viernes, 5 de abril de 2024

Por culpa del coronavirus (1 a 3)

 Miré desde el balcón hacia la vacía calle. No había ni una sola alma. Ni coches pasando por la carretera ni gente paseando por las aceras. El único atisbo de vida fue una patrulla de la policía llevando a cabo su ronda. De eso, hacía ya un cuarto de hora. La ciudad en la que vivía era ahora un lugar fantasma. Terminé de apurar el cigarro, lo apagué y decidí meterme de nuevo en el piso. No había mucho más que hacer por allí.

Salí de mi dormitorio y fui por el pasillo hasta el baño. Una vez allí, levanté la tapa del váter y tiré la colilla dentro. Eché la cisterna y luego, puse rumbo al salón. Una vez llegué, encontré a Maite, mi compañera de piso, tirada sobre el sofá mientras veía la tele.

—¿Qué tal, Irene? ¿Has visto a algo interesante desde el balcón? —me preguntó.

Negué con la cabeza, lo cual hizo reír a Maite. Llevábamos encerradas en el piso desde hacía una semana por la cuarentena establecida por el gobierno para evitar la propagación del coronavirus. El tedio empezaba a hacer mella en las dos, aunque yo estaba consiguiendo sobrellevarlo un poco mejor que mi amiga. Sin embargo, no podía negar que la situación empezaba a ser ya un poco insoportable. En fin, por lo menos, ¡podía llevar el pijama puesto todo el día!

—¿Hay algo interesante en la tele? —pregunté mientras me sentaba a su lado.

Ella también negó con la cabeza.

—Solo reposiciones e informes especiales sobre la propagación de la pandemia. —La última parte la dijo con voz aterradora, como si quisiera asustarme.

Me revolví un poco al sentarme. Apenas tenía sitio. Maite se había recostado a todo lo largo del sofá. Como odiaba que hiciera eso.

—Oye, ¿te importaría dejarme un poco más de sitio? —le pedí con toda la paciencia que me quedaba.

—¿Por qué no te vas mejor a uno de los sillones? —me propuso con toda su cara dura— Allí estarás más cómoda.

—¡Me sentaré donde me dé la gana! —le dejé bien claro— Ahora, échate a un lado.

La empujé y, al final, no tuvo más remedio que ponerse sentada. Me miró enfadada y emitió un bufido a disgusto.

—¡Que coñazo, en serio! —se quejó.

No pude evitar reírme. Maite y yo éramos compañeras de piso desde hacía dos años. Al empezar la universidad, me agencié este pequeño apartamento gracias a un conocido de mis padres. Decidí buscar a alguien con quien compartirlo, no solo por los gastos, sino porque no me gustaba vivir sola. Ella fue la escogida, no solo por ser discreta y buena compañía, sino porque, además, no le importó que fuera lesbiana. Nuestra relación siempre fue buena, e incluso, nos considerábamos buenas amigas, pero, a veces, había que reconocer que la chica era un tanto peculiar.

Seguimos mirando la tele sin demasiado ánimo. El aburrimiento comenzaba a matarnos, aunque la que más lo acusaba era Maite.

—Joder, ¡qué asco! —Parecía una niña pequeña— Yo no aguanto más aquí encerrada.

—Pues vete preparando, el gobierno ha dicho que van a ampliar la cuarentena por otras dos semanas.

Al oírme, se volvió totalmente horrorizada. Sus ojos azules claros se abrieron de par en par.

—¿Debes estar de broma? —dijo perpleja.

De nuevo, negué con la cabeza.

—Lo anunciaron ayer.

—¡Vaya mierda! —espetó—. Yo no puedo, te lo juro, ¡no puedo!

La que me faltaba. Maite podía ser todo lo ordenada y responsable que quisiera, pero también era una caprichosa incapaz de aguantar algo como esto. Tan mal no estábamos. Había agua, electricidad, comida de sobra y el Wi-fi funcionaba de maravilla. Al menos, así lo veía yo.

—En serio, ¡quiero salir de aquí! —Ya se estaba poniendo histérica— ¡Quiero ir de compras, tomar un café, ver una peli en el cine! ¡Me voy a volver loca!

—No, si loquita ya estás —le dije—. ¿Te quieres calmar?

La enfurecida mirada que me lanzó indicaba que estaba muy desesperada. Con todo, me hizo un poco de caso y se calmó.

Permanecimos en silencio por un rato, tan solo limitándonos a ver la tele, pero Maite parecía más que dispuesta a seguir quejándose.

—Hay muchas cosas que echo de menos, Irene, pero, ¿sabes cuál es la que más?

Dios, solo llevábamos una semana encerradas y para ella era como si hubiera pasado una eternidad.

—¿El qué? —pregunté resignada.

—El sexo.

Su respuesta no pudo ser más cochambrosa. ¿Y quién coño no lo echaba en falta? Ni que fuera la única. Yo llevaba sin revolcarme con una buena hembra desde hacía varias semanas y estar encerrada aquí también me suponía un gran inconveniente, pero no lo iba a convertir en un puto drama como estaba haciendo ella.

—Es que te lo digo en serio, como me gustaría que Alfredo estuviera aquí.

Maravilloso. Que mencionara a su querido novio Alfredo era la guinda del pastel. Como me caía de mal ese imbécil. Ese tío no era más que un pijo de mierda que, lo más seguro, estaría encerrado en su bonito chalet en la sierra, creyéndose superior al resto. No entendía que le veía Miranda a ese capullo, en serio. Incluso yo, siendo lesbiana, pensaba en mejores opciones que ese relamido gilipollas.

—¿Y que haría Alfredo de especial para que estuviera en este piso?

Mi cuestión tan socarrona no le gustó ni un pelo a mi amiga. Volvió a mirarme con una cara llena de incredulidad que a mí me parecía divertidísima. Estaba por echarme a reír ante su reacción, pero preferí moderarme.

—Pues tú que crees, follar.

Las ganas de reventar a carcajadas eran intensas, pero me contuve. No era plan de burlarme de esa manera de ella, aunque daba lugar, la pobre. De todos modos, una pequeña risilla se me escapó.

—Yo no le veo tanta gracia, ¿sabes?

Se notaba que Maite estaba molesta con mi actitud. Podía notar como fruncía el ceño y endurecía la expresión de su rostro. No me agradaba demasiado ponerla tan rabiosa, me daba pena, aunque se la veía muy mona así y era tan divertido.

—Lo que digo es que tampoco hace falta una polla para darte placer, tía.

Aquello no le sentó muy bien. Estaba claro que se iba a tomar esto como un ultraje para ella.

—¿Cómo puedes decir algo así? —Su pregunta sonaba ridícula.

—¡Te parece poco que soy lesbiana! —respondí indignada—. Yo nunca he necesitado de una polla para correrme.

—Pues no sabes lo que te pierdes —me soltó sin más la muy puñetera.

Me quedé a cuadros. Lo último que esperaba era que mi amiga me dijera algo así. ¿Qué coño le pasaba a esta en la cabeza para decir una cosa tan ridícula como esa?

—Maite, eso que acabas de decir es una gilipollez como un templo —le hablé con seriedad—. Sabes que nunca me han gustado los tíos y esperaba que fueras un poco más comprensiva.

Al verme tan enfadada, cambió su actitud.

—Vale, lo siento —se disculpó—, pero, ¿no me negarás que una polla puede dar igual placer?

—No he dicho eso —me expliqué—. A lo que me refería es que hay otras formas aparte de dejarte taladrar por un tío.

Maite me miró intrigada. Por lo visto, le estaba llamando la atención de lo que le hablaba.

—¿Te refieres a usar los dedos y la lengua?

Estaba por romper a reír. No me podía creer lo mojigata que resultaba a veces esta chica.

—Tía, no me seas tan tonta —le comenté divertida—. ¿Es que no te has hecho nunca un dedo o qué?

En su rostro, noté un gesto de incomodidad. Me acercaba a un tema bastante peliagudo para ella.

—Bueno, a veces, lo he intentado —dijo un poco tímida.

Me quedé algo impactada ante sus palabras. Me sentía tentada de preguntar más y, aunque sabía que no era lo mejor, decidí hacerlo.

—¿Y tu novio no te ha lamido nunca ahí abajo?

Negó con la cabeza, dejándome totalmente alucinada. No podía ir en serio.

—Chica, no es por mal pensar, pero me estás dando la idea de que nunca has tenido un orgasmo —comenté perpleja.

—Sí que tengo, es solo que no siempre suele ser satisfactorio, ¿vale? —habló incomoda.

—Cuando folláis, ¿te corres? —No podía creer que le estuviera haciendo esa pregunta.

—A veces, no siempre, pero es que es la única forma en la que lo he hecho.

Me sentí un poco apenada por mi amiga. Ese capullo de su novio era un inútil de cuidado y no sabía satisfacerla como debía. Se pensaría que con metérsela y bombear un poco ya tendría suficiente. Ni puta idea, vamos.

—Hay otras formas y Alfredo debería aprender un poquito más de ellas.

Con la tontería, me estaba empezando a calentar con la puñetera conversación. Me fijé en Maite y no pude evitar darme cuenta de lo bonita que estaba en esos momentos. No lo iba a negar, ella me gustaba. Era mi amiga, eso resultaba obvio, pero también, una chica muy guapa y, joder, como me ponía. Más de una ocasión, la había pillado desnuda en el baño o solo vistiendo con ropa interior en su cuarto. No lo hacía de manera intencionada, aunque, no niego que esas imágenes luego me acompañaban en mis sesiones masturbatorias. Con la cuarentena, estas habían aumentado bastante y era su cuerpazo en lo que siempre pensaba mientras frotaba mi inflamado clítoris.

—Lo sé, aunque no creo que vaya a querer cambiar ahora —se lamentó.

Mis ojos recorrían su hermoso cuerpo. Llevaba una falda de tela rosa, así que sus largas piernas blancas estaban al descubierto. Me fijé en lo bien formadas que estaban. Fui subiendo por su delgada constitución hasta llegar a su busto. Sus dos pechos estaban enfundados en una ceñida camiseta blanca. Eran medianos y redondos, manteniéndose bien erguidos sin necesidad de sujetador. Porque sabía que no llevaba. Nunca lo usaba cuando andaba por casa.

—Sé que le podría insistir en ciertas cosas, pero es mi primer novio y no quiero perderlo —continuaba sin que la prestase demasiada atención.

Llegué a su bonito rostro. Sus labios eran gruesos y carnosos, su nariz pequeña y puntiaguda, sus ojos emanaban un intenso resplandor azulado y su largo pelo marrón claro lo llevaba recogido en un peculiar moño. Qué maravilla de chica con la que vivía.

—Resulta frustrante, pero, ¿qué puedo hacer?

Esa cuestión que acababa de lanzar Maite me dejó pensativa. La notaba triste, cosa que me dio pena, no solo por el inútil con el que salía, sino porque yo estaba fantaseando con ella en esos momentos. Sin embargo, eso no tenía por qué estar tan mal.

—¿Y por qué no pruebas algo diferente? —le sugerí con sibilino interés.

—Ya te he dicho que a Alfredo no le gusta probar cosas nuevas —respondió ella disgustada.

—No me refería a tu novio, tonta.

Una de mis manos se posó sobre su pierna izquierda. Acaricié su suave y tibia piel mientras nuestros ojos se encontraban. Maite se quedó confusa ante mi acción.

—¿A…a que te refieres entonces? —preguntó temerosa.

Sonreí divertida. No podía creer lo que estaba haciendo. Sé que era una muy mala idea, pero la tentación era demasiado fuerte. Debía parar, pero una nunca puede controlar lo que desea, por más que lo intente.

—Pues con otra persona. La que tengas más cerca, por ejemplo —dejé caer con malévola intención.

En ese punto, la reacción de mi amiga era de estupefacción total. Me estaba lanzando de forma demasiado descarada y eso que nunca me habría propuesto hacer algo así con Maite, pero el llevar tanto tiempo sin tener sexo junto con lo guapa que era, me estaban impulsando a tantear el terreno.

—No…no sé a qué te refieres… —dijo la pobre llena de dudas.

Oh, yo sí que lo sabía.

Subí y bajé mi mano a lo largo de su pierna, sintiendo la tersura de su piel. Maite me miraba nerviosa, sin saber lo que pasaba. Me moría por dentro del disfrute. De repente, fui colando la mano por debajo de su falda. Ella tragó un poco de saliva y antes de darse cuenta, la interné por completo. Acabé sobre uno de sus prietos muslos, el cual apreté con ganas.

—Yo creo que si lo sabes —hablé mirándola fijamente a sus ojos.

—Irene… —pronunció cada vez más tensa.

Ninguna apartaba la mirada de la otra. El ambiente se enrareció, como si estuviera posándose una sensación extraña y, a la vez, anhelante. Notaba una intensa emoción recorriendo todo mi cuerpo. Jamás en mi vida me había sentido igual con otra chica. Debía ser la tentación de romper la barrera de la amistad que nos unía, además del hecho de seducir a una heterosexual. Me decía que había que frenarse, pero yo nunca he sido muy buena controlando mis impulsos.

Antes de que pudiera darme cuenta, la besé en la boca. Para mí fue algo electrizante sentir esos tibios labios contra los míos. Fue algo increíble. Claro que ese maravilloso momento no tardó en esfumarse, pues bien rápido, mi amiga se apartó horrorizada al ver lo que había hecho.

—¿Qué…qué coño ha sido eso? —preguntó con voz temblorosa.

La notaba muy nerviosa y asustada. Dios, me da que me había pasado de la raya.

—Maite, yo…te deseo —le confesé sin más, porque ya daba igual lo que hiciera—. Toda esta conversación y, bueno, que estás tremenda… —Joder, no tenía que haberle dicho eso— El caso es que estoy cachonda y creo que tú también debes estarlo, más si no paras de quejarte por eso de no tener sexo.

—¿¡Y esa es razón para que me comas el morro?! —Madre mía, que cabreada estaba.

La verdad era que no sabía qué hacer. Estaba claro que Maite se encontraba muy enojada conmigo y yo tampoco tenía excusa. Ella era mi amiga y la había besado sin ningún miramiento. Había complicado las cosas sin más, solo por mi egoísta placer.

—Vale, lo siento —me disculpé—. Sé que no tengo excusa, pero tú no eres la única con ganas de follar y pensé que, bueno, a lo mejor podríamos…, no sé, ¿liarnos?

La cara que puso mi compañera era digna de ser inmortalizada en un retrato. Una expresión de pasmo hilarante se enmarcó en ella, dejando bien claro lo impactada que acababa de dejarla con mis palabras. Sin ninguna duda, estaba claro que las cosas no iban a terminar bien.

—Pe…pero, ¿tu estas mal de la cabeza? —dijo perpleja— ¡Tengo novio!

Pegó un grito que a mí me resultó muy molesto. Desde luego, no estaba arreglando las cosas.

—¿Quieres dejar de chillar? —le pedí con enorme paciencia— No hace falta que te pongas de esa manera.

—¿¡Que no me ponga?! —No, desde luego que no lo estaba arreglando— Somos amigas desde hace tiempo, nunca te he mostrado interés mas allá y tienes la cara de ahora besarme como quien no quiere la cosa.

—Y te he dicho que lo siento –expresé frustrada, aunque veía que esto no tenía salida—. En fin, olvidemos lo que ha pasado y punto.

No pareció quedar muy convencida, pero viendo que lo único que deseaba era terminar con todo esto, pareció ceder.

—Sí, mejor —replicó contrariada—. Por cierto, que sepas que es mejor que te folle una polla a que te coman el coño.

Me quedé a cuadros tras escucharla. ¡Tendrá cara! Como se notaba que buscaba fastidiarme. Todo por un puto beso. ¡Si debería de estar agradecida de que se lo hubiera dado! Seguro que era mucho mejor que los que le pudiera dar el idiota de Alfredo.

No podía negarlo, estaba muy molesta con lo que acababa de soltar, aunque eso, de manera oportuna, me acababa de dar una excelente y malévola idea. El deseo de lanzarme era muy grande y pensé que, por probar, no perdía nada.

—Lo que tú digas, guapa —dije burlona—, pero no tienes ni puta idea.

Se volvió al instante. Sabía que picaría.

—Tu sí que no la tienes —Se notaba que estaba muy molesta—. Y si no, demuéstramelo.

Ay, joder. Había mordido el anzuelo con mayor facilidad de lo que esperaba.

—Claro, estamos en condiciones de ir en busca de un tío para que me folle —hablé con sorna—. Además, no me gustan los hombres.

—Entonces, no hay nada que probar. Tengo razón —me espetó.

Sonreí, sabedora de que el siguiente movimiento que hiciera sería el determinante. Esto estaba yendo por el camino que me gustaba.

—Bueno, tal vez yo no, pero tú sí.

Sus azulados ojos temblequearon de puro nervio al escucharme.

—¿A qué coño te refieres? —preguntó confusa.

—Fácil, tú ya has follado con un tío, así que solo tengo que comerte el coño y, de esa manera, podremos hacer la comparación.

La propuesta la dejó contrariada, pero enseguida, pude ver como la tentación comenzó a hacer mella en mi amiga. No era solo la curiosidad, sino el hecho de no haber disfrutado de un buen orgasmo en bastante tiempo lo que la tenía indecisa. Sabía que conmigo iba a gozar como nunca y lo sabía muy bien. Ella escuchó muchas noches desde su cuarto como hacía correr a mis ligues de turno. No estaba segura, pero tenía fuertes sospechas. Por lo incomoda que me miraba, lo tenía cada vez más claro.

—No sé, me sigue pareciendo una inmensa gilipollez por tu parte lo que me has propuesto —comentó llena de dudas—. Es una completa locura.

Reí para mis adentros. No me podía creer lo mala que era Maite tratando de aparentar negación ante lo que le proponía. Se le notaba lo nerviosa que estaba en su forma de hablar y en cómo le temblaba el cuerpo. La tenía en la palma de mi mano en esos momentos. Solo faltaba un último empujón.

—Como quieras, a mí la verdad es que me da igual —le dije con total indiferencia—. Ya me las apañaré yo sola. Tú, en cambio, seguro que terminas subiéndote por las paredes.

Me fui a levantar, pero me agarró del brazo y me hizo sentarme de nuevo. Cuando noté la mirada ansiosa de Maite sobre mí, sabía que había triunfado.

—E…espera —me habló con su temblorosa voz—. Por…porque no discutimos esto un poco más.

Me encantaba verla en esta situación. Tan indecisa y asustada. Sabía que no era justa con ella, pero poner en entredicho el placer oral, el santo cunnilingus, fue algo que me tocó mucho la moral. Aunque, la verdad, lo único que deseaba era liarme con ella. Dios, como me ponía y más en esos momentos.

—Bueno, si tanto te interesa —dije con tono distendido, para dar a entender que aún estaba abierta a la propuesta.

Podía notar su cara muy tensa. No le resultaba fácil hacer esto, claro que no le quedaba ninguna opción. Sus ojitos azules no paraban de tintinear como pequeños cristales.

—Alfredo no se puede enterar de esto nunca —habló deprisa, como si quisiera soltarlo de una vez por todas.

Dios, con que fuerzas ansiaba que ese idiota se enterase de que le había comido el coño a su novia. Sería maravilloso poder ver como se le descomponía la cara al escuchar algo así y lo mejor sería cuando encima descubriera que había gozado más con mi lengua que con sus pollazos. Sin embargo, decidí que todo esto quedara entre nosotras por respeto a mi amiga. Bastante tenía con que me ofreciese su sexo.

—Vale, ¿empezamos? —pregunté ansiosa.

Maite asintió no muy convencida. Miró hacia a un lado y a otro, como si estuviera  cerciorándose de que nadie nos viese. Casi me partía de risa allí mismo. Yo, por mi parte, puse un cojín en el suelo y me puse de rodillas, frente a ella.

Me observó muy inquieta. Lo mismo servidora. No me podía creer que estuviéramos a punto de llevar a cabo esta locura. Resultaba imposible de concebir, pero allí estábamos, a punto de pecar como locas. Sentía un leve cosquilleo en el estómago y un incipiente calor en mi entrepierna. Me estaba excitando a gran velocidad.

—Levántate la falda —le pedí.

Ella asintió con timidez y se cogió el filo de la prenda. Tiró de ella hacia arriba revelando sus prietos y blancos muslos, aquellos que ya había tocado antes. Siguió subiendo poco a poco hasta que, al fin, pude entrever sus bragas rojas de encaje.

—Um, que bonitas —comenté animada—. Ábrete de piernas. Quiero verlas.

La expresión de su cara evidenciaba la enorme vergüenza que mi amiga estaba viviendo. Yo, en cambio, gozaba del momento.

—Irene… —murmuró un poco triste.

—Vamos —le supliqué con dulzura.

La cosa pareció dar resultado. Sus muslos se apartaron y pude ver las rojas bragas en todo su esplendor. Me quedé boquiabierta al descubrir en la tela una clara mancha de humedad.

—Vaya, vaya. Así que estás mojadita —Mi voz no podía sonar más casquivana.

—Irene… —repitió, como si quisiera llamar mi atención, aunque yo, ahora mismo, lo tenía todo centrado en su entrepierna.

Mis manos ascendieron por sus largas piernas, acariciando esa suave piel que tenía. Las pasé por los muslos varias veces, llegando a arañarlos levemente con mis uñas. Maite estaba entelerida, contemplando lo que hacía mientras emitía leves suspiros. Me estaba recreando en ella y lo único que podía hacer era ver como lo hacía. Estaba a mi completa merced, tal como había deseado en decenas de ocasiones.

Seguí el ascenso hasta que mis dedos rozaron la fina piel de sus ingles. Entonces, Maite dio un pequeño respingo.

—Tranquila, no va a pasar nada malo —la calmé—. Tan solo vamos a disfrutar.

Sus ojos expresaban un enorme desasosiego. Estaría repleta de miedo, pero, en esos momentos, se denotaba una ansiedad enorme de ella. Sin ninguna duda, quería saber hasta dónde estaría dispuesta a llegar. Si supiera. Yo la quería toda para mí.

El dedo índice viajó hasta llegar a la tela de su braga, la cual comenzó a acariciar. Enseguida, todo el cuerpo de mi amiga se tensó. La yema notó enseguida la cálida humedad que emanaba de allí y no tardó en adivinar las formas de la vulva. Sus labios mayores, los pliegues que había en su interior, el capuchón del clítoris asomando. Cuando moví el dedo de un lado a otro golpeteando ahí, Maite comenzó a gemir. Era la señal que necesitaba.

Con mis manos agarré la colorada ropa interior y comencé a tirar de ella. Enseguida, mi amiga se retrajo un poco al ver la acción que llevaba a cabo.

—No, espera —dijo temerosa.

Notaba cierto miedo en rostro, cosa que me apenó. Estaba a punto de atravesar una barrera importante en su vida. No solo iba a tener sexo con una mujer, encima, lo haría con su mejor amiga. Entendía por completo las reticencias, pero no había marcha atrás.

—Tu confía en mi —le hablé con suavidad—. Todo irá bien.

La noté algo mas tranquila tras decirle esto. Viendo vía libre, tiré de sus bragas para abajo. Ella estiró un poco las piernas para que se las quitara mejor. Notar que parecía dispuesta me dio mayores ánimos. Cuando ya tenía su prenda interior entre mis manos, Maite ocultó su intimidad de nuevo entre sus muslos. Denotaba una timidez inmensa que a mí me enternecía.

—Por favor, enséñamelo —le pedí con amabilidad.

Mi amiga así hizo y cuando vi su coño, me quedé sin habla. Era precioso. Una rajita rosada y húmeda, oculta entre sus gruesos labios mayores, toda libre de pelo. Me dejó impresionada.

—¿Qué pasa? —preguntó nerviosa Maite al verme inactiva.

—Tienes un coño muy bonito —suspiré emocionada.

Maite quedó petrificada ante lo que acababa de soltar

Acerqué mi rostro a su entrepierna y comencé a darle besitos por los lados. Seguí por una de las ingles para, luego, continuar por la otra. Deslicé mi lengua por la tersa piel, rozando un poquito los labios mayores, pero sin llegar a tocar la vulva. Maite me miraba muy tensa, emitiendo pequeños suspiros. Sonreí encantada.

Acto seguido, abrí con mis dedos su sexo, apartando los labios mayores para revelar su interior rosado. Con el índice, comencé a acariciar todo el perímetro, perdiéndose entre sus rosados pliegues. Mi amiga jadeó al tiempo que entrecerraba sus ojos.

—Irene...no me hagas eso —habló lastimosa.

Era maravilloso tenerla así.

Con malicia, soplé encima de su coñito, lo cual la hizo temblar de pies a cabeza. Resultaba delicioso ver como se descomponía ante cada estimulo. Aquella lenta tortura la consumía poco a poco y yo lo gozaba muchísimo. Tanto como había hecho en mi imaginación en incontables ocasiones, solo que ahora, todo era real.

—¿Te gusta lo que hago? —pregunté mientras seguía repasando el contorno de su sexo con mi dedo.

Mi amiga no pudo más que suspirar como única respuesta. Se aguantaba las ganas sellando sus finos labios en una expresión de agonía que me encantaba.

Mi lengua continuó pasando por el filo de los labios mayores, recogiendo las gotas de flujo que se derramaban desde ahí. La situación ya no daba más de sí y se puso más intensa al hacerle la pregunta.

—¿Quieres que te coma el coño, Maite?

Clavé mis ojos marrones en los suyos azules. La pobre estaba desesperada, deseando con todas sus fuerzas que acabara de una vez por todas con esa tortura.

—Por favor… —suplicó lastimera.

Sonreí divertida, pero todavía podía hacerla sufrir un poquito.

—Pídemelo —le solté encantada—. Pídeme que te coma el coño.

Maite se mordió el labio mientras seguía deslizando mi dedo entre los pliegues de su coñito. La respiración se intensificaba cuando, sin querer queriendo, rozaba su clítoris. Estaba a mi completa merced.

—Por favor… —repitió de nuevo—, cómeme el coño.

Eso fue suficiente.

Sin más preámbulos, me lancé a devorar aquel manjar que tanto deseaba, ya desbocada, pues yo tampoco podía controlar más mis impulsos.

—¡Irene! —exclamó alterada la chica.

Mi lengua recorrió todo el perímetro de la vulva de arriba a abajo. Lamía con desesperación, como si necesitara sus fluidos, como si fueran vitales para mi existencia. Su sabor amargo y fresco endulzó mi paladar. Estaba en la gloria.

—¡Agh, joder! —gimió mi amiga allí arriba.

Estaba disfrutando con lo que le hacía por más que lo negase. Su cuerpo entero temblaba y entrecerraba sus ojos mientras contemplaba como le devoraba su sexo de forma implacable.

No dejaba de mover mi lengua, recorriendo cada uno de sus mojados pliegues. Estaba gozando como nunca de este momento. Nunca imaginé que algo así me fuera a suceder. Con mis dedos, abrí de nuevo los labios mayores e interné mi lengua dentro de su vagina.

—¡No, Irene, no! —gritaba entre estertores Maite.

Fue incapaz de resistirse por más tiempo. Mi amiga llegó al orgasmo de una manera sobrecogedora. Con mis ojos, contemplé como su cuerpo se tensaba a la vez que abría la boca para dejar escapar un fuerte grito mientras alzaba su cabeza. Fue algo espectacular. Ella terminó destrozada sobre el sofá al tiempo

Dejé que descansara mientras me centré en limpiar su sexo, bien mojado por los fluidos que acababa de soltar tras correrse. Podía sentir su intensa respiración al tomar fuertes bocanadas de aire. Para cuando dejé el coño limpio, ella estaba más tranquila.

—¿Qué? —pregunté con tono incitante— ¿Te ha gustado?

Maite dejó escapar un sonoro suspiro, pero no tardó en asentir para dejar bien claro que sí.

—Ha…ha estado bien —respondió con timidez.

Me encantaba verla tan recatada en esos momentos, aunque también la notaba alegre, como si le hubiera gustado que hiciéramos esto. De hecho, por el gesto ansioso que veía en su rostro, estaba claro que ansiaba más.

—¿Puedo seguir? —fue la siguiente cuestión que le hice.

—Vale —contestó inquieta.

Esta vez, decidí ir más lenta. Quería que disfrutara de manera más calmada y por mayor tiempo. Antes me había descontrolado y no era plan de lamerla como una posesa, así que me lo tomé con calma.

Primero recorrí el contorno de su sexo por fuera y, acto seguido, fui adentrándome en ella, recorriendo cada pliegue con suma paciencia. Maite gemía ahora de manera más calmada, emitiendo pequeños grititos que la hacían parecer más tierna que antes. Poco a poco, fui acelerando el ritmo, más cuando decidí concentrarme en su clítoris.

—Joder, Irene, ¡no pares! —exclamó muy excitada.

Que dijera eso me volvía loca porque significaba que le estaba gustando lo que le hacía.

Golpeteé su dura pepitilla con la punta de la lengua y luego la lamí, primero de arriba a abajo y, después, a los lados, terminando luego no varios círculos en su alrededor. Toda aquella acción hizo que mi amiga aumentara el sonido de sus gemidos y que su respiración se volviera más profunda.

—Um, sigue, sigue… —decía con voz agónica.

Su cuerpo se agitó varias veces al tiempo que no cesaba de atacar su clítoris. Sabía que su orgasmo estaba cercano, pero no quería que se corriera tan rápido.

Dejé de lamer el clítoris y me adentré en su conducto vaginal. Mi lengua se abrió camino por aquella húmeda caverna, notando lo apretada que estaba. Vaya, para haber entrado una polla por ahí, estaba bien estrecha. Sacaba y metía la lengua varias veces, lo cual causaba mayor placer a Maite. Notaba como sus caderas temblar con cada estocada recibida. Era como si me la estuviera follando yo misma.

Maite se retorcía desesperada. Podía ver como se relamía los labios y apretaba los pechos. Po debajo de la camiseta, notaba como se le marcaban los pezones. La muy perra lo estaba gozando de lo lindo.

—¡Por favor… —gritaba ya descontrolada mi amiga—, no puedo más…!

Me apiadé de la pobre. Podría seguir así por un poco más de tiempo, pero aquello ya estaba siendo insoportable incluso hasta para mí.

Mientras seguía en su interior, con uno de mis pulgares comencé a frotar su clítoris. Solo hicieron falta un par de roces para hacer que Maite se terminara corriendo como una loca.

—¡Aaagh, Ireneeee! —gritó muy fuerte.

Todo su cuerpo entero se tensó de golpe. Vi como arqueaba la espalda y elevaba su abdomen. Cerró sus ojos y abrió la boca para dejar salir todo el aire. Sus caderas se contonearon varias veces y sentí un fuerte estallido de humedad contra mi boca. Con la lengua aún metida en su coño, pude notar las fuertes contracciones del conducto vaginal a la vez que degustaba el amargo líquido que se derramaba de allí. Fue algo increíble.

Cuando todo terminó, ella acabó destrozada sobre el sofá. Emitió varios bufidos al tiempo que aspiraba el máximo aire posible, como si no quisiera quedarse sin él. Yo, mientras tanto, me dediqué a limpiar su sexo de todo lo que había soltado. Había sido mucho, ya que me había toda la boca bien empapada. Una vez terminada, me levanté y me coloqué a su lado.

—¿Y bien? —pregunté con ganas— ¿Te parece buena mi lengua?

Miranda se quedó bastante dudosa ante mi cuestión. Se bajó la falda, como si se sintiera avergonzada de lo que había ocurrido, y guardó silencio. Por mi parte, no dudé en esperar la respuesta. Mientras, observé el aspecto en el que se hallaba. La piel colorada y un poco sudada, una relajada expresión en su rostro, el pelo un poco revuelto… Se veía adorable.

—Sí, no ha estado mal.

No era la respuesta que esperaba. De hecho, noté lo indecisa que se encontraba, aunque no pensaba que eso tuviera por qué ser malo. La había descolocado al hacerla vivir una situación que nunca creyó posible. Ahora, se debatía entre si reconocer que le había encantado o callarse por vergüenza.

—En fin, si todavía tienes dudas, siempre te puedo ayudar a quitártelas.

Fue decir eso y se me quedó mirando de manera un poco hostil. Me sorprendió esa repentina reacción y me pregunté si no habría metido la pata. Sin embargo, lo único que hizo mi amiga fue levantarse con intención de irse del comedor. No entendía nada.

—¿Dónde vas? —pregunté extrañada.

—A mi cuarto —contestó de forma escueta Maite—. Voy a hablar un rato con Alfredo por Skype.

La miré alejarse hacia el pasillo, pero antes de salir, se volvió un último momento.

—Una cosa, de lo que ha pasado en este comedor no quiero ni un sola palabra, ¿entendido?

La entereza con la que lo dijo me dejó perpleja. Asentí un poco incomoda y tras eso, Maite se fue a su habitación. Dio un sonoro portazo al cerrar, lo cual me dejó temblando sobre el sofá.

Vaya con la chica. Le hago tener dos ricos orgasmos y aun así, se muestra muy molesta conmigo. No había quien la entendiera. Lo peor de todo era que yo me encontraba ahora mismo con un calentón tremendo. Esperaba que ella me devolviera el favor, pero estaba claro que no iba a ser así. Menuda mierda.

Me recosté sobre el sofá y suspiré insatisfecha. Sentía un intenso cosquilleo en mi entrepierna, así que metí mi mano por debajo del pantalón de tela del pijama y comencé a acariciar mi sexo. Estaba mojadísimo. No tardé en gemir al comenzar a masturbarme.

Rememoré todo lo que habíamos hecho en aquel lugar no demasiado tiempo atrás. Aquellos excitantes recuerdos, junto con los dos dedos que usaba para frotar con rabia mi clítoris, hicieron que me corriera rápido. Tuve que tapar mi boca con la otra mano para no alertar a Maite con mis gritos. Cuando todo acabó, me quedé destrozada y jadeando. Me sentí aliviada, aunque no demasiado satisfecha.

Fue un buen orgasmo, no lo podía negar, pero no era lo mismo que tener sexo con otra chica. Tenía razón Maite, follar era algo magnifico y lo echaba mucho de menos.  Lo peor era que tendría que estar encerrada en este piso por casi otro mes. Seguro que lo aguantaría, pero no iba a ser muy gratificante. Claro que, pensándolo bien, tampoco tenía por qué ser algo tan malo.

Lo que había pasado con Maite dejaba las cosas en un punto muy interesante. Ahora estaba molesta conmigo y era evidente que no me hablaría en unos días. Sin embargo, la conocía demasiado bien. Ella era muy indecisa y, cuando la tentación llamara a la puerta de nuevo, el deseo la invadiría de nuevo.

Una malévola sonrisa se dibujó en mi rostro. Aquello no había hecho más que empezar.


parte 2


Habían pasado seis días desde que Maite y yo tuvimos aquel inesperado encuentro en el comedor. Comerle el coño fue una cosa que jamás creí que llegaría a hacerle a mi mejor amiga en la vida. Fue una experiencia inolvidable y pensaba que sería el inicio de algo más. Sin embargo, no estaba siendo así.

Después de todo aquello, Maite se volvió muy esquiva conmigo. Apenas nos veíamos. Se pasaba casi todo el día encerrada en su cuarto, más allá de alguna esporádica salida para comer o ir al baño. Lo más probable era que estuviera hablando con su novio, como si con ello esperara remediar el desliz que protagonizamos. Ni que decir que no me dirigía la palabra cada vez que nos cruzábamos.

Yo me encontraba rabiando. No solo porque estuviera cachonda pérdida, sino porque además, me enfadaba que mi amiga tuviera una actitud así. Podría entender que estuviera de morros conmigo por obligarla, pero en ningún momento lo hice. Tan solo la tenté y ella picó, nada más. Si tanto le molestaba ahora que la hubiera engatusado, era culpa suya. Para colmo, se le notaba que había disfrutado más conmigo que con el inútil de su “churri”, aunque jamás lo reconocería. Maite tenía demasiado orgullo.

Me levanté muy decaída e insatisfecha. Miré el móvil que tenía sobre la mesita de noche. Eran casi la una de la tarde. Joder, sí que me encantaba dormir. Todavía muy perezosa, fui tambaleándome hasta el baño y, tras lavarme la cara, me dirigí a la cocina, aunque más que tomarme el vasito de leche, me prepararía para el almuerzo. Lo que no me esperaba, era encontrarme con ella. Que buena manera de empezar el día.

—Buenas, Maite —la saludé sin mucho ánimo al tiempo que me dirigía al frigorífico.

Ella estaba de espaldas a mí, fregando los platos. Me sorprendió verla de esa manera, pues se había pasado los últimos días encerrada en su habitación. Resultaba extraño que ahora estuviera fuera, con el consiguiente peligro de cruzarse conmigo, algo que parecía desear evitar a toda costa. Como fuera, yo seguí a lo mío.

Abrí la puerta del frigorífico para ver que podríamos preparar de almuerzo. Fijándome bien, me di cuenta de que ya había poca comida.

—Vaya, parece que esta tarde tendrá que ir una de las dos al súper a comprar —comenté sin más— ¿Vas tu o voy yo?

Ninguna respuesta. La tía seguía fregando los platos y no me hacía ni puñetero caso. Me estaba empezando a cabrear de verdad. Una cosa era que ya no quisiera tener otro rollo conmigo, pero, pasar olímpicamente de mi como si no existiera, era ya demasiado. Viendo que seguía sin ver reacción por su parte, decidí acercarme a ver que hacía.

Di solo un par de pasos y ya dejó de fregar el plato. Se quedó inmóvil, como si alguien le hubiera dado al botón de pausa del mando de la tele. Sonreí picara ante esto. Continué acercándome y más tensa notaba a Maite. Ay, joder, la que se podía liar.

—¿Qué te pasa? —pregunté provocativa— ¿No te gusta que esté cerca de ti?

Me coloqué justo detrás de ella, casi rozando su cuerpo. Noté como temblaba. Seguro que estaba llena de miedo. Entonces, sin dudarlo, la rodeé con mis brazos por la cintura, pegándola más a mí.

—Irene, ¿que coño haces? —me espetó molesta.

Se revolvió un poco, pero yo la tenía bien enganchada. No pensaba dejar que escapase de mí.

—Vaya, ¡pero si resulta que la chavala sabe hablar! —exclamé divertida con un fingido tono de sorpresa.

—Suéltame —dijo aireada—. Esto no tiene gracia.

La apreté con mayor fuerza. Mis tetas se aplastaron contra su espalda, cosa que me causó cierto placer, algo que aumentó al sentir su culito bien pegado contra mi entrepierna. Um, si empezaba a frotarme no tardaría demasiado en correrme.

—Tú de aquí no te vas, bonita —le susurré al oído—. Tenemos que hablar.

—¿De qué?

—De tu actitud gilipollas.

Le hice girar su cabeza hacia mí y la miré con intensidad. Ella se notaba muy nerviosa, sin saber que era lo que iba a ocurrir y eso me encantaba. No lo dudé y le di un fuerte beso en la boca.

Maite trató de apartarse, pero yo no le permití que se separara de mi lado. Continué besándola sin piedad, estrechando mis labios contra los suyos, sintiendo el húmedo roce que había entre ellos. Me encantaba y por la respiración acelerada de mi amiga, sabía que a ella también.

Me aparté y volví a mirarla. Seguía un poco inquieta, pero ya no se movía tanto como antes.

—Te has estado portado mal en estos días conmigo —comencé diciendo con tono inquisitivo—. Eso no me gusta.

—Mira quien fue a hablar —soltó ella molesta—. La que me engatusó para que me dejara lamer el coño.

No pude evitar reprimir una risilla ante lo que acababa de decir. Maite me miró pasmada entre la incredulidad y el enfado.

—¿En serio? ¿Tan mal te lo hice pasar? —pregunté sorprendida— ¡Venga ya! Si has gozado más conmigo que con cualquier otro.

Maite se quedó callada ante mis palabras. Me fijé en el triste gesto de su rostro. Quizás me había pasado un poquito con ella, aunque tampoco lograba entender qué le había hecho de malo. Con todo, me sentía un poco preocupada.

—No es eso, ¿vale? —dijo al fin—. Claro que disfruté contigo. De hecho, diría que ha sido la mejor experiencia sexual de mi vida. —Coño, no esperaba lo reconociera de forma tan abierta. Me sorprendía— Pero es que tengo novio y eso se respeta.

Joder, ya estábamos otra vez con el pesado de Alfredo. En serio, no podía estar ni un solo minuto al día sin pensar en ese ceporro.

—Oye, Alfredo no está aquí ahora mismo, ni nadie más que nos pueda ver —le hablé a las claras—. Y por supuesto, no voy a contárselo a nadie, ni siquiera a él. No soy tan cabrona por mucho que tú pienses lo contrario.

Esa explicación pareció animarla un poco. Ya no estaba tan apagada como antes, aunque todavía la notaba distante.

—Además, si te lamí abajo fue porque quería ayudarte a gozar —le dije otra vez pegada a su oído—. No me gustaba verte tan alterada y creí que te podría ayudar.

La abracé con calidez, intentando tranquilizarla, pero lo único que conseguí con mis palabras fue que se apartase. Me resultó extraño.

—Claro, ahora resulta que estabas preocupada por mí —me cuestionó con desagrado—. No será que quieres hacerme lo mismo como a las otras tías con las que te lías, usarme y listo.

Quedé alucinada cuando me soltó eso. No esperaba para nada que se pusiera así porque creyera que solo la estaba utilizando. Sabía que yo no era de relaciones duraderas y solía enrollarme con una mujer diferente de manera constante. Sin embargo, con ella nunca sería así. Era consciente de lo que había provocado entre las dos, aunque jamás me atrevería a lastimarla de esa manera. No, nunca me lo perdonaría.

Vi como apartaba su mirada de mí. Estaba dolida. Sin pensármelo, le cogí el mentón y la hice volver hacia mi vera.

—Yo nunca te haría eso —le dejé bien claro—. Eres mi amiga, no una tía cualquiera que he conocido en una noche de farra.

—¿En serio? —habló escéptica— ¿No me estarás mintiendo?

Coño, como se lo estaba tomando. Su mayor preocupación al final no era que estuviese engañando a su novio, sino que no deseaba que yo la usara sin más. Me estaba dejando loca.

—Que no, joder —respondí aireada—. Nunca te haría eso. Estamos aquí encerradas, no nos tenemos más que la una a la otra. No provocaría todo eso para simplemente utilizarte y listo. Significas mucho para mí.

Esas palabras parecieron calar en mi amiga, pues de manera automática, una bella sonrisa se dibujó en sus labios.

—Me alegra oír eso —dijo a continuación.

Nos volvimos a besar y, esta vez, Maite no rehuyó mi gesto, sino que lo replicó con ganas. Madre mía, como besaba. Se apretó bien fuerte contra mis labios. Estuvimos así por un pequeño rato, mordisqueándonos y morreándonos placenteras, disfrutando de aquel maravilloso contacto. Cuando se apartó, noté sus azulados ojos brillar mucho. Eso me dejó rota.

—La verdad es que no he dejado de pensar en lo que me hiciste y, si te soy honesta, me gustaría que volvieras a hacerlo —admitió con total tranquilidad.

Me estaba dejando sin palabras la chica esta. De estar cabreada con una por hacerle sexo oral a reconocer que le había encantado y, encima, quería más. Me hallaba perpleja.

—Pues no sé qué decir —comenté—. Me estás sorprendiendo con lo que me cuentas.

—Siempre estuve tentada —confesó sin ningún remordimiento—. Te escuchaba con esas chicas por las noches y me llenaba de curiosidad saber que se sentía. No sé, cuando me lo propusiste, sentí muchas ganas de probarlo, pese a resistirme al inicio. Me picaste mucho y, aunque me fui de allí un poco a disgusto, no te niego que me encantó.

Estaba petrificada. Pues vaya con mi amiga. No esperaba esto de su parte y, lo mejor, era que me encantaba.

—¿Ahora quieres? —pregunté con renovada esperanza.

Una dulce sonrisa formada en sus sensuales labios fue la respuesta que necesitaba.

Nos besamos de nuevo con una ansiedad apremiante. Seguía sin creerme que Maite, mi compañera de piso y mejor amiga, quisiera rollo con servidora. Era algo imposible, pero ahí estábamos, liándonos sin más. Cuando noté su lengua explorando el interior de mi lengua, algo en mí se movió. Necesitaba hacerla mía.

Sin perder más tiempo, me coloqué justo detrás de ella y comencé a acariciarla.

—Irene, ¿qué estás haciendo? —habló llena de sorpresa.

No contesté. Tan solo me limité a pasar mis manos por ese bendito cuerpo. Que curvas tenía. Estaba delgada, pero mostraba una voluptuosidad irresistible. Llevaba un vestido azulado de fina tela que enmarcaba muy bien su figura y yo me recreaba en él, degustando aquella rotundidad que mi amiga poseía. Besé su cuello como única respuesta.

—Oye, para… —decía emocionada.

—¿En serio quieres que pare? —le comenté yo con tono incitante.

Me miró desconcertada. Pese a mostrarme su deseo, estaba aún un poco indecisa. Lo entendía, no era fácil dar el paso, más cuando se trataba de algo nuevo a lo que nunca se había planteado hacer. Me recordaba a mí en la primera experiencia lésbica que tuve.

—Cálmate, déjamelo todo a mí —le dije para calmarla.

Maite dejó escapar un suave suspiro. Con eso, supe que ya la tenía a mi entera disposición.

Con suavidad, llevé mis manos a los tirantes del vestido y los deslicé por sus hombros. Luego, fue tirando de la prenda hacia abajo, revelando su desnudo cuerpo. Seguí hasta que acabó en el suelo, enrollada entre sus pies. Luego, me separé un poco para poder admirar su espléndido físico.

Su piel era tan pálida en contraste con la mía, mucho más morena. Si figura era preciosa. Descendí por su espalda hasta el turgente trasero y de ahí, hasta esas largas y estilizadas piernas que tenía. Joder, pero que buena que estaba Maite.

Sin dudarlo, me pegué a ella de nuevo y la abracé por la cintura. Mis manos acariciaron su vientre plano y subieron hasta llegar a esas medianas tetas que tantas ganas tenía de poseer. No me lo pensé. Las amasé con unas ganas inconcebibles. Tan duritas y suaves, con esos pezoncitos rosados tan puntiagudos. Se las apreté un poco e hice que gimiera.

—Irene… —habló entre suspiros.

Seguí así hasta que volví a pegarme a su oreja para contarle lo siguiente que íbamos a hacer.

—Inclínate sobre la encimera.

Eso hizo. Colocó medio cuerpo sobre esta, elevando un poco su trasero. Yo continuaba observando ese increíble cuerpazo y acariciaba su piel como una posesa. Estaba disfrutando tanto. Mi lengua descendió por su espalda y llegó a su par de redondas nalgas, las cuales comencé a lamer. Al inicio, lo hacía de forma lenta, dejando que Maite fuera degustando las sensaciones que le dejaba con cada lamida dada. Poco a poco, aumenté la intensidad al darle besitos y algún que otro mordisco, cosa que la alteró una pizca. Estaba ida por completo e, incluso, le di un pequeño tortazo en uno de sus cachetes.

—¡Oye! —dijo Maite llena de sorpresa.

—Eso por portarte tan mal —solté divertida.

—¿He sido una niñita muy mala? —me preguntó con bastante provocación.

—Me temo que sí y, por eso, te voy a dar el castigo que mereces —le respondí malévola.

Maite soltó un suspiro inesperado y yo le di otro flojo mordisco en su nalga derecha. Estábamos encantadas con lo que sucedía y queríamos más.

Me agaché un poco y abrí las nalgas de Maite, permitiéndome admirar su hermoso coñito. La rajita rosada se veía bien húmeda, dejando caer algunas gotas de flujo vaginal por entre sus pliegues y los labios mayores, lo cual indicaba que la chica estaba bien excitada. Me relamí ansiosa, con muchas ganas de probarla.

—Maite, ¿llevas así desde hace rato? —cuestioné a mi amiga.

Ella se volvió al instante, mostrándose un poco afligida.

—Llevo así desde hace días —respondió con algo de vergüenza.

Cuando oí eso, me molestó un poco. Tanto negarse y tenía la entrepierna chorreando desde lo que hicimos. Se iba a enterar.

Sin dudarlo un segundo más, interné mi rostro en ese maravilloso culo y comencé a lamerle ese manantial que tenía allí.

—¡Ireneeeee! —volvió a gritar como la loba en celo que era.

Mi lengua recorrió todo el perímetro de su inflamado y caliente sexo. Recorrió los labios mayores y luego pasó por encima de los pliegues. Mi paladar se volvió a deleitar con el sabor fresco y amargo a sexo remojado que exudaba de allí. Para mí, volver a estar en ese preciado lugar era algo único. Me encantaba devorar el coño de mi amiga, era el mejor que había probado y tenerlo para mi entera disposición era simplemente maravilloso.

—¡Oh, Irene! ¡Como deseaba que hiciéramos esto de nuevo! —se lamentó histriónica Maite— ¡Me encanta ¡Me encantaaa!!!

Se descontroló y, antes de que pudiera darme cuenta, la tía se corrió como si no hubiera un mañana. Joder, solo la había lamido un par de veces y ya estaba orgasmando. Sí que me tenía ganas.

Cuando terminó de correrse, quedó derrengada sobre la encimera, aunque su culito seguía en pompa. Mientras dejaba que se recuperase, relamí cada centímetro de su coño para quitarle hasta el último rastro de flujo que había expulsado, aunque no tardó en humedecerse de nuevo. Madre mía, esta pedía guerra y de la buena encima.

—Um, si, sigue —me habló incitante.

Que cabrona, como lo estaba gozando. Pues se iba a enterar.

Descendí hasta su inflamado clítoris y lo golpetee con la punta de mi lengua. Eso hizo que Maite volviera a jadear.

—¡Oh, Dios! ¡Que gustazo! —soltó entre gemidos.

Le apliqué un trato especial a su clítoris. Lo lamí, chupé y describí círculos a su alrededor con la lengua, dejándolo bien lleno de saliva. Mi amiga temblaba agónica, disfrutando como nunca en su vida había hecho. Continué así por un rato más hasta que decidí dejar de atacar ese sitio Había otro lugar donde quería internar mi lengua.

Al tiempo que escuchaba su fuerte respiración y esos continuos jadeos que soltaba, guie mi lengua por todo su mojado sexo y llegué hasta el sitio al que tanto deseaba alcanzar: su ojete.

—Irene, ¡espera! —soltó de repente mi amiga.

Dio un leve respingo cuando comencé a pasar la sin hueso por su agujerito anal. El clítoris no había sido más que un mero precalentamiento. Ahora venía lo bueno. A la vez que Maite se deshacía en fuertes gritos, mi lengua exploró esa cavidad, bordeando su interior, deslizando pegajosa saliva para humedecerlo mucho más, internando la punta con intención de penetrarla. Cuando fluctuó un poco, me pude adentrar en ella, no demasiado, pero si lo suficiente para saber que había vía libre.

—¡¡¡Joder!!! —gritaba entre estertores mi querida compañera.

No podía dejar de succionar ese culito, me tenía loca. Pasaba mi lengua de arriba a abajo, la metía lo más que podía, aunque no avanzaba demasiado. Mi amiga se retorcía desesperada. Por lo que veía, nunca en su vida había disfrutado de algo igual. Seguramente, jamás pensó que su cavidad anal podía ser otro punto de placer, pero bueno, ya estaba yo para descubrírselo.

Viendo que estaba a punto de correrse, llevé los dedos índice y corazón de mi mano derecha hacia su clítoris y comencé a frotárselos.

—Ummm, ¡¡¡Irene!!! —habló mientras era incapaz de contener su respiración.

Se corrió, como nunca había visto hacerlo a una mujer antes. Todo su cuerpo entero tembló como si lo provocara un terremoto que superara todos los niveles de la escala Richter. Sus caderas se contonearon varias veces y noté como su coño estallaba otra vez. No estaba un gran chorro de fluidos, como hacían muchas en las pelis porno, pero que estaba dejando mojado el suelo y la encimera era algo evidente. Desde luego, jamás la había visto igual a mi amiga.

De nuevo, dejé que se recompusiera mientras me dedicaba a recoger con mi boca los restos de placer que había soltado. Escuchaba su intensa respiración. La había dejado destrozada, lo cual me desalentaba un poco. Yo quería seguir explorando su culito, adentrar mi lengua más en su ojete para ver hasta donde llegaba y meterle los dedos en el coño hasta llegar a su punto G para hacerla estallar en mil pedazos. Sin embargo, la iba a tener que dejar descansar un poco. Habiendo tenido tan pocos orgasmos, no era plan de meterle una paliza. Además, ahora era mi turno.

Maite se volvió hacia mí y me lanzó una sensual mirada. Acaricié su pelo marrón claro, el cual llevaba recogido en una simple coleta. Ella me sonreía tan feliz, parecía encantada de todo lo que estaba pasando y yo la verdad era que estaba muy contenta por ello. Nos volvimos a besar, dejando que degustase el sabor de su propio coño.

Estuvimos así por un ratito, jugando con nuestras lenguas e intercambiando saliva. Tras eso, nos separamos y Maite habló:

—Joder, no me puedo creer que haya hecho algo así…de nuevo.

Sonreí ante sus palabras.

—¿Sigues incomoda? —pregunté divertida.

Ella se mostró un poco reservada ante la cuestión, pero no dudó en responderme.

—Un poco, aunque ya no es lo mismo que antes. —La noté mucho más calmada que antes— Ahora, quiero más.

Se acercó y me dio un suave piquito. Yo la rodee con mis brazos y mis manos no tardaron en viajar por ese esplendido cuerpo que tan loca me tenía. Palpé cada centímetro de su tersa piel y me recreé en sus redondeadas formas, sus pechos y culo. Era increíble.

—Ahora me toca a mí —dije de forma repentina.

Mi amiga me miró un poco extrañada. Era evidente que no sabía a qué me refería.

—¿Y eso? —inquirió con timidez.

Una burlona sonrisa se dibujó en mis labios. Dios, como me encantaba esta chica.

—Bueno, tú has disfrutado un montón, pero creo que yo también merezco un poquito de atención, ¿no?

Su cara de pánfila lo decía todo. Era incapaz de asimilar lo que le decía.

—¿Y quieres que yo lo haga? —Casi me daba la risa al escuchar su pregunta, pero me contuve por educación.

—Podría hacerlo yo solita, aunque en compañía las cosas siempre son mejor.

La notaba muy incómoda. Toda la relajación que hubiera en mi amiga se había esfumado ante lo que acababa de decir.

—No…no sé si sabré —comentó un poco asustada.

Acaricié su mejilla con ternura y pasé el pulgar por sus carnosos labios. Que bonitos eran.

—Tranquila, yo te enseño.

Sin más preámbulos, me quité la camiseta y luego el pantalón. Maite abrió sus ojos de par en par al ver cómo me desnudaba.

—¿Lo vamos a hacer aquí? —preguntó escandalizada.

—Bueno, siempre me ha apetecido tener sexo en una cocina—le contesté mientras me sacaba los pantalones del pijama por los pies.

Ya sin ropa, me senté sobre la mesa. Mi amiga, enfrente, me miraba hojalatica. Era incapaz de apartar su vista de mi desnudo cuerpo.

—¿Te gusta lo que ves? —interpelé casquivana.

Maite tragó saliva. Notaba como sus ojos recorrían toda mi anatomía. Nunca he sido una creída acerca de mi físico, pero tampoco voy a negar que esté buena. Soy de constitución algo rellena, pero al ir mucho al gimnasio, he sabido mantenerme en mi peso recomendable y tengo un cuerpo en forma. Además, tengo la piel morena y brillante, lo cual me da un toque exótico. Eso, mi pelo largo negro y una bien puestas tetas más grandes que las de mi amiga, es lo que consiguen llamar la atención de las tías que me quiero ligar. Bueno, y de muchos tíos a los que tengo que espantar.

—Si —respondió seca mi amiga.

Ay, señor. A esta se le caía la baba. No me podía creer que Maite se sintiera atraída por mí. Me empecé a preguntar si no sería un poco bollera. En fin, solo había una forma de averiguarlo.

—Maite, ven aquí —la llamé.

A la velocidad del rayo, la chica se colocó frente a mí, aunque se mantuvo allí estática, sin saber muy bien que hacer. Notaba la enrome incomodidad en ella y la indecisión que tendría en su cabeza. Pues más le valía que se aclarase, porque yo tenía ganas de que me tocara de una puñetera vez.

—Oye, dame tus manos —le pedí.

Ella, aunque algo confusa, me las tendió. Yo se las cogí y, sin dudarlo, las llevé a sus tetas. Maite dio un pequeño salto al notar como las agarraba, pero yo estaba encantada.

—Tócamelas —hablé con ofrecimiento—. No te van a morder.

Así lo hizo. Me las palpó con suavidad, apretando un poquito. Sus dedos por la piel y, contra sus palmas, se frotaban mis oscuros pezones, bien duros que ya estaban. Yo me moría por dentro. Aquello era increíble.

—¿Te gustan?

Al inicio, no respondió. Seguía ensimismada toqueteándomelas, pero en cuanto notó mi apremiante mirada, no tardó en responder.

—Si…si, son muy bonitas.

—¿Me las quieres chupar?

Los colores se le subieron a la cara en cuanto escuchó eso. Como me encantaba ponerla tan incómoda. Me miró con ojillos asustados. Se la veía tan adorable.

—Yo…es que…

—Tu tranquila —la calmé—. Yo te enseño.

Cogí su cabeza y la atraje hacia mi pecho. Ella tembló un poco. No se veía segura de lo que haría, pero la calmé dándole un beso en la frente. Le acerqué la boca hasta una de las tetas. Entonces, Maite me miró. Tenía un brillo especial en sus ojos azules claros, uno de emoción. No hacía falta ser adivina para saber que se moría por hacerme esto. Yo también ansiaba con todas mis fuerzas que lo hicieron. Tras estar así un poco, no lo dudó. Se metió el pezón en la boca y lo comenzó a chupar como si la vida le fuera en ello.

—Sí, Maite —gemí al fin.

Mi amiga engulló el pezón como si le estuviera dando de mamar. Lo atrapó entre sus labios y lo succiono. Mi respiración se entrecortaba. Joder, cuanto hacía que no sentía algo así. Lo peor era que se trataba de mi mejor amiga. Acaricié su pelo y noté como ella me miraba a los ojos. Lo hacía desafiante y sensual a la vez. Me dejó helada.

—¿Te gusta? —preguntó tras sacarse el pezón de la boca.

—Sí, no pares —contesté desinhibida—. Hazle lo que veas conveniente para excitarme más.

Me chupó el duro botoncito un poco más y luego lo lamió con la lengua. Lo repasó varias vece en círculos  lo dejó bien lleno de saliva. Acto seguido, lo mordisqueó suavemente con los dientes. Joder, para ser su primera vez chupando una teta no se le estaba dando tan mal a la condenada.

—Maite… —suspiré.

Su boca dejó el pezón que había torturado y se dirigió a por el otro. No dejaba de mirarme. Yo no le decía nada, pero notando las exaltadas reacciones de mi rostro, iba adivinando la forma de proceder. Le dio el mismo tratamiento al otro botoncito carnoso, dejándolo bien durito y sensible. Una de sus manos atrapó la solitaria teta que había dejado y la apretó con cuidado, añadiendo más placer. Yo me estaba derritiendo en esos momentos.

Al final, colmó mis pechos de besos y lametones. Quedaron brillantes por la saliva que había extendido por ellos. Me dejó muy excitada, con la entrepierna ardiendo como el cráter del Krakatoa y derramando líquidos como si fueran las cataratas del Niagara. Sin embargo, lo que más me dejaba alucinada era ver cómo había perdido su timidez. Empezó succionando insegura una teta y ahora me devoraba las dos con completa inseguridad. Increíble.

La cogí por las mejillas y la atraje a mi rostro para darnos un buen beso. Sus manos no se quedaron quietas y atraparon mis pechos, poniendo especial atención en los endurecidos pezones. Quería seguir trabajándoselos cuanto más pudiera mejor.

—¿Lo…lo he hecho bien? —preguntó, buscando mi aprobación.

Sonreí encantada. No me podía creer aún que estuviera haciendo algo así con ella, pero era real y los estaba gozando como nunca.

—Pues sí, se te ha dado mejor de lo que esperaba.

Mi respuesta la puso muy contenta, lo cual llevó a que me besara con bastante euforia. No obstante, la detuve. Todavía quedaban muchas cosas por hacer.

—Ahora, es turno de que…

A continuación, me abrí de piernas. Maite bajó su mirada y agrandó sus ojos ante lo que contemplaba.

—Quieres que yo…

—Quiero que me comas el coño —dije sin dudarlo.

De nuevo, la inseguridad volvió a florecer en mi amiga. Acaricié su rostro con ternura para ayudar a darle confianza.

—Para esto si necesitaré indicaciones —habló nerviosa.

—Tranquila, te las daré.

Conforme con mis palabras, se agachó y puso su cara entre mis piernas. Notaba el miedo que la carcomía. Seguro que no deseaba pifiarla con esto. Le acaricié el pelo con suavidad.

—Lo vas a hacer muy bien —le aseguré con claridad.

Llevé la mano derecha hasta mi coño y abrí mis labios mayores, los cuales eran más finos que los de Maite. El interior era de un rosado más fuerte que el de ella. Lo notaba caliente y húmedo por el tacto. Mi amiga se encontraba boquiabierta.

—¿Qué te parece? —pregunté.

—Wow, es impresionante —respondió impresionada.

Maite ya me había visto alguna que otra vez desnuda y se había fijado en mi entrepierna, aunque lo máximo que llegó a ver era mi recortado vello púbico en forma de triángulo y el contorno de la vulva. Ahora, sin embargo, estaba contemplando mi sexo en todo su esplendor.

—¿Empezamos? —hablé ya ansiosa.

Sus ojos me miraron con enorme inseguridad. De nuevo, acaricié su pelo para calmarla. Me sonrió con ternura y yo no pude evitar hacerlo. Estábamos listas.

—Bien, pasa tu lengua por mi coño —fue lo que le dije.

Me miró llena de dudas.

—Vamos, imagínate que es un helado.

—Va…vale.

Haciendo caso de mis palabras, sacó su lengua y comenzó a lamer.

Cuando comencé a sentir ese húmedo y pulsante musculo pasar por mi coño, me estremecí de pies a cabeza. Mordí mi labio inferior en clara señal del gran placer que degustaba. Cuanto hacía que no sentía algo así. Se notaba que lo echaba mucho en falta y eso hizo que me excitara un montón. Miré a mi amiga, quien parecía lamer con cierta lentitud.

—Eso es, sigue así —le hablé con ronca voz.

—¿Lo hago bien? —preguntó antes de dar otra pasada.

—Sí, no pares —ronroneé clamorosa.

La lengua recorrió el contorno de mis labios mayores antes de adentrarse en el interior, donde le esperaban pliegues mojados y calientes. Cuando pasó a estos, los lamió despacio, repasándolos con cuidado y despegándolos un poquito. A cada pasada, notaba un fuerte pinchazo de placer en mi interior. Mi Dios, esto era mejor de lo que esperaba.

—¿Qué tal sabe? —pregunté yo mientras contenía mis inevitables gritos.

Maite puso un gesto de perplejidad ante mi cuestión.

—Raro —fue su respuesta—. Nunca había probado nada igual, aunque…me gusta.

Me agradó que dijera eso.

—Pues sigue, que lo estás haciendo muy bien.

Animada por mis palabras, continuó.

Siguió pasando su lengua por todo mi sexo. De vez en cuando, tocaba el clítoris, lo cual añadía una electrizante sensación a lo ya vivido. Cada roce era suficiente para alterarme más. Entonces, le volví a hablar.

—Maite, lámeme el clítoris, por favor.

Sonaba a orden, pero ella la acató como un buen soldado.

Mi clítoris no era tan grande como el suyo, pero lo tenía bien hinchado por el calentón que llevaba encima. Mi amiga llevó su lengua hasta allí y la empezó a pasar en un movimiento de ascenso y descenso. Con eso, ya terminó de volverme loca.

—¡Agh, si! —grité con todas mis fuerzas—. No pares, ¡por lo que más quieras!

Bajé mi cabeza y con mi entrecerrada vista, contemplé como ella destrozaba mi clítoris a base de lengüetazos. Sus ojitos azules claros los clavó en mí y esa mirada me hizo perderme por completo.

—¡Joder, no aguanto más! —aullé sin piedad.

Mi cuerpo tembló ante el glorioso orgasmo que tuve. Era como si me estuvieran electrocutando directamente en mi propio sexo. Fue impresionante y maravilloso. Noté las fuertes contracciones de mi vagina y la humedad que se derramaba de dentro. Hacía tanto que no me venía de esa manera. Terminé destrozada y no tuve más remedio que dejarme caer hacia atrás para poder descansar después de lo vivido.

Respiré un poquito para ir recuperándome y noté como Maite seguía lamiendo allí abajo, seguramente para dejarme limpia. Al fin, me incorporé, quedando otra vez sentada y miré a mi amiga, quien seguía pasando su lengua. Me enterneció verla así.

—Ven, anda —la llamé.

Se levantó quedando a mi altura y le di un buen beso en la boca, permitiéndome degustar el sabor de mi propio sexo. No era la primera chica con quien hacía algo así, pero me emocionó que fuera Maite. Le daba un toque más especial y lujurioso.

—Entonces, ¿te ha gustado? —me preguntó tras darnos el beso.

—¿Tú has visto como me has dejado? —repliqué con cierto resquemor.

Mi reacción la dejó un poco confusa. Me miró extrañada y casi me entró la risa. En vez de eso, le di un fuerte abrazo y volví a besarla.

—Claro que me ha gustado —le hablé encantada—. Lo has hecho muy bien. Para ser tu primera vez, has estado fantástica.

Sonrió satisfecha ante lo que le decía.

—Gracias —dijo un poco tímida.

Tras eso, me eché hacia atrás, cosa que le pareció un poco rara.

—Venga, siéntate delante de mí.

Maite arqueó una ceja. No entendía que estaba haciendo.

—Va…vale.

Se subió y le dije que se pusiera de espaldas a mí. Así lo llevó a cabo y yo la atraje hasta quedar pegadas las dos.

—¿Qué estamos haciendo? —preguntó.

—Darte tu premio —le respondí.

Se terminó de acomodar. Ella se recostó sobre mí y yo la rodeé con mis piernas por las caderas. De esa forma, su culito acabó sobre mi entrepierna y su espalda acabó chocando con mis pechos. Apoyé mi cabeza en uno de sus hombros y le di un besito en el cuello.

—¿Qué me vas a hacer?

—Ahora veras.

Mi mano izquierda comenzó a acariciar sus pechos, pellizcándoles los pezones para ponerlos duritos. Maite ya gimió inquieta, alzando su cabeza mientras contraía su pecho. La mano derecha descendió por su cuerpo hasta llegar a la entrepierna.

—Ábrelas —dije.

Ella lo hizo sin rechistar.

Mi mano llegó hasta su coño. Abrí los labios mayores y mis dedos comenzaron a explorar la humedad cavidad.

—Oh, Dios, Irene —habló en un súbito suspiro.

Miré su rostro, demacrado por el placer. Sus ojitos entrecerrados, su tez colorada, sus labios entreabiertos… Madre mía, que visión más erótica. No lo dudé y le di un fuerte beso. A la vez, mis dedos masturbaban su coñito, ofreciéndole más goce.

—Um, si —decía entre gemidos entrecortados.

Mis dedos índice y corazón atraparon su clítoris y lo frotaron con ganas. Notaba su respiración acelerada, retumbando contra mi cuerpo. El suyo temblaba ya por el placer proporcionado. Mi mano izquierda aferraba uno de sus pechos y le pellizco el pezón, haciendo que gimiera más. Sin embargo, aquello no era más que el principio.

Mi dedo corazón recorrió la húmeda rajita en un movimiento de descenso y ascenso. Entreabrió un poco sus húmedos pliegues. Estuvo horadando ese lugar un poquito hasta que decidí internarlo dentro de ella. Cuando metí la punta, Maite se estremeció.

—Irene… —dijo con seca voz, pero yo no la dejé hablar más, pues la besé.

El dedo fue adentrándose dentro de su coño y enseguida lo estrechita que estaba. Me sorprendió. Maite no era virgen, pero las vaginas podían ser diferentes de unas mujeres a otras. Yo la tenía un poquito más ancha, pero no demasiado. Continué penetrándola, aunque me detuve al notar un poco tensa a mi amiga.

—Relájate —le susurré al oído.

Más calmada, metí el dedo por completo dentro de su coño. Maite gimió cuando comencé a describir círculos en su interior. Al inicio, solo eran pequeños suspiros, pero no tardaron en dar paso a fuertes gritos que me preocuparon. No quería molestar a los vecinos. Yo iba sin prisas, haciendo que gozase con tranquilidad, que degustara lo que le ofrecía. Besé su cuello varias veces y seguí acariciando sus pechos con la mano izquierda. Era maravilloso.

—Ves, esto nunca lo tendrás con tu novio —le solté para añadir más morbo.

—Desde luego que no —repuso ella.

Seguimos así un rato más hasta que Maite no pudo aguantarlo. Todo su cuerpo entero se tensó y, por un instante, su respiración se cortó. Llegaba el momento del orgasmo.

Esta vez, no hubo palabras. Maite emitió un fuerte alarido mientras sufría fuertes contracciones en su cono, algo que noté de forma perfecta con mi dedo. Su cuerpo se estremeció varias veces. La sostuve para que no se cayese, pues había quedado un poco débil. Le di varios besos por su rostro mientras dejaba que se recuperase y saqué mi dedo de su interior. Embadurnado en sus fluidos, se lo ofrecí y ella lo chupó.

—¿Está rico? —pregunté divertida.

—Pues si —respondió mi amiga y nos volvimos a besar.

Abrazadas, seguimos sentadas sobre la mesa un rato más. Yo estaba muy feliz. No solo había tenido un gran encuentro sexual con mi amiga y compañera de piso, sino que además, había conseguido arreglar las cosas con ella.

—Te quiero mucho, Irene —dijo Maite de repente.

Nos miramos. Cierta inquietud se removió dentro de mí al escucharla decir eso, pues planteaba un preocupante dilema entre las dos. ¿Me quería como amiga o como algo más? Eso me hizo sentir un poco mal. No sabía si iba en serio o solo era cosa de las circunstancias.

—Yo también —comenté, aunque me sentía desanimada—, pero está claro que tu seguirás con Alfredo.

—¿Y te rompe el corazón que siga con él?

Que buena pregunta. La verdad era que sí, me jodía más de lo que pudiera imaginar. No estaba enamorada de ella, pero comenzaba a estarlo.

—Da lo mismo —contesté derrotada—. No voy a entremeterme en vuestra relación.

—Como tú me dijiste la otra vez, mientras no se entere de lo que pase en este piso, bien podemos seguir.

La miré llena de sorpresa. Si ella lo tenía claro, poco más podía añadir yo. Nos dimos un buen beso y nos acariciamos juguetonas, llegando incluso a hacernos cosquillas. Aún quedaban dos semanas más de confinamiento, pero viendo las perspectivas de futura, iban a ser las mejores que podríamos vivir.


Parte 3


Para muchos, la cuarentena estaba resultando muy dura. No podía culpar a quien se sintiera así. Estar encerrado en casa por semanas, sin poder salir fuera y sin tener contacto con otras personas, resultaba muy duro. Si, para colmo, tenías niños, la cosa podía llegar a ser peor, teniendo que aguantar a unos pequeñajos que no paran de quejarse y liarla. Comprendía la situación penosa de mucha gente y por eso, me resultaba tan difícil reconocer una cosa: a mí este confinamiento me estaba encantando.

Siete días pasaron desde que Maite y yo nos liáramos por segunda vez y, joder, había sido la mejor semana de mi vida. Libres de la tensa carga que llevábamos por esa prohibida atracción, desatamos toda la pasión que habíamos acumulado durante todo el periodo de confinamiento, gozando de un placer indescriptible. Cualquier rincón de la casa era el lugar ideal para tener una sesión salvaje de sexo, porque todo había que decirlo, nos dejamos llevar como locas. En la cocina, en el salón y, como no, en nuestros dormitorios. Aquellas habitaciones fueron testigos de ese irrefrenable deseo que nos habíamos guardado por tanto tiempo. La ducha fue otro lugar cideal para nuestros apasionados encuentros. Bajo el chorro de agua caliente, nos comíamos a besos y nos acariciábamos como animales. Siempre dormíamos juntas y abrazadas, como si ahora, fuésemos propiedad una de la otra y no quisiéramos separarnos.

Para colmo, Maite me sorprendió. Pese a su inexperiencia en el sexo lésbico, la chica le ponía ganas y no tardó en aprender como tenía que dar placer a una mujer. Lamía mi coño como toda una experta y me hacía gritar de una manera increíble, como ninguna de mis amantes previas habría conseguido. Lo hacíamos en toda clase de posturas: yo sentada sobre su cabeza, de lado, bocarriba, en cuatro patas, inclinada hacia atrás, aunque lo que de verdad le encantaba era el sesenta y nueve y la tijera. De esas maneras, ambas acabábamos teniendo unos orgasmos increíbles. Sin embargo, toda aquella maravillosa experiencia iba a tocar a su fin.

El gobierno ya había dado inicio a la desescalada del confinamiento y muy pronto, tendríamos que regresar a la normalidad. Nosotras ya no podríamos seguir con la universidad hasta septiembre, pero eso no quitaba que habría que hacer otras cosas. En el caso de Maite, una de ellas era reunirse con su novio, el capullo de Alfredo.

Me llenaba de una enorme pena que lo nuestro se fuera a acabar y en cierto modo, me di cuenta de que mi amiga me gustaba más de lo que creía. Claro que no tenía más remedio que hacerme a la idea y eso me hacía sentir muy triste. De hecho, los últimos días estuvimos un poco más decaídas, pensando en lo que pasaría después. Desde luego, ninguna deseaba que aquello acabara, pero no había otra posibilidad.

Ya era por la tarde y me encontraba limpiando el salón mientras no dejaba de pensar en lo que íbamos a dejar atrás. Todavía no habíamos hablado de manera clara sobre ello. El miedo nos impedía lanzarnos, pero ya estaba más que asumido. Pasé un trapo por una de las lejas de la estantería para quitar el polvo y no pude evitar sollozar un poco. Madre mía, esto no era lo que esperaba que me fuera a pasar.

Mi amiga se encontraba en su cuarto. Le pedí que me ayudara y lo haría, pero primero decidió hablar con el insoportable de su novio por el móvil. Yo no sé por qué diantres tenía que dedicarle tanto tiempo a ese cabrón y me exasperaba, porque sabía que ya ni le emocionaba verlo, pero estaba claro que había compromisos que tenía que mantener.

Seguí limpiando tranquila todos los muebles del comedor. El rato fue pasando con total tranquilidad y ya tenía casi todo listo. Me sorprendió lo rápida que había sido y que Maite no hubiera aparecido para ayudarme. Al final, a esta se le había ido el santo al cielo. Comencé a pensar en ir a verla para reprocharle su ausencia cuando, de repente, escuché un fuerte grito.

—¡Que te den!

Mi cuerpo entero tembló al oír semejante chillido. Parecía como si hubiera un monstruo allí mismo. Después de eso, comencé a escuchar llantos muy dolidos. Sabiendo quien los producía, decidí ir a ver qué demonios pasaba.

Entré sin más, pues sabía que de nada serviría llamar a la puerta. Mi amiga se encontraba bocabajo, llorando con la cabeza pegada contra la almohada. El móvil estaba tirado sobre el suelo. Ver semejante estampa me dejó perpleja.

—Maite, ¿se puede saber qué te pasa? —pregunté un poco asustada.

Ella alzó la cabeza al escucharme y puede ver sus ojitos azules enrojecidos y cuajados de lágrimas. Tenía una expresión rota en la cara, como si le hubiesen destrozado el corazón de una manera horrible. Me miró muy afligida y contestó:

—Alfredo y yo hemos roto.

Rompió a llorar de manera desoladora y yo fui a su lado, sentándome sobre la cama. Ella también lo hizo y dejó que la abrazara, pegando su cuerpo contra el mío. Dejé que desahogara su pena mientras acariciaba su largo pelo marrón claro, el cual llevaba esta vez suelto.

—Lo siento tanto, cariño.

La verdad era que llevaba esperando que lo dejaran desde hacía mucho tiempo, pero tampoco podía negar que nunca desearía que mi amiga pasara por algo tan malo. Ahora, estaba totalmente destrozada y, por más que me alegrase de que ya no volvería a ver jamás a ese imbécil de Alfredo, no era este el estado en el que quería ver a Maite. Dejé que llorara cuanto necesitase y, cuando ya estaba más calmada, decidí hablar con ella.

—Cuéntame, ¿qué es lo que ha ocurrido?

Maite tenía el rostro aún demacrado. Sus facciones estaban muy endurecidas, las mejillas húmedas por las lágrimas derramadas, los labios contraídos en un triste mohín, el pelo revuelto cubriendo su rostro y hasta de la nariz se derramaba un poco de moquillo. Tenía unas pintas terribles.

—Pues nada, que Alfredo me ha dicho que ya no quiere seguir conmigo —comentó con voz afónica.

—¿Y por qué?

—Que dice que está aburrido de nuestra relación —me explicó dolida—. Que pasa de esperar a que pase la cuarentena para verme y se ha liado con otra.

Que el andoba ese terminaría engañando a Maite era algo que yo sabía que acabaría pasando, como si no lo tuviera bien calado, pero que tuviera los santos cojones de hacerlo por aburrimiento y por culpa de la cuarentena resultaba surrealista. En fin, a mí lo que ese capullo hiciera me daba igual. Lo único que me importaba era mi compañera.

—Primero me ha mandado un mensaje y luego, cuando he llamado para pedirle explicaciones, se ha puesto en plan pasota y hasta me ha echado la culpa… —continuó muy desconsolada.

—Venga, déjalo —le dije con calma—. Todo eso ya es el pasado. No te comas la cabeza.

Se arrebujó más contra mí y posó su cabeza en mi pecho. La acuné con mis brazos y seguí acariciando su cabello. Miré su rostro y pude ver como derramaba alguna que otra lagrima. La besé en la frente, tratando de quitarle esa enorme pena de encima.

—Ese tío no era más que un cabrón —murmuré—. Sabía que no te convenía.

Nos miramos. En sus ojos, podía notar como sus pupilas temblaban inquietas. Se encontraba hecha polvo. No podía creer que estuviera tan colada por Alfredo. Desde luego, iba a llevar su tiempo que lo olvidase.

—Yo tampoco he sido muy buena —comentó sin más.

—¿Por?

—Ya sabes, nos liamos entre nosotras sin que él lo supiera.

Lo que faltaba, que ahora cargara la responsabilidad de su ruptura en las dos. No pude evitar sentirme un poco molesta por su comentario, aunque tampoco quería enfadarme con ella, viendo el estado en el que se hallaba. Sin embargo, no iba a dejar que las culpas recayesen en mi o en ella.

—No sabe nada y dudo mucho que lo sospeche —me pronuncié con claridad.

—Sabe que eres lesbiana y últimamente, él y yo hemos estado un poco distantes. —Sus palabras no podrían sonar más irritantes—. Si le hubiera dado, aunque fuera sexo virtual, pero ya no estaba interesada en él y, para colmo, le estaba engañando. Seguro que algo sospechaba.

Joder, que Maite ser muy paranoica y se estaba comiendo ella sola la cabeza, cosa que no podía enojarme más. Lo último que deseaba era verla sufrir de esa manera.

—Y qué más da si sospecha, ¿eh? —hablé, intentando hacerla entrar en razón—. Tu misma sabes cómo te ha tratado desde que empezasteis a salir. Que si había días que no podías quedar con otras personas, que si no te satisfacía como tu deseabas, que si solo podías vestir como él quería… —Tomé un poco de aire, porque me estaba cansando de enumerar tantas cosas— Coño, si hasta te insistió en que te fueras del piso, ¡porque no le gustaba que estuvieras conmigo!

Lo escuchó todo con paciencia y, pese a no ver su rostro cambiar, estaba claro que me había entendido.

—Eso es verdad —convino conmigo—, pero le engañé y eso no está bien.

Respiré frustrada. Señor, que cruz con esta chavala.

—Y él te habrá estado engañando. —Mi voz sonaba cansada, me estaba hartando de tanto hacerle ver las cosas como eran—. Quien sabe, puede que incluso lleve más tiempo que tú. Lo que está claro es que te ha dejado y tienes que pasar página.

Por más que lo intentase, no lograba ni animarla ni convencerla. Maite parecía haber caído en un bucle de pesimismo que se repetía hasta el infinito. Siempre había sido así, pero me preocupaba que fuera a afectarle de verdad esta vez.

—¿Y que voy a hacer? —se preguntó frustrada— ¿Cómo voy a seguir mi vida sin él?

Me dejó alucinada. Como uno era capaz de hundirse en la miseria de una manera tan sencilla.

—Maite, tienes una carrera que terminar de estudiar, tu familia, amigos… —Mis ojos se cruzaron con los de ella—… a mí.

Cuando mencioné eso último, algo en su rostro cambió. La expresión tan contraída se relajó un poco y algo de brillo iluminó su apagada mirada.

—Irene…

La besé. No podía aguantar más. Tenía que dejar de pensar tanto en cosas pesimistas y recordar lo bueno que tenía. La cosa fue que respondió a mi beso y pegó más los labios para, acto seguido, abrirlos, dejando que nuestras lenguas invadieran nuestras bocas. Nos dimos un húmedo morreo que se fue haciendo más intenso conforme el tiempo pasaba. Para cuando nos separamos, estábamos tan calientes que parecíamos a punto de derretir la habitación.

—Te quiero —le solté, porque ya que más daba todo—. No sé si estoy enamorada o no, pero el caso es que te quiero y no voy a permitir que sufras más ni te vayas de mi lado…

Ahora la que iba a llorar era yo, genial. Maite, por in, sonrió. Entre el beso y mi torpe declaración, había conseguido alegrarla.

—Irene, yo también te quiero mucho.

Nos volvimos a comer la boca y terminamos tumbadas en la cama.

Puestas de lado, una frente a la otra, nos abrazamos mientras no dejábamos de besarnos. Nuestras lenguas horadaban el interior húmedo de nuestras bocas y nuestras respiraciones se hicieron más intensas. Rodamos de un lado a otro mientras nos acariciábamos, gimiendo y disfrutando del calor y el roce de nuestros cuerpos. Al final, terminé encima de ella.

Estuve dándole besitos por toda la cara hasta que me pidió que me quitara de encima. Me acosté bocarriba a su lado y ella se pegó a mi vera. La rodeé con uno de mis brazos. Nos quedamos mirando el techo en silencio, tan solo disfrutando del maravilloso ambiente que acabábamos de crear, tan sereno como maravilloso.

—Entonces, ¿ya somos novias?

Su pregunta me hizo reír y ella tampoco pudo reprimirse. Estuvimos carcajeando por un ratito hasta que decidí hablar.

—Tampoco hay que ir tan rápido —contesté.

—¿Como que no? —repuso ella contrariada—. Te recuerdo que llevamos una semana follando sin parar.

—¿Y eso ya es motivo para que seamos pareja?

—¿Acaso no quieres que lo seamos?

La mirada que me lanzó estaba llena de preocupación. Eso me hizo alarmarme un poco, así que me acerqué y le di un pico en la boca. Ella respondió con un besito corto que me encantó.

—Claro que quiero estar contigo —dije—, pero vamos a ir poco a poco. No quiero precipitar las cosas, ¿vale?

—Vale.

Su respuesta más convencida me agradó y nos besamos de nuevo. Estuvimos así por un ratito más hasta que volvió a hablar.

—Irene, quiero hacerlo.

Su petición sonaba muy tentadora, pero ahí, tuve que detenerla.

—Me encantaría, pero vamos a terminar de limpiar el piso, que era lo que teníamos pensado hacer desde un inicio.

Maite se mostró muy contrariada con mi idea.

—Pero necesito que me consueles —expresó muy provocativa—. Necesito que me lamas mi mojado coñito y que me ensartes con tus dedos.

¡Coño con la tía! Sí que podía ser tan guarrilla. La verdad era que me estaba excitando más de lo imaginable, pero tenía que resistirme, por mucho que me disgustara.

—Lo siento. Hay que ponerse a limpiar, que lo llevamos posponiendo desde hace demasiado tiempo.

Descorazonada, mi amiga no tuvo más remedio que ceder. Me dio un suave besito como afirmativa respuesta, aunque seguía viéndola un poco decepcionada.

—Está bien, pero esta noche, quiero que me pegues un buen viaje.

Sonreí divertida ante sus palabras pues, justo en ese momento, me vino una idea a la mente.

—Tú espérate. Se me acaba de ocurrir algo que te encantará.

Arqueó una ceja sorprendida. Desde luego, no esperaba que le dijese algo así.

—Pues lo esperaré con ganas.

Nos dimos otro piquito y luego, nos levantamos para seguir limpiando.

Pasamos lo que quedó de tarde limpiando el piso. Acabamos destrozadas. Tiradas sobre el sofá, nos estiramos todo cuanto pudimos, tratando de relajar nuestros agotados cuerpos.

—Madre mía, sí que había mucho por limpiar —afirmó mi amiga con disgusto.

—Ya te digo, y eso que pasamos todos los días aquí dentro.

Nos reímos divertidas mientras nos pegábamos una al lado de la otra. Dios, como de a gusto estaba con Maite y poco importaba que ahora fuésemos novias. Me encantaba tenerla a mi lado y lo que más deseaba era liarme con ella allí mismo. Sin embargo, pensé que eso no era lo mejor. Habiendo concretado nuestra relación, tenía que entregarle algo más especial. De hecho, llevaba toda la tarde maquinando que podría ser.

—Oye, ¿por qué no te das una ducha mientras yo preparo la cena? —le propuse.

Maite me miró con sorpresa.

—¿Ese era tu gran plan para esta noche?

Me hizo gracia la manera en la que hablaba, como si se sintiera decepcionada.

—No, eso no es lo que tengo preparado —le respondí—. Vamos, vete que yo voy a hacer la comida.

Asintió como respuesta y se levantó para dirigirse al baño. Al mismo tiempo, yo también me incorporé y fui para la cocina. Pese a estar un poco cansada, preparé algo para comer ligero, pues no quería empacharnos. Maite no tardó en aparecer con un cómodo pijama y cuando vio lo que había en la mesa, quedó encantada.

—Vaya, creo que hecho la mejor elección al elegirte a ti —dijo muy encantadora—. Eres muy buena cocinera.

—No es eso lo único en lo que soy buena —comenté yo sonriente.

Me abrazó, rodeando con sus brazos mi cuello, y me plantó un dulce beso en la boca. Que maravillosa podía llegar a ser. Nos sentamos y comimos todo lo que había hecho, unos filetes de pollo con una rica ensalada bañada en aceite. Una vez terminamos, pusimos los platos en el fregadero. Entonces, fue cuando Maite me miró ansiosa. Estaba claro que ya quería saber que tramaba para esta noche.

—Y dime, ¿qué tienes pensado ofrecerme? —La pregunta sonaba tan apremiante. Se notaba que quería saber ya que me traía entre manos.

—Todavía no —contesté para su malestar—. Primero voy a ducharme, pero, eso sí, vete a tu cuarto, ponte la lencería más sexi que tengas y espérame allí.

Abrió los ojos como platos al escuchar lo que acababa de decir, pero me entendió a la perfección. Sin más, me di la vuelta para dirigirme al baño y pegarme una buena ducha.

Ya con el agua caliente recorriendo mi piel, comencé a pensar en lo que tenía planeado para mi novia (pues ya lo era, aunque todavía no estuviera confirmado por ambas). Sabía que le iba a resultar muy impactante y aparatoso, llegando a preguntarme si no me estaría pasando. No tenía claro si estaría preparada para algo así, pero bueno, de eso iba el tema, de probar y ver que le agradaba y que no. Tras terminar de ducharme, envolví mi desnudo cuerpo en una toalla y puse rumbo al dormitorio.

Una vez en mi cuarto, fui al armario para sacar la sorpresa que le tenía preparada a Maite. Lo sostuve con una mano y lo observé con atención. Sonreí deleitada. Dios, como se iba a poner cuando lo viera. Envuelta en la toalla aún, decidí ir a su habitación. Ya era hora de empezar. Toqué un par de veces y contestó.

—Puedes entrar.

Cuando abrí y me metí en la habitación, me quedé de piedra. Allí delante tenía a Maite, recostada sobre su cama y bien estirada. Llevaba un sujetador y unas finas bragas rojas, dejando al descubierto su preciosa figura y realzando tanto sus hermosos pechos como su respingón culito. Además, se había soltado el pelo y puesto maquillaje. Un poco de colorete en las mejillas, los labios pintados de carmesí y algo de línea de ojos. Se veía esplendida y me dejó alucinada.

—¿Qué llevas ahí? —preguntó mientras me miraba llena de curiosidad.

Sostenía algo en mi mano derecha y lo mantenía oculto tras de mí, pero decidí que ya era hora de resolver el misterio. Caminé un par de pasos y lancé el enigmático objeto sobre la cama, justo al lado de mi chica. Cuando averiguó de qué se trataba, acabó sin respiración.

—Pe…pero, ¿qué demonios? —habló perpleja mientras lo sostenía entre sus manos— ¿No decías que las pollas no daban placer?

Me quedé estupefacta ante su reacción.

—Yo nunca dije eso —respondí contrariada—. Solo te dejé claro que el sexo oral podía ser igual de placentero. Bueno, ¿te gusta o no?

No sabía que decir. La había dejado muy impresionada con mi sorpresa. Se trataba de un strap-on, o como se le suele llamar, consolador con correa. Te lo ponías atado alrededor de la cintura y por delante tenía un largo pene de plástico negro. El mío no era más que un simple cilindro de punta redondeada. Carecía de los detalles que poseían otros del mismo estilo.

—Es interesante —contestó con temblorosa voz.

Mi novia lo miró por todos los lados posibles, analizándolo en profundidad. Se notaba que nunca en su vida había visto nada igual. Pasó una mano por el consolador, quedando impresionada por su tacto y longitud. No era enorme, pero si lo bastante largo como para dejarla bien ensartada.

—¿Lo has llegado a utilizar?

—Alguna que otra vez.

—¿Y…te las has metido alguna vez?

—Por supuesto y no sabes el placer que da.

Mis palabras parecieron encenderla. Dejé caer la toalla al suelo y fui hacia la cama. Ya encima, me coloqué de rodillas y le pedí a Maite que me diera el strap-on para ponérmelo. Ella así hizo y me ayudó a atarlo. Mientras terminaba de prepararlo, no dejé de admirar el cuerpazo que tenía. Poseía una figura de infarto y eso, unido a su pálida piel, la hacían irresistible. Cuando ya tenía los amarres bien apretados, me lancé a por ella.

—Que ganas tenía de hacer esto —murmuré mientras le daba un fuerte beso.

Caímos juntas sobre la cama. Me puse de lado y ella me imitó, quedando una frente a la otra. Continuamos besándonos como posesas y no cesamos de acariciarnos. Mis manos se deslizaban por su piel, tan suave y tersa. Mi boca descendió por su cuello y la lamió sin cesar, como si quisiera grabar su sabor en mi paladar de forma permanente. Maite ya gemía bien excitada.

—Dios, que buenas estas —volví a decir entre murmullos.

—Tu sí que estás bien buena —me dijo ella mientras me acariciaba las tetas.

Sus manos apretaron mis pechos con ansiedad y no tardó en pellizcarme los pezones, cosa que me hizo chillar. Luego, su boca descendió para devorarlos. Se notaba que la chica tenía muchas ganas de mí.

—No soy para tanto —comenté al tiempo que veía a Maite chuparme una de las tetas.

Al escucharme, me miró de forma desconcertada con sus ojitos azules.

—No te menosprecies, anda —me replicó—. Con el cuerpazo que tienes, volverías locos a muchos tíos.

Tras decir eso, se puso a chuparme el otro pezón. Me mordisqueó un poco, haciendo que me estremeciera tanto que le aplasté la cara contra mi teta.

—Agh, hay muchos maromos que me han tirado los trastos, pero jamás me tendrán —hablaba ya bien cachonda—. Lo mío son las mujeres y así seguirá siendo…

—Y yo que me alegro —Su voz no podría sonar más satisfecha y eso me encantaba.

Me besó y ahora, llegó mi turno de explorar su espléndido cuerpo. Primero, mis manos atraparon su prieto culo, el cual amasé con ganas a la vez que mi lengua chocaba con la de ella. Acto seguido, subí por su curva espalda y le agarré por el broche del sujetador, lista para quitárselo.

—Qué bonita te has puesto —Sonaba muy cursi, pero deseaba decírselo.

Maite sonrió risueña.

—Este conjunto lo tenía preparado para Alfredo, porque quería demostrarle que estaba dispuesta a dárselo todo, pero ahora, sé que no era para él —admitió con una sinceridad impresionante—, sino para ti.

Quedé sin palabras. No sabía ni que decir. Tras mirarnos por lo que bien podría haber sido una eternidad, mi única reacción fue besarla con todo el deseo que podía albergar. Si había alguna duda de que amaba a Maite y ella a mí, ya no podría quedar más claro.

La desnudé poco a poco. Quería apurar el máximo tiempo posible y que el deseo nos consumiera a ambas. Podría lanzarme sin más a por ella, pero entonces, no sería lo mismo. La despojé de su sujetador y de sus braguitas, quedando desnuda por completo. Hice que se acostara sobre la cama, bien estirada y bocarriba. Así, pude admirarla en todo su esplendor.

—Te lo juro, Maite, eres la chica más sexi que he tenido en mi cama —confesé sin ningún remordimiento.

—Me halagas.

Volví a besarla y, tras eso, mi boca comenzó a descender. De su mentón, bajé dándole besitos hasta llegar a su pecho, donde me dediqué a colmar de atención aquellas redondeces medianas que tenía. Las lamí, chupé y mordisqueé sin piedad. Mi bella novia se retorcía al tiempo que atrapaba sus pezones y amasaba esos maravillosos senos. Dejándolos bien llenos de brillante saliva, continué mi bajada, directa a su lugar sagrado.

—Irene… —dejó escapar en un suspiro.

Besé su vientre plano y no tardé en horadar su gracioso ombligo, introduciendo la lengua en él. Eso hizo que mi compañera se estremeciera y respirase de manera entrecortada. Sin ninguna duda, la estaba llevando al límite. Continué bajando hasta llegar a su sexo. Maite se abrió de piernas sin pensarlo y yo decidí no perder más tiempo. Había mucho que hacer.

—¡Joder, si! —gritó nada más entrar mi lengua en contacto con su coño.

Todo el cuerpo de la chica se retorcía ante el húmedo roce. Recorrí el perímetro de su sexo en círculos para luego, subir y bajar por toda la rajita. Del interior, no paraba de manar humedad.

—Cariño, estás mojadísima.

—¡No puedo, no puedo más!

Antes de que pudiera darme cuenta, Maite tuvo un buen orgasmo. Su cuerpo entero se puso tenso y abrió su boca para emitir fuertes gemidos hasta que se contrajo por el placer desatado. Mi boca se inundó de los fluidos que su sexo expulsaba y me encantaba degustarlos mientras se derramaban por mi paladar. Era la magia de comerle el coño a una mujer. Cuando terminó, dejé que se recuperase, aunque continué lamiendo para dejarla limpia. Acabada, me incorporé y le di de probar sus propios jugos vaginales al besarla.

—Creo que ya estás lista para que te penetre —anuncié de manera repentina.

Ella me miró un poquito nerviosa. Se suponía que tenía experiencia siendo penetrada, pero claro, no era lo mismo que te lo hiciese un pene real que uno de plástico. Sus ojos mostraban cierta preocupación, así que tuve que calmarla con suaves caricias y pequeños besos.

—Tranquila, con lo lubricado que tienes el coño, entrará fácilmente.

Eso pareció calmarla un poco y me sonrió confiada. Sin perder más tiempo, me coloqué sobre ella y guie el miembro artificial hasta la entrada de su sexo. En ese instante, nos miramos.

—¿Estás preparada? —pregunté con claridad.

—Si —contestó ella con decisión.

A continuación, empujé y el consolador comenzó a adentrarse en esa húmeda cueva. Fui poco a poco, sin desear alterar a mi chica, quien permanecía entelerida ante la penetración. Mi chica… Ya me había acostumbrado al hecho de que éramos pareja.

—¿Va todo bien? —fue mi siguiente cuestión al verla tan callada.

—Sí, no te preocupes. No me está doliendo.

Escuchar esa frase me calmó bastante. Tumbada sobre ella, le di otro beso y comencé a mover mis caderas, iniciando un movimiento bamboleante. El miembro de plástico recorría el interior de su sexo e hizo que no tardara en gemir, producto del emergente placer que sentía.

—¿Te gusta cómo voy?

—Sí, no pares.

Su entrega era total. La besé de nuevo y moví mis caderas un poco más rápido. De esa manera, el consolador se clavaba más y más en ella, penetrándola hasta lo más profundo de su interior. Cada estocada hacía que gimiera con mayor fuerza y yo no cesaba en empujar con mayor ritmo, intentando llegar más dentro.

—Agh, Irene —decía mientras sentía las estocadas— ¡Esto es maravilloso!

La besé como una desesperada mientras arreciaba con las embestidas. Estaba desbocada, sin cesar de penetrar a la preciosa chica a la que tanto quería. Deseaba con todas mis fuerzas hacerla gozar. Controlaba mis movimientos para no lastimarla, pero iba con celeridad para mantener el ritmo y que lograra llegar al orgasmo. La colmaba de besos y caricias. Mi boca descendió hasta sus pechos y engullí los pezones con lujuria. Todos aquellos estímulos fueron más que suficientes para que Maite terminara corriéndose.

—¡Oh, Irene! —aulló desesperada— ¡¡¡Me corro!!!

Pude ver como su cuerpo se estremecía por el orgasmo, al igual que como cerraba sus ojos y dejaba escapar todo el aire por la boca, pero lo que me apenó un poco, fue no poder sentir las contracciones que su coño tendría. En verdad, no poder disfrutar del interior tibio, húmedo y apretado de Maite resultaba frustrante. Por momentos, desearía tener una polla de verdad. Con todo, tampoco tenía que sentirme tan a disgusto. Había hecho gozar a la chica más hermosa del mundo, a la cual tenía ahora mismo entre mis brazos. Eso era más que suficientes.

Poco a poco. Maite se fue tranquilizando. Le di suaves besitos por toda su cara y eso la hizo reír como si fuera una niña pequeña. Ella me respondió comiéndome la boca con un ímpetu salvaje.

—¿Te lo has pasado bien? —pregunté tras despegarnos.

—Sí, ha sido mucho mejor que con Alfredo.

Su respuesta me sorprendió bastante y quise saber por qué.

—Tú le pones mucho más cuidado y pasión, te preocupas por darme placer —me explicó con tranquilidad—. Mi ex se dedicaba a bombear hasta que se corría y una vez acabado, se retiraba.

Lo último lo dijo con un disgusto tremendo. No pude evitar compadecerme de ella.

—Pues no te preocupes, que conmigo nunca tendrás ese problema.

Mis palabras la animaron mucho, ya que, enseguida, una preciosa sonrisa se le dibujó en la cara.

—¿Quieres que lo volvamos a hacer? —le dije, pues seguro que tendría más ganas.

—No, estoy cansada. —Su respuesta me sorprendió— Esos dos orgasmos que me has dado han sido suficientes.

—Vale —comenté un poco decepcionada.

De repente, Maite me atrajo hasta quedar cara a cara y, entonces, me susurró:

—Sabes, me gustaría probar a mí ahora.

Se me pusieron los pelos como escarpias al oírla. No hacía falta ser un detective de gran capacidad deductiva para saber lo que quería. Pretendía atarse ella ahora el strap-on y follarme con él. Me dejó impactada, pero, a la vez, me encantó. Que Maite estuviera dispuesta a algo así, demostraba que era la chica de mis sueños.

—Pues vamos a ello.

Me salí de su interior y pudimos ver el pene de plástico brillando por los flujos de mi compañera.

—Jodo, habrá que limpiarlo —comentó.

—Déjate, así me entrará mejor —le dije yo.

No creía que fuera muy higiénico, pero el morbo de sentir ese consolador embadurnado en sus jugos penetrándome era tremendo. Le ayudé a ponerse el strap-on y cuando la vi portando el objeto, me quedé alucinada.

—Madre mía, nunca creí que te vería con algo así en la vida —expresé muy impresionada.

—¿Cómo vamos a hacer esto? —preguntó Maite— ¿De qué manera para que no te moleste?

Verla tan atenta demostraba lo maravillosa que podía llegar a ser. La abracé y le comí la boquita durante un rato. Que estuviera conmigo era lo mejor del mundo. No podía ser más feliz.

—¿Qué te parece si tú te acuestas y yo me coloco encima de ti? –propuse.

Ella me miró un poco reticente.

—¿Segura? No querría que se hicieras daño.

Su preocupación me enterneció mucho más. Le acaricié el pelo y la volví a besar.

—Ya he hecho esto muchas otras veces —le aseguré—. Siendo tu primera, vez, esta posición será la mejor para ambas.

Hice que se recostara bocarriba sobre la cama, con el consolador apuntando hacia el techo. Me puse encima de ella. Notaba lo nerviosa que estaba, pero yo le sonreí. No tenía nada de que asustarse. Ahora la penetrada iba a ser yo y no me encontraba mal para nada. Rodeé sus caderas con mis piernas. Enseguida, la punta del miembro rozó mi sexo y un leve escalofrío recorrió mi cuerpo. Maite no dejaba de mirarme.

—¿Va todo bien?

—Sí, claro.

Me abrí los labios de mi coño y coloqué el consolador justo en la entrada. Entonces, me dejé caer y no pude evitar reprimir un gemido.

—¡Joer, si! —grité.

Sentí como el pene de plástico se iba adentrando en mi vagina, abriéndose paso por el conducto de manera inexorable. Seguí descendiendo hasta que, al fin, lo tuve bien encajado. Mantuve mis ojos cerrados en todo momento, conteniendo también la respiración. Cuando ya entró todo, dejé salir el aire.

—¿Ya está?

—Eso parece.

A continuación, comencé a moverme. Conforme la dura barra comenzó a rozar mi interior, suaves gemidos comenzaron a salir de mi boca. Poco a poco, fui aumentando la intensidad de mis movimientos, haciendo que mi respiración se acelerase. Cuando quise darme cuenta, me estaba clavando el consolador lo más adentro posible que podía, arrancándome fuertes olas de placer.

—Dios, ¡qué maravilla! —chillaba incontenible.

Hacía tanto que algo tan duro y grande no entraba en mí. Uf, lo estaba gozando como nunca.

Me movía como una desbocada y el condenado consolador me abría el coño de una manera increible. Y decía Maite que no sabía lo que era sentir una polla dentro de mí. Demasiado me había subestimado. Seguí moviéndome sin cesar y para cuando quise darme cuenta, llegué al orgasmo.

—¡¡¡Ahhh, si!!! —emití entre fuertes alaridos.

Acabé con la mente nublada por completo. Me meneé varias veces y casi estuve a punto de perder el equilibrio. Al final, terminé desplomándome sobre mi novia, a quien parecía haber olvidado por completo. Ella, por su parte, tuvo a bien de acariciarme mientras yo me deshacía por el orgasmo. Cuando terminé de correrme, me dio varios besos en la frente.

Tenía mi cabeza hundida contra su pecho. Respiraba abotargada y me costó desperezarme. Mierda, sí que me había corrido. Alcé mi cabeza y miré a Maite, quien me atusaba el pelo como si fuera su mascota. Aproximé mi rostro hacia el suyo y nos besamos. Nos estuvimos dando unos cuantos piquitos y luego, nos rozamos con las narices, llegando a aplastárnoslas en un momento dado.

—Veo que te has quedado bien a gusto —indicó ella mientras guiñaba un poco su nariz.

—Es que hacía tanto que no me metía un consolador —me excusé, pero lo único que conseguí fue que nos partiésemos de risa.

Tras carcajear un poco, Maite me volvió a mirar con cierta aprensión. Se notaba que todo esto le resultaba aun un poco extraño.

—¿Quieres follar otra vez?

Su pregunta me arrancó un conato de alegría espontaneo. No tuve más remedio que volver a besarla.

—Claro que si —contesté encantada—, pero esta vez quiero que tu participes un poquito más.

Nos dimos otro beso (si, andábamos muy besuconas) y empecé a moverme de nuevo, pero esta vez, Maite se unió también. Sus manos bajaron por mi espalda y aferraron mi culo. Atrapó mis nalgas y comenzó a guiar el movimiento que hacía.

—¡Ahhh, Dios! —grité histérica— ¡Esto es la hostia!

Nos comíamos la boca, desesperadas, y pegábamos nuestros cuerpos como posesas. Mis pechos se aplastaban contra los suyos y nuestros pezones, con los movimientos continuos, no paraban de rozarse. Todo aquello me estaba causando un placer, si cabía, mayor que el que pude experimentar antes. Y todo eso, mientras no cesaba de moverme.

—Joder, no creo que tarde en venirme —anuncié ya descontrolada.

—Sí, Irene, ¡córrete! —me animó Maite— Quiero verlo.

Sus alentadoras palabras hicieron mella. Sentía ese trozo de cilindro plástico clavado tan dentro de mi coño, que parecía a punto de partirme en dos. Seguí meneando mi culo ayudada por mi novia, quien no cesaba de guiarme en mi histriónico baile hasta que, sin avisar, llegó el orgasmo.

—Maite, ¡me vengo! —aullé yo ahora como un animal en plena agonía.

Fue como estar en la cresta de la ola. Me hallaba en lo más alto del mundo, sintiéndome pletórica y fuerte. Sentía un sinfín de sensaciones increíbles en mi cuerpo, tanto por dentro como por fuera. Sin embargo, cuando quise darme cuenta, vino la caída. En picado, como si estuviera en una montaña rusa, descendiendo hacia un frio e insondable abismo lleno de fría oscuridad. Todo resultaba tan vertiginoso que, cuando quise darme cuenta, me hallé sobre la cama, todavía recostada encima de Maite y sudando.

—Tranquila, tranquila —me decía mientras acariciaba mi pelo—. Ya ha terminado.

No sabía cómo cojones había tenido un orgasmo tan fuerte. En mi vida había experimentado algo así. ¿A que pudo deberse? Tan solo hizo falta mirar a mi chica para darme cuenta de la razón exacta. Dejé que siguiera arrullándome mientras buscaba recuperarme. Lo necesitaba. Cuando ya estaba mejor, me saqué el consolador de mi interior y me puse a su lado. Nos miramos deleitadas como dos colegialas en celo.

—Menudo polvazo hemos echado —comenté entusiasmada.

—Pues sí, no me extraña que te estuvieras guardando esto para una ocasión especial —habló chistosa mientras señalaba el strap-on.

Nos reímos bastante locuelas y luego, ayudé a Maite a quitarse el aparatito. No era plan de que lo llevara encima toda la noche. Lo tiré al suelo. Ya lo recogería por la mañana.

Volvimos a abrazarnos y nos dimos algunos besitos más hasta que mi querida novia decidió hablar.

—Bueno, parece que este es el comienzo de una nueva vida para las dos —afirmó tan resuelta.

En fin, suponía que ya era hora de asumir que éramos pareja. Bueno, yo ya pensaba en ella como novia, así que tampoco me resultaba tan extraño. De hecho, ¡me encantaba! Fue lo que siempre deseé y, al final, se había cumplido.

—Vale, entonces, ya somos novias —dije sin demasiada ceremonia. La verdad era que estaba muy cansada.

—Me va a ser difícil decirle a mis padres que ahora estoy con una mujer —me comentó preocupada.

—Tu no sufras por eso —la calmé—. Tus padres son buena gente. No se enfadarán si sales del armario.

—Pues sí. No creo que lo hagan.

Nos quedamos mirando por un rato. Sus ojazos azules tenían un brillo muy especial, algo que solo le notaba cuando estaba feliz. Ahora, tenía muchos motivos para estarlo.

—Te quiero —me confesó sin más.

—Yo también —repliqué.

Que sinceras. Pensaba que debíamos vernos ridículas declarándonos nuestro amor, aunque, qué demonios, estábamos bien enamoradas. Nos dimos un buen beso para terminar de dejar bien clara nuestra situación.

—Bueno, creo que ya es hora de dormir —me dijo Maite.

—Pues sí, ha sido un día bastante largo.

Abrazadas, cerramos los ojos y nos dejamos llevar por el sueño.

Pues sí, la cuarentena por culpa del coronavirus estaba siendo muy dura para todo el mundo y desde luego, no pensaba discutírselo a quien pensara así. Sin embargo, en mi caso, no podría decir que la cosa fuera tan mal. No solo por el sexo, sino por haber encontrado en Maite a la persona con quien deseaba pasar el resto de mi vida. Con ella, estos días de confinamiento estaban siendo maravillosos y esperaba que así siguieran siendo por todos los que viniesen.

No hay comentarios:

Publicar un comentario