de su tía besándola o masturbándola aparecía de repente sin darle tregua alguna. Tuvo que concentrarse mucho para no verse consumida por la culpa y la excitación.

Al llegar las ocho, escuchó la puerta abrirse y se sobresaltó. Había llegado el momento de enfrentar al problema que sería imposible de esquivar. No quería ni imaginar cómo se sentiría Mercedes, aunque si había estado tan ausente en todo el día, seguro que no andaría muy animada con ello.

Escuchó por el pasillo los tacones de su tía repiqueteando sobre el suelo y, cuando pasó cerca de su cuarto, creyó que abriría la puerta para verla, pero no lo hizo. Pasó de largo. Respiró aliviada, aunque eso no la dejó muy satisfecha. Siguió esperando hasta que escuchó como volvía a pasar, aunque no se detuvo. Continuó en dirección hacia a la cocina, probablemente porque iba a cenar.

Una mezcolanza de miedo y confusión la inundó. Era evidente que su tía la estaba rehuyendo y eso la hizo sentir miserable. ¿Qué razón tenía para hacer algo así? Estaba claro que habían cometido un acto terrible, pero no era como si Adriana fuera la culpable directa. Después de todo, fue la propia Mercedes quien la besó y provocó todo. Tal vez se sintiera arrepentida de lo que había hecho, aunque evitar el asunto no lo arreglaría, tanto por no afrontar consecuencias como por cómo se estaba sintiendo su sobrina.

Adriana decidió que lo mejor era hacer frente al asunto. No valía la pena seguir escondiéndose. No sería positivo para ninguna de las dos hacer como si no hubiera pasado nada y ya que su tía parecía no estar dispuesta, ella se encargaría de dar el primer paso.

Salió de la habitación y se dirigió a la cocina. Iba con paso firme, más que lista para confrontar el tema, pero conforme avanzaba, más se fue dando cuenta de lo mala que era su idea. Para cuando por fin llegó a su destino, se había detenido, incapaz de atreverse a entrar y ver a la persona con la que más tenía que hablar en ese momento. Se quedó paralizada, sopesando la posibilidad de largarse. Cuando escuchó el sonido de su tía trasteando dentro, supo que no había marcha atrás.

Entró y se encontró a Mercedes preparando sopa en una cazuela. Tambien había un sándwich a medio comer sobre la mesa junto con un vaso lleno de zumo de naranja. La chica se quedó allí parada mientras la veía trasteando. Llevaba un vestido verde bien apretado que resaltaba sus caderas y su magnífico culo, dejando al descubierto las piernas hasta la altura de la rodilla. La observó en silencio hasta que la mujer se volvió, llevándose un pequeño susto al verla ahí.

—¡Adriana! —dijo impactada—. No te había visto entrar.

Se percibía lo inquieta que estaba. Era evidente que el encuentro iba a ser de todo menos agradable. La chica la miró con seriedad, esperando poder abordar el asunto como debía, aunque tenía la sensación de que no iba a ser así. Desde luego, su tía no parecía estar por la labor.

—He hecho un poco de sopa —le indicó señalando a la cazuela, donde el agua ya estaba hirviendo, dejando salir bastante vapor—. Si quieres echarte… o igual has cenado. Lo… lo que tu veas.

Le sonrió bastante nerviosa. No podía ser más evidente lo avergonzada que se encontraba. Adriana permaneció quieta, sin reacción alguna ante lo que veía. Simplemente se hallaba dentro de un abismo de incomprensión muy grande por todo el desconcierto que tenía en su cabeza. No tenía fuerzas para siquiera mencionar aquello que tanto atormentaba a las dos.

—Tomaré un poco —habló escueta.

Su tía se mostró un poco comprensiva y apagó el fogón. Adriana sacó dos cuencos de uno de los cajones y se sirvieron. Sentadas ante la mesa, se tomaron la sopa calladas. La chica tenía la mirada puesta frente a la comida, tomando cucharada tras cucharada de la sopa sin rechistar. Mercedes tambien parecía indiferente, limitándose a comer, sorbiendo un poco mientras lo hacía. No había intención alguna por sacar el tema. Simplemente, no podían.

Cuando terminaron, Adriana dejó los platos en el fregadero y se fue sin siquiera mirar a su tía. Ella tampoco tuvo la más mínima intención de decirle algo. Se quedó sentada, comiéndose su sándwich, ignorándola. En algún momento, antes de irse, la chica esperó que le dijese cualquier cosa, pero no lo hizo, así que se marchó sin más, dejándola allí como si no fuera más que otro mueble de la casa.

Se metió en su cuarto y, tras ponerse el pijama, se tumbó sobre la cama. Escuchó a su tita caminando por el pasillo, en dirección a su dormitorio, y, pese a pasar por el lado del suyo, ni se molestó en tocar siquiera a la puerta. Tumbada sobre la cama, esperó que en algún momento decidiera venir, pero no lo hizo. Ni un mísero intento siquiera de escuchar el más mínimo movimiento. Eso la deprimió hasta tal punto que rompió a llorar.

¿Así serían sus vidas a partir de ahora? ¿Ignorarse casi todo el tiempo y limitarse a interactuar con tristes frases con un incómodo silencio como simple mediador? Intentó sollozar lo menos posible. No quería que la escuchara y no deseaba que aquella tristeza la terminara engullendo, pero le resultaba imposible. Estaba destrozada. Si disfrutar de cinco minutos de paraíso suponía perder para siempre la compañía y la dulzura de su tita, lo mejor que debió hacer fue rechazar ese beso. Así tenía que haber actuado. Había sido una estúpida por dejarse arrastrar por sus deseos. Pensándolo bien, se podría incluso decir que sacó provecho de que Mercedes estuviera bebida para poder tener aquello que tanto anhelaba. Se sintió como una pervertida y una oportunista al haber tenido sexo con ella. Estaba muy asqueada de sí misma y eso la hizo llorar más.

De esa forma pasó la noche, martirizándose por ser tan idiota y queriendo que su tita le volviera a hacer caso.

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El examen no salió bien.

A Adriana le dolía un montón la cabeza porque no había pegado ojo en toda la noche. Estuvo todo el rato dándole vueltas a lo que había pasado con su tía y lloró varias veces. Acabó agotada y, para cuando fue a conciliar el sueño, ya era hora de levantarse. En ese estado, no se hallaba en condiciones para hacer bien la prueba. Le costó concentrarse y encima, cuando quería ponerse bien a ello, su mente la teletransportaba a sus continuas preocupaciones.

Volvió a casa desanimada por completo. Ni siquiera quedó con sus amigas para tomarse algo en la cafetería tras salir del examen. Estaba tan alicaída que lo único que deseaba era regresar al piso y no salir de ahí en todo el fin de semana, aunque tampoco deseaba quedarse allí encerrada. Aislarse en ese sitio implicaría cruzarse con su tía y eso era algo a lo que no quería exponerse. Por más que buscara otra alternativa, se encontraba atrapada en una encrucijada imposible de evitar.

Nada más entrar en el piso, se fue al cuarto y se tiró sobre la cama. Estaba rendida, tanto en energía como en moral. Dejó salir una buena bocanada de aire, sonando como un lamento, y hundió su cabeza contra la almohada. Estaba tan frustrada, sin dejar de creer que toda esta situación tan complicada había sido culpa suya. Si no se hubiera dejado llevar por sus deseos más tórridos ahora no estaría pagando las consecuencias. Permaneció acostada y tan solo sollozó un poco antes de cerrar sus ojos y dormirse.

Pasaron dos horas antes de despertar por culpa de la puerta de la entrada al abrirse. Su tía había regresado y si bien se notaba despejada tras descansar, no podía negar que no se hallaba con fuerzas de enfrentarse a lo que pudiera pasar. Con todo, decidió que en esta ocasión sería ella la que actuaría de manera más normal, así que decidió salir del dormitorio.

Cuando llegó a la cocina, se encontró a su tía dejando un recipiente de plástico sobre la mesa. Llevaba su vestido rojo, el más bonito que tenía y que mejor le quedaba. Su pronunciado escote realzaba sus pechos y las curvas de su figura se acentuaban bajo la tela de forma perfecta. No importaba lo que llevase, siempre se veía igual de hermosa, pero algunas prendas aumentaban esa belleza de manera exponencial.

—Ah, hola, Adriana —la saludó—. He traído un pollo asado con patatas fritas para comer.

Señaló hacia el recipiente de plástico y ella asintió clara. Luego, la ayudó a poner la mesa, encargándose la muchacha de los vasos y los cubiertos mientras que la mujer colocaba los platos. Luego, abrió el plástico que recubría el recipiente para servir la comida.

—Pensé que habrías hecho algo de comer, aunque ya veo que no ha sido así —le dijo—. Bueno, mejor. No tienes que ocuparte de hacer algo y comemos ya.

La miró en completo silencio. Se la notaba tan tranquila y encantadora. Parecía haber olvidado todo lo que les sucedió el miércoles por la noche. Quizás no se acordase por culpa del alcohol, aunque enseguida descartó esa posibilidad. Estaba un poco tocada, pero no hasta el punto de tener una borrachera seria. La única opción probable era que estuviese ignorando el asunto de forma deliberada porque no quería enfrentarse a ello.

—Venga, a comer —habló animada mientras se sentaba en su sitio—. Esto huele que alimenta.

Le hizo caso sin decir nada y comieron tranquilas. De vez en cuando, Mercedes hablaba y ella respondía con un mero asentimiento de cabeza o un simple “si”. Cuando le preguntó por cómo le había salido el examen, le contestó que bien, aunque sabía que era una completa mentira. Sería un milagro que lograra aprobar por los pelos.

Continuaron almorzando y, de vez en cuando, Adriana la miraba. No podía creer que su tía se mostrara tan despreocupada después de lo que les había pasado. No esperaba que fueran a volverse locas, pero, por lo menos, podrían hablar del tema, algo que necesitaba porque no conseguía quitarse esa sensación tan infecciosa de culpabilidad. De hecho, cuando cogió un trozo de patata, pudo ver cómo le temblaba el tenedor. Se hallaba al borde del colapso. Sin embargo, nadie dijo nada. Adriana no se atrevía a decir algo y Mercedes parecía actuar como si jamás le hubiera hecho una paja a su sobrina.

Una vez terminaron, su tía le sugirió ir a ver la televisión. Solo de pensar en sentarse juntas en ese sofá donde tuvo lugar el inmoral acto la hizo temblar de miedo. Sin dudar, le contestó que se iba a su cuarto a ver una película. Pudo notar cierta decepción en la mujer, pero prefirió ignorarlo. Por más que le doliera, no tenía la voluntad suficiente para estar a su lado. Se marchó sin decir nada, a pesar de que tenía tantas cosas que ansiaba soltar.

Se tumbó en la cama, colocándose el ordenador portátil encima, y se puso la peli. No obstante, ni le prestaba la atención. Su cabeza se hallaba perdida en todo lo que vivía y sentía en esos momentos. Recordó los eventos de aquella noche, como todo se desarrolló y todo el feliz placer que disfrutó. ¿De verdad tenía tanta culpa en lo que sucedió? ¿Por qué su tita hizo algo así? ¿Solo estaba bebida o acaso había otra cosa? Había algo raro en todo aquello y la forma tan extraña de actuar de la mujer no ayudaba. Claro que eso no era lo peor.

Haciendo de tripas corazón, Adriana se reconoció a si misma que estaba enamorada de Mercedes. Pensaba que se trataba de un sentimiento absurdo, pero no podía seguir negándolo por más que quisiera. Ese amor había estado ahí siempre y tan solo se había limitado a esperar con intermitentes apariciones a lo largo de su vida hasta llegar a este preciso momento. La experiencia de vivir juntas terminó de completar el cuadro y ahora, la chica lo tenía enfrente, comprendiéndolo por fin.

Unas lágrimas cayeron de sus ojos. Resultaba tan terrible hacer frente a un dilema como ese. Amar de esa forma a su tía se consideraba algo horrible, un tabú del que nadie quería saber y eso la carcomía por dentro. Si confesase todo lo que sentía por ella, sabía cuál sería la reacción. Enfado, condena, negación, miles de palabras negativas surgían en su cabeza que definían a la perfección lo que pasaría si se atrevía a hablar. Eso le dio mucho miedo, aunque, al mismo tiempo, volvió a pensar en lo que a ambas les sucedió ese miércoles por la noche. Las cosas no eran tan simples y nefastas como la chica creía.

De repente, unos pasos sonaron por el pasillo. Mercedes iba a su cuarto. Escuchó con paciencia como caminaba por su cuarto, aunque el sonido fuese lejano. Sabía lo que estaba haciendo y eso, la hizo entrar en pánico. Nerviosa, se levantó de la cama de un salto. Su cabeza trabajaba a cien revoluciones por minuto, analizando de manera desquiciada que hacer y qué consecuencias tendrían lugar según como ella actuase. Sopesaba cada posibilidad y su correspondiente resultado, llenándola tanto de confusión como de angustia. Sabía que este era el momento, pese a tener claro que lo que ocurriera podría dañarla gravemente, pero no había otra forma.

Cuando sonaron pasos de nuevo por el pasillo, Adriana salió por la puerta y se encontró de bruces con su tía.

—Adri, ¡coño! —habló sobresaltada— Ten cuidado al salir.

La miró de arriba a abajo. Llevaba la chaqueta verde y los leggins negros. Se dirigía para el gimnasio. No podía permitirlo. No hasta que tuvieran la conversación.

—Tita, tenemos que hablar —le dijo con determinación.

—Voy tarde al gimnasio —se excusó su tía—. Si eso, cuando vuelva, me dices que es.

Intentó marcharse, pero la chica se lo impidió. No estaba dispuesta a moverse ni un centímetro. Así se había mentalizado. Sabía que era una locura, pero ya no le importaba.

—Adri, esto no tiene gracia. —Se notaba que Merche se estaba cabreando.

Trató de apartarla, pero Adriana no cedió. Parecían a punto de forcejear cuando la chica logró cogerle los brazos e inmovilizarla. La tía quedó impresionada al sentir la fuerza de su sobrina. Ella misma tambien se sorprendió. Como fuera, no dudó en mirar a los ojos de la mujer con decisión. Ya no había marcha atrás.

—Tenemos que hablar de lo que pasó el miércoles.

La expresión de sorpresa en el rostro de su tía lo decía todo y más se acentuó cuando se volvió hacia otro lado, como si no quisiera enfrentar el problema. Adriana se mantuvo firme y sostuvo sus brazos mientras que la mujer dejaba caer su espalda contra la pared, resoplando a disgusto.

—Por lo menos, suéltame —le pidió y la chica hizo caso sin rechistar.

Se miraron incomodas y ninguna sabía que decir. Desde luego, Adriana sería quien debería empezar, pero ahora, el miedo la tenía paralizada. Resultaba tan ridícula, sobre todo, después de como se había envalentonado. Al final, fue Mercedes quien decidió comenzar la complicada conversación.

—Mira, lo que pasó el miércoles fue un accidente —le dejó bien claro—. Bebimos más de la cuenta y no sé cómo, terminamos haciendo una cosa de la que es mejor olvidarnos, ¿vale?

Tragó un poco de saliva. El mensaje era tajante y estaba claro que buscaba cortar de raíz cualquier discusión de lo que les ocurrió. Sin embargo, Adriana necesitaba sacarse de dentro ciertas cosas porque ya no podía más.

—Tita, yo tengo la culpa de lo que ocurrió —soltó como si estuviera confesando un crimen horrible—. Me aproveché de lo bebida que estabas para besarnos y que me hicieras… una paja.

Estaba a punto de llorar. No entendía como se podía derrumbar tan fácilmente. Era tan vulnerable ante su tía, aunque, por otro lado, era normal que lo fuera. Ella era la única persona a quien se podía mostrar de esa forma. Nadie más la vería así porque la rehuiría sin dudarlo.

Mercedes la miró con sorpresa, como si no esperara escucharla decir algo como eso. Sin dudarlo, fue a su lado y le agarró la cara con sus manos.

—Cariño, esto no es culpa tuya —habló con clara intención de exculparla—. Yo soy la responsable de todo esto. No debí comportarme de esa forma ni hacerte lo que te hice. En todo caso, fui yo quien se aprovechó de ti.

Ahora la cosa se volvía confusa. Adriana tenía asumido que fue ella quien metió la pata, pero ver a su tia adjudicarse la culpa comenzaba a resultarle extraño. Lo peor era que esas afirmaciones la estaban impacientando cada vez más.

—Soy la persona más mayor de la casa y responsable de ti —continuó hablando Mercedes en un intento por dejar claro quien tenía toda la culpa—. Es algo que no me podré perdonar y pretendía hacer como si no hubiera pasado nada, pero está claro que de nada sirve ignorar los problemas, menos cuando tambien te afectan a ti.

Acarició su rostro con suavidad mientras la miraba con mucho amor. Si necesitaba alguna explicación más sobre por qué había terminado enamorándose de semejante mujer no la necesitaba porque era muy obvio el motivo. Mercedes era maravillosa.

—Ya, tita, pero yo tambien debí frenarme —comentó afligida.

La mujer no se mostraba enojada. Estaba claro que no iba a cabrearse con ella por esto, pese a que no le gustaba que cargara con tantas culpas.

—No pasa nada. —Su voz sonaba suave y tranquilizadora—. Te dejaste llevar por las ganas de experimentar, ya está. Tan solo fue un error.

Un error. En ese momento, tuvo claro todo. No lo fue. Besó a su tía, no solo por querer experimentar aquello que parecía imposible de alcanzar, sino porque la amaba. Fue ese momento en el que todo se quebró para la chica.

—¿De veras piensas que fue un maldito error? —preguntó contenida.

La cuestión pilló de improviso a la mujer.

—Pues claro. Somos familia, no es una cosa que debiésemos hacer —se explicó algo confundida—. Una tía y una sobrina no se relacionan de esa manera.

Esa última frase resonó en su mente como si pareciera una ofensa. No podía más.

—¿Crees que te besé solo por querer experimentar?

Mercedes se quedó enmudecida al ver como se estaba poniendo.

—¿Quieres saber por qué lo hice? —dijo mirándola fijamente a los ojos— Lo hice porque estoy enamorada de ti.

Y en ese mismo instante, fue ella quien besó a su tía.

Creyó que moriría al sentir de nuevo esos tersos labios. Se pegó a ellos y se apretó con fuerza como si su vida misma dependiera de esa boca. Respiró abrumada y cerró sus ojos. Lo increíble era que Mercedes parecía estar siguiéndola en su acción, pues no se había apartado. Se preguntó si eso sería una posible señal de algo más, aunque no lo tenía tan claro.

Permanecieron así por un pequeño rato hasta que la chica decidió apartarse. Miró a su tía nerviosa, temiendo lo peor al haberse atrevido a hacer una cosa tan osada como besarla. Sin embargo, no notó en el semblante de la mujer ninguna señal de enojo.

—Vaya, sí que te has lanzado —habló impresionada Merche.

—Bueno, tú me dijiste que a veces es bueno tomar riesgos en la vida —replicó ella sin dudarlo.

Mercedes sonrió al escucharla y le acarició la mejilla izquierda con una mano. Adriana se sintió tan bien al percibir ese cálido roce. Era un cariñoso gesto que la calmaba y envolvía en una reconfortante felicidad de la que no deseaba escapar bajo ningún concepto.

—Así que estás enamorada de mí —dijo la mujer a continuación.

Esa afirmación sobrecogió un poco a la sobrina. Haberle confesado lo que sentía a su tía fue muy liberador, pero ahora, tenía que encarar el dilema de lo que implicaba para las dos. La miró preocupada. Esperaba que la cosa no se fuera a complicar.

—Pu…pues si —reconoció indispuesta.

—¿Desde cuándo?

—En la adolescencia. Por ese entonces, ya me atraías mucho —rememoró—. Claro que han sido en estas últimas semanas cuando me he dado cuenta de lo que me pasaba.

No vio que Mercedes se enfadase con cada cosa que le decía. De hecho, la veía muy serena, acariciándole la cara como si buscase relajarla, cosa que no podría agradecer más.

—Siempre he sabido que te atraía y me parecía normal. —Oírla decir eso la puso algo tensa—. Sin embargo, descubrir que sientes algo más profundo por mí, bueno, me ha dejado anonadada.

Si lo estaba, lo aparentaba muy bien, pues seguía muy tranquila. Cualquier otra persona ya se habría escandalizado y estaría gritando al cielo esa palabra que Adriana no deseaba bajo ningún concepto mentar. Su tía, en cambio, ni se inmutaba. ¿Era posible que no le pareciese tan mal? Desde luego, resultaba una posibilidad bastante tentadora de creer, sobre todo, por lo que podría implicar. Con todo, Adriana prefería no hacerse ilusiones.

—Supongo que me verás como una completa degenerada, ¿no? —espetó la chica con mucho dolor. No le gustaba reconocerlo, pero así se sentía en ese momento.

De nuevo, Mercedes se mantuvo en calma. Estaba sorprendida por verla reaccionar de una forma tan serena a algo tan fuerte como que estuviera enamorada de ella, aunque, quizás, tambien Adriana se había dejado llevar demasiado por el pánico sin concluir que su tía tal vez no se sentía tan molesta como imaginaba. Al menos, eso quería pensar.

—¿Eso crees? ¿Qué te veo como una degenerada? —Una sonrisa malévola se dibujó en el rostro de la mujer que puso a la chica más inquieta— Porque si es así, yo tambien lo soy.

Ahora, quien dio el beso fue la propia Merche.

Adriana se quedó petrificada cuando se le acercó y le plantó sus labios en los suyos. Aquel sobrecogimiento la dejó muy rígida, pero no tardó en relajarse al ver que la mujer continuaba el ósculo sin ninguna duda. En poco tiempo, se entregó por completo a ella.

El beso se prolongó por lo que a la chica le pareció una eternidad. Sintió como las manos de su tita le agarraban el rostro mientras más profundizaban con sus bocas la una en la otra. Los labios se abrieron y las lenguas tuvieron de nuevo vía libre para explorar. Adriana movió su cabeza a un lado para intensificar la unión. Su lengua paladeó la de la mujer e intercambiaron cálida saliva. Gimieron, resonando en el interior de cada una. Ya no se besaban, se morreaban de forma salvaje. Continuaron así, degustándose con placer y calma, permitiendo que sus lenguas jugueteasen y chupando sus labios como si fueran a absorberlos, hasta que se separaron.

Terminada la unión, se miraron pletóricas. Algo de saliva le caía por la comisura de los labios a Mercedes y Adriana se dio cuenta de que tambien le pasaba lo mismo, aunque eso no era lo importante. Lo que ahora la tenía totalmente abrumada era el beso que acababa de recibir de la mujer que amaba.

—Tita… —dijo antes de volver a ser interrumpida por otro inesperado beso.

Mercedes fue esta vez mucho más impetuosa. La besó con hambre y no contenta con eso, pegó a su sobrina contra la pared.  Adriana se agitó un poco ante la fogosidad de la mujer y más lo hizo al sentir su cuerpo pegado contra el suyo. Sus pequeños pechos fueron aplastados por la gran y redondeada delantera de su tía y su ya más que duro pene se restregaba contra su barriga. Todo se estaba tornando cada vez más apasionado y deseaba con todas sus fuerzas que no cesase bajo ningún concepto.

Su tía estaba desatada. Le mordisqueó los labios, los chupó con mucha ansiedad y pasó la lengua por ellos varias veces. La abrazó y hasta se atrevió a tocarle el culo. Ella, por su parte, se encontraba perdida. Lo máximo que hizo fue cogerla por la cintura y gemir un poco al restregarse su polla contra el agitado cuerpo de la mujer. Comenzaba a sentirse muy insegura por lo que pasaba y por eso, decidió frenar lo que sucedía por más que quisiera continuar.

—Tita, por favor…. Para.

Eso fue suficiente para que la mujer se detuviera. La miró contenida, probablemente por notar su inactividad.

—¿Qué pasa, cariño? —preguntó preocupada.

No sabía ni que decir ni cómo hacerlo. Por dónde empezar, claro. No solo se estaba enrollando a lo bestia con su tía, sino que encima, estaban haciendo algo que se suponía no debía pasar. No por su parte, obvio, ella la amaba, pero Mercedes era quien tendría que mantenerse firme. Ella no la quería de la misma forma después de todo, ¿o sí?

—¿Tú me quieres?

La cuestión que le acababa de hacer no podría ser más simple y aun así, se mostraba más compleja de lo que aparentaba. De hecho, Merche la miró dudosa. Daba la sensación de que no se atrevería a contestar.

—A ver, claro que te quiero —admitió la mujer—. Eres mi sobrina y siempre vas a ser lo más importante para mí.

—Ya, tita, pero no me refiero a eso —le señaló la muchacha.

Enseguida, la expresión en el rostro de Mercedes señaló a que se refería su sobrina y de un gesto de revelación pasó a uno de sorpresa algo bochornosa.

—A ver, no niego que eres alguien muy especial para mí —habló todavía renuente—. Me gusta el tiempo que pasamos juntas y siempre sacas mi lado cariñoso sin siquiera proponértelo. Eso no cambia el hecho de que sigues siendo mi sobrina.

—Entonces, ¿por qué me has besado? —La pregunta no podría ser más intrusiva, pero debía serlo— ¿Por qué me masturbaste aquella noche?

Esperaba ponerla contra las cuerdas para sonsacarle la verdad y, por un momento, parecía ser así, pero la experiencia siempre superaría a la pericia, porque su tita se notaba que ya había pasado por esto antes.

—Porque me pones —contestó sin ningún tapujo la mujer—. Siempre me has parecido una chica preciosa y cuando te pille masturbándote, eso encendió mi libido como nunca.

De nuevo, se aproximó a ella con paso intimidante. Adriana retrocedió hasta que su espalda dio contra la pared, dándose cuenta de que no había escapatoria. Su tía la miró como si tuviera hambre, por ella específicamente. La muchacha tembló un poco, pero enseguida supo lo que iba a pasar.

—Me vuelves loca, cariño, y traté de mantener la distancia lo mejor posible para que no pasará algo entre las dos —continuó diciéndole con voz contenida, haciéndole crepitar cada vez que la escuchaba—, pero aquella noche, el alcohol me impulsó a hacerlo y, tras darle tantas vueltas ahora, me doy cuenta de que fue lo mejor que nos pudo pasar.

—Yo no me arrepiento —admitió la chica.

—Yo tampoco —habló su tía para concluir la mutua atracción.

Sin dudarlo, ambas amantes se entregaron por fin al deseo prohibido.

Ya no había culpas ni remordimientos. Habiendo sacado todo lo que llevaban dentro, despejaron el camino para hacer aquello que deseaban desde hacía tiempo.

Adriana se sentía en el cielo besándose y abrazando a Mercedes, pero no podía negar que la situación la superaba. Siendo una chica que jamás había tenido una relación sexual, no tenía ni idea de cómo actuar. Intentaba hacer lo mismo que su tía y, por ahora, la cosa iba bien, aunque esto no eran más que los preliminares. Llegar a la parte seria era lo que la asustaba. Por eso, a pesar de estar disfrutando con los besos, las caricias y hasta los magreos de la mujer, tuvo que frenarla de nuevo.

—Oye, tita, para….un poco… —habló agobiada.

Mercedes se detuvo y notó por como la miraba que no empezaba a gustarle tanta interrupción. Eso angustió a la chica. No quería que su tía se enfadase con ella, pero tampoco podía seguir sabiendo lo cerca que estaría de pifiarla si tenían sexo. Eso la asustaba hasta niveles insondables.

—¿Qué pasa? —preguntó la mujer, mostrando esa cándida preocupación que la hacía tan maravillosa.

A Adriana le costaba horrores decírselo. Seguramente, Mercedes ya sabría de sobra que ella era virgen, incluso era posible que ahora mismo ya sospechase que ese dilema era lo que tanto la afectaba. De todos modos, admitirlo resultaba bastante humillante para ella, aunque sabía que tenía que hacerlo.

—Verás…yo…soy… virgen. —Le costó horrores soltarlo.

Las cejas de su tía se elevaron ante la sorprendente confesión. Adriana se sintió muy abatida tras lo que acababa de decir y concluyó que había arruinado el apasionado encuentro. De hecho, llevaba todo el rato siendo ella la causante de tanta interrupción. Le impresionaba que Mercedes no se hubiera hartado. Sin embargo, no era así. La mujer acarició su rostro con cariño y le sonrió con su magnífico encanto.

—Claro, sé que lo eres y aquí estoy yo, sacando a la insaciable bestia que llevo dentro casi a punto de devorarte —comentó divertida y, sorprendentemente, comprensiva—. No debo estar haciéndote pasar un buen rato.

—Estoy muy nerviosa —siguió reconociendo la chica como si se fuera a consumir por la vergüenza—. No tengo ni idea de que hacer a continuación y me aterra no estar a la altura para ti.

Se lo dijo mirándola a los ojos y, por un momento, temió que Mercedes fuera a sentirse decepcionada, pero su tía no era así. Enseguida se dio cuenta de que ese pensamiento era una inmensa estupidez, más cuando la mujer le seguía acariciando el rostro con dulzura.

—Tu tranquila, Adri —la calmó—. Dada tu falta de experiencia, no espero que me hagas cosas increíbles.

—Ya, pero has pasado por tanto que… —Estaba bloqueada, sin saber que decirle que no sonara tan estúpido— Quiero decir, has tenido muchas relaciones y seguro que te habrás acostumbrado a que te den mucho placer y yo no sé si podré.

Una cálida sonrisa se dibujó en los labios de su tita, mismos labios que terminaron besándola de nuevo con una calma y sensualidad únicas. Mercedes irradiaba una naturalidad a la hora de comportarse que resultaba admirable. No había ni un solo ápice de inseguridad en ella, cosa que Adriana no podría admirar más.

Tras besarla tan amorosa, la mujer se retiró un poco, aunque mantuvo su cercanía, cosa que alteró a la chica y que se acrecentó cuando sintió su mano palpando su erecto miembro.

—Um, está bien dura —mencionó mientras escrutaba la forma de su polla.

Adriana se encontraba en tensión sintiendo ese indiscreto y placentero roce por la entrepierna. Gimió un poco y su tía, percatándose de su estado, le dio varios besos en el cuello.

—Tranquila, sobrinita —le dijo al oído con delicada voz—. Estas en buenas manos.

—No sé si aguantaré —habló con voz lastimosa la chica.

Su tita la miró fijamente a los ojos, perdiéndose ella en sus irises marrones. Notó como la mano apretaba su polla. Si bien no estaba a punto de correrse, sabía que no pasaría demasiado tiempo para que estallase, cosa que la aterraba. Mercedes le dio otro suave beso que la tranquilizó un poco, cosa que agradeció.

—Vamos a mi cuarto —le sugirió tras retirarse—. La cama es lo bastante grande para las dos.

Cogida de su mano, Adriana se dejó llevar por su tía hasta el dormitorio, emocionada por lo que estaba a punto de pasar.

Nada más llegar, se sentaron sobre la cama. La chica miró incómoda a su tía, quien se mostraba más serena, quitándose sus zapatillas deportivas y luego, ayudándola a ella a quitarse las suyas. La observaba actuando con total tranquilidad, algo normal, pues ya estaba acostumbrada al sexo. Cuando Mercedes notó su inquieta atención, sonrió de forma tierna.

—Estas nerviosa, ¿eh? —comento divertida.

—Sí, es todo tan nuevo para mi —respondió tímida.

Su tía le acarició el rostro, sonriendo encantada al escucharla. Luego, le dio un beso y Adriana cerró los ojos, dejándose llevar por las maravillosas sensaciones que le producía. Sintió como esa lengua invadía su boca y la engulló como si buscara arrancársela. Gimió llena de gusto, aunque no tardó en inquietarse cuando notó unas manos acariciando sus piernas. Enseguida, se dio cuenta de que era Mercedes trasteando con su pantalón.

—Ven, deja que te lo quite —comentó la mujer mientras se lo desabrochaba.

Respiró intranquila a la vez que su tía tiraba de la prenda y la pasaba por sus piernas para después tirarla al suelo. Adriana se sintió expuesta al sentirse desnuda de cintura para abajo, por lo que cruzó las piernas avergonzada.

—Tu tranquila —le dijo para que se relajase—. Déjame que te quite la camiseta.

Algo reticente, accedió. Alzó los brazos hacia arriba y Mercedes le sacó la prenda, la cual lanzó al suelo junto con los pantalones. Ahora, se encontraba en ropa interior frente a su tita. Jadeó un poco, sintiendo como los nervios se apoderaban de ella y un súbito cosquilleo recorrió su cuerpo cuando la mano derecha de su tía comenzó a acariciarla.

—Que piel más suave tienes —expresó encantada mientras se la tocaba.

La mano viajó desde su hombro izquierdo hasta su cintura y se posó sobre su barriga. Eso hizo que la chica temblequeara un poco y causó que abriera sin querer sus piernas como reacción, exponiendo el evidente bulto que su empalmada polla formaba bajo sus bragas.

Al darse cuenta, Adriana miró hacia su tía, que tenía los ojos posados en su miembro. Eso la avergonzó tanto que se retrajo. Mercedes, al notarla tan azorada, colocó su otra mano sobre la suya. Su sobrina la miró petrificada.

—Cálmate, todo va a ir bien. —Su voz no podría sonar más bella y relajante— Confía en mí.

Se perdió tanto en su sonrisa como en esos ojazos. Se besaron con una dulzura y una pasión irrefrenables. Adriana respiró profundo, intentando atemperar su atribulada mente, pero fue difícil cuando notó como las manos de su tía se desplazaban hasta su espalda.

—Ti…tita, ¿qué haces? —preguntó extrañado.

—Voy a quitarte el sujetador —contestó.

Intentó mantener la cordura lo mejor que pudo cuando sintió los dedos de su tía esculcando para abrir el cierre del sujetador. Al soltarlo, tragó saliva. Acto seguido, la mujer tiró de cada tirante para hacer que la pieza de lencería cayera. La cogió y la lanzó al suelo. Así, sus pequeñas tetas quedaron libres.

—Uy, que bonitas —comentó impresionada.

Los pechos de Adriana no eran demasiado grandes, pero se veían redondeados y erguidos, coronados por unos pezones rosados muy llamativos. Mercedes llevó las manos hacia ellos y los acarició con suavidad, manipulándolos cuidadosamente para no lastimarla. Sentía como los apretaba, como las uñas rozaban la piel y como le pellizcaba cada pezón.

— Me caben en la mano —manifestó divertida—. Me encantan.

Se volvieron a besar mientras Mercedes le seguía estrujando las tetas. Si bien, al principio, aquel estímulo la incomodaba, poco a poco, se estaba acostumbrando a ello y le parecía lo mejor.

—Vamos con tu polla —dijo la mujer contra sus labios.

No tuvo que decir más. Tiraron de las bragas y las arrojaron por ahí. Su polla quedó por fin libre, tiesa y apuntando hacia arriba. Adriana quedó sorprendida por lo grande que estaba, aunque entendía el motivo para verla así.

—Madre mía, es enorme. —Mercedes no salía de su asombro al admirarla.

Se miraron y pudo notar un destello intenso en sus ojos.

—¿Siempre se te pone así por mí? —La pregunta no podía sonar más indecorosa.

—Sí, tú eres la única que me provoca tanto —contestó la chica ya descontrolada.

El beso que se dieron fue el más ardiente que podrían estar aguardando. Se devoraron sus bocas sin piedad, chupándose con gula y entrelazando sus lenguas. Adriana abrazó a su tía y ella bajó su mano para agarrarle la polla, iniciando una lenta y suave paja.

—Joder, que dura está —murmuró la mujer mientras se la comía a besos.

La mano se movía de abajo a arriba y apretando con suavidad el miembro, enviando al instante descargas de placer a Adriana por todo su cuerpo.

—Agh, tita —suspiró intensa.

Aquello no tenía fin. Bajó su cabeza y vio como la mano tenía bien aferrada su polla. Podía ver como se movía a un ritmo suave y constante, desplazando el prepucio para dejar ver la amoratada punta. Podía ver como brillaba, gracias al líquido preseminal que salía de ahí.

—¿Te gusta, sobrinita? —preguntó Merche provocativa.

—¡¡¡Si, tita!!! —aulló ya desesperada.

—¿Qué quieres más de mí? —le dijo a continuación mientras sentía como apretaba su polla.

En ese instante, sus entrecerrados ojos ascendieron hasta posarse en las dos hermosas tetas de la mujer, las cuales seguían envueltas en la chaqueta verde. A su tía no le hizo falta más para darse cuenta de lo que deseaba.

—¿Así que te gustan mis tetitas? —Se la notaba encantada por esa atención hacia su busto.

—Son increíbles —expresó la sobrina encandilada.

—¿Te las enseño?

Adriana alzó su vista sin poder creer lo que acababa de escuchar, pero cuando miró esos centelleantes ojos marrones, supo que iba muy en serio.

—Si, por favor —suplicó desesperada.

Una picarona sonrisa adornó el perfecto rostro de la mujer, encantada con todo lo que sucedía. Sin dudarlo, se llevó una mano a la cremallera y tiró para abajo. Enseguida, la prenda quedó abierta y se la quitó. A Adriana se le quedó la boca tan abierta que parecía que la mandíbula se le iba a caer al suelo.

Sus pechos estaban enfundados en un sujetador deportivo de color negro que no podría insinuar mejor sus redondeadas formas. Un recto escote quedaba bien conformado en el centro, creando una perfecta visión de ese par de maravillas que la atraían tan fuertemente.

—¿Qué te parecen, cariño? —Habló su tía de manera tan interrogativa como seductora.

Adriana, completamente embobada por semejantes maravillas, apenas podía ni inmutarse. Notando la expresión tan extasiada de su sobrina, Mercedes se echó a reír.

—Pues prepárate, que ahora viene lo mejor.

Se cogió el filo de la parte inferior del sujetador y alzó sus brazos, tirando para arriba de la prenda. La tela ascendió, revelando su vientre plano, adornado por un pequeño ombligo y continuó subiendo hasta mostrar la parte baja de los pechos. A la chica le ardía el corazón mientras no perdía detalle. En nada, los brazos se encontraban por encima de la cabeza, haciendo que el sujetador terminara de subir, dejó libre ese par de increíbles tesoros.

Adriana no cabía en su estupor cuando las vio. Las tetas le colgaban un poco y estaban caídas a cada lado, pero se mantenían firmes y turgentes para su edad. Eran redondas y blanquitas, adornadas en el centro por un prominente pezón más pequeño que los suyos. Mercedes lanzó su sujetador por ahí, sin importarle en qué lugar de la habitación cayese, y se percató de lo embobada que había quedado su sobrina al mirarle los senos. Más incluso que antes.

—Te gustan mucho, ¿eh? —comentó mientras apretaba sus hombros para que se juntasen y quedaran más prominentes.

Aquella acción fue suficiente para que el cerebro de Adriana cortocircuitase por completo y se lanzara sobre su delantera.

—¡Joder, Adri! —exclamó impactada al verla actuar de esa forma tan ansiosa.

Agarró cada una con su respectiva mano y cuando por fin las tuvo, fue como si su vida cobrara sentido de una vez por todas. Notaba lo duras y tersas que eran, la calidez que emanaban, el puntiagudo tacto de los pezones. Eran magnificas y, sobre todo, suyas por completo.

—Me las mirabas mucho, ¿verdad?

Alzó su vista para encontrarse con esos escrutadores ojos que pareciesen juzgarla. Una gran ansiedad la invadió, pero eso solo la incitaba a querer más sexo. Ya no había miedo ni inseguridad alguna.

—No podía dejar de hacerlo —dijo con voz cavernosa—. Son tan bonitas y siempre llevabas esos vistosos escotes…

Tembló inquieta cuando sintió la mano de Merche atrapando su polla de nuevo. Esta no tardó en volver a moverse, reiniciando su paja. Apretó con ganas, haciendo que ella tambien apretase más los pechos.

—Me gusta que admiren mi cuerpo y me pone tanto saber que excito a todo el mundo con él —comenzó a hablar mientras la masturbaba—, pero saber que te atraigo a ti, eso me vuelve loquísima.

Se besaron. Al tiempo que su boca se encontraba ocupada, sus manos amasaron esas dos redondeces de carne. Las meneaba a un lado y a otro como si las masajease, las apretaba y con sus dedos rozaba su suave piel hasta llegar a los pezones. Respiraba cada vez con más dificultad.

—Venga, cómemelas —le pidió su tita nada mas retiró su boca de la suya—. Son todas para ti.

No podía caber más en su gozo. Era todo un sueño hecho realidad.

Metió su cara entre ambos senos y Mercedes, sorprendida por el acto, se movió de un lado a otro, para que así le golpearan en los mofletes. Sentirlas impactando en su rostro era increíble. Luego, sacó su lengua y recorrió el escote antes de llevar su boca al pecho izquierdo. Comenzó a lamerlo, dejando brillantes estelas de saliva hasta que llegó al pezón. Una vez ahí, lo atrapó entre sus labio y lo succionó con ganas.

—Sí, joder —masculló Mercedes.

La mano de la mujer iba lenta y con todo, Adriana sentía que no aguantaría más, pero se centró en su tarea. Lamió y chupó el pezón sin cesar, poniéndolo cada vez más duro. Con sus dientes, lo mordisqueó y raspó. Usando su otra mano, fue hasta el pecho derecho y atrapó su respectivo pezón, pellizcándolo para que tambien estuviera igual. Suficiente estímulo para que su tita gimiera.

Siguió así hasta cambiar al seno y mientras lo chupaba, sintió un súbito escalofrío al notar como acariciaban sus huevos. Mercedes estaba usando su otra mano para atraparlos y manipularlos a placer. La mano centrada en su polla aumentó el ritmo y con eso, sabía que estaba ya a punto.

—Tita, no aguanto más —gimió despegándose del pecho, dejando caer un poco de saliva.

La mujer la atrajo a su vera y le chupó la boca, paladeando esos hilillos con la lengua.

—Claro, mi vida, eso es lo que va a pasar —le respondió.

La mano no dejaba de moverse, frotando su polla sin cesar. La otra estrujaba con cuidado sus dos huevos. El placer era incesante, nunca antes se había sentido igual. Sus manos estaban aferradas a ese par de magníficos pechos como si fueran unos salvavidas listos de los que no quería separarse. Sabía que en cualquier momento se correría. Lo percibía claramente.

—¡Uh, titaaa! —Ya apenas podía contenerse.

Su respiración estaba acelerada. El calor la envolvía como si estuviera ardiendo en llamas. Cerró los ojos mientras notaba la mano sin dejar de moverse, tan solo pajeándola como si solo hubiera existido para esa labor. Tembló estridente. Ya no aguantó más.

—¡¡¡Meeee corroooo!!!

La primera contracción agitó su polla y no tardó en disparar un buen chorro de semen. A ese, vinieron varios más. El cuerpo de Adriana se retorció con cada batida, haciendo que el placer creciese sin parar. Era como una subida de tensión que la elevaba aún más alto, ascendiendo hasta lo más ignoto del cielo. La chica quedó tan aturdida que, para cuando todo terminó, acabó cayendo bocarriba sobre la cama.

Jadeó con la mente emborronada y los ojos cerrados. Cuando abrió sus parpados, pese a la confusión, vio cómo su tía todavía estrujaba la polla, sacando los últimos restos de su corrida. Tomó algo de aire para recuperar fuerzas, aunque le hicieron falta varias bocanadas. Este orgasmo había sido de los mejores, mucho más incluso que el de la noche del miércoles. De repente, notó que Mercedes se inclinaba hasta quedar encima.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó en voz baja.

—Bien, tita —respondió de forma positiva—. Ha sido maravilloso.

Tenerla sobre ella era algo excitante. Podía ver como sus grandes senos le colgaban y sentía su cuerpo envolviéndola con su calor tan apacible. Se dieron un beso que le hizo darse cuenta de que aquello no era solo sexo, sino tambien amor.

—Has echado bastante —comentó la mujer—. Te has debido quedar bien a gusto.

El comentario sobre su corrida la azoró un poco.

—¿Te he llenado mucho? —Su preocupación por haberla molestado era más que evidente.

—Tranquila, coloqué mi mano en la punta para que no salpicase y me la he limpiado a lametazos—la informó su tía—. Aunque bueno, un poco se ha derramado sobre tu pierna.

Miró hacia abajo y vio parte del muslo y la rodilla con varios restos de semen.

—No te preocupes —la calmó Mercedes—. Yo me ocupo de eso.

Merche descendió hasta colocar su cabeza sobre la pierna. Adriana se quedó cohibida por la escena que estaba presenciando, pues no imaginaba que la mujer con la que convivía y era parte de su familia se atreviera a hacer algo así. Sacó su lengua y recorrió el muslo para recoger cada rastro de semen. Sentía como ese correoso y húmedo musculo repasaba cada centímetro de piel, dejando tras de sí una estela de saliva caliente. Miró petrificada la escena y eso le encantó.

—Bueno, ahora tu polla —dijo la mujer a continuación.

Más temblores sacudieron su cuerpo cuando presenció el acto que no podía imaginar que le fuera a suceder.

Mercedes bajó y comenzó a chuparle la polla. Pasó su lengua por encima de la punta para limpiar el semen que quedaba ahí y descendió por el tronco, recogiendo cualquier residuo seminal que hubiera. Lo hizo un par de veces y dejó su miembro listo y duro de nuevo. Agradeció haberse corrido tan solo un poco antes, porque si llegaba a seguir tan excitada, se hubiera corrida en la boca de su tía nada mas sentir esa lengua recorrer su sexo.

—Ya está, limpita —sentenció su tía contenta.

Tras eso, se recostó al lado de Adriana y comenzó a acariciarla, posando sus manos sobre sus pequeños pechos. La chica tampoco se quedó atrás y amasó las fantásticas tetas de la mujer. Ambas seguían muy excitadas y ella sabía que su tita tendría ganas de mucho placer.

—Oye, porque no te recuestas sobre las almohadas —le sugirió Mercedes—. Yo me voy a quitar el pantalón y luego, voy contigo.

Adriana asintió clara y le hizo caso. Se acostó bocarriba, colocando su cabeza sobre una almohada y, desde ahí, vio cómo su tía se terminaba de desnudar. Deslizó su pantalón y sus braguitas por las piernas y cuando ya se las había sacado, las tiró al suelo, junto con el resto de sus prendas, que se hallaban desperdigadas por todo el dormitorio, una señal del encuentro tan intenso como prohibido que estaban viviendo juntas.

Ya libre, Mercedes se acercó gateando hasta su sobrina y, desde donde estaba, la visión de esa mujer acercándose a ella se tornó en la imagen más erótica que jamás presenció. Su rostro salvaje, sus brillantes ojos marrones, su melena castaña oscura ondulada y algo revuelta, su cuerpo tan trémulo como formidable. Su tita parecía una fiera en celo lista para saltar sobre su sobrina. Cuando llegó a su vera, se recostó de lado y extendió su mano para acariciar de nuevo su pecho, alterándola de una manera inexplicable y espectacular.

—Eres tan sexi —le dijo su tita.

—Tu tambien —soltó ella.

Ambas sonrieron y se besaron, desatando de nuevo una pasión tan magnética como ansiada. Para las dos, este apasionado momento era la culminación de una tensión que se había acumulado en las semanas previas. Días de incomodos silencios, de miradas sospechosas y de frases confusas que mostraban la clara atracción que sentían la una por la otra y que las torturaba por dentro sin saber si aquello era correcto o no. Al fin, todo eso ya no importaba. Estaban juntas, amándose como debían.

—Tócame, Adri —Su tía no podía sonar más deseable—. Soy toda tuya.

Sus manos se deslizaron por aquella piel tan clara y cálida. Era una maravilla recorrerla con sus dedos y tambien observó lo excelsa que era su anatomía. Sus muslos prominentes, sus curvadas caderas, la rotundidad de su culo. Una de sus manos terminó agarrándole una nalga, apretándola con ganas. Quedó sin habla al notar su dureza.

—¿Ahora vas a por mi culito? —Mercedes estaba encantada de la que sobara por ahí detrás.

—Sí, tita, es genial —habló dichosa la joven mientras llevaba su otra mano a la nalga restante para tocarla.

—¿Tambien me lo mirabas mucho? —La mujer parecía ansiosa por saber todas las perversiones que su sobrina sentía por ella.

—Bastantes —respondió Adriana sin dudarlo—. Cuando aparecías con un pantalón vaquero o los leggins, no le quitaba ojo.

—No me extraña que terminaras tan cachonda.

Se besaron mientras que la muchacha aferró con ganas ese culazo. Su tita le acariciaba las tetas con una mano y la otra apretaba su culito, tambien deleitándose con la redondez de sus nalgas. Las amasaba y meneaba sin dudarlo. Incluso, se atrevió a darle un pequeño azote.

—¡Tita! —habló sorprendida por el cachete.

—Vamos, no te escandalices tanto —dijo la mujer divertida.

Se rieron alegres y se dieron varios besos. Estaban felices y excitadas, desesperadas por darse más placer. Fue entonces, cuando a Adriana le dio por hacerle otra perversa confesión.

—Tita, ¿puedo contarte algo?

—Dime, preciosa.

La miró indecisa. Desconocía cómo se tomaría lo que iba a decir, pero sabía que solo había una forma de averiguarlo.

—Me pajeé en el baño mientras olía tus bragas —se mostró abochornada al decírselo—. Estaba metiendo la ropa en la lavadora y me llegó el aroma de… tu coño. —Casi se moría de la vergüenza al decir esto—. No pude aguantarme las ganas y me masturbé sin parar hasta correrme en el váter.

Mercedes quedó muda ante esta revelación. A estas alturas, sabía que no se enfadaría, pero era obvio que le había impresionado bastante lo que acababa de contarle.

—Buena, sobrinita, pues ya es hora de que descubras de donde viene ese aroma.

Cuando vio como la mujer se abría de piernas y le mostraba su coño, Adriana se tuvo que pellizcar para saber que no estaba soñando. El sexo de su tita era precioso. Totalmente depilado, tenía los labios finos y el interior era rosado fuerte. El clítoris se notaba como una protuberancia elevada que parecía hecha para llamar la atención de quien la viera.

—Jo, tita, es precioso —habló la muchacha conmovida.

—Pues si tanto te lo parece, baja ahí y cómemelo —le ordenó la mujer.

Adriana la miró y, sin pensárselo dos veces, le dio un fuerte morreo a su tita antes de descender. Metió su cabeza entre las piernas de la mujer mientras esta se acomodaba, colocando su espalda contra una almohada para estar más cómoda. La chica se recostó sobre la cama y sacó su lengua para empezar a lamer ese húmedo sexo que tanto la llamaba.

—Um, Adriana —soltó Mercedes cuando sintió la lengua de la chica sobre su vagina.

La sobrina no podía creer que le estuviera comiendo el coño a su tía. Su lengua comenzó a recorrer el sexo de abajo a arriba y no tardó en degustar el amargo sabor que emanaba de él. Al inicio le resultó extraño, pero algo la impulsaba a seguir lamiendo. Poco le importaba si no sabía bien, ella tenía que seguir haciéndolo.

—Eso es, lámelo todo —le decía la mujer—. No dejes ni un solo rincón.

Se perdía en esos pliegues. Su lengua se adentraba en aquella cálida humedad y sentía como los fluidos que salían de allí dentro se derramaban por su boca. A la vez que se centraba en darle placer, podía escuchar los gemidos que emitía Merche y como su cuerpo se agitaba. Se centró por completo en ella y no tardó en lograr que emitiera un grito.

—Sí, cariño —mascullaba su tita—. Lo haces muy bien.

Respiró un poco antes de volver a engullir ese coño tan increíble. Alzó la vista un momento y vio como Mercedes movía su cabeza hacia arriba al mismo tiempo que abría la boca para soltar más gemidos. Se agarró el pecho derecho con su mano, estrujándoselo y pellizcando con los dedos el pezón para darse más placer. Esa imagen tan increíble excitó a la muchacha hasta límites inimaginables. Sintió como su polla se ponía más dura e, impulsada por esa resurgida fogosidad, se lanzó para llevarla hasta el orgasmo.

—¡Mierda! ¡Mierda!

Vio como la mujer movía sus caderas en varios espasmos. Notó como su boca se le inundaba con los fluidos que expulsaba su vagina. ¿Se había corrido? Si bien no lo tenía muy claro, concluyó que era muy probable. Con todo, siguió lamiendo, limpiando los restos de placer que hubieran quedado. La humedad no cesaba y, entonces, sintió una mano agarrándola de la cabeza.

Subió su vista para encontrar a Mercedes mirándola contenida, como si le estuviera indicando que todavía había más.

—Sigue lamiendo —le ordenó y ella acató la orden.

De pronto, su tía la empujó contra su coño. Su nariz chocó contra los mojados pliegues de su sexo, inundándose con ese fuerte olor que apenas percibió en sus braguitas. Ahora, lo notaba en todo su esplendor y le encantaba. Deseaba sentirlo más o, aún peor, lo necesitaba.

—Cariño…el clítoris —dijo la mujer entre gemidos—. ¡Lámeme el clítoris!

Fue hasta allí con su lengua y no tardó en colmar de atención a esa carnosa protuberancia. Sabía ese era el centro de placer del sexo femenino, así que puso toda su atención en darle un buen tratamiento oral. Lo golpeteó con la punta, lo paladeó de arriba a abajo y hasta lo succionó con fuerza. Con eso, consiguió que Mercedes rompiera en más gritos.

—¡¡¡Dios mío!!! —habló descontrolada— ¡Sigue, mi vida, sigue!

Sus suplicas solo la animaban a seguir lamiendo, provocando que su tita gozara más y más. Se había convertido en su misión principal proporcionarle el máximo goce posible.

Movía su lengua en círculos alrededor del clítoris y, luego, descendió para intentar meterla en el mojado agujero del centro, notando como se adentraba un poco. Fue en ese instante cuando su tita volvió a agarrarle el rostro. Hizo que la volviera a mirar, notando lo tensa que estaba.

—Usa los dedos —le sugirió sin más.

Hizo caso y decidió usar su dedo índice, con el cual comenzó a repasar los labios menores de la vagina. Mercedes chilló desesperada. Notaba lo correoso que estaba el coño, no podía creer que estuviera tan húmedo. Siguió así un poco más hasta que decidió introducirlo. El digito se fue adentrando en la mojada gruta que era el conducto vaginal. Lo notaba muy caliente y apretado.

—¡¡¡Oh, Dios!!! —Su tía estaba descontrolada.

La miró y tenía una mano puesta en la cara, como si pretendiera ocultar la más que obvia expresión de lujuria que tendría dibujada en ella. Luego, se la quitó y se mordió un dedo para tratar de acallar los incontrolados gemidos que no cesaba de emitir. Adriana, percatándose de esto, terminó de meter el suyo y lo comenzó a mover en círculos, logrando que la mujer se tensara mucho más, cerrando los ojos y emitiendo más sollozos.

La estaba llevando al límite. Empezó a lamer de nuevo su clítoris, consiguiendo que se lamentara más y que su cuerpo se agitase con mayor violencia. Introdujo otro dedo más, haciendo que el conducto se expandiese, pero siguió apretando sus falanges. De repente, notó una súbita contracción y como el cuerpo de su tía se tensaba. Tuvo claro lo que sucedería, así que arreció con sus esfuerzos. Movió sus dedos y succionó el clítoris.

—¡¡¡Agh, Adriiii!!! —profirió Mercedes ya descontrolada por completo.

La mujer emitió varios gritos al tiempo que su cuerpo se agitó descontrolado. Adriana sintió las fuertes convulsiones del coño como si parecieran querer tragarse los dedos que había introducido. Mercedes convulsionó varias veces, como si le estuvieran dando descargas eléctricas. Emitió varios chillidos que, pese a ser estridentes, a la chica le sonaban muy agradables.

Cuando todo terminó, extrajo sus dedos del interior de la vagina y vio lo brillantes y pringosos que habían quedado. Se lo metió en la boca y los chupó, degustando en su paladar de los restos de flujo vaginal, tan amargo, aunque a ella le pareció muy dulce. Luego, volvió a colocar su boca en el mojado coño de su tía y se quedó allí pegada, lamiendo sin parar mientras ella se recuperaba del tremendo orgasmo que acababa de experimentar. En un momento dado, notó sus manos agarrándola de la cabeza, obligándola a despegarse de ahí y levantarse.

Quedó cara a cara frente a Mercedes, quien la miró sonriente. Todavía se percibía un poco atontada por el orgasmo, aunque tambien se la veía resplandeciente.

—Vaya, tienes la carita llena de mi corrida —le habló ocurrente.

Entonces, le dio un suave beso, introduciendo la lengua en su boca para catar el sabor de su propio sexo. Para Adriana todo lo que estaban haciendo le resultaba tan perverso como genial. A esas alturas, ya no sentía ningún remordimiento por lo que Mercedes y ella estaban haciendo. De hecho, sentía que era una cosa que tenía que pasar entre las dos, como si estuviera predestinado.

Después del beso, su tita la miró de una manera tan arrebatadora que dejó a la chica sin habla. Era tan condenadamente perfecta.

—Venga, vamos a follar —dijo de repente y a Adriana se le pusieron de punta todos los pelos de su cuerpo.

Sin mediar palabra, Mercedes la tumbó bocarriba sobre la cama, colocando su cabeza en una de las almohadas para que estuviera cómoda. La chica se sentía un poco alterada. Estaba a punto de tener sexo con su tía y no tenía ni idea de cómo sería o de si le gustaría. Se fiaba de su palabra, pero no las tenía todas consigo.

La mujer, por su parte, se inclinó sobre ella y le dio un suave beso, seguido de otro. Su mano descendió por su cuerpo, sintiendo como aquellas largas uñas rozaban su piel, causándole un placentero cosquilleo.

—Tu cálmate —le habló con su serena voz—. Yo me ocupo de todo.

Pudo sentir su tibio aliento cuando la besó de nuevo. Se despegaba y dejaba que respirara del aire que salía de su boca antes de volver a sellar sus labios. La mano continuó su recorrido hasta aferrarse a su polla, bien enhiesta. Comenzó a moverse de arriba a abajo, iniciando una lenta y dulce paja.

—Tita —gimió Adriana mientras volvía a degustar de nuevo ese maravilloso deleite.

Se besó con ella, dándose pequeños piquitos y dejando que le chupara la lengua al tiempo que su mano no paraba de subir y bajar, poniendo su polla más dura. La respiración se le entrecortaba y, de repente, Merche bajó para besar su cuello y luego, lamerle la piel, dejándole un buen rastro de su tibia saliva por el camino. Siguió descendiendo y llegó a sus pechos, los cuales chupó y lamió, poniendo especial atención en los rosados pezones. Los succionó y mordisqueó para causar más placer en la muchacha. De hecho, no pudo contenerse más y chilló gustosa ante tanta estimulación.

—Creo que ya estás lista —comentó Mercedes mientras le apretaba un poco la polla para comprobar como la tenía.

Acto seguido, se puso encima de la muchacha con sus piernas a cada lado y flexionadas. Sus entrepiernas se encontraban muy cerca y notaba su polla en contacto con el mojado sexo de la mujer. Eso la puso más nerviosa.

—Tú no te preocupes —la calmó su tita—. Todo irá bien.

Se inclinó y le dio un besito antes de volver a alzarse. Después, se echó algo de saliva en la mano e impregnó su polla con ella para dejarla bien lubricada. Sentía como la frotaba dándole más gusto.

—¿Estás lista? —le preguntó en ese instante.

La mirada que le lanzó, esperando una respuesta con tanto apremio, la alteró bastante. Bueno, por eso y porque se disponía a perder su virginidad. A pesar de tener cierta reserva, no dudó en contestar.

—Sí, empecemos.

La mujer agarró su polla y la pegó contra su coño. Acto seguido, movió sus caderas, haciendo que su sexo se restregara contra el pene de la chica. Adriana miraba entelerida, al tiempo que notaba ese pegajoso calor refregar contra el tronco de su miembro. Mercedes continuó haciendo esto, como si no pretendiera más que provocarla sin ninguna intención de metérsela. Le gustaba disfrutar de algo así, pero sus ganas de entrar en su tita eran demasiado fuertes.

—Tita, métetela ya —le pidió agónica.

Merche sonrió. Parecía divertirse haciendo creer a su sobrina con que iban a follar. Su rostro expresaba un deleite más que ocurrente en ese sentido, cosa que a la chica no le podría gustar menos.

—Um, ¿quieres que lo hagamos? —preguntó provocativa— Pídemelo.

La agonía la estaba matando. Su tita apretó sus muslos y sintió como su polla quedaba engullida por el tronco entre los labios de su sexo mientras se meneaba más rápido, restregándose sin cesar. Adriana apretó sus dientes, incapaz de soportar más esta dulce tortura.

—Tita, por favor…

Se inclinó hasta ella. Miró ese rostro tan hermoso y, a la vez, irreal. Mercedes no parecía hecha en este mundo, sino que aparentaba haber surgido de su calenturienta mente como una ardiente visión de la mujer de sus sueños, esa que le ponía tanto y la enamoraba demasiado. Su polla seguía deslizándose entre esos finos labios donde había quedado atrapada, deslizándose por su tibia viscosidad y haciendo que su desesperación se elevase hasta el infinito. Merche la siguió mirando. Aun no le había respondido.

—Por favor, fóllame —suplicó impotente.

La sonrisa que se dibujó en el rostro de la mujer era una más que obvia señal de su triunfo, como si estuviera en una guerra con su sobrina, cosa que a la chica le parecía absurdo. Estaba más que dispuesta a perder contra su tía con tal de gozar con ella de una maldita vez.

—Muy bien, si te empeñas —dijo Mercedes descocada.

Le regaló un tierno beso y continuación, se alzó de nuevo, viéndose grandiosa y escultural. Era como un perfecto monumento a la belleza femenina, una demostración de la grandeza del cuerpo de una mujer. Con su mano, guio la polla de Adriana en dirección hasta la entrada de su vagina. La chica pudo notar en la punta como emanaba del interior un fogoso calor que solo era un pequeño avance de lo que le esperaba.

—Prepárate —le habló su tía al tiempo que se ponía en posición.

Podría cerrar los ojos para dejarse llevar por las sensaciones que sentiría, pero prefirió verlo todo. Quería ser testigo del momento en el que ya no sería virgen a manos de la mujer que tanto había deseado.

Sin mediar palabra, Mercedes se fue metiendo la polla. La sostenía con su mano mientras se dejó caer un poco y Adriana tembló cuando notó su punta adentrándose en el interior del coño. Se sentía tan bien y solo era el principio. Su tía siguió descendiendo mientras su sexo engullía cada centímetro del aparato de su sobrina. Entrecerró sus ojos al tiempo que gemía al sentirse invadida. Lo mismo le pasaba a la chica. Su vista se oscureció mientras se iba adentrando en aquel cálido lugar. El aire se le salía por la boca incontenible y su corazón sonaba latiendo desbocado. Cuando al fin se la metió por completo, una cosa tuvo clara: ya no era virgen.

—¡Oh, joder! —suspiró su tía— Es más grande de lo que imaginaba.

No podía creer que hubiera dicho algo así, claro que todo lo que estaba pasando era difícil de imaginar.

Ya acomodada a su polla, Mercedes comenzó a moverse. Meció sus caderas en suave vaivén y Adriana pudo sentir como se deslizaba por el interior de la mujer. Era la mejor sensación que jamás hubiera experimentado. Estaba bien apretada y caliente, envolviendo su miembro en un templado y confortable manto que le proporcionaba un placer indescriptible.

—¿Te gusta, cariño? —le preguntó la mujer.

Pese a tener los ojos entrecerrados, podía apreciar la figura de su tía mientras se movía sobre ella con la polla bien clavada en su interior. No tardó en escuchar sus suaves gemidos, clara indicación de que tambien estaba disfrutando, cosa que la reconfortó. Quería darle el mayor placer posible a su tía.

—Sí, ¡esto es genial! —exclamó al fin.

—Me alegro. —Mercedes se mostraba satisfecha por su respuesta— Pues prepárate, porque es solo el principio.

De repente, Mercedes empezó a mover sus caderas con mayor intensidad, haciendo que ese placentero vaivén se acentuase. Adriana gimió ante este súbito cambio y su tía no tardó en acompañarla. Las dos disfrutaban de este magnífico encuentro con mucho gusto y pasión.

El ritmo de la follada aumentó con creces. Mercedes no se cortaba. Para la chica, estaba siendo muy rápido, aunque entendía que su tita buscara el orgasmo. La veía contonearse con gracilidad y energía, estrechando su cintura entre esas musculosas piernas. La mujer pegó un buen grito y notó como temblaba como si estuviera teniendo un orgasmo, pese a que a ella no le pareció que lo tuviera. Sus pechos botaban sin cesar, acompañando el intenso movimiento y le resultaba muy sexi.

—¡Oh, mierda! —bramó Mercedes— Hacía tanto que no tenía una buena polla dentro.

Le gustaba que su tita quisiera gozar con ella, pero tenía claro que no aguantaría. Era su primera vez y ya le impresionaba que estuviera resistiendo tanto. De hecho, comenzó a sentir un leve rubor en su interior, una evidente señal de que se iba a venir.

—Tita, espera un momento —la llamó.

Nada más escucharla, Mercedes se inclinó un poco y disminuyó el movimiento de sus caderas, dando algo de tregua a su sobrina.

—¿Qué ocurre, Adri? —preguntó con algo de preocupación.

—Es que no sé si voy a poder aguantar —contestó la muchacha azorada.

De nuevo, su tía sonrió. Estaba claro que no había preocupación en su cabeza, no como Adriana, que en un segundo ya se ahogaba en un vaso de agua. Como respuesta, la mujer pegó la boca a la suya y le dio un buen beso.

—Cariño, tu por eso no temas —la tranquilizó con ternura—. Mi intención es conseguir que te corras.

Se quedó petrificada al escucharla. No podía creer que la mujer estuviera entregada a algo así, pero sintió que era una cosa que la definía a la perfección. La quería muchísimo y, por eso, ella tambien.

De repente, sintió como las caderas de su tía se volvían a mover, lista para reiniciar el inmenso placer del que ambas gozaban.

—Adri, tócame las tetas. No te prives de disfrutar de ellas.

La mujer seguía inclinada sobre la chica, así que tuvo pleno acceso a sus pechos. Los agarró con ambas manos, apretándolos con fuerza y sintiendo su increíble turgencia. Los pezones le arañaban las palmas. Se besaron con pasión, chupándose sus lenguas y morreándose con hambre.

La situación se descontroló. Mercedes intensificó sus movimientos y apretó los muslos. Adriana pudo notar como su polla quedaba más oprimida por la nueva presión ejercida. Su tía lo hacía con toda la intención de hacer que gozara cuanto pudiera. Y se besaron y acariciaron como si no hubiera un final a la vista, aunque este ya se atisbaba.

—¡Ah! ¡¡¡Me voy a correr!!! —habló entre alaridos la muchacha.

—Hazlo, mi vida —la animó su tita susurrándole al oído— Quiero sentir tu caliente semen regando mi coñito por dentro.

Aquellas palabras hicieron que cualquier intento por frenarse fuera irreversible. Adriana se encontraba en el punto de no retorno. Su polla no cesaba de deslizarse por aquel cálido y apretado conducto. Sus manos tenían atrapados esos pechos tan maravillosos. Su tita no cesaba de darle besos y decirle cosas sensuales. Ya no podía más.

—¡¡¡Titaaaa!!! —gritó con todas sus fuerzas.

Su cuerpo se tensó por completo, como si buscara contener el estallido que iba a suceder, pero solo fue por un segundo, pues enseguida, su polla comenzó a sufrir fuertes contracciones y no tardó en expulsar chorros de semen. Mientras dejaba salir todo el aire de su cuerpo, sintió cada corrida como un poderoso latigazo de placer que parecía llevarla al éxtasis final. Cerró sus ojos y se aferró a su tita como si buscara que su alma no dejara este mundo, pues era como si estuviera sintiendo una inminente muerte, la más dulce del mundo, eso sí.

Nublada por completo, Adriana sintió todo su cuerpo desfallecer. Quedó destrozada y respiró hondo para intentar recuperarse. Jamás había tenido un orgasmo tan grandioso como este. Se sentía agotada y bien. Sobre su cuerpo, notaba el de la propia Mercedes. La chica se limitó a abrazarla y acariciarle la espalda. Así se quedaron por un tiempo, como si ese fuera el momento más feliz de sus vidas. En verdad, lo era.

Los minutos iban pasando y Adriana se preguntó por qué su tía no daba señal de vida alguna. Tenía la cara hundida entre su cuello y su hombro. La notaba respirar e, incluso, sentía el leve latir de su corazón. Sabía que estaba bien, pero le preocupaba verla tan silenciosa.

—Tita, ¿pasa algo? —preguntó inquieta.

Al escucharla, la mujer levantó su cabeza y la miró. Adriana se quedó a la espera de que respondiese, esperando que se encontrase bien y cuando vio su sonrisa, supo que así era.

—Tranquila, estoy perfecta —respondió placida—. Es solo que me encuentro un poco cansada por toda la caña que nos hemos metido.

Le acarició el rostro con cariño y delicadeza, cosa que a la chica no le pudo reconfortar más. Ella le tocó el pelo y le rozó la espalda.

—¿Tu cómo estás? —inquirió su tía.

—Muy bien. —Su respuesta no pudo ser más clara—. Para ser mi primera vez, mucho mejor de lo que imaginaba.

—Me alegro.

Se quedaron de nuevo en silencio y, entonces, se besaron. Luego, Mercedes se incorporó y se echó a un lado, colocándose en el costado izquierdo. Al hacerlo, la polla de Adriana salió del interior de su coño. La chica vio como surgía de dentro llena de semen y flujo vaginal, toda brillante y todavía un poco erecta. Tambien, presenció como de la vagina de su tía se derramaban los restos del placer de ambas, cayendo sobre las sabanas de la cama.

Ya recostada a su lado, Mercedes se fijó en el desastre que había surgido de dentro de ella y se había esturreado sobre la cama.

—Vaya, me has dejado bien llenita —comentó tan sorprendida como graciosa.

—Tenía mucho acumulado —le aseguró Adriana.

—Ya lo creo. Todavía notó bastante pringue dentro de mí, muy calentito y pegajoso.

Sonrió ante ese comentario tan inapropiado y disparatado. Después, se besaron y abrazaron. No dejaban de mirarse, totalmente encantadas por tenerse la una a la otra al fin. Fue en ese feliz momento cuando Adriana decidió hablarle de algo que necesitaba contarle.

—Tita, te amo —le dijo como si fuera la última cosa que le fuera a soltar.

—Yo tambien —replicó la mujer.

Escucharla decir eso, la llenó de una felicidiad inmensa. No pudo evitarlo y se abrazó a ella. La mujer la envolvió entre sus brazos y se quedaron dormidas, felices por haber consumado aquello que tanto deseaban.

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Mercedes dejó el vaso y el plato en el fregadero. Acababa de terminar el desayuno y en un rato, se marcharía al trabajo. Pensó en fregar, pues había unos cuantos platos sucios de cuando cenaron la noche anterior, aunque no se quería mojar su vestido rojo. Al final, decidió hacerlo para no dejar nada por en medio. Se dispuso a darle al grifo para que saliera el agua cuando escuchó unos pasos. Alguien acababa de entrar a la cocina.

—Buenas, tita —dijo la aun cansada voz de Adriana.

—Muy buenas, Adri —la saludó.

Le sorprendió verla levantada tan temprano. Según le dijo ayer, hoy no tenía ninguna clase, así que pensó que se quedaría durmiendo más tiempo. Seguramente era cosa de la costumbre.

Escuchó como deambulada por la estancia mientras que la mujer comenzaba a fregar los platos. Comenzó a pasar la bayeta sobre uno y luego pasó al siguiente. El tiempo pasaba y seguía escuchando a su sobrina andar de un lado para otro, cosa que le extrañó.

—¿Que vas a desayunar, cariño? —preguntó de forma casual— Yo me he tomado unas tosta….

De repente, sintió como Adriana la abrazaba con fuerza. Su cuerpo entero tembló cuando notó como su sobrinita la estrechaba como si fuera su más preciada posesión cosa que, en cierto modo, así era.

—Que sexi vas hoy, tita —le susurró al oído—. Este vestido rojo que lleva siempre me vuelve loca.

Podía notar la caliente piel de la chica rozando contra la suya por los brazos, aunque lo que más sentía de forma directa era su dura polla, restregándose con fruición contra su redondeado culo.

—Adri, vas desnuda —dijo la mujer como una funesta referencia.

—Claro, acabo de levantarme —habló divertida la muchacha mientras le daba un beso en la mejilla.

Adriana y Mercedes llevaban ya casi un mes de relación. Desde aquella tarde en la que tía y sobrina consumaron lo que llevaban deseando desde hacía tiempo, las cosas habían cambiado por completo. Ahora dormían juntas en la habitación de la mujer y su rutina había cambiado, más o menos. Fuera, eran dos familiares más con sus vidas como otras cualquieras, pero cuando entraban en el piso y cerraban la puerta, se desataba la pasión que habían estado acumulando en todo el día y se devoraban la una a la otra como si no hubiera un mañana.

—Tita, ¿te vas ya? —preguntó la sobrina con tierna voz.

—Todavía no —respondió Mercedes nerviosa—. Dentro de un ratito.

Sabía que eso último no tenía que haberlo dicho.

—Entonces, hay tiempo uno rápido, ¿no?

Se temía lo peor y esa última frase se lo confirmó.

—No tengo tiempo —le dejó bien claro—. Cuando venga, te hago una mamada y, después de comer, nos vamos a la cama y me follas bien follada, ¿vale?

La propuesta no podría sonar más tentadora y esperaba que de esa forma consiguiera convencer a Adriana, pero si había algo que estaba descubriendo de su sobrina en esta relación, era que en temas sexuales resultaba difícil de convencer.

—No, quiero hacerlo ahora —habló con firmeza la muchacha.

Su polla presionó con más fuerza contra el culo de la mujer y sus manos, que se hallaban recogidas en su vientre, subieron para agarrar los redondos pechos, los cuales no dudó en estrujar. Todo aquello hizo que Mercedes se estremeciera de un modo que ni ella misma jamás imaginó posible. Encima, todo provocado por su sobrina.

—Venga no tardaré mucho —le suplicó—. Estoy muy cachonda.

Mercedes se mordió la lengua. Era imposible decir que no. Desde que empezaron a tener sexo, Adriana sufrió un inesperado despertar que la cambió por completo. Ya no era esa tímida joven, incapaz de expresar el más ínfimo deseo. Ahora era alguien sedienta de lujuria, algo normal, teniendo en cuenta su inexperiencia en el campo del sexo. En cuanto lo hicieron por primera vez, su libido se disparó y, desde entonces, ansiaba follar como una loca, convirtiéndose su tita en el blanco de ese insaciable apetito carnal que tanto demandaba. Lo peor era que lo estaba disfrutando como nunca.

Sentir esa polla restregándose en su trasero, esas manos atrapando sus pechos y apretándolos, además del calor de su aliento contra cuello era demasiado. Merche no pudo más y terminó reculando.

—Agh, vale —le dijo frustrada—, pero se rápida.

Su sobrina carcajeó triunfante. ¿Cómo se había vuelta tan maliciosa en menos de un mes? No lo sabía ni quería saberlo. Que más daba.

De repente, sintió como le levantaba la falda del vestido y, a continuación, le bajaba las bragas. Instintivamente, Mercedes se inclinó sobre la encimera para alzar su culo y que así, Adriana lo tuviera más fácil a la hora de metérsela. Si bien hizo esto con total frialdad, era más una cosa de rutina que de abstracción. En ningún momento había decidido resignarse a lo que le iba a pasar. Lo deseaba con todas sus fuerzas.

Enseguida, sintió como la punta de la polla de su sobrina se apretaba contra los labios de su coño. Mercedes contuvo la respiración, más por emoción que por miedo. Estaba a punto de dejar que su Adriana se la follase sin ningún pudor. Jamás había llegado tan lejos con alguien en su vida, pero con ella, nunca se podría negar. Sin previo aviso, el miembro completo penetró en su interior, abriéndose paso como una cuchilla bien afilada.

—Um, que apretadita estás, tita —murmuró la chica mientras empujaba un poco más.

Mercedes tampoco presumía de tener un coño tan estrecho, aunque se sorprendía que su sobrina la sintiera así. Tambien era que su polla era gruesa y alargada, más que la de algunos hombres con los que había estado.

—Joder —soltó al fin la mujer.

Muy pronto, las caderas de la chica empezaron a moverse de atrás hacia delante, clavando la polla más adentro. Cada estocada hacía que Mercedes se agitase intensa, notando como más placer la atravesaba. Su coño estaba muy húmedo y el miembro de la chica se deslizaba vigoroso y potente, dándole todo el gozo posible.

—Adri…, me encanta tanto como me follas —dijo sin ningún miramiento.

—A mi tambien, tita —le habló la muchacha.

La joven se inclinó un poco y eso hizo que Merche se alzase para que así las dos terminaran más pegadas. Pudo sentir los pechos de Adriana aplastándose contra su espalda y como esas ávidas manos atrapaban sus senos, apretándolos con ganas. Bien aferrada, la chica se empezó a mover mas rápida.

—¡¡¡Agh, por Dios!!! —gimió Merche al sentir la polla clavándose más fuerte en su interior.

Adriana había mejorado bastante en sus dotes sexuales. Además de aguantar más que antes, ahora sabía cómo debía moverse en la cama. Mercedes se esmeró en enseñarle todo lo relacionado con las artes amatorias y tuvo la suficiente paciencia para que la joven fuera tomando ritmo. Ahora, no podía negar que se estaba convirtiendo en una de sus mejores amantes.

—Tita, ¡¡¡esto es genial!!! —aulló Adriana gozosa mientras no dejaba de moverse.

—No pares, mi vida —la animó su tía—. Yo ya estoy a punto.

—¡¡¡Yo tambien!!! —gimió descontrolada la sobrina.

Sentía cada embestida como un estruendoso evento. Sus glúteos se meneaban por el ritmo tan intenso que llevaban. Su sobrina le lamía el cuello y hasta le mordisqueaba la oreja. La mujer se apoyó lo mejor que pudo sobre la encimera con sus manos, pero le costaba evitar que no se resbalase. El placer era tan intenso que ya no podía más.

—¡Oh, tita! —gritó la sobrina— ¡¡¡No puedo más!!!

Ella tampoco pudo. Su coño comenzó a fluctuar victima del potente orgasmo que la azotó como una vibrante explosión de éxtasis sinigual. Mercedes profirió un sonoro alarido que seguramente despertaría al vecindario completo. Todo su cuerpo se agitó como un látigo que se desenrollaba y, por un momento, creyó perder el equilibrio al sentir su mente tan nublada por el placer. No fue lo único que sintió.

Adriana se tensó y respiró fuerte antes de abrazarla con mayor fuerza mientras se corría. Podía escucharla gemir y retorcerse por el orgasmo sufrido mientras que en el interior de su vagina, se sentía inundada por su caliente semen. Eso no la pudo hacer más feliz. Jamás dejó a ninguno de sus amantes correrse dentro de ella, pero con su sobrina cedió todas las veces que hicieron falta. No podía arrepentirse menos de esa decisión, pues se había vuelto adicta a esa tibia y pegajosa sensación.

—Tita, tita —murmuraba una inerte Adriana.

Ambas acabaron destrozadas y exhaustas. Mercedes encima de la encimera, su sobrina colocada sobre ella, con su polla todavía dentro de su interior. Respiraban abotargadas, intentando recuperar las fuerzas.

Merche sentía el cálido aliento de su sobrina contra su nuca y se dio la vuelta para mirarla. Ella la captó con sus ojillos marrones claros antes de besarse. Fue un morreo directo y sin concesiones, pero lleno de mucho amor. Cuando se apartaron, sonrieron como las adictas enamoradas que eran.

—¿Así que esto es lo que me espera por los próximos cinco años? —inquirió la mujer.

La sobrina no le quitaba la vista de encima y le sonrió burlona.

—Más bien, es lo que te espera para el resto de tu vida —comentó sin más.

Mercedes se quedó muda al escucharla.

—Tú estás loca —le soltó.

—Loca por ti —susurró la chica.

Y luego, se besaron felices para siempre.

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