viernes, 5 de abril de 2024

Para eso está mi hermana mayor (1 a 3)

 Capítulo 1

– ¿Qué vamos a hacer contigo? Eres un vago. Todos los años igual – las palabras de mi madre seguían siendo puñales en mi corazón a pesar de haberlas escuchado ya un millón de veces.

– Lo siento, mamá – dije en voz baja mientras agachaba la cabeza. Mi padre callaba.

– Ni “lo siento” ni leches, Carlos. Estamos hartos. ¿Cómo puedes haber suspendido cinco asignaturas? En cuarto de la ESO, es que no me lo creo. ¿De verdad no vas a llegar ni al Bachillerato? – espetó ella en un tono casi agresivo.

– Deja al chiquillo, Carmen. ¿No ves que está jodido? – me defendió mi padre.

– Es que esto ya es el colmo. Parece que no hace una a buenas. No hace deporte, a penas sale de su habitación y lo único que hace es pasarse el día jugando al ordenador. ¿Te parece normal, Juan?

Mientras escuchaba esas palabras sentí un profundo nudo en el pecho. Hacía tiempo que sabía que tenía una depresión de caballo. A mis dieciséis años no tenía ni una motivación en la vida. En el instituto era un desastre y no albergaba ninguna esperanza de pasar a primero de Bachillerato. No sabía qué me gustaba ni qué quería estudiar. Estaba perdidísimo. El deporte parecía que tampoco me motivaba. Hacía algunos años que jugaba al fútbol en el equipo del barrio, pero hasta eso lo había abandonado.

Y encima mi vida social era bastante limitada. Tenía dos amigos: Fede y Brahim, y rara vez salía con ellos, sino que más bien hablábamos en Discord mientras jugábamos a algo. Tampoco me gustaba demasiado salir de fiesta. Vivíamos en una ciudad pequeña, o un pueblo grande, según se mire, y no es que hubiese más de una docena de discotecas y lugares para salir de fiesta. Hacía unos pocos meses había salido una vez de fiesta con Fede y Brahim, pero fue un absoluto desastre. Nos pedían el DNI para entrar en cualquier sitio y las chicas pasaban de nosotros. Y ese era otro tema. Las chicas.

Yo me consideraba un chaval normal para su edad. Es verdad que era más bien bajito en comparación al resto de mis amigos, pues rondaba el metro setenta, pero tampoco era feo, eso desde luego. Delgado, de pelo castaño, ojos verde oscuro y un poco de acné. Como alguna chica de mi clase me había definido: “un chaval sin más”. Por supuesto, ni había tenido ninguna novia ni siquiera me había dado mi primer beso. Hasta en eso era triste mi vida.

De lo único que disfrutaba en mi vida era de los videojuegos. Podía pasarme horas al día jugando, y más en ese momento de mi vida, mientras sufría mi depresión no diagnosticada. Obviamente no iba al psicólogo porque era demasiado orgulloso como para hacerlo. Sabía que me podría ayudar, pero la comunicación con mis padres, como era evidente, era terrible, y mejor no sacar el tema.

Otra cosa que hacía para olvidarme de mi triste existencia era pajearme. Podía pajearme durante horas sin parar, una y otra vez con tal de no pensar. Lo único bueno que le veía a haber terminado el curso es que ahora iba a tener mucho tiempo para jugar y para pajearme.

– ¿Qué pasa? ¿Te ha comido la lengua el gato? – gruñó mi madre.

– No, perdona. Estaba en mi m…

– Eso ya lo veo. Que siempre vas a tu bola. – interrumpió mi madre – Pues este verano olvídate de salir y del ordenador.

– ¡Pero, mamá! – protesté yo.

– Nada de peros, – dijo ella – harás lo que te digo. Mañana viene tu hermana, a ver si se te pega algo de ella.

Esa frase era como una losa que pesaba sobre mí constantemente. Mi hermana Julia era la hija perfecta y siempre había vivido bajo su sombra. Jamás había suspendido una asignatura ni había sacado un mísero notable. Se graduó en mi mismo instituto con matrícula de honor teniendo la mejor media de toda su promoción, por lo que no sólo tenía que aguantar a mis padres recordándome que mi hermana era mejor que yo, sino también a mis profesores.

Julia había estudiado un doble grado de Derecho y ADE en Valencia con unas notas espectaculares, por lo que venía a pasar el verano en casa antes de empezar su máster el año siguiente. Era evidente por qué mis padres, que eran los dueños de una pequeña tienda de impresoras y tinta, estaban tan orgullosos de ella, pues parecía que iba encaminada a ser una joven emprendedora. Tenía miles de seguidores en Instagram y en TikTok y se podría decir que era prácticamente ya una influencer, por lo que tenía contratos de publicidad y ya ingresaba algunos cientos de euros a final de mes.

Mi hermana era más bien tirando a “pijilla” y le encantaba cuidarse. De hecho, iba todos los días al gimnasio sin excepción, comía bien, vestía mejor y organizaba cada minuto de su día. Parecía el ser humano perfecto. Y es que lo era también físicamente.

Al día siguiente acompañé a mis padres a la estación de tren a recibir a mi hermana. Mientras se acercaba desde los controles de seguridad podía contemplar lo que desde que era pequeño llevaba observando. Aunque era difícil no hacerlo.

Julia era una auténtica diosa de veintitrés años. Aunque nos parecíamos en algunas cosas físicamente y se podía ver en la cara que éramos hermanos, ella parecía prácticamente de otra especie. Estaba en otra liga. Era una mujer guapísima, de cabello castaño, ojazos grandes y verdes con tonos azulados, nariz fina y labios gruesos y sensuales.

Venía con un top blanco de tirantes que hacía que sus enormes tetas destacaran, si es que podían hacerlo más. Su vientre plano era visible y llevaba unos shorts vaqueros que dejaban ver sus voluminosos muslos y gemelos, junto con unas deportivas blancas. Mi hermana era una mujer voluptuosa y altísima, pues superaba el metro ochenta de estatura. Su espalda era relativamente amplia por arriba, se estrechaba en la cintura y sus caderas eran anchas. Desde luego que, con lo enclenque y bajito que yo era, no sabía de donde había salido, porque tanto mis padres como mi hermana eran altos y exuberantes. Incluso siendo su hermano era imposible no ver lo perfecta que era.

Cuando Julia estaba llegando hacia mis padres y yo, me dedicó una sonrisa sincera, dejó las maletas en el suelo y me arrolló con un fuerte abrazo.

– ¡Hermanito! – gritó en mi oído mientras sus brazos me envolvían con fuerza. Era inevitable sentir sus pechos en mi garganta mientras me acurrucaba en su cuello – ¡Has crecido! – exclamó tras inclinarse para darme un beso en la frente con sus dulces labios.

– Pero sigo siendo más bajito que tú… – repliqué.

– Cada vez menos – dijo ella riendo –, ¡aunque la verdad es que prefiero que mi hermanito no me pase!

– ¿Por qué? Sí soy un hombre – reí yo también.

– ¡Bueno, bueno! Todavía no... Y eres mi hermano pequeño, tienes que saber cuál es tu lugar – dijo Julia mientras me lanzaba una mirada dulce.

Mi hermana me quería muchísimo. Siempre había sido muy cariñosa y comprensiva, y a veces incluso sobreprotectora. Incluso cuando no me sentía comprendido por mis padres era siempre ella la que intentaba hacerlo y me animaba como mejor podía. Era la mejor hermana del mundo, aunque también le gustaba tocarme los cojones a veces. Aun así, estaba contento de que volviera para pasar el verano con nosotros. Pensaba que podía ser algo bueno dentro de la vida de mierda que sentía que llevaba.

Mientras íbamos en el coche de camino a casa mi madre, que iba sentada delante, se giró y sacó el tema que me llevaba por la calle de la amargura.

– Julia, a tu hermano le han caído cinco – dijo mirando a mi hermana con el ceño fruncido.

– Vaya, vaya. – Mi hermana me miró fijamente aguzando los ojos – No aprendes, ¿eh?

Yo agaché la mirada y callé. No tenía fuerzas ni para expresar lo mal que me sentía.

– Quiero que ayudes a tu hermano a aprobar las asignaturas que ha suspendido, ¿te parece bien? – dijo mi madre.

– Claro, no tengo nada mejor que hacer – mi hermana clavó su mirada en mí y me cogió de la mano –. Además, para eso están las hermanas mayores. – Entonces me guiñó un ojo y sentí que su tono cambiaba a uno que no lograba entender – Ya verás cómo entre los dos lo sacamos, ¿a qué sí?

Y asentí.

Los primeros días del verano los pasé con cierta desidia, jugando al ordenador y poca cosa más. Mis padres parecían haberme dado una tregua y durante aquellos días me dejaron tranquilo. Sin embargo, eso acabó pronto. Rápidamente me quitaron el ordenador y me obligaron a empezar a estudiar.

Aquello fue una tragedia para mí. Si no podía salir ni jugar al ordenador, ¿qué me quedaba? ¿Cuál era mi motivación para estudiar a tres meses de los exámenes? A veces pensaba que no tenía ningún sentido esa manera de castigarme. Estaba deprimido, sin ganas de estudiar ni ningún motivo para hacerlo, ¿de verdad la mejor forma de ayudarme era arrebatándomelo todo?

Lo único que trajo algo de alegría a la casa era mi hermana Julia. Estar con ella me calmaba. Era una chica alegre, a la que parecía que nunca le afectaba nada y que siempre veía el lado positivo de todo. No paraba nunca de hacer cosas. Siempre estaba por ahí, o yendo al gimnasio, leyendo, o lo que fuera. Me era imposible no quererla, aunque a veces fuese una mandona conmigo y le tuviese un poco de envidia por lo perfecta que era.

Al poco tiempo mi hermana decidió que la mejor forma de ayudarme a estudiar para los exámenes de septiembre era haciendo clase cuatro horas al día. Dos por la mañana y dos por la tarde. A mí me parecía muchísimo tiempo empleado en dar clases. Sobre todo para ella. ¿Por qué iba a querer emplear cuatro horas al día de su tiempo en ayudar a su hermano pudiendo hacer lo que le diese la gana? Tenía todo el tiempo libre del mundo y prefería estar dando clase de matemáticas a su hermano. Era buena conmigo, pero aquello era demasiado incluso para ella.

Llevábamos unos pocos días de junio. La primera semana las clases con Julia transcurrieron con normalidad. Normalmente se sentaba conmigo en el escritorio de mi habitación y me lo explicaba todo. Joder, también era buena profesora la tía. Matemáticas, lengua, biología, inglés, física… Daba igual, todo se le daba bien.

En cada clase era muy exigente conmigo. Repetíamos los ejercicios una y mil veces hasta que saliera bien. Ella era muy metódica y estricta, por lo que era comprensible que siempre consiguiera lo que se proponía. Pero no todo era estudiar. Al final de las clases Julia siempre dejaba diez minutos para hablar conmigo de lo que fuera. Eso me animaba bastante.

Un viernes por la mañana en que mis padres estaban trabajando en la tienda, ella iba vestida de estar por casa con una camiseta amarilla de tirantes ajustada encima de un bikini. Llevaba el pelo suelto e iba sin maquillar, aunque no solía maquillarse demasiado. El escote que llevaba era criminal. Yo siempre he tenido un fetiche de tetas, lo reconozco. Pero a veces me preguntaba si era a causa de los increíbles pechos que tenía mi hermana. No sé ni qué talla eran, pero sí que os puedo decir que en mis manos no cabía ninguna de ellas. Aquel día no podía parar de mirarlas. Parecía que iban a salirse de la camiseta.

– ¿Te pasa algo? – preguntó ella con un tono de preocupación.

– No, nada – respondí de manera esquiva.

– ¿Seguro? No paras de mirarme raro – dijo ella mientras me clavaba los cojos de una manera que casi hizo que me meara encima.

– Perdona, Julia… Es que no estoy bien – por algún lado tenía que salir.

Entonces la mirada de mi hermana adquirió un tinte de ternura. Con sus suaves y alargadas manos empezó a acariciarme la cara y el cuello.

– Te mentiría si te dijese que no lo había notado. – era obvio hasta para ella – Nunca has sido un buen estudiante, todo hay que decirlo. Pero suspender cinco es mucho hasta para ti, hermanito. Además, está claro que eres tímido y reservado. Es verdad. Pero últimamente no eres el mismo. ¿Qué te pasa?

– No sabría decirte… Estoy un poco desmotivado con la vida, en general – era la primera vez que lo exteriorizaba. Y sabía que esto sólo podía pasar con mi hermana Julia.

– Vaya, estás pasando por una pequeña crisis, ¿verdad? Todos lo hacemos. – dijo en voz calmada sin dejar de acariciarme – Ven aquí – me cogió de la cabeza y la llevó a entre sus pechos. Quedé inclinado con la cara completamente aplastada sobre sus tetas y abrazándola mientras ella me acariciaba la cabeza.

Su piel era lo más suave que había tocado nunca. No tenía ni una imperfección. Además, tenía un olor dulce, como si se hubiera perfumado esa zona explícitamente. En cuestión de segundos mi polla estaba dura como una piedra. Y joder, no podía evitar pensar que aquello era enfermizo. Allí estaba mi hermana mayor intentando consolarme y yo pensando en la paja que me iba a hacer en cuanto se fuera.

– Sabes que puedes contarme lo que quieras, ¿verdad? – me susurró.

– Sí… – Respondí extasiado.

– Te quiero muchísimo, Carlitos. Te ayudaré como haga falta, ¿entendido? – asentí – Para eso está tu hermana mayor.

Y entonces me agarró por la barbilla, levantó mi cabeza, y tras mirarme a los ojos durante dos segundos me dio un beso en los labios. Era común en mi familia darnos este tipo de afecto. Sin embargo, este beso fue un poco diferente. Se detuvo un poco más. Fue más pausado. Después se quedó observándome mientras me apartaba el pelo de la cara.

– Ojalá tener un novio como tú – sentenció Julia.

– ¿Qué? – estaba flipando.

Ella reía a carcajadas.

– ¿Qué pasa? Es verdad – dijo sin quitarme la vista de encima.

– ¿Por qué lo dices? – respondí atónito.

Se volvió a reír. Esta vez de manera muy escandalosa.

– Pues mira, muy fácil. Eres comprensivo, dulce, sensible y me haces caso siempre. Eso nos encanta a las chicas. Y además eres muy guapo, claro.

– Ya, claro. Lo dices porque eres mi hermana – repliqué.

De repente borró su sonrisa de la cara y se puso seria. Me penetró con la mirada.

– Mírame bien a los ojos – me cogió de ambos lados de la cara – Eres guapísimo.

Sabía que lo decía para animarme.

– Pues ninguna chica lo piensa más que tú – dije casi gimoteando.

– Eso es porque necesitan gafas – dijo Julia mientras se reía – Bueno, esta tarde seguimos, ¿vale, guapo? Que tenemos que meterte en bachiller. Anda, descansa – después se marchó de mi habitación.

Es posible que no tardara ni quince segundos en empezar a hacerme una paja cuando se fue Julia. Hacía tiempo que era evidente que desde que tenía memoria mi principal fetiche era mi propia hermana. Sinceramente, no estaba seguro de si lo que más me excitaba era que fuese mi hermana o lo increíblemente buena que estaba. Y no te creas que no me sentía sucio teniendo estos pensamientos. Mi ordenador estaba plagado de búsquedas de sexo incestuoso entre hermanos. Sabía que este tipo de pensamientos eran enfermizos y sinceramente, me sentía fatal. Aunque obviamente no era tan grave mientras quedara en mi imaginación. La gente tenía fetiches muy extraños y mucho peores..

Ella siempre había sido buena conmigo y no me veía más que como a su hermano pequeño Era imposible que ella sintiera ningún tipo de atracción por un chaval como yo, por dos razones. Para empezar, porque yo para ella no era más que un niño en la pubertad al que sacaba más de siete años. Si mirabas al historial de sus exnovios, todos eran por lo menos uno o dos años mayores que ella. Y por supuesto, teniendo en cuenta que mi hermana era una mujer alta y sensual, difícilmente un adolescente delgado y normalucho de escaso metro setenta podría gustarle. Todos sus novios habían sido mastodontes de al menos metro noventa, musculados y pijitos como ella. También es verdad que ninguno le había durado más de seis meses.

La otra razón era, obviamente, que soy su hermano pequeño.

No podía evitar sentirme algo culpable por estar haciéndome esta paja, aunque no fuese la primera ni de lejos. Al fin y al cabo era mi hermana la que me había puesto así de cachondo y no podía quitarme la imagen de Julia sentada en la silla con la camiseta amarilla y la parte de abajo del bikini. No dejaba de pensar en sus suaves y perfectas piernas. Es normal que las mujeres tengan algunas imperfecciones, y eso es muchas veces hasta atractivo, pero lo que no es normal era que mi hermana no tuviese ni una maldita estría y ni tan siquiera celulitis, teniendo incluso unas piernas relativamente gruesas.

A los pocos segundos escuché la puerta de mi habitación abrirse. Pegué un respingo y me encogí de espaldas a la puerta, sobresaltado sin que me diera tiempo a taparme, puesto que mis pantalones los tenía por los tobillos.

– Oye, ¿no me habré dejado aquí el m…? – preguntó Julia.

Al escuchar la voz de mi hermana me quedé paralizado en mi silla gaming. Mi hermana hizo un largo silencio.

– ¿Qué estás haciendo, Carlos?

Como si no estuviera suficientemente claro. Aunque estuviera de espaldas, se veía claramente que mis pantalones estaban bajados, mi cuerpo encogido para que no se me viera y que mis manos estaban sobre mi polla era evidente.

De repente fui consciente de mi entorno. Mi habitación era la de un adolescente pajero de dieciséis años, como era evidente. Mis sábanas eran del Barça, tenía posters de FortniteLeague of Legends y de Messi, y en mis estanterías sólo había videojuegos de mis antiguas consolas y los libros que me habían hecho leerme en el instituto. Mi hermana había pillado a su hermano adolescente pajero haciéndose, efectivamente, una paja.

– Nada – respondí. Se podía notar claramente en mi voz que estaba muy nervioso.

– ¿Cómo que nada? – insistió.

Yo me quedé en silencio mientras se formaba el momento más incómodo que había vivido en mi vida. Ni siquiera me atrevía a girar la cabeza. Pronto escuché los pasos de mi hermana aproximándose a mí lentamente.

– ¡No te acerques! – grité – porfa.

– Dime qué estabas haciendo – dijo mi hermana con tono autoritario.

Mi cabeza echaba auténtico humo en ese momento. Empecé a pensar rápidamente qué podía hacer para que la situación no se convirtiese en un momento por el que avergonzarme el resto de mi vida. Por más que le daba vueltas era evidente que aquello no iba a ninguna parte. Mi hermana me había pillado masturbándome y ya no había salida. La mejor forma de pasar el mal trago era confesando.

– Yo creo que está claro, ¿no? – le dije sin elevar el tono.

– Quiero que lo digas – respondió tajante.

Respiré con fuerza y lo dije.

– Estaba haciéndome una paja, Julia – confesé en voz muy baja.

– No te oigo – dijo ella.

– Que me estaba masturbando – repetí, esta vez alzando la voz.

Hubo algunos segundos de silencio. No sabía por qué mi hermana deseaba tanto que confesara. Para mí era bastante claro que lo mejor hubiera sido que se hubiese ido en ese instante y que no hubiesen hablado del tema. Evidentemente, para ese momento ya se me había bajado el calentón por completo y mi pene parecía haber muerto.

Escuché cómo mi hermana caminaba de un lado a otro de la habitación, claramente reflexionando sobre la situación. Me había hecho una paja inmediatamente después de que se hubiera ido ¿Sospecharía que me había puesto cachondo mientras me consolaba? ¿Por qué no se marchaba y ya está? ¿Por qué no dejaba pasar el asunto? ¿A qué le estaba dando tantas vueltas?

De repente, se sentó en mi cama.

– Siéntate, anda – me ordenó en un tono más suave.

Sin pensármelo demasiado, me subí los calzoncillos y los pantalones, asegurándome de que no me viese el pene. Y no lo hizo. Entonces me senté a su lado. Me costó mucho mirar a la cara a mi hermana después de lo que había pasado.

– Entiendo que ya estás en esa edad, ¿no? – me preguntó con los brazos cruzados bajo sus enormes pechos.

– Supongo…

– Anda, túmbate aquí – me pidió cariñosamente mientras me indicaba con las manos que me recostara sobre sus piernas. Y eso hice.

No entendía muy bien qué estaba pasando. No sabía si me iba a dar una charlita sobre sexo o si estaba tratando de suavizar la bronca que me iba a echar.

Estaba recostado de espaldas con la cabeza apoyada sobre su pierna derecha. Mi hermana comenzó a acariciarme la cara y el pelo con una media sonrisa dibujada en el rostro y su mirada cálida. Gracias a su olor y al tacto de sus manos, poco a poco me fui relajando, como si fuera presa de una especie de hechizo.

– Verás, lo entiendo – me dijo con su voz cálida –. A tu edad es normal que los hombres… Ya sabes, os toquéis de vez en cuando. Incluso más que de vez en cuando – soltó una leve risa –. No pasa nada. Pero estoy decepcionada.

– ¿Decepcionada? ¿Por qué? – pregunté extrañado. A ver, obviamente no tenía que ser agradable pillar a tu hermano meneándosela, pero tampoco era para hacer el asunto más grande de lo que en realidad era – Sólo me estaba haciendo una paja. Yo creo que todo el mundo lo hace. Lo siento mucho, Juls. La próxima vez te prometo que lo haré cuando no estés…

– No voy por ahí, hermanito. Obviamente, es normal masturbarse. Todos, o casi todos, lo hacemos. Es sólo que no estoy acostumbrada a pillar a mi hermanito pequeño cascándosela – en ese momento nos reímos los dos. Era curioso cómo incluso en los momentos más extraños mi hermana era capaz de hacerme reír –. Antes me has dicho que las chicas de tu edad no te hacían caso, ¿verdad? – continuó – ¿Haces esto porque te sientes solo? ¿Alguna vez has estado con alguna chica?

La verdad era que no entendía muy bien a qué venía eso. Obviamente mi hermana sabía que no había estado nunca con una chica, pero siendo honesto no creo que aunque hubiese tenido novia y no fuese virgen dejaría de masturbarme.

– Ya sabes que no… Y la verdad es que no sé por qué lo h…

– Pues por eso estoy decepcionada, Carlos – me interrumpió sin dejarme terminar –. ¿Qué te ha dicho tu hermana antes?

– ¿Cuándo? No entiendo – sinceramente, no sabía a qué se refería.

– Antes de irme, venga. ¿Qué te he dicho? – dijo con un tono juguetón.

En ese preciso instante, mientras con la mano izquierda me acariciaba el pelo, deslizó su mano derecha desde mi cara hasta mi vientre, introduciéndola debajo de mi camiseta y me empezó a sobar. Era tan delgado, que su mano cubría casi la totalidad de mi abdomen. Mi hermana era una mujer alta y esbelta, también voluptuosa, pero eso no significaba que fuese poco femenina o corpulenta. Simplemente era una mujer perfecta a una escala un poco mayor. Tenía rasgos finos, como sus dedos, que eran largos y suaves. Las uñas que los coronaban no eran como las aquellas postizas que en ese momento estaban de moda, sino que eran las de su propia hermana, que solía llevarlas largas, pero no en exceso. Sus manos eran las manos más bonitas que había visto.

– No sé, ¿qué soy guapo? – le respondí sin saber si era aquello de lo que me hablaba.

– También – rió –. Pero no, no es eso.

Me quedé pensando. Hasta que di en el clavo.

– ¿Que me ayudarías?

– Exacto – soltó con aprobación –. Para eso está tu hermana mayor. Por eso estoy decepcionada.

La cara que debí poner en ese momento debía de ser un poema, porque enseguida Julia siguió hablando.

– No te enteras, ¿verdad? – Mi hermana ensartó su mirada en mi entrepierna mientras su mano descendía lentamente hasta el cordón de mi pantalón de chándal corto para deshacer el nudo – No entiendo por qué te tocas… Si ya tienes a tu hermana mayor para hacerlo por ti.

¿Qué cojones estaba pasando? ¿Mi hermana estaba insinuando que quería hacerme una paja? No, no lo estaba insinuando. Lo estaba diciendo. Y estaba a punto de hacerlo.

– Ju-Julia… ¿Qué dices? ¿Qué haces? – estaba acojonado.

En pocos segundos ya había introducido su mano bajo mi calzoncillo y había agarrado mi polla flácida con cierta fuerza. Respondí encogiéndome y llevándome la mano a su muñeca para apartarla del lugar prohibido de su hermano de dieciséis años. Ella respondió agarrándome el pene todavía con más fuerza.

– Vamos, hermanito. No quiero que te sientas solo – entonces comenzó a manosearme mientras me tenía completamente agarrado, intentando claramente que me pusiese duro.

La miré a la cara y no podía creer lo que estaba viendo. No parecía mi hermana de siempre. Julia me estaba devorando con los ojos, mirando fijamente mi cara de espanto mientras tocaba a su hermano menor de edad. Estaba casi salivando.

– No… No puedes hacer esto… Eres mi hermana – intenté oponer cierta resistencia.

– Pues precisamente por eso. Soy tu hermana mayor. Soy yo quien debería hacerlo por ti. Siempre.

Sé que esta escena puede sonar como si mi sueño erótico de la adolescencia se hubiera hecho realidad en ese momento. Pero nada más lejos de la realidad. De la imaginación a la vida real hay un mundo, y en ese momento yo era un niño del que su hermana estaba abusando sexualmente. Gran parte de mí tenía miedo. No entendía por qué la persona en la que más confiaba estaba haciendo eso.

No obstante, parecía que mi polla pensaba diferente. Poco a poco comenzó a endurecerse y mi mano parecía rendirse en sus reticencias.

– Parece que a tu cosita sí que le gusta el amor que le estoy dando – dijo con una risa triunfante. Después terminó de sacar mi pene del calzoncillo y me bajó el pantalón lo justo.

– Julia, para. Po… Por favor – espeté gimoteando.

Mi hermana mayor me negó con la cabeza y comenzó a pajearme. En pocos segundos estaba duro como una piedra.

– Vaya, parece que tu cosita ya no es tan cosita – dijo usando su tono más seductor –. Madre mía, hermanito. Es bastante grande y gruesa. De las más grandes que he visto… Y tocado. ¿Como es posible que un cuerpo tan chiquitín como el de mi hermano pequeño esconda semejante monstruo?

La verdad era que nunca me había cuestionado si mi polla era grande o no. Estaba acostumbrado a verlas de un tamaño semejante en el porno. Debía rondar los diecisiete o diecinueve centímetros, y era verdad que era gruesa. También era muy sensible en el glande, pues lo tenía semicubierto por mi prepucio.

En aquel momento, mi cuerpo estaba dividido entre el pánico que sentía y el placer más absoluto. Las suaves y delicadas manos de mi hermana estrujaban mi polla con fuerza. Parecía que llevase haciendome pajas toda la vida. No entendía cómo era posible que ella conociese mejor mi propia polla que yo.

– Así me gusta, hermanito. Déjate llevar. Tu hermana sólo quiere cuidar de ti – dijo Julia. Mientras, yo no paraba de gemir. Me había abandonado al placer que sentía ante el amor que mi hermana le estaba dando a mi pene. Su mano deslizaba de arriba a abajo lentamente con cuidado de no abusar de mi glande, que estaba rojo y desprendiendo espuma blanca.

– Mi pobre hermano pequeño. Con todas sus hormonas brotando – ahora me estaba hablando como si fuera casi un bebé –. No has podido soportar los mimos de tu hermana mayor y te tenías que desfogar, ¿verdad? ¿Por qué no has acudido a mí? ¿Por qué no le has pedido a tu hermana mayor que te ayude? Espero que estés aprendiendo la lección.

Toda esta charla me estaba excitando de una manera casi tóxica a la par que me hacía sentirme el ser más sucio del mundo. Mi hermana mayor era la primera mujer que había tocado mi pene. Y no sólo eso, sino que estaba siendo increíble. Tenía probablemente a la tía más buena, más guapa y más solicitada que había visto nunca haciéndome la mejor paja de mi vida. Y aun así, una parte de mi no lo estaba pudiendo disfrutar.

– Se acabó el tocarte sin mi permiso – ordenó Julia –. A partir de ahora, cada vez que te sientas así… Debes acudir a tu hermana mayor, ¿entendido? – Me quedé en silencio mientras gemía y respiraba con dificultad. Entonces comenzó a pajearme con más fuerza – ¿Entendido? – insistió.

– ¡Sí! – solté con un gemido.

Aquel placer insoportable iba en aumento. Sabía que pronto me acabaría corriendo.

– Te vas a correr, ¿a que sí? – dijo mi hermana sin poder ocultar un ápice su satisfacción –. Venga, córrete. Córrete con la mano de tu hermana mayor.

– Dios, Julia… Dios… – balbuceaba mientras no podía parar de gemir.

Entonces lo sentí. Mi cuerpo se encogió y casi convulsionó. Mi polla fue una tremenda explosión de varios espasmos. A medida que los sentía, mi hermana me agarraba con más fuerza y enfatizaba cada uno de los espasmos con una sacudida fuerte. Era como si supiera exactamente cuándo y cómo me iba a correr.

– ¡Ah! ¡Ah! ¡Juliaaaa! – grité.

– ¡Eso es! ¡Eso es! – gritaba mi hermana mientras los abundantes chorros de mi semen saltaban desde mi uretra sobre su mano y mi tripa. Entonces, con una mano me agarró los huevos y comenzó a estrujarlos, mientras que con la otra seguía ordeñándome, esta vez más lentamente – Suéltalo todo, hermanito…

No creo que hubiera tardado ni cinco minutos en correrme. Me quedé exhausto tumbado sobre la pierna de mi hermana, respirando profundamente sin todavía ser demasiado consciente de lo que acababa de pasar. Mi hermana, asombrada ante la cantidad de semen que había eyaculado, dijo lo siguiente mientras me seguía masajeando los genitales con suavidad:

– ¡Madre mía! Cuánta leche tenía mi hermanito en estos de aquí. ¡Creo que no había visto una corrida así en mi vida! – exclamó mientras me agarraba de los testículos –. Yo diría que te ha gustado, ¿eh? ¿A que ya no te quejas tanto?

No me quejaba, pero es que casi no podía ni hablar.

Entonces mi hermana comenzó a rebañar con su mano todo el semen que yacía sobre mi vientre. Cuando lo hubo reunido todo en su mano, se lo llevó a la boca y empezó a saborearlo. Yo estaba flipando. Mientras lo hacía, cerraba los ojos y no paraba de emitir los sonidos que emite alguien cuando te estás comiendo los macarrones más sabrosos. No sabía si todavía tenía a mi hermana ante mí.

– Mmm… ¡Mmmm! Dios, delicioso. Cómo se nota que estás bien alimentado, Carlitos. Creo que nunca había saboreado un semen tan delicioso. Madre mía, me lo comería con todo – dijo mientras reía a carcajadas y seguía lamiendo mi semen de su mano hasta que no quedó ni gota. Se lo tragó todo.

Luego se levantó y reposó mi cabeza sobre la cama. Entonces comenzó a lamer los restos de semen que todavía quedaban en mi tripa. Después, se inclinó para darme un beso en la frente. Yo estaba mudo.

– Me alegro de que te haya gustado. Ya sabes, a partir de ahora nada de tocarse sin que yo lo sepa. Es más, nada de tocarse. Cuando lo necesites, avísame. Si lo haces sin mí, lo sabré. Supongo que te masturbas varias veces al día, ¿no?

Permanecí en silencio, mirándola atónito.

– ¿No? – dijo con una sonrisa – Dime, bobalicón.

– S-sí.

– Pues ya está, vendré varias veces a verte a lo largo del día. Y después de cada clase que tengamos, te haré una. Será tu recompensa – hizo una pausa y miró hacia el escritorio –. ¡Anda! Pues sí, me había dejado el móvil aquí.

Cogió su móvil y se marchó como si nada, caminando con ese aura femenina y elegante que prácticamente la hacía flotar.

Mi hermana mayor le había hecho una paja a su hermano de dieciséis años y no era un sueño ni una pesadilla. Había sucedido. Y parecía que estaba dispuesta a que volviese a suceder.



Capítulo 2

Al contrario de lo que pudiera parecer, lo sucedido con mi hermana Julia no hizo sino dejarme una sensación de extrañeza e incomodidad que no me venía nada bien en mi estado semidepresivo de aquel momento. Quizás sea difícil de entender, pero mi hermana había sido siempre un ser humano perfecto para mí, aunque también lo era para cualquiera. Siempre me había dado los mejores cuidados y había hecho lo mejor para mí, incluso a veces protegiéndome de lo que pudiesen hacer nuestros propios padres en mi contra, apoyándome sin importar el motivo ni las circunstancias. Sin embargo, esta vez sentía que había hecho actuado únicamente por ella misma y sin pensar en cómo me pudiera sentir yo.

Y es que no me lo podía creer cada vez que lo pensaba. Mi hermana. Mi propia hermana mayor me había hecho una paja. Y vaya pedazo de paja. Esto no era ni mucho menos fácil de digerir para un chaval sin experiencia sexual ni amorosa de ningún tipo. Mi primera paja había llegado antes que mi primer beso. No tenía ningún sentido. Y encima de mi hermana, la persona en quien más confiaba. Que ella me hubiese “robado” ese primer momento de mi vida sexual con una mujer no me hacía sentir excesivamente bien. De alguna forma había traicionado mi confianza.

Durante todo el día le estuve dando vueltas al tema. ¿Y si mi hermana no era tan buena ni tan perfecta como yo pensaba? ¿Es que toda su vida había jugado ese papel de hija perfecta para ocultar este lado perverso de su personalidad? ¿Qué habría llevado a Julia a cometer semejante acto? Una persona de mi propia familia, joder. Es que éramos hermanos de sangre, aunque eso fuese difícil de creer porque ella era un ser mil veces superior a mí. Y aun así, sentía que de alguna manera se había aprovechado de mí.

Aunque no voy a mentir, por otro lado también me sentía afortunado cuando lo pensaba fríamente, desde otra óptica. Otros habrían matado por estar en mi lugar. Mi hermana era la mujer más atractiva e inteligente allá por donde iba: preciosa, alta, tetona, simpática e inteligente. Pero ahora no sabía qué pensar de ella. Ella siempre había sido el modelo a seguir en mi casa. Mis padres siempre me habían incitado a intentar ser como ella porque marcaba el camino.

En nuestra clase de la tarde de ese mismo día no tuve fuerzas ni para escuchar sus explicaciones ni para los ejercicios de matemáticas. Tenía mi cabeza en otra parte. Concretamente, en lo que había sucedido ese mismo día por la mañana. Ella no paraba de abroncarme y no parecía dispuesta a darme ni un respiro.

– ¿Qué te pasa? Estás empanado. Va, haz el ejercicio – decía regañándome.

Y yo, que todavía no alcanzaba a entender esta nueva situación, no podía responderle ni rechistar. No tenía energías. Tampoco pude resistirme cuando al final de aquella clase me hizo otra paja igual de buena que la de por la mañana, aprovechándose de mí una vez más. Otra vez, mi hermana se había salido con la suya sin que yo pudiera hacer nada.

El resto de la tarde estuve reflexionando. Encerrado en mi habitación y pensando qué podía hacer para darle la vuelta a la situación y recuperar a mi hermana de siempre. Si lo pensaba con calma, estaba seguro de que podía hacer entrar en razón a Julia. Ella siempre había sido una persona afectiva, preocupada por su familia y racional. Si le explicaba cómo me sentía y que aquello que me estaba haciendo no estaba bien, seguro que lo comprendía rápidamente. Por ello, decidí que la próxima vez que la viera hablaría con ella y tendría claro lo que iba a decir. Así que me preparé un discurso en mi mente para tener una idea aproximada de todo lo que podía pasar.

Cuando llegó la hora de cenar acudí a la mesa de la cocina, donde estaban mi padre y mi madre esperándome para empezar. Aquello era normal en mi casa. Siempre comíamos y cenábamos todos juntos. Era una especie de norma o ritual familiar ineludible, a no ser que tuviéramos otra cosa que hacer de mayor importancia o un compromiso ineludible.

– ¿Y mi hermana? – Pregunté sorprendido al no verla en la mesa.

– Ha salido a cenar y a dar una vuelta con Alba – anunció mi padre –. Si hubieses cumplido con tus obligaciones tú también podrías estar por ahí.

Intenté ignorar el comentario hiriente de mi padre y cuando terminé de cenar me fui a mi cuarto. Estaba agotado. Y decepcionado. No sólo por cómo había ido el día, sino también porque quería y necesitaba hablar con mi hermana para quitarme el peso de encima, pero parecía que eso iba a tener que esperar, por el momento.

Ante tal situación, cansado y derrotado, no me apetecía ni siquiera ponerme un vídeo de YouTube en el móvil antes de dormir. Hacía mucho calor, como era habitual en los veranos de mi ciudad, por lo que cuando llegaba el clima estival solía dormir únicamente en calzoncillos. Me acurruqué bajo la delgada sábana del Barça de mi cama y me dispuse a descansar. Abatido como estaba, rápidamente caí dormido.

Me desperté en la penumbra, al son de la puerta de mi habitación cerrándose. Alguien había entrado. Abrí los ojos y agucé la vista para ver mejor la silueta que se acercaba hacia mi cama en la oscuridad. No era muy difícil de adivinar. De repente, de su voz nació un cuchicheo.

– Chssst… Carlos – me había pillado por sorpresa y no sabía cómo reaccionar, así que fingí seguir dormido –. Carlitos – repetía mi hermana.

Debió de ser muy sigilosa, puesto que sin escuchar sus pasos noté por el cambio de peso cómo se sentaba en uno de los bordes de mi cama. Yo estaba en posición fetal y ella se sentó en el lado de la cama al que yo daba la espalda. Me cogió del hombro y empezó a moverme con la clara intención de despertarme.

– Carlos – susurró.

Sin otra salida posible, fingí despertarme. Giré la cabeza y hablé en voz baja.

– ¿Qué pasa? ¿Qué hora es? – le pregunté a mi hermana.

– La una y media – me respondió –. La hora de los cuidados de tu hermana mayor.

– ¿De verdad hacía falta que me despertaras para esto? – No sabía si de verdad estaba enfadado o sólo haciendo como que lo estaba.

– ¡Pues claro! – Exclamó en susurro – No puedo dejar que te vayas a dormir insatisfecho.

– Estoy bien. Déjame dormir, por favor – aquellas palabras que brotaron de mí parecían más una súplica que una exigencia.

– ¿Te has tocado sin mí? ¡Te dije que no lo hicieras! – Aquella voz de mi hermana se levantó por encima del tono normal de un susurro.

– ¡No! Te lo prometo – estaba casi pidiendo perdón –. Simplemente quiero dormir.

– Ni hablar – respondió ella –. No voy a dejar que te consumas en tu soledad y tristeza.

Aquellas palabras me hicieron pensar durante un instante. ¿Acaso pensaba que me estaba ayudando de verdad? Entonces agarró con la mano las sábanas y las levantó para dejarme al descubierto. Antes de que se abalanzara a agarrar mi pene, pude pensar rápido y reaccionar. Se me ocurrió que quizás era un buen momento para decirle todo lo que había pensado aquella tarde y convencerla de una vez de parar esta locura. Tenía que ser claro y convincente.

– ¡Espera! – exclamé.

De repente ella se detuvo. Parecía que por una vez se había impuesto mi voz a la suya.

– ¿Qué sucede? – Me preguntó preocupada.

– Quiero hablar contigo – le dije, esperando su respuesta.

Entonces Julia respiró profundamente. No fue un suspiro de lamento, ni nada por el estilo, sino tirando más hacia lo reflexivo. Luego se inclinó hacia mi mesita de noche y encendió la lamparita.

Joder. No sé si hubiera sido mejor no haberle dicho nada y dejar que me masturbara otra vez, porque cuando encendió la luz pude ver lo preciosa que era mi hermana, una vez más. Se había desmaquillado al llegar, pero al natural estaba igualmente espectacular. Sus ojos azul-verdosos eran grandes y me miraban fijamente. Sus gruesos labios reposaban con una expresión calmada en un largo silencio.

Se había puesto cómoda. Era claramente visible por la camiseta ancha de publicidad del IKEA que llevaba, una de las que solía usar para dormir. Además de la camiseta, portaba únicamente unas bragas rosas con un bordado en las costuras. Llevaba su melena castaña suelta y le caía sobre el pecho y los hombros. Su cabello era voluminoso y su corte muy largo, sin flequillo, con una ondulación en la frente. Estaba sentada sobre mi cama con las piernas cruzadas, y yo recostado sobre el cabezal. La belleza de Julia no iba a ayudarme a desarrollar mis argumentos, desde luego. No hace falta que diga que me quedé embelesado ante la imponente mujer que era mi hermana.

Lo debió notar porque enseguida me hizo reaccionar.

– Venga, dime. No te quedes embobado.

– Has salido, ¿no? ¿Lo has pasado bien? – Prefería iniciar la conversación de una manera suave. A veces conviene hacer las cosas poco a poco para que salgan bien.

Me lanzó una mirada suspicaz. Dejó pasar un par de segundos examinándome con calma. Luego su expresión cambió y adquirió esa naturaleza dulce y protectora de siempre.

– Sí, bueno. He salido con Alba a cenar y luego nos hemos tomado una cerveza con unos amigos suyos en el Charlie’s. Nada del otro mundo – me volvió a mirar fijamente –. ¿Por? ¿Me has echado de menos?

Mi hermana sonreía de una manera un tanto juguetona.

– No, nada. Por saber. Me alegra que te lo pases bien – le respondí poniendo una mueca en mi cara que intentaba simular una especie de sonrisa falsa.

– Vaya, ¿no tendré yo el mejor hermanito del mundo? – dijo mientras me pellizcaba la mejilla – ¿Era eso lo que querías decirme? – Ella parecía querer ir más al grano.

– No… Verás.

– Sé lo que me vas a decir – interrumpió mi hermana –. No soy tonta, Carlos. Está claro que todo esto que hemos hecho hoy – que has hecho, pensé yo – es algo bastante impactante y nuevo para ti. Lo he visto en la clase de esta tarde y lo veo ahora. No podemos hacer como si nada. En algún momento había que hablarlo, mejor que sea cuanto antes.

– Exacto, gracias – parecía que me había quitado las palabras de la boca. Muchas veces, mi hermana sabía lo que me pasaba sin preguntarme. Por eso me sorprendía que hasta ahora hubiese parecido tan “insensible”. Al menos en ciertos aspectos

– Pero no me arrepiento, hermanito – dijo Julia con una sonrisa sincera y una mirada condescendiente.

Lo dijo como si nada. Estábamos hablando de hacerle una paja a su hermano, es decir, incesto. Lo peor era que sabía que sus palabras eran honestas y que no se lamentaba por lo ocurrido, porque sabía perfectamente cuándo hablaba en serio y cuándo no.

Yo ya no sabía qué pensar. Desde luego, mientras había tenido su mano en mi polla no había mostrado ni un ápice de dudas, pero esperaba que por lo menos al reflexionar sobre lo sucedido hubiese tenido, como mínimo, cierto sentimiento de culpabilidad como el que yo llevaba teniendo todo el día.

– Juls… ¿No sientes ni una pizca de remordimiento? Soy tu hermano – intenté que mi tono fuese serio al decir aquellas palabras. Sin embargo, ella negó con la cabeza –. Tu hermano pequeño. Soy menor de edad. Me sacas siete años.

– Mientras te corrías con la mano de tu hermana mayor no parecía que te importase, listillo – Vale. Joder, en ese punto tenía cierta razón. No todo lo había hecho ella. Pero no tenía nada que ver una cosa con la otra. Yo me había acabado rindiendo al placer de sus manos y lo había gozado, aunque con un sentimiento de culpa indescriptible –. Además, es verdad que eres menor – continuó –. Y que te saco siete años, pero… ¡Venga ya! Ya no eres tan niño, quiero decir… . Yo a esa edad ya estaba cachonda perdida y haciendo cositas – empezó a reír como si la situación fuese una broma –. Y también eres un chico muy listo e inteligente. No piensas igual que la gente de tu edad, ¿cierto? Mi hermanito es el más maduro de sus amigos.

Lo cierto era que Julia no paraba de decir cosas que me estaban haciendo pensar y replantearme cosas. Había intentado convencerla yo de que aquello estaba mal y parecía que me estaba convenciendo ella a mí. Es decir, había ido a por lana y estaba saliendo trasquilado.

– Pero que soy tu hermano, Julia – con pocos argumentos más, mis palabras ya tenían un tinte de desesperación. Insistí en este tema para ver si podía hacerla entrar en razón.

– Pues por eso es mejor que lo haga yo que cualquier otra, ¿no? ¿Quién te quiere y te cuida más que tu hermana mayor? Dime. ¿Alguien te ha prestado más atención que yo a lo largo de estos años? Ni siquiera nuestros padres. Siempre he estado ahí para defenderte cuando ha hecho falta, cuando necesitabas un hombro en el que llorar o alguien con quien reír. ¡He cuidado de ti desde que tengo memoria! Y no pienso dejar de hacerlo – argumentó con firmeza.

Aquello era verdad y yo no lo podía negar. Mi hermana era la persona que más se había preocupado por mí y nunca me había decepcionado. Pero aún así, no dejaba de ver todo este asunto de una manera muy turbia. Los hermanos no hacían este tipo de cosas, ¡y menos cuando uno de ellos no quería!

– Lo único que estoy haciendo es seguir cuidándote, hermanito – prosiguió Julia –. Es lo único que pretendo. Darte unos momentos de felicidad al día para que salgas de ese bucle en el que andas metido. Te quiero, Carlos. Eres mi hermano pequeño. Me importas demasiado y quiero que estés bien. Me muero por verte feliz – su ojos claros estaban clavados en los míos, haciendo gala de una mirada cautivadora e implacable.

Mi hermana desarrollaba sus argumentos con una determinación y una seguridad que a mí me faltaba. Así era muy difícil rebatirle. Era como si de verdad se creyera que lo que había hecho era lo mejor para mí. ¿Estaría ella en lo cierto? ¿Acaso era yo el que se equivocaba, y mi hermana sólo pretendía darme el amor y el consuelo que estaba buscando en esta época de mi vida? ¿Y si el amor que me había dado tocando mi pene con sus dulces manos no era sino otra forma de seguir cuidando de mí y de la familia? Me estaba haciendo dudar.

No obstante, aún tenía un as en la manga que podía echar para atrás a mi hermana.

– ¿Y qué me dices de tu novio? El de Valencia. Esto que estás haciendo está mal. Es ponerle los cuernos, ¿o no? – dije intentando ser tajante.

Hacía tres o cuatro meses que mi hermana Julia nos había contado a mis padres y a mí en videollamada que estaba conociendo a un chico. No sé cuántos novios había tenido mi hermana, pero yo diría que, “oficiales”, es decir, de cuya existencia nos habíamos enterado en casa, habría tenido unos cuatro o cinco. Y seguro que muchos más de los que no sabíamos nada. Siempre hombres altos, fuertes y mayores que ella.

Este último se llamaba Marc, tendría unos veinticinco años, era de Valencia y al parecer hijo de un empresario de allí. No sabía nada más de él, pero según nos había contado mi hermana, el chico le gustaba. Sabía que mi hermana era una mujer de principios, y que aquella pregunta le iba a suponer un dilema moral.

– ¿Marc? – mi hermana cambió su expresión a una más seria – No te preocupes, eso no tiene ninguna importancia.

Joder, no había uno que le durase más que unos pocos meses. ¿Esta vez por qué sería?

– ¿Cómo? ¿Ninguna importancia? ¡Estás siendo infiel! – Veía cómo mi último argumento se venía abajo al mínimo envite. Aunque para ser totalmente sincero, una parte de mí se sintió aliviado.

– Tranquilo, hermanito… Que sólo te he tocado un poquito – mi hermana soltó una risa picarona –. Además, eres mi hermano. En todo caso no contaría como poner los cuernos. Mi hermanito está por encima de todo… Y te digo más, a mi relación con Marc le queda más bien poco.

Una vez más, como me había sucedido constantemente a lo largo del día, no entendía absolutamente nada.

– ¿Cómo que poco? ¿Qué ha pasado? – dije yo.

Mi hermana mayor rio a carcajadas cuando ante semejante pregunta.

– ¿Cómo que qué ha pasado? – me miraba sonriéndome – No sé, dime tú qué ha pasado.

No sabía si lo había entendido bien pero mi hermana parecía estar diciéndome que lo iba a dejar con su novio después de masturbar a su hermano pequeño.

– ¿Lo has dejado con él por mí? – Pregunté con asombro y me resultó difícil ocultar cierta ilusión en la manera en la que me expresé.

– Bueno, bueno. No te vuelvas loco, Romeo, que tampoco es eso – se explicó –. La verdad es que ya me había cansado de él y tenía pensado cualquier día mandarlo a por uvas. Es muy celoso y no me deja vivir. A veces, hasta se pone celoso cuando le hablo de ti – dijo entre risas –. Y si te soy sincera, tampoco me gustaba tanto como creía. A lo mejor le mando un WhatsApp y le digo que ciao. Sé que es un poco frío, pero es un capullo. Igual lo bloqueo, para que no se ponga pesado. Además – rápidamente, mi hermana cambió el tono de su voz a uno mucho más sugerente –, ahora hay otro hombrecito justo aquí, en mi casa, mucho más joven y guapo, que necesita mi ayuda y mi amor.

Sinceramente, esperaba que esta conversación le hiciera replantearse la situación, pero era muy tarde, estaba cansado, y ya no me quedaba nada más que decir. Ahora el que se estaba replanteando la situación era yo.

Y mi hermana lo sabía.

Aprovechó mi desconcierto para recostarse a mi lado de costado. Después posó su mano sobre mi pecho desnudo y comenzó a acariciarlo.

– ¿Ya estás más tranquilo? ¿Ya lo entiendes? – me preguntó con recochineo.

Ojalá pudiese describir de qué manera me miró en aquel instante. Su preciosa mano se dispuso a descender lentamente desde mis casi inexistentes pectorales hasta mi vientre, para finalmente reposar sobre mi miembro adolescente, cuyo cosquilleo ante el suave tacto de mi hermana provocó que se me erizara la piel.

– Julia… Julia, por favor… – Fue todo lo que alcancé a decir en ese momento.

Sin dudarlo, me agarró con fuerza la polla por encima de mi ropa interior y pasó a la acción.

– ¿Qué pasa, hermanito? ¿Te has quedado sin palabras? – Era alucinante cómo Julia capaz de excitarme tanto con ese tonito de hermana mayor.

Julia seguía manoseándome sin parar sobre el calzoncillo mientras yo comenzaba a gimotear y a humedecerme en la punta de mi sexo. Mi polla estaba tan dura ante el tacto dulce pero firme de mi hermana mayor que resultaba hasta doloroso.

– Madre mía… Menuda arma tiene mi hermanito  – la mirada de Julia hacia el bulto que mi pene formaba bajo mi ropa interior se había convertido en una mirada lasciva –. Dios… Qué duro estás, Carlos. Me duele hasta a mí.

Después se produjo una pausa en el crescendo de la situación que en ese momento no alcancé a comprender. Mi hermana soltó mi pene y se puso de rodillas sobre la cama, mirando hacia mí.

– ¿Qué haces? – Pregunté con cierto nervio.

– Tranquilo, hermanito – Julia reía con cierta malicia – ¿Tan impaciente estás? Qué rápido te he convencido – cómo le gustaba llevar la razón –. Mira, campeón. Esta noche tengo una sorpresa para ti.

No me gustaban las sorpresas. O sí. Después de todo lo que había sucedido aquel día, no lo tenía claro. No obstante, a estas alturas ya nada en mi vida me parecía seguro excepto que mi hermana mayor estaba deseosa de jugar con mi pene y con mis sentimientos. Sin embargo, la sorpresa que mi hermana me tenía guardada para mí me gustó más de lo esperado. Aunque probablemente no debería haberme gustado tanto.

Aquello fue rápido. Sin más miramientos, mi hermana mayor, que se alzaba alta e imponente por encima de mí, se levantó la camiseta y se la quitó completamente antes de que pudiese pestañear, dejando sus pechos completamente al descubierto.

Joder. Joder, joder y joder. Jo-der.

Allí estaban ante mí. Los gloriosos pechos que me habían proporcionado horas y horas de imaginación con la polla en la mano. Las tetas que me habían quitado el sueño y las que con toda probabilidad eran las responsables de mi fetiche por los senos grandes.

Ninguna descripción podría hacerles justicia. Eran incluso más voluminosas y preciosas de lo que habría podido imaginar. No había visto unas tetas así, ni siquiera en el porno. Sus pechos eran totalmente naturales, aunque eso ya lo sabía, puesto que las había visto crecer. No tenían ni una maldita imperfección. Sobresalían con claridad en su silueta y casi tocaban la una con la otra por el centro, dejando un ligero canalillo entre ellas. Era casi incomprensible como unas tetas redondas y de semejante tamaño podían mantenerse tan firmes. Sus areolas eran relativamente grandes, de unos cuatro o cinco centímetros, de un color rosado, mientras que en sus pezones ese mismo color se oscurecía levemente.

El contraste de aquellas enormes tetas con su vientre plano y cintura estrecha no parecía de este mundo. No entendía cómo esa mujer podía ser mi hermana mayor y, sobre todo, qué interés podía tener semejante belleza de proporciones majestuosas en un adolescente virgen y normalucho como yo.

Entonces empezó a manoseárselas. Primero haciendo círculos, y luego hacia arriba y hacia abajo, como en contrapeso.

– ¿A qué ninguna chica de tu edad las tiene así de grandes? – me preguntó mi hermana con una media sonrisa pícara.

– No – no dudé ni un segundo en la respuesta –. Ni tan bonitas – era la primera vez que me sorprendía confesando mi admiración por mi hermana.

– ¡Oooh! Mi hermanito pequeño… Qué dulce eres – tras decir esas palabras, los ojos de mi hermana comenzaron a bailar entre mi cara y sus tetas. Y yo, por supuesto, estaba encandilado mirándolas –. Anda, ven. Tócalas.

– ¿Cómo? – pregunté sorprendido. Nunca había tocado ni había estado cerca de tocarle la teta a una chica. Ella se seguía riendo.

– Veeeenga, tócalas – Me cogió de la mano y la llevó hacia su pecho derecho.

Debía de estar pareciendo medio gilipollas porque a los dos segundos me di cuenta de que las estaba tocando como quien mide la temperatura en la frente.

– ¿Pero qué haces ahí con la mano muerta? – Ella se descojonaba cada vez más. Yo estaba rojo como un tomate – Anda, agarra bien.

Entonces me agarró de la mano y me hizo estrujar. Y fue entonces cuando dejó de reírse.

– Eso es. Manoséame – ordenó ella.

Y yo obedecí.

Al principio manoseaba su teta de manera un poco extraña, aunque pronto me habitué. En menos de treinta segundos tenía ambas manos sobre sus dos pechos, estrujándolos y balanceándolos con los ojos como platos. Tocarlas era incluso mejor que mirarlas. Me impactó lo mucho que pesaban, por lo menos varios kilos cada una, y también me sorprendió la suavidad de su piel en esa zona, como en todo su cuerpo.

También era evidente que mi hermana debía estar cachonda perdida, dado que sus pezones estaban duros como rocas y emitía leves sonidos de placer.

– Me encanta cómo me toca las tetas mi hermano pequeño… – anunció entre gemidos ligeros – Pero es hora de ordeñarte, campeón.

Después, mi hermana mayor se desplazó por mi cama hasta sentarse sobre mis muslos y me vi obligado a soltar sus enormes y maravillosas tetas.

Aquello parecía de broma. Una pedazo de mujer, de más de metro ochenta, voluptuosa y de muslos anchos, sentada sobre un renacuajo de metro setenta 

Yo, recostado, esperaba ansioso para ver qué era lo siguiente que vendría. Aunque me lo olía.

Mi hermana me bajó los calzoncillos hasta los tobillos y volvió a sentarse sobre mis muslos. Mi pene se alzaba duro y grande sobre los escasos vellos púbicos que tenía como ni yo mismo la había visto antes. Mi glande asomaba en tono rojizo bajo su media capucha.

– Mira a mi pobre hermanito – dijo ella –. Ni un pelo sobre su suave pecho y sin embargo… Una polla enorme y dura entre sus piernas, totalmente entregada a su hermana mayor. Hora de recibir amor, hermano pequeño.

Y con sus preciosas manos comenzó a masajear mi pene. Esta vez de una manera distinta a las otras dos veces que lo había hecho previamente ese mismo día. Lo hacía de manera lenta, suave, jugando y cambiando sus manos de posición. A veces le prestaba más atención a mi glande, jugando con diferentes fuerzas y presiones, a medio camino entre el placer más absoluto y la tiricia, dado que mi glande aun era un poco sensible. Luego, cuando parecía que subía un poco el ritmo y me iba a correr, de repente lo reducía y se recreaba con cada movimiento.

En un momento determinado, mi hermana puso su cara encima de mi pene y cargó su boca para escupir sobre él una buena cantidad de saliva.

– Dios… Julia – eran las pocas palabras que me sabía en ese momento.

– Tiene que estar bien lubricada. No quiero hacer daño a mi pobre hermano pequeño.

Su dedicación a mi polla era absoluta. Parecía que quisiera más a mi polla que a mí, pues jamás había visto hacer una paja con tanto amor. A mi hermana le encantaba el sexo, de eso no había duda.

Yo gemía sin parar y me preguntaba internamente si acaso estaría haciendo demasiado ruido. Vivíamos en un piso normal, rodeados de vecinos, y dado que la habitación de nuestros padres estaba pegada a la mía, existía una alta probabilidad de que estuviesen escuchando ruidos, aunque en teoría estaban durmiendo. Pero justo entonces mi hermana me tapó la boca con un dedo mientras que con la otra mano me masturbaba.

– Shhh – me mandó callar ­–. No quiero que papá y mamá se enteren de que tienen dos hijos muy malos.

Aquellas palabras sólo me hicieron temblar aun más. Entonces agarró mi polla con ambas manos e incrementó el ritmo y la fuerza deliberadamente.

De mi pene emanaban unas cantidades de presemen que estaban lubricando mi polla por sí solo. Mi polla estaba recubierta de una mezcla de los líquidos que él mismo producía y la saliva que mi hermana había escupido sobre él, y todo ello se entrelazaba en sus manos.

Mientras me masturbaba, me comía con sus ojos claros y sus dulces, y los voluminosos labios bajo su nariz fina se relamían al verme. Yo observaba cómo sus enormes tetas vibraban y botaban ante el movimiento incesante de sus brazos. No había manera de entender como ésta diosa me estaba haciendo esta increíble paja. A mí. A un pringado. A su hermano pequeño.

Ante semejante visión no iba a tardar demasiado en correrme.

– Córrete, hermanito. Córrete – me dio permiso porque sabía con total precisión en qué punto me hallaba.

Y tras esas palabras no tardé ni un segundo en hacerlo.

– ¡Dios, Julia! ¡Me corro! – Grité no demasiado alto, en un semisusurro.

Lo que sentí al correrme pensaba que me iba a provocar un infarto. Mi eyaculación me provocó espasmos en todo el cuerpo, como si fuese un calambre. Mis manos se lanzaron agarrar sus pechos como si necesitasen una barandilla para sujetarse, y mis piernas temblaban y se encogían sin que yo lo pudiese controlar. Estoy seguro de que si mi hermana no hubiese estado sobre mí, habría pegado más de un bote.

Los espasmos de mi pene provocaron una erupción que salpicó levemente en las tetas de mi hermana y que depositó casi la totalidad de la carga sobre mi vientre. Una vez más, la cantidad de semen que había eyaculado era fuera de lo normal.

– Dame todo tu semen, hermanito. Vamos. ¡Síiiiii! – su expresión vibraba en un vicio incontrolado mientras gemía – ¡Uuuh! ¡Madre mía! – Exclamaba mi hermana.

Cuando mi pene se había calmado un poco, continuó su monólogo de hermana mayor.

– ¿Cómo es posible? Es tu tercera corrida del día y todavía eres capaz de regalarme estas cantidades de lefa desproporcionadas, hermanito – me sonrió mientras exprimía las últimas gotas de mi esencia.

Yo estaba, por tercera vez en ese mismo día, exhausto y moribundo, siendo presa del placer desorbitado que acababa de sentir.

Mi hermana mayor, una vez más, se relamió la mano y se llevó la teta a la boca con el fin de no dejar ni una gota de mi semen con vida.

– ¡Mmmm! Es mío… Es todo mío – decía mientras saboreaba mi semen como el mejor cocido.

Me quedé pensando en la facilidad con la que mi hermana lamía y se tragaba mi semen sin hacer la más ligera mueca de asco. Si no más bien todo lo contrario. Siempre había escuchado que tragarse una corrida era de guarras. A mí me parecía una tontería, por supuesto, pero era algo que se decía. Sin embargo, parecía que mi hermana estaba muy por encima de esos prejuicios, puesto que no le daba ningún apuro disfrutar de mi semen en su boca.

Luego se levantó de mis piernas y comenzó a hacer lo mismo con la corrida que yacía sobre mi tripa, lamiéndola sin parar mientras se lo iba tragando hasta que quedé limpio como una patena. Luego me dio un beso dulce y pausado en la polla, como si fuese una recompensa ante el trabajo que había hecho, y le pegó un pequeño lametón a los últimos restos de semen que quedaban en ella, ante lo que yo pegué un leve respingo.

– ¿Siempre te lo tragas? – Le pregunté a Julia con curiosidad

– No siempre, pero es que el tuyo es el más sabroso que nunca he probado. Será porque eres mi hermano – dijo como si nada y me dedicó una sonrisa con sus labios todavía brillantes de mi corrida –. Además, como he dicho antes, es mío. Todo tu semen es mío de ahora en adelante. No voy a dejar que se desperdicie ni una sola gota de la leche de mi hermanito.

Después, me subió los calzoncillos y se puso su camiseta. Luego se tumbó sobre mi cama y me abrió los brazos.

– Anda, túmbate aquí – me dijo señalando su pecho –. Yo te he despertado, así que seré yo quien se ocupe de dormirte.

Después de la increíble paja que mi hermana me había hecho, se quedó acariciándome la cabeza hasta que me quedé dormido en su pecho. Era imposible no sucumbir a sus encantos. Su piel suave y su olor eran un auténtico elixir para mí, por lo que no tardé ni dos minutos quedarme profundamente dormido. Había empezado la noche decidido a acabar con esta situación y había terminado rendido a los brazos de mi hermana, pero sentí aquello como una victoria más que como una derrota, por alguna razón.

Al día siguiente estuve mirando las últimas publicaciones de mis amigos en Instagram durante un rato hasta que apareció una de mi hermana Julia. La publicación era un selfie donde aparecíamos ella y yo, la noche anterior, y yo apoyaba la cabeza en su pecho profundamente dormido. Ella salía preciosa, con el pelo recogido y los labios haciendo un beso. En la foto llevaba la misma camiseta blanca ancha y sin escote con publicidad de IKEA que solía usar para dormir, pero ni siquiera eso podía impedir que se intuyeran sus enormes tetas. La descripción de la publicación decía lo siguiente:

Mi hermano pequeño se ha quedado dormido en mi pecho después de darle muchos mimos… más mono… soy o no soy la mejor hermana del mundo? #hermanitopequeño #hermanos #muchoamor #littlebrother #familylove

5.000 me gustas en sólo unas horas. Ése era el impacto de mi hermana en redes sociales. Al fin y al cabo una de sus inquietudes era convertirse en una influencer de cierta entidad, y parecía que iba por buen camino. Y estaba usando su repercusión para, de alguna manera, presumir de mí. De su hermano pequeño. ¿No era eso otra muestra de lo orgullosa que estaba de mí y de lo mucho que me quería?

Aquella situación continuó a lo largo de varios días. Cada día, mi hermana me despertaba haciéndome una paja. Después, en cada clase seguía siendo igual de dura y exigente que siempre, y me atrevería a decir que comenzaba a notarse mi progreso, aunque al acabar cada lección mi hermana no regateaba una sola paja, a menudo dejándome tocar sus pechos. Y por supuesto, cada noche venía para hacerme la última antes de dormir. Era organizada y responsable hasta para hacerle pajas a su hermano.

Nuestra rutina se convirtió en eso. Por un lado, estaban las clases de matemáticas, lengua, biología, inglés y física. Por otro, las pajas que me hacía mi hermana todos los días. Y yo cada vez me sentía más cómodo en ella, dejando poco a poco mis remordimientos a un lado, mientras dejaba que mi yo se sintiese a gusto. Al fin y al cabo, mi hermana mayor sólo estaba haciendo lo que siempre había hecho conmigo: cuidarme.

Me equivocaba al pensar que era todo una fachada que ocultaba su mente perversa. Julia era mi misma hermana perfecta de siempre, tratando de hacer lo mejor para su hermano. Simplemente, llevarme de la mano en mi desarrollo sexual se había convertido en una faceta más de sus cuidados por su hermano pequeño. Y me volvía a sentir afortunado de tener la hermana mayor que tenía.

Quizás aquella vida que mi hermana había empezado conmigo en esas vacaciones de verano no estaba tan mal. Quizás sí me había convencido, después de todo.



Capítulo 3

– ¿Cómo que no vas a ir a la graduación? – Me preguntó mi hermana Julia con sorpresa durante una de nuestras clases matinales. Estábamos sentados en mi escritorio y ella llevaba una camiseta azul celeste con escote y unos shorts negros de deporte.

Llevábamos ya dos semanas del mes de junio. Yo estaba completamente sumergido en la nueva rutina impuesta por mi hermana mayor. Ahora, llevaba unos horarios saludables y era visible que mi humor había mejorado desde que empezaron las “vacaciones” de verano, si es que se les podía llamar como tal, puesto que ni Julia ni mis padres me daban descanso, ya fuese lunes, sábado o festivo. Mi hermana parecía no cansarse de cargar con mi desarrollo académico o mi bienestar emocional, ni tampoco se aburría de los más que frecuentes “mimos” que me daba.

Yo diría que ya comenzaba a estar bastante cómodo con aquella situación. Vale, sí, cuando lo pensaba fríamente, era una maldita locura que mi hermana mayor estuviese haciendo pajas a su hermano pequeño día tras día. Pero se había convertido en algo normal. Y al fin y al cabo, sólo eran pajas, ¿no? No era tan grave, o eso quería pensar. Ya me las hacía yo antes de que llegase Julia, y bastante a menudo, ¿qué problema había en que ahora me las hiciese ella?

Las clases de mi hermana siempre eran agotadoras mentalmente. Me exigía muchísimo y acababa agotado, incluso más teniendo en cuenta que iban proseguidas por la terapia sexual de mi hermana. Cada noche, Julia me proporcionaba mis cuidados nocturnos y después me dormía al calor de sus caricias. Sinceramente, en mi vida había dormido mejor que aquellas noches. No obstante, ella por la mañana ya no estaba en mi habitación, por lo que suponía que después de dormirme se marchaba a la suya a dormir. Eso sí, todas las mañanas venía a mi habitación para despertarme de la manera más agradable posible.

– Estoy castigado sin salir. Ya lo sabes. Y sabiendo como es mamá, ni de coña me dejan ir a la graduación – enuncié en un tono triste.

Hacía tiempo que se venía creando mucha expectación en mi curso del instituto con el acto de graduación. Y es que uno no se gradúa muchas veces en la vida. La graduación de cuarto de la ESO era un momento especial, puesto que era la primera vez que vivíamos un evento de ese tipo en nuestras todavía cortas vidas de adolescentes. Es que no era cualquier cosa. Nos graduábamos de la ESO. Bueno, la realidad era que se graduaban mis compañeros, porque aunque estaba progresando yo no veía muchas posibilidades de graduarme.

En el grupo de WhatsApp de clase no se hablaba de otra cosa. Fede y Brahim se iban a graduar con los demás y por supuesto iban a asistir al acto y a la posterior fiesta, y no paraban de acosarme para que insistiese a mis padres en que me permitiesen ir a la graduación. Y ahora parecía que mi hermana hacía lo mismo que ellos, sólo que tenía argumentos mejores para convencerme.

– ¡Pero es tu graduación de la ESO! Yo todavía recuerdo la mía, ¡tienes que ir o te arrepentirás toda la vida! – dijo mi hermana con toda razón.

No era que yo no quisiera ir, pero lo veía muy difícil. No podía evitar sentir envidia de mis compañeros.

– Julia, si ni siquiera voy a aprobar el curso…

– ¡Claro que lo vas a hacer! ¿Si no, para qué hacemos esto? Estoy empleando gran parte de mi tiempo en ayudarte, hermanito. ¿Y me dices que no sirve de nada? No seas injusto. Te estoy ayudando y te estoy motivando… De todas las maneras posibles – dijo mientras me acariciaba la pierna y me dedicaba una sonrisa sincera–. ¿Me estás diciendo que todo lo que estamos haciendo no va a servir para nada? Estás avanzando muchísimo, Carlos.

Era cierto. Llevábamos dos semanas repitiendo los exámenes que había suspendido a lo largo del curso y lo que antaño había sido una frustración y un bloqueo mental constante ahora era, cada vez más, algo alcanzable, gracias a las explicaciones y a la insistencia incansable de mi hermana. Y por supuesto, era obvio que la motivación de hacerlo bien para recibir los mimos de Julia también jugaba un papel importante.

– Vale. Tienes razón. Pero aunque quiera ir, ni de coña convenzo a ma…

– Tú no – me interrumpió Julia. – Pero yo sí. Déjamelo a mí, guapetón.

El resto del día transcurrió con normalidad. Si es que a aquella rutina se le podía llamar normal.

Aquella noche como cualquier otra estábamos los cuatro sentados en la mesa de la cocina mientras cenábamos. Mis padres y mi hermana discutían sobre temas banales que no me importaban demasiado y permanecía callado, aunque aquello no era raro, porque en general no solía hablar demasiado en esas situaciones. Hacia el final de la cena mi hermana vio la oportunidad de sacar el tema.

– El viernes es la graduación de Carlitos – dijo ella, mirando a mis padres. Especialmente a mi madre.

– No irá – sentenció mi madre tajantemente, como solía hacer.

– ¿Por qué? – preguntó Julia.

– Ya lo sabes. No tienes por qué hacerle de abogada. Siempre estás protegiéndolo – dijo mi madre.

– Está castigado, lo sé – a mi hermana se le daba genial argumentar y tener a mis padres comiendo de su mano –. Y necesita una buena lección. Me parece bien que esté castigado, no os equivoquéis. Pero el acto de la graduación de la ESO es algo especial. Es demasiado castigo. No podemos permitir que se pierda ese momento de su adolescencia. Todos sus amigos lo recordarán siempre y no creo que le haga ningún favor quedarse en casa todo el verano. No todo puede ser castigar y castigar. Necesita un incentivo, o algo. No toda la motivación se la puede dar su hermana, ¿verdad? – me guiñó un ojo acompañándolo de una media sonrisa. No entendía como aquella mujer perfecta y yo teníamos la misma sangre.

Mi madre se quedó pensativa. Qué bien sabía Julia cómo llevarla a donde ella quería.

– Pero si ni siquiera está claro que se vaya a graduar. Le han caído cinco, Julia. Cinco asignaturas. Tú nunca has suspendido un examen, y míralo a él – mi madre siempre dudaba de mí.

– Yo estoy segura de que lo va a conseguir. Se está esforzando muchísimo y juntos lo vamos a hacer, ya veréis. Confiad en mí. ¿Cuándo me he equivocado yo? – en ese preciso instante, Julia giró la cabeza hacia mí y me acarició la mejilla. Me había tocado la lotería con esta hermana.

– Tu hija tiene razón, Carmen – intervino mi padre Juan –. Yo lo he visto muy centrado estas semanas. Estudiando muy seriamente. Se está esforzando, se levanta temprano y no pierde el tiempo en tonterías. La ayuda de su hermana le está viniendo muy bien – puede que demasiado bien, pensé yo –. No hagas que se pierda su graduación. Tu hija tiene razón. Le va a venir bien.

Las palabras de mi padre parecían contribuir a las dudas de mi madre, que volvió a hacer un largo silencio mientras todos la mirábamos.

– ¿Dónde es la graduación? – Preguntó mi madre directamente a mí, en tono de interrogatorio.

Mi hermana me hizo un gesto para que hablase.

– En el salón de actos del instituto – intervine por primera vez –. Luego tenemos pensado ir en masa, todos juntos, a una discoteca del centro, Caribe. Creo que la han reservado para nosotros – respondí.

– Vamos, mamá – prosiguió mi hermana –. Es la típica discoteca donde entran todos los niñatillos en pubertad, como este – dijo en tono burlón –. No va a pasar nada. Además, este mismo viernes salgo yo con Alba y amigas suyas, así que puedo hacer de hermana guardián si sucede algo.

Mi madre se quedó reflexionando unos instantes. Su expresión parecía haberse relajado ante los argumentos de Julia. Mi hermana mayor era una auténtica maestra de la persuasión. Y si no, que me lo dijeran a mí.

– Está bien. Puedes ir a la graduación – mi hermana me chocó la mano al instante. Mis padres sonrieron al ver la magnífica conexión que tenían sus hijos a pesar de lo diferentes que eran –. No es que quiera amargarte la vida, hijo. Es sólo que no quiero que pierdas un año ni que te eches a perder. Iremos a ver cómo te gradúas – su discurso prosiguió tras una pausa –. Eso sí – dijo mirando a mi hermana –, si tú te vas, tu hermano se va contigo. Ya sabes que confío en ti al cien por cien, así que es responsabilidad tuya, ¿entendido? – Luego dirigió sus ojos hacia mí – Hijo, si tu hermana se va, y me da igual que sea a las doce de la noche, tú te vas con ella.

– Entendido – dijimos mi hermana y yo al unísono, justo antes de luego mirarnos y reírnos a carcajada limpia. Nuestra sincronización en aquel momento era total. Unidos por una misma causa: mi graduación.

Mi hermana agarró mi mano y se la llevó a la boca para darle un suave y pausado beso.

– ¿Has visto, hermanito? Te dije que me lo dejaras a mí – me dijo mientras me chocaba el hombro y me guiñaba un ojo.

– Da gusto veros trabajar en equipo, ¿eh? – dijo mi padre.

– ¡Y tanto! – respondió mi hermana alegremente.

Aquel viernes de graduación todo marchaba según lo planeado. Mis padres y mi hermana me habían dado el día libre, por lo que pude descansar, sin clases particulares ni obligaciones. No obstante, se me hizo raro que mi hermana no viniese a hacerme sus cuidados en todo el día, puesto que me había acostumbrado rápidamente a este nuevo hábito. Según ella, ese día tenía que hacer unos recados y apenas pasó por casa. Como respuesta, diría que pasé algo parecido a un síndrome de abstinencia, aunque no caí en la tentación de hacerme una paja por temor a las consecuencias que aquello podía tener. Mi hermana era una persona tierna, amable y protectora conmigo, pero cuando se cabreaba daba miedo verla.

No me gustaba vestirme de formas raras, me gustaba pasar desapercibido entre la multitud, sin llamar la atención. Los días anteriores estuve asesorado estilísticamente por mi hermana, que compró un sencillo traje por internet para que lo vistiera aquel día. Por ello, como cualquier chico de mi edad en el día de su graduación, me vestí con un traje negro, corbata negra, camisa blanca y zapatos negros. Nada especial y bastante canónico.

El acto fue emotivo para muchos padres y familiares, especialmente para la madre de Brahim, puesto que era su chico mayor y era la primera vez que veía a uno de sus hijos graduarse.

Uno a uno, luciendo nuestros trajes y vestidos, acudíamos al escenario para recibir nuestros diplomas y nuestras fotos de orla. Mis padres y mi hermana me miraban con orgullo, y hasta se me hacía raro verlos tan emocionados al recibir mi diploma. Tanto, que hasta yo me sentía orgullo de mí mismo. No estaba tan acostumbrado a recibir el apoyo de mis padres.

Cuando terminó el acto, mi hermana y mis padres se acercaron rápidamente a mí.

– Vas guapísimo, Carlos. Casi pareces un hombre – me dijo mi hermana entre risas.

Después, mis padres y mi hermana se fueron a casa mientras nosotros, más de cincuenta adolescentes revolucionados, hicimos una especie de aperitivo y una cena que se alargó hasta las once de la noche. No estaba acostumbrado a ese tipo de vida social, con tanta gente alrededor, pero he de decir que esa noche me lo estaba pasando muy bien.

Un poco más tarde, llegamos a Caribe. Era una discoteca bastante amplia, y nos la habían reservado hasta la una y media, cuando abrirían al resto de gente. Todavía era pronto y los locales del centro estaban medio vacíos, pero era normal que la gente de mi edad llegase sobre esa hora, antes que la gente mayor. Digamos que se sabía que era nuestra hora franca, puesto que después era más difícil entrar a los sitios siendo menor. Sin embargo, nosotros no tuvimos problemas puesto que el local estaba reservado.

En definitiva, éramos cincuenta adolescentes metidos en una discoteca para nosotros solos. Un cóctel interesante.

Muy pronto, Fede y Brahim se habían pillado el pedo de sus vidas. Los tres habíamos pedido vodka con Fanta de limón y eso era lo que bebimos en un principio, aunque yo no bebía demasiado. Teniendo en cuenta la cantidad de gente que había allí dentro, que era verano, y la ropa que llevábamos, yo estaba muerto de calor. No tardé en quitarme la chaqueta del traje.

Desde que habíamos llegado, llevaban intentando, sin éxito, ligar sin parar con las chicas de nuestro curso. No es que ninguno de nosotros fuésemos demasiado guapos, pero me atrevería a decir que de los tres yo era el más atractivo físicamente. Ellos eran algunos centímetros más altos y anchos que yo, especialmente Fede, que se expandía en todas direcciones. No obstante, ellos eran bastante más lanzados y despreocupados, por lo que ya habían tenido algunos rollos con chicas y algunas experiencias, al contrario que yo, por lo menos oficialmente. Aun viendo sus intentos fallidos de ligar, lo estábamos pasando bien.

Desde la distancia observaba también a Paula. Ella era la que había sido mi mejor amiga desde niños hasta hacía un año aproximadamente. No es difícil imaginar lo que pasó. Ella me gustaba desde hacía años, un día me confesé, me rechazó y después nos distanciamos. Según ella, era porque no quería que la amistad se perdiese, lo cual sucedió igualmente tras mi confesión. No sé hasta qué punto aquel suceso había provocado cierta inseguridad en mí con las mujeres, lo que sí que sabía era que si antes ya me llevaba poco con chicas en general, desde que ella no era mi amiga, aún menos.

Era una chica de cabello moreno, muy guapa, de ojos marrones y tez morena. De cuerpo era más bien delgada y unos pocos centímetros más baja que yo. En ese momento estaba apoyada en la barra junto a Bruno, su novio desde hacía unos meses. Un capullo de mi clase que, según se rumoreaba, había tenido historias con otras chicas a sus espaldas. Obviamente yo no le había contado nada porque ya no hablábamos.

La noche marchaba bien, no había sucedido nada raro y yo estaba bastante feliz. Mi graduación estaba siendo nada especial ni me había liado con ninguna chica, pero sólo estar allí con mis amigos era suficiente.

Sin embargo, serían las dos de la madrugada, aproximadamente. Hacía un rato que había comenzado a entrar al local gente ajena a nuestra graduación, pero casi todos eran de nuestra edad o un par de años mayores. En ese momento miré mi móvil y había recibido un mensaje de WhatsApp sólo dos minutos atrás.

Julia (02:04): dónde estás??

Me apresuré a escribir. No quería que pensara que la ignoraba. ¿Sería ya la hora de marchar? Una pena, porque me lo estaba pasando bien.

Yo (02:06): en caribe por? te quieres ir ya?

Mi hermana enseguida estaba en línea.

Julia (02:06): no :) lo estás pasando bien??

Yo (02:07): siiiii

Julia (02:07): pues ahora te lo vas a pasar mejor ;) vamos para allá

Un escalofrío me recorrió la espalda. No sé por qué no había intuido que aquello podía pasar, pero debería haberlo previsto. Daba igual lo mucho que había pensado sobre esa noche en mi cabeza, lo último que me esperaba era acabar saliendo de fiesta con mi hermana mayor. Julia iba a venir a un local lleno de adolescentes o de idiotas, y muchos eran ambas cosas.

Además, ¿qué significaba ese “vamos”? ¿Significaba que iba a venir con Alba? ¿Con sus amigas? Mis amigos debieron ver mi cara de circunstancia.

– ¿Qué te pasa, bro? – preguntó Brahim casi gritando. A mi otro lado estaba Fede y la música estaba alta.

– Mi hermana, que viene – respondí.

– ¿Tu hermana? – me preguntó Fede con los ojos como platos – ¿La instagrammer? Dios, qué buena que está.

– Relájate, tío. Que es mi hermana – le dije intentando proteger lo que era mío.

– Da igual que sea tu hermana, tío – dijo Brahim –. Es imposible no ver lo buena que está. Creo que media ciudad se la casca mirando el Instagram de tu hermana.

Ambos tenían razón. Y no sabían cuánta. Obviamente, no les había contado nada de lo que había pasado entre Julia y yo en esas semanas. Aunque fuesen mis mejores amigos, eran unos enfermos mentales y seguro que se pajeaban viendo vídeos de incesto en Pornhub, como yo hacía. Y más Fede, que tenía una hermana dos años mayor también. No quería que nadie se enterara de lo que estaba sucediendo entre mi hermana y yo, puesto que el escándalo podía ser monumental y ella podría tener problemas serios. Aunque para ser totalmente sincero, no sabía si aquello que habíamos hecho contaba como incesto o no. Tampoco sé si lo quería saber.

No cabía en mí de los nervios.

A los pocos minutos Julia y Alba hicieron su aparición en la puerta de Caribe. Mi hermana mayor no podía destacar más entre la multitud. Para empezar, no le hacía falta llevar tacones para ser la mujer más alta y despampanante del lugar. Destacaba por encima de todas las chicas y superaba en altura a muchos de los chicos, o mejor dicho, adolescentes, que estaban en la discoteca.

Julia llevaba una camiseta roja muy ajustada de media manga que realzaba su imponente figura. El escote que descubría la parte superior de sus majestuosos pechos atrajo casi todas las miradas del local, incluidas las de las chicas, seguramente por envidia. También llevaba una falda negra, muy ceñida, por lo que sus caderas y su culo, cuyas formas eran voluminosas y más perfectas que las de cualquier modelo, destacaban inevitablemente. Mi hermana no solía llevar tacones, pues ya era suficientemente esbelta y, en sus propias palabras, no le gustaba llegar al metro noventa. Aquella noche llevaba ese tipo deportivas Nike blancas que no son exactamente de hacer deporte, sino de vestir.

A Julia tampoco le gustaba demasiado maquillarse, aunque en ese momento llevaba una sombra de ojos y un eyeliner que no hacía sino acentuar su mirada penetrante de ojos verde-azulados, además de un ligero pero llamativo gloss en sus preciosos labios. Su larga melena ondulada se movía al son del giro de su cabeza mientras me buscaba con la mirada.

Pero allí también estaba su mejor amiga. Alba era bastante diferente a mi hermana en casi todo. Eran amigas desde el instituto, y siempre que Julia volvía a la ciudad hacían vida social juntas. Donde estaba una, estaba la otra. Como uña y carne desde que tenían catorce años. Siempre habían sido las chicas que más guapas, las más atractivas, las más listas y las más populares de su curso. Eran el típico combo de niñas guays de instituto. Ahora, eran dos pedazo de mujeres en su plenitud.

El cabello de Alba era rubio y largo hasta casi la cintura, muy cuidado y brillante. Tenía los ojos azules y una cara de rasgos finos. Debía ser de mi misma altura más o menos, es decir, de metro setenta aproximadamente, lo cual la convertía en una mujer de estatura entre media y alta. Era más bien delgada y si bien sus curvas no eran tan pronunciadas, su trasero era respingón y sus pechos tenían un tamaño notable y parecían muy turgentes, pero sin llegar a ser muy grandes.

No hace falta que explique por qué Alba había sido uno de mis amores platónicos de la adolescencia y la causa de muchas erecciones y pajas a lo largo de aquellos años.

Alba llevaba un vestido negro escotado de tirantes y se podía ver claramente que no llevaba sujetador, pues se le marcaban un poco los pezones y se intuía la forma de sus tetas. También su trasero, redondo y terso, se dejaba ver con aquel vestido.

Era claramente visible que tanto Julia como Alba superaban por varios años la edad media de la gente que solía ir a Caribe, donde era raro que la gente superara los dieciocho.

Cuando me localizaron, a mi hermana se le iluminó la cara. Se aproximó hacia mí y me embistió con un fuerte abrazo.

– Mi hermanito, el graduado – dijo con una sonrisa y me frotó la cabeza –. Estos son tus amigos, ¿no? – Preguntó señalando a Brahim y Fede, a los que les faltaba estar babeando. Yo asentí.

– ¡Hola, Carlitos! Has crecido desde la última vez – me dijo Alba.

– Bueno, ya tengo dieciséis – respondí.

– Ya lo sé, ya. Si tu hermana sólo habla de ti. Y lo entiendo, si yo tuviera un hermano tan guapo como tú me pasaría todo el día presumiendo – dijo Alba con una sonrisa. Se veía que iba un poco borracha.

Alba siempre me había tratado de esta forma. Siempre me decía que estaba más alto, más guapo, y que cuando creciera seríamos novios. Obviamente, siempre en tono de broma. O eso pensaba yo.

– ¡Eh! Relaja la raja, zorra. Que es mi hermano – le advirtió Julia entre risas.

– Si esto está lleno de críos, Juli. Estate tranquila, aquí no creo que pueda ser una depredadora, o me llevan a la cárcel – le reprochó Alba a mi hermana.

– No te quejes anda, que a su edad nosotras siempre estábamos aquí – contestó Julia riéndose.

Mi hermana miró mi vaso.

– ¿Qué bebes? – me preguntó arqueando una ceja.

– Vodka y limón – respondí. Me faltaba aún medio vaso por beber y era mi segunda copa de la noche.

– ¿Y no te has emborrachado?

– No mucho – dije encogiéndome de hombros.

Cogió mi vaso y lo puso en uno de los estantes de madera que había adosados a las paredes de la discoteca.

– Deja esto, anda. Ven – dijo mientras me agarraba del brazo y me acercaba a la barra.

El camarero estaba atendiendo a mi hermana incluso antes de que llegáramos.

– Un chupito de Jagger para mi hermano y para mí – ordenó mi hermana.

El camarero nos sirvió los chupitos con destreza y mi hermana me obligó a bebérmelo, por lo que obedecí. Cuando entró por mi garganta me empezó a quemar todo y sentí como si me fuera a venir una arcada. La verdad era que el alcohol no me gustaba tanto como para beberlo en ese formato tan directo y concentrado que eran los chupitos.

– Otro – dijo mi hermana.

– ¿Julia? – Pregunté para recibir una explicación.

– Va, hermanito. Es tu graduación – me respondió ella. Luego me agarró de la cintura y me dio un beso en la mejilla.

El segundo chupito me sentó como una patada en el estómago. Sin embargo, después de eso Julia pidió un roncola para “rebajar”, en sus propias palabras, que íbamos a compartir los dos. Esa sensación desagradable en el estómago se me pasó cuando comencé a sentir que iba un poco borracho.

No sabría decir cuánto tiempo pasó, pero Julia, Alba y yo estuvimos bailando y hablando en la pista un largo rato. Fede y Brahim se apartaron un poco en una especie de intento de automarginación incomprensible para mí, seguramente porque se habían sentido empequeñecidos ante la presencia de mujeres mayores que ellos. Para mí era algo normal, al fin y al cabo eran mi hermana mayor y su amiga.

Noté cómo la gente de mi clase me miraba y se percataba de mi compañía. Sin duda, algunos estaban sorprendidos por quiénes me rodeaban e intentaban descifrar la situación. Incluso Paula, mi ex mejor amiga, no podía dejar de mirarme mientras bailaba, y aunque ella y mis amigos sí que sabían que Julia era mi hermana, no sé lo que pensó el resto de la clase en aquel momento.

Durante todo el tiempo que estuvimos bailando, aunque yo lo hacía más tímidamente, mi hermana Julia no paraba de mirarme fijamente y de hacer movimientos sensuales. No tenía claro si aquella era su actitud en general cuando salía de fiesta o si estaba intentando seducirme, aunque por lo sucedido esas últimas semanas podía parecer absurdo. Si algo me quedó claro en ese momento, era que no me extrañaba que siempre consiguiese lo que quería.

Mi hermana Julia comenzó a bailar cada vez más cerca de mí. Al principio sólo me tocaba ligeramente el brazo con sus movimientos, pero poco a poco se fue acercando hasta mover de un lado a otro sus caderas a escasos centímetros de mi cuerpo. Su mirada penetrante llegaba hasta el fondo de mí y ella parecía absolutamente concentrada en su hermano pequeño, ignorando completamente al resto e incluso a su amiga Alba.

Entonces me agarró de la cintura y comenzó a perrearme. Mientras restregaba su zona púbica por mi cadera y mi muslo, noté cómo me iba poniendo cada vez más y más duro, hasta que era imposible ocultarlo, puesto que llevaba unos pantalones de traje relativamente ceñidos con un cinturón. No obstante, entre la multitud era relativamente difícil distinguir las figuras de la gente si no los tenías justo a tu lado. Era la primera vez en mi vida que una mujer me bailaba así.

Después Julia comenzó a manosearme de manera casi violenta, por dentro de mi camiseta, en la zona de mi abdomen y mis costillas. Por su forma de moverse y de tocarme, parecía que estaba casi poseída, no sé si fruto del alcohol, de la excitación, o de ambas cosas. Justo en ese instante, le pegó un trago al roncola y acercó su boca a mi oído.

– Si te digo lo que se me está pasando por la cabeza, perderías el sentido, hermanito pequeño – dijo en un tono lo suficientemente bajo como para que pareciese un susurro en una discoteca.

Aquellas palabras dichas en mi oreja provocaron que mi polla se endureciese todavía más. Alba no parecía estar demasiado atenta y creo que no se enteró muy bien de lo que estaba pasando.

Julia se dio la vuelta y empotró su trasero contra mi entrepierna mientras bailaba, restregándomelo con fuerza. Su culo, que casi doblaba en anchura a mi cintura, chocaba con mi duro miembro, que comenzaba a humedecerse y a veces se enganchaba con el bajo de la falda de mi hermana mientras lo frotaba entre sus voluptuosas nalgas. Justo en ese instante, me sujetó de las manos y las puso sobre sus caderas para que la agarrara con fuerza. Yo estaba cachondo y borracho, absolutamente perdido ante los movimientos de mi hermana.

Unos minutos después, Julia parecía acalorada y sudando, y el momento de excitación máxima pareció frenarse de golpe.

– Madre mía, Carlitos – parecía que iba a decir algo importante, pero se lo calló –. Tengo que ir al baño. Ahora vengo – anunció Julia, y se marchó rápidamente dejándome con un grave problema entre las piernas.

Justo en ese momento, perdido y vacío entre decenas de personas bailando, Fede y Brahim me indicaron que me acercase a la barra. Me querían decir algo, y allí que me dirigí.

– ¡Joder! Tu hermana es cariñosa, ¿eh? Casi me pongo hasta cachondo viendo como bailábais – dijo un ebrio Brahim con una sonrisa en la cara –. ¿Tu hermana es siempre así?

– Va, no me jodas, tío – le dije claramente borracho –. Sólo se lo está pasando bien. Estamos de fiesta, ¿no?

– Sí, sí. Si no insinuamos nada, pero… Joder, es que con tremenda mujer me flipa que no te pongas cachondo – me respondió Fede mientras se reía a carcajadas –, aunque sea tu hermana.

Entonces se me aproximó Alba y con un gesto me ofreció de su bebida que, si soy sincero, no supe con precisión qué llevaba. Yo acepté con educación y le pegué un trago. Iba borracho, sí, pero aún era plenamente consciente de lo que sucedía y no quería sobrepasarme.

– ¿Y Julia? – preguntó gritándome al oído.

– Ha ido al baño – le respondí rápidamente.

Me miró de manera suspicaz con su vaso de color violeta en la mano derecha.

– ¿Y ha dejado aquí solo a su hermanito? ¿Con su mejor amiga? Qué irresponsable – dijo Alba con una sonrisa teñida de cierta malicia.

– ¿P-por qué? – le pregunté medio tartamudeando. No sé si por el alcohol o cohibido por el tono que había empleado.

– Pues porque siempre te está protegiendo, pero ahora que no está… Soy yo la que te tiene que cuidar, ¿no? Siempre he querido tener un hermanito pequeño – contestó Alba sin dejar de sonreír.

– Yo ya soy mayor – le respondí con autoridad.

– No tanto. Aún no has terminado la ESO, chavalín – razonó ella –. Anda, ¿quieres dar envidia a tus amiguitos?

Juro que no tenía ni idea de a qué se refería.

– ¿Cómo? – le pregunté dubitativo.

– Anda, ven – me dijo agarrándome de la mano y llevándome de nuevo a la pista.

Sin soltarme, Alba empezó a bailar conmigo, aunque de una manera diferente a la que lo hizo mi hermana Julia. Posó sus manos sobre mis hombros y luego sobre el cuello, mientras su cintura se ceñía a mí sin dejar espacio entre ambos, moviendo continuamente sus caderas.

Mientras bailábamos, ella utilizaba sus manos para cogerme del cuello o del brazo, o incluso de la mano, jugueteando con sus dedos. Yo no es que me hubiera encontrado con muchas situaciones así, pero habría jurado que estaba tonteando conmigo.

Ni siquiera fui del todo consciente de lo que pasaba en ese momento. ¿Acaso Alba, uno de los mayores crushes y amores platónicos de mi adolescencia, me había sacado a bailar? ¿Qué coño estaba pasando en mi vida últimamente? Hacía sólo un mes las chicas sólo se me acercaban a pedirme la goma de borrar, y ahora mis compañeros de curso me estaban viendo bailar no con uno, sino dos pibones de veintitrés años.

Las palabras de Alba interrumpieron mis pensamientos.

– Te has convertido en un chico muy guapo, ¿sabes? Si no fueses tan tímido, ligarías mucho – me espetó Alba.

– Gracias – le dije yo, sin saber muy bien qué más decir. Nunca sabía responder a los elogios, porque recibía pocos.

– Nada, chico. A las chicas de tu edad les gustan los chicos malotes y cabrones, los sinvergüenzas. En cambio, cuando crecemos un poco, a las mujeres nos gustan los buenazos, como tú. Ya lo verás con el tiempo – dijo justo antes de guiñarme el ojo.

El baile continuó durante algunos minutos cuando me di cuenta de que Fede y Brahim me miraban haciéndome gestos bastante explícitos para que me lanzase a besarla. ¿Estaban locos o qué? Alba sólo me estaba haciendo un favor para que los demás me vieran bailar con un pibón. También me estaba mirando Paula, aunque esta vez de una manera distinta, con curiosidad, aguzando la vista mientras bailaba con su novio. ¿Qué se le estaría pasando por la cabeza?

Empezaba a preguntarme dónde estaba mi hermana. Hacía ya algunos minutos que había ido al baño. A lo mejor le pasaba algo. Quizás se encontraba mal y yo no me estaba enterando. ¿Necesitaría ayuda?

Una vez más, la voz de Alba cortó el hilo de mis reflexiones.

– ¿Alguna vez te has besado con una chica? – la pregunta de Alba me sorprendió. Me quedé unos instantes pensando si decir la verdad o no.

– Bueno, yo… Sí, una vez – mentí.

Alba se río ante mi respuesta.

– Sí, claro. Si se te nota a la legua que eres un chico experimentado – claramente, estaba siendo irónica –. ¿Te gustaría probar?

Qué.

Cómo.

¿De verdad estaba ocurriendo esto? Mi vida se había vuelto una historia surrealista en la que todo me salía bien. ¿Me estaba ofreciendo un beso Alba, la mejor amiga de mi hermana? ¿La chica que había motivado decenas de mis pajas y que cuando era pequeño bromeaba con que algún día sería mi novia? Aquello rozaba la ficción. A lo mejor iba muy borracho y no me estaba enterando bien de lo que me decía.

– ¿Un beso? – pregunté impactado.

– Sí – respondió.

– ¿Contigo?

Debió pensar que era gilipollas. Sin embargo, dejó escapar una carcajada.

– ¡Claro, tonto! ¿Con quién si no? – preguntó Alba con toda la razón del mundo.

– No sé… – Le respondí. Aquello era algo que había deseado mucho. Incluso había pensado en situaciones muy parecidas a esta misma en el calor de las noches de mi tierna adolescencia.

– Va, Carlitos. Si lo estás deseando… ¿Te crees que no veo cómo me miras? Desde hace años, chaval. Que seas un chiquillo no quiere decir que no me fije – dijo Alba.

Y en ese momento mi yo borracho se apoderó de mí, y la última parte que quedaba de responsabilidad me abandonó.

– Vale – dije.

– ¿Sí? – preguntó ella asegurándose.

– Quiero probar. Ya soy mayor – dije convenciéndome.

– Bien dicho – respondió ella.

Me agarró del cuello con sus manos y poco a poco fue acercando su cara a la mía. No me lo podía creer, incluso aunque fuese borracho. Iba a darme mi primer beso, y encima con una de las mujeres más impresionantes que había visto. Sus ojos azules iban de arriba abajo, recorriendo mi cara, mirándome a los labios y a los ojos, hasta que estuvo demasiado cerca y los cerró.

Aquella escena estaba a punto de consumarse y casi podía escuchar a mis amigos chillar. Algo vibraba en mi y me consumían los nervios por todo el cuerpo.

No obstante, justo cuando sus labios estaban a punto de tocar los míos, noté una fuerza que tiró fuertemente de Alba y la separó de mí. La voz de mi hermana sonó como un trueno.

– ¡¿Pero qué haces, hija de puta?! – Mi hermana Julia había reaparecido y tenía agarrada a Alba del hombro. Su cara era una auténtica furia.

Alba parecía desconcertada.

– ¿Tú qué crees? – Contestó justificándose sin decir nada.

– ¿Cómo puedes ser tan zorra? – Le preguntó Julia sin soltarla ni ser capaz de abandonar su estado de histeria. Estaban montando una escena.

– ¿Qué dices, tía? ¿Se puede saber por qué se te está yendo tanto la olla? – Alba no entendía la situación.

Brahim y Fede miraban con la boca abierta y también algunos de mis compañeros parecían estar prestando atención al espectáculo. Yo casi que era un espectador más, aunque estaba muy nervioso por la violencia de la situación. Aquella escena era el centro de atención y yo no llevaba muy bien que toda mi clase estuviese siendo testigo de aquella pelea.

– ¡Estabas a punto de besar a Carlos! ¡¿De qué coño vas?! – Le gritó en la cara mientras la sostenía y la juzgaba desde arriba.

– ¿Estás puto loca? Julia, tía, no exageres – Alba intentaba calmar la situación –. Sí, nos íbamos a besar. ¿Qué más da? Es sólo un beso.

– “Qué más da”, dice. ¡Qué es mi hermano pequeño! “Sólo un beso”… ¡Tú quieres que te mate! ¡¿Es que no respetas nada?! – alzó la voz Julia, claramente muy cabreada con su amiga del alma.

– Bueno, ¿y qué? Ya sabes que esta noche no me he liado con nadie, ¿qué esperabas? ¿Que me portase bien sólo porque es tu hermano? Él ya es mayorcito para saber lo que hace – respondió Alba con autosuficiencia.

– ¡Es menor, imbécil! ¡Le sacas siete años! ¿Te parece normal? – argumentó Julia con autoridad.

Si no estaba alucinando lo suficiente, ahí las palabras de mi hermana me hicieron revolverme. ¿De verdad Julia estaba diciendo eso sin inmutarse? Con qué frialdad podía actuar mi hermana en ocasiones. La hipocresía de mi hermana, que siempre era el estandarte de la moral, de la ética, y del buen hacer, estaba quedando latente ante mis ojos.

No parecía importarle mucho que fuese menor o que me sacase siete años cuando me ponía cachondo en nuestras clases particulares, o cuando me tocaba la polla hasta hacerme eyacular e incluso cuando se introducía mi semen en la boca y lo saboreaba con gusto. Parecía que a pesar de ser consciente de la contradicción en la que caía, intentaba protegerme a toda costa del simple beso que había intentado darme su amiga. Estaba protegiendo lo que era suyo.

– No me vengas con tus mierdas morales, Julia. Siempre igual. Siempre quieres tener la puta razón y hacer de voz de la cordura – soltó Alba desde sus adentros, como si llevase tiempo guardándose esas palabras. Entonces se zarandeó y se liberó de la mano de Julia –. Yo me piro. Te quedas aquí con esta panda de críos.

– ¡Eso es! ¡Vete de aquí, zorra! – gritó mi hermana ante la mirada atónita de los presentes.

– Eres imbécil – dijo Alba. Luego me miró directamente –. Y tú ten cuidado, porque esta hermana tuya no sé si lo que quiere es sobreprotegerte o tenerte para ella sola. No sé si me entiendes.

– Que te vayas – dijo mi hermana.

Alba cogió su bolso y se marchó expirando aires de indignación y cabreo entre la multitud.

Entonces la situación se calmó un poco, y pareció que todo volvía a la normalidad. Mi hermana seguía claramente iracunda cuando volvió su mirada hacia mí. Me miró con una mezcla de enfado y condescendencia. Luego me quitó de las manos el vaso de roncola que habíamos compartido y le dio un largo trago.

– Tú tampoco te libras. Ven conmigo – dijo Julia con el mismo tono que usaba cuando era pequeño y había roto algo. Se avecinaba bronca y de las fuertes, aunque cuando era pequeño siempre acababa perdonándome. No obstante, viendo cómo había cambiado la situación y lo posesiva que se había vuelto, no estaba tan seguro de que aquello fuese a salir bien.

Me agarró del antebrazo y me arrastró por en medio de la pista de baile de la discoteca, para después llevarme por las escaleras ascendentes que conducían al baño. Por un momento dejé de ser consciente de mi alrededor. Se me olvidó que existían Brahim y Fede. Por supuesto, tampoco pensé qué pensaría Paula ni el resto de mis amigos.

Sin dudar un instante, me introdujo en el baño de mujeres casi de un empujón. Después entró ella y velozmente cerró la puerta para poner el pestillo con un gesto brusco. No era difícil ver que en aquel momento estaba acojonado porque sabía que había hecho algo mal. ¿O no? Simplemente iba a besarme con una chica, no era nada grave. Por un lado, pensaba que ella no era nadie para impedirme darme un beso con quien fuera, aunque fuese su mejor amigo. Sin embargo, por otro lado, era mi hermana mayor. Ella siempre me había dicho lo que había que hacer y yo obedecía. Su palabra significaba todo para mí. Ya no lo sabía qué estaba bien ni qué estaba mal. Intenté salvar los muebles.

– Perdona, Julia. En serio, no sé qué ha pasado. Yo…

Apenas me había dado tiempo a articular palabra cuando Julia se giró y me puso con la espalda contra la pared de azulejos del baño. Sin ser muy consciente de lo que estaba pasando, vi cómo me estaba mirando. Con deseo.

Todo lo que me rodeaba en ese momento era ella. Más alta que yo, más mayor que yo, más guapa que yo y más lista que yo. Mi hermana tenía la situación bajo control.

Después, puso sus manos a ambos lados de mi cara y sin que me diera tiempo a ser consciente de su mirada hambrienta empezó a devorarme con sus preciosos y carnosos labios. Pronto sentí sus boca, suave, húmeda y caliente saboreando la mía.

Aún tardé un par de segundos en ser consciente de que mi hermana me estaba besando. Y no de cualquier manera. No me estaba besando como te besa una hermana mayor. Me estaba comiendo la boca, besando mis labios y lamiéndolos con su lengua, como si estuviese poseída.

Al principio me costó reaccionar y estaba absolutamente quieto. Paralizado. ¿Aquel estaba siendo mi primer beso? ¿Con mi hermana? Entonces fui consciente de la situación. Sí, mi hermana me estaba besando en el baño de aquella discoteca.

Entonces algunos pensamientos asaltaron mi mente. Aquello estaba mal. Muy mal. Dos hermanos no podían besarse así, ¿o sí? Qué iba a saber yo si nunca me había besado. Aunque estas cosas se saben, ¿o no? ¿Era esto ya incesto? ¿Estábamos cruzando la línea? ¿Se estaba aprovechando de mí para robarme mi primer beso? Mi hermana se había abalanzado sobre mí sin mi consentimiento, aunque… ¿Un beso necesitaba consentimiento? Tampoco lo sabía.

No obstante, ¿qué era lo que me preocupaba, si ya llevaba días haciéndome pajas y cosas peores? ¿No había dejado ya atrás esta fase de sentimiento de culpa? Si antes había decidido dejarme llevar con Alba, ¿por qué no hacerlo ahora con Julia? Al fin y al cabo habíamos hecho cosas mucho peores que darnos un simple beso. Yo habría dicho que una paja era algo bastante más grave que un beso, por pasional o romántico que fuese.

Ese pensamiento me relajó. Aún así, mucho antes de que mi cerebro hubiese llegado a esta conclusión, mi cuerpo ya había hablado por mí. Instintivamente, aunque fuera borracho y aquella fuera mi primera vez, me estaba dejando llevar por los besos de mi hermana.

Dicen que el primer beso siempre es raro. Sentir el calor y la humedad de la boca de alguien en la tuya por primera vez puede ser una experiencia extraña.

Quizás fue porque iba borracho o por la sincronización natural que había entre hermanos, pero no tardé en sincronizar mis movimientos con los suyos, y aunque el beso fue torpe al principio, parecía que ella me guiaba con sus labios y yo me dejaba guiar. El sonido de la música retumbaba en las paredes. Todo vibraba. Y mi polla ya estaba dura otra vez.

– Eso es – dijo Julia sonriendo entre beso y beso –.¿Te ha gustado?

– Mucho. Aunque es un poco raro – me apresuré a responder.

– ¿Primer beso? – preguntó.

– Sí.

– Madre mía, cualquiera lo diría. Yo diría que tienes talento. O quizás besas tan bien porque somos hermanos y eso nos hace muy compatibles…

Sus palabras me volvían loco, pero me volvía aún más loco lo que me hacía. Mi hermana estaba inclinada y completamente volcada sobre mí en aquel baño. Los apasionados besos de Julia continuaron algunos minutos hasta que comenzó a besarme el cuello. Poco a poco fue subiendo, empleando también la lengua para excitarme, hasta que llegó a mi oreja y perdí el sentido. Experimenté un tipo de placer que no había probado antes. Utilizaba sus labios, su lengua y su aliento para hacerme sentir cosas que no había experimentado jamás. Tenía espasmos y escalofríos que me recorrían todo el cuerpo mientras mi vista se nublaba.

Aquella sensación se amplificó cuando mientras me besaba la oreja agarró mi pene con fuerza y lo manoseó.

– Esa zorra – me susurró al oído, provocándome otro escalofrío –. Se ha creído que podía besarte antes que yo. Creía que podía robarte tu primer beso. ¡Qué traidora de mierda! – dijo elevando un poco el tono –. No sabe cuál es su sitio. Eres mi hermano pequeño y tu primer beso me pertenecía sólo a mí.

– Pe-Perdóname Julia. No quería enfadart…

– Shhh… Ya está – me consoló –. Ya estás con tu hermana mayor. No quieres que te cuide nadie más, ¿a que no?

– No. Nadie – respondí obediente.

– Claro que no. Nadie puede reemplazar el amor de una hermana.

Siguió lamiéndome el cuello y la oreja mientras me estrujaba la polla, esta vez con más fuerza todavía. Por puro instinto y excitación, posé mis manos sobre el tejido rojo que había encima de sus pechos. Al principio los tocaba con timidez, pero pronto comencé a manosearlos presa de un deseo incontrolable. Eran blandos y mis manos no podían abarcar todo su tamaño.

– Mira, parece que mi hermanito por fin tiene algo de iniciativa… Me gusta – recibí sus palabras de aprobación.

– Me encantan tus tetas, Julia – dije en un lamento.

– Lo sé – dijo entre risas sin soltar mi polla –. Llevas mirándolas desde que eras un niño. Soy consciente de las tetas que tengo, hermano. Es imposible no serlo. Tengo muchos recuerdos de hace años, cuando estábamos comiendo en casa y te quedabas mirándolas hasta que te pillaba y apartabas la mirada. No te voy a engañar, Carlitos. Es muy duro para una hermana mayor pasar tanto tiempo como he pasado sin las miradas de tu hermanito. Sentirte deseada por tu propio hermano es lo mejor que a una le puede pasar. ¿Siempre las has deseado? ¿Hasta cuando eras un niño?

– Sí. Siempre – le dije.

– Qué travieso – dijo ella –. Mientras yo me preocupaba de cuidar de mi hermanito pequeño, él sólo pensaba en hacer cosas sucias con las tetas de su hermana.

– N-No sólo eso…

– ¿Ah, no? – en ese momento me estrujó el pene con más fuerza – ¿Qué más pensabas?

– Ah… – Yo sólo gemía.

– Dime. Qué más – exigía Julia.

– Que eres preciosa. Y que… Y que jamás podría estar con una chica como tú.

Julia se rió a carcajadas mientras seguía besándome y tocándome, pero justo en ese instante se soltó. Agarró su camiseta desde abajo junto con el sujetador y se la levantó, quitándose toda la ropa de la parte superior de una vez.

Y yo aluciné una vez más. Allí estaban otra vez, bajo el rostro perfecto y celestial de mi hermana. Esos pechos enormes que me quitaban el sueño y me provocaban erecciones desde que tenía memoria estaban ante mis ojos otra vez. No sólo tu tamaño era imponente, sino también la forma. Aquellas tetas perfectas de tamaño majestuoso seguían desafiando a la gravedad ante mis ojos.

– Pues estás de suerte, hermanito. Adelante – dijo ella.

Entonces, sin pensármelo dos veces, las volví a agarrar con mis manos, esta vez sin ninguna tela de por medio que me impidiese notar su suave tacto. Las sostuve y las levanté, sorprendiéndome una vez más por su increíble peso y masa, de varios kilos. A pesar de su tamaño, su firmeza era irreal y casi me costaba moverlas con mis manos pequeñas. Aquello me parecía algo inexplicable. Julia me sacó del cielo un momento para hacerme la siguiente pregunta.

– ¿Por qué no lo haces con tu boca? – me preguntó mirándome desde unos centímetros más arriba.

– ¿Puedo? – pregunté inocentemente.

Sin mediar más palabra, puso su mano detrás de mi cabeza y me dejé empujar hacia sus enormes tetas. Enseguida tuve la cara hundida entre los pechos más perfectos que había visto y tocado. Las tetas de mi hermana mayor rodeaban todo mi rostro.

El tacto de sus tetas era suave, y aunque eso se podía notar a través de las manos, mis labios lo comprobaron con una sensibilidad aún mayor. Tampoco sabría explicar por qué, pero su pecho olía y sabía diferente, ni tampoco sería capaz de expresar cómo era ese olor. Sólo sé que olían muy bien y que sabían mejor.

Mientras manoseaba sus tetas, lamía sin cesar toda la superficie que podía abarcar, incluyendo sus pezones rosados y duros. A veces los mordía, incrédulo de la firmeza y la consistencia que tenían, y ella emitía leves sonidos de placer.

Al cabo de poco tiempo estaba dejando sus tetas llenas de mis babas, a la vez que ella no dejaba de manosearme la polla por encima del pantalón. Ella gemía y mi excitación era máxima. Pronto la humedad de mi pene comenzó a brotar por mi pantalón.

– Mmm… Joder, Carlitos – resopló mi hermana gimiendo –. Creo que no eres el único que está mojado.

Acto seguido, me puso los dedos sobre la boca y me apartó suavemente hasta que mi cabeza estuvo apoyada en la pared. Allí estábamos los dos, de pie, ella sin camiseta y yo con el pene más duro que nunca.

– Mi turno – exigió Julia.

Con las mismas finas y hermosas manos con las que me había agarrado de la polla hacía sólo unos segundos, se dispuso quitarme la corbata y a desabrocharme con cierta impaciencia la camisa blanca que llevaba puesta. Me sentí un poco violento al saber que me iba a quedar desnudo. Algo un poco estúpido, ¿no? Al fin y al cabo ella era mi hermana e íbamos los dos un poco borrachos.

Cuando mi camisa estuvo completamente abierta, se deshizo de ella tirándola contra la pared que había a su espalda. Se quedó mirando mi pecho desnudo y mi figura delgada para después posar sus manos sobre mi abdomen.

– Qué suave… No sabes lo mucho que me pone tu cuerpo, hermanito – anunció mi hermana en tono lujurioso.

Yo seguía sin saber encajar aquellos cumplidos y no veía nada especial en mi cuerpo. ¿Cómo era posible que mi hermana, teniendo en cuenta la clase de novios que había tenido, me viera atractivo y me dijese esas cosas? Yo no tenía nada de especial.

– Este cuerpo es mío, ¿a que sí? – preguntó sabiendo la respuesta.

Yo asentí sin pensármelo.

– Claro que es mío. Y de nadie más. Sólo de tu hermana mayor.

Justo después, me dio otro beso en los labios. Esta vez un poco más pausado que los anteriores. Acercó su cara a mi pecho y comenzó a besarlo intensamente, mientras soltaba leves gemidos.

– Me encanta, joder – decía Julia mientras iba descendiendo entre besos y lametones por mi pecho hasta mi vientre, a medida que flexionaba las rodillas poco a poco.

Yo no podía evitar sentir cosquilleos y escalofríos mientras notaba cómo mi pene parecía hincharse incluso más de lo que ya estaba. Entonces sus labios llegaron a mi vientre, y ella se puso de rodillas. Llegados a este punto, ya sabía perfectamente lo que venía, pero aún así no me lo podía creer del todo.

Posó sus manos en mi cinturón y comenzó a aflojarlo. Toda la prisa y la impaciencia que mi hermana mayor parecía haber tenido antes se frenó, y noté cómo quería recrearse en este momento.

– Te voy a contar una cosa, hermanito. ¿Sabes por qué he tenido que ir al baño antes? – me preguntó con ese tono sensual que sabía poner para excitarme.

Poco a poco y sin prisa, me terminaba de quitar el cinturón. Yo estaba embobado mirando cómo aquella mujer preciosa que era mi hermana mayor me desnudaba.

– No… ¿Te encontrabas mal? Me…Me he preocupado – le dije.

Mi hermana se rio mientras me desabrochó lentamente los botones y la cremallera del pantalón. Después, mientras lo bajaba hasta mis tobillos, dijo lo siguiente.

– Sí, me encontraba mal. Tan mal estaba de bailar contigo he tenido que ir al baño a tocarme, Carlos – me dijo mirándome desde abajo con sus preciosos ojos azul-verdosos –. ¿Y sabes qué he pensado? – me preguntó tras agarrar mi pene desde la base con su mano derecha, mientras las uñas de su otra mano se clavaban levemente en mi muslo.

– ¿Q-qué has pensado? – Hice la pregunta casi sin vocalizar.

Entonces mi hermana puso su cara junto a mi pene, frotando la mejilla y olisqueando mi duro y húmedo glande. Me dedicó una profunda mirada que lo decía todo.

– Que sería una lástima dejar pasar la oportunidad de chuparle la polla a mi hermanito.

Y antes de poder reaccionar observé cómo mi polla desaparecía en el interior de su boca, rodeada por aquellos labios carnosos y acompañada de esos ojos claros que no me quitaban la vista de encima.

Se me nubló el sentido y mi mente quedó en blanco, aunque mis ojos la observaran aquella escena celestial.

Es difícil explicar lo que sientes la primera vez que te la chupan si nunca antes lo has experimentado. Y más cuando lo hace tu hermana mayor, que supongo que lo hace todavía mejor. Igual que cuando me besó, lo primero que me sorprendió fue la humedad y la calidez de la boca de mi hermana, todavía más intensa que antes teniendo en cuenta que ahora envolvía mi pene. Mientras tanto, ella seguía mirándome fijamente y, centímetro a centímetro, mi hermana iba introduciendo mi pene en su boca, gustándose en cada segundo que mi polla reposaba más adentro en su interior.

– Dios… Julia – alcancé a decir.

Mi hermana mayor esbozó una especie de sonrisa con mi pene en su boca, y a la vez me guiñó un ojo.

Mi sensible pene comenzaba a sentirse cómodo en el interior de la boca de mi hermana cuando justo comenzó a moverse con mayor energía. Noté cómo mi prepucio se desnudaba completamente a medida que ella incrementaba el ritmo en las acometidas de su boca, acompañándolas del jugueteo de su lengua alrededor de mi polla. Me temblaban las piernas ante el placer que me estaba proporcionando el calor de la cavidad bucal de mi hermana.

Comencé a analizar la situación en mi cabeza. Mi hermana me estaba chupando la polla. Mi primera mamada me la estaba haciendo mi propia hermana. Y no sólo eso, sino que me estaba encantando. Ese pensamiento, hacía sólo algunas semanas, me habría espantado y excitado a partes iguales. Aquella noche, entre el alcohol que había bebido y lo normalizado que tenía aquella nueva relación con mi hermana, estaba completamente entregado a lo que ella quisiera hacerme.

Enseguida me di cuenta de que mi polla estaba produciendo una cantidad de presemen descomunal a la vez que Julia salivaba. Unos segundos después, vi que mi polla se encontraba recubierta de una capa de baba mezclada con mis propios fluidos, haciendo que esta mezcla de pecado incestuoso rodeara su boca y sus manos, y que parte de ella cayera al suelo, formando hilos de fluido que lo envolvían todo.

Mi hermana lo estaba disfrutando. Se vía en su cara y se sentía en sus gemidos. Se notaba que no era la primera polla que chupaba. Ni la segunda, ni la tercera. El placer que yo sentía tenía que ser perfectamente visible en mi expresión.

– Te gusta lo que te hace tu hermana mayor, ¿verdad? – Dijo tras sacar mi húmedo pene de su boca durante un momento sin dejar de pajearme. –. Claro que te gusta. Mira cuánto líquido estás soltando – añadió mientras miraba de cerca mi polla –… ¿Todo esto es por y para mí? – dijo manoseando el fluido que brotaba de mi pene y de sus manos – ¿Te has puesto así por los mimos de tu hermana mayor? Qué hermanito tan travieso…

Sus palabras sólo me ponían más cachondo cada segundo.

– La polla de mi hermanito es la polla más bonita que he visto – mi polla parecía de piedra, hinchada en sus venas y toda mojada, mientras que su punta tenía un color rosado –. Vaya polla tienes, Carlos. Me pasaría todo el día chupándotela. ¿Me hace eso una mala hermana? Yo creo que no.

Luego empezó a lamerla utilizando toda la superficie de su lengua, de abajo hacia arriba y haciendo eses, estimulando cada rincón de mi pene. Yo no podía evitar que la sensibilidad de mi glande me provocara temblores en la espalda.

– Mmm… Y además está tan rica y sabrosa… Siempre tiene este olor fuerte… Tu habitación huele un poco así también. ¿Cómo no me voy a poner cachonda cuando te explico matemáticas, si tienes esta polla grande emitiendo olores y feromonas entre las piernas? – dijo antes de hacer una breve pausa. Yo no sabía qué hacer ni responder –. Ahora vas a flipar, hermanito.

Se introdujo mi polla en la boca y me agarró del trasero con ambas manos empleando cierta fuerza, como si me fuera a escapar y no quisiera dejarme ir. Sus manos me sujetaban las nalgas y las cubrían casi por completo, haciendo saber que aquel culo era todo suyo.

Después de jugar con la presión de sus labios sobre mi glande, comenzó a empujar intentando hacer algo que obviamente sólo había visto en el porno. Por complicado que pudiera parecer, ya que sabía que mi pene no era pequeño, poco a poco se introdujo mi pene por completo en su boca, hasta llegar a la base. Sabía que mi polla era bastante grande, sobre todo para mi edad, pero aquello no impidió que mi hermana me hiciera una perfecta garganta profunda. En el calor de su garganta, noté cómo la punta tocaba con el final de su orificio bucal y ella casi ni se inmutaba, como si no le costase ni un poco. ¿Quizás era porque lo estaba disfrutando?

Entonces incrementó el ritmo, experimentando con la profundidad de su garganta y las velocidades a las que usaba su boca y todos los músculos que había en ella. Usaba su lengua, succionaba, se la metía hasta el fondo y mucho más.

Poco tiempo después, quizás algunos minutos, el placer que sentía era tal que sabía que estaba cerca de correrme cuando se intensificó el cosquilleo que sentía en mi glande.

– Julia… ¡Julia! Voy a correrme – le advertí.

Al escuchar mis palabras no frenó ni un poco el ritmo. Con una de sus manos me empezó a masturbar mientras me la chupaba, con una intensidad aún mayor que la anterior, sin darme ningún tipo de tregua. Después dijo algunas palabras en el tono más sensual que había escuchado partir de sus labios.

– Córrete, hermanito – me ordenó cerrando su mirada en la mía –. Córrete en mi boca. Dame todo tu semen. Dame mi droga directamente en mi boca – me agarró de los testículos con fuerza mientras con su otra mano no cedía el ritmo –. Todo lo que hay aquí es mío. Dámelo.

En ese instante me encerró dentro de su boca.

No necesité nada más. No sabría explicarlo con palabras.

El gozo que sentí al correrme tuvo una intensidad incluso mayor que cuando mi hermana me masturbaba. Mi pene comenzó a sufrir espasmos y latidos dentro de su boca hasta que fueron incontables. Mientras eyaculaba, ella me observaba con los ojos entrecerrados y emitía gemidos, como si lo estuviese disfrutando tanto como yo. Supe que el volumen de la corrida había sido incluso mayor a los de las que había provocado con sus manos los días anteriores.

Durante algunos segundos mi hermana dejó reposar mi polla con su semen dentro de su boca, mientras ella la chupaba con calma y mucho mimo. Mi pene comenzó a relajarse, como después de una maratón, y Julia relamió todo lo que quedaba alrededor de mi glande. Unos segundos más tarde, mi hermana terminó de limpiar hasta la última gota, succionando mi pene hasta vaciarlo del todo. Ante la sensibilidad de mi polla tras eyacular, solté un leve quejido.

– Madre mía, Julia. Me vas a matar.

Entonces se lo tragó todo de una vez.

Me miró y sonrió de oreja a oreja, mostrando sus dientes blancos y perfectos.

– De placer te voy a matar – dijo entre risas –. Vaya pedazo de corrida, hermanito. Creo que nunca te habías corrido de esta manera, ¿no? ¿o quizás es porque nunca lo habías hecho directamente en mi boca?

– No lo sé… Creo que sí – le respondí pero me ignoró.

– No sabes las ganas que tenía de esto, hermanito. De beberme todo tu juguito – me dijo mientras estrujaba mi pene ya relajado –. Qué polla tan bonita tiene mi hermano. La más bonita que he visto.

– G-Gracias…

– No seas tímido, tonto – dejó pasar unos segundos antes de decir lo siguiente – Llevo todo el día sin tocarte, ¿me has echado de menos?

– Sí. Muchísimo – le respondí con un lamento.

– Te estaba reservando para esta noche. ¿Estaba claro, no? Espero que no te hayas tocado tú. Ya sabes que no me gusta que lo hagas – me advirtió.

– ¡No! Sabes que ya no lo hago sin ti – me justifiqué.

– Así me gusta. Y ha merecido la pena. ¿No has sufrido todo el día sin que tu hermana mayor te de tus cuidados? – no me dejó responder – ¡Oh, Dios! Qué rico. Ha sido mucho mejor que todo lo que he bebido esta noche – me dijo antes de soltar una carcajada.

Entonces se alzó y me volvió a besar, usando su lengua, que tocaba la mía. Noté algo de lo que debían ser restos del sabor de mi semen, aunque fue algo muy leve y no me pareció desagradable.

Justo después del beso, se escucharon unos fuertes golpes que retumbaron en la puerta del baño de la discoteca. Fue como si nos obligaran a volver a la realidad y mi hermana y yo comenzamos a vestirnos con la ropa que habíamos ido dejando por el camino.

– ¡Venga, coño! ¡Que llevo media hora esperando! – se escuchó a una chica gritar en la puerta.

Cuando nos habíamos vestido, me cogió de la mano y me dio un breve beso en los labios, justo antes de abrir la puerta.

En la puerta del baño había cola y la chica que nos había gritado era una compañera de mi curso, aunque apenas la conocía. Estaba claramente histérica.

– ¿Qué coño hacíais ahí? ¡Me cago en vuestra puta estampa! ¡Que ya llevamos un rato aquí! – chilló la chica.

– ¡Cállate, gilipollas! – le respondió mi hermana imponiéndose con su tono y su altura – Estaba cuidando de mi hermano, ¿es que no ves lo ciego que va?

Para salir del paso, fingí ir más borracho de lo que ya iba mientras nos marchábamos y la chica no supo cómo reaccionar.

– Sí, claro. Pobrecito – dijo la chica vacilando a mi hermana.

– Como digas algo más sobre mi hermano, te suelto una hostia. Y te saco veinte centímetros así que ten cuidado, puta – amenazó mi hermana.

Lo cierto era que me gustaba cuando Julia me protegía

Me agarró del brazo y nos sacó de la discoteca, puesto que le faltaba poco tiempo para cerrar. Miré el móvil y ya habían pasado las cuatro de la madrugada.

– Vámonos a casa. Es tarde – dijo mi hermana.

Salimos de Caribe para dirigirnos a la parada del autobús, aunque llegar allí fue una bendita odisea. En el camino mi hermana no me dejaba en paz. Me paraba y me ponía contra la pared una y otra vez para besarme y manosearme, como una adolescente en celo. Y así cada dos minutos, sin pausa. Parecía ansiosa, como si no hubiera tenido suficiente de su hermano pequeño.

En el autobús la historia parecía continuar y en ningún momento dejaba de besarme o de tocarme. Yo era inmensamente feliz recibiendo la atención de Julia, pero me daba miedo que alguien nos reconociera. Aquello tenía que llevarse con discreción, y no lo estábamos haciendo ni mucho menos.

– Julia, para. Estamos en el autobús. Nos ve todo el mundo – le dije.

Estábamos sentados en la parte de atrás, en uno de esos asientos que van por parejas unos detrás de otros, yo en el asiento derecho junto a la ventana y ella en el izquierdo junto al pasillo.

– Te preocupas demasiado, ¿y qué? Si no nos conoce nadie – me respondió.

La belleza de su rostro fue una tortura para mí, como cada vez que la veía. Me miraba con esos ojos que ella sabía poner para tenerme controlado. Ella lo sabía, y por eso no dejaba de besarme y de lamer la piel de los labios de mi cara imberbe.

– Eso no lo sabemos – le dije –. A lo mejor hay gente de mi clase. Además, te sigue mucha gente en Instagram.

– Que no te preocupes, tonto, que para eso ya está tu hermana mayor. Aquí la responsable soy yo, ¿recuerdas? Tú ni siquiera eres un adulto – sentenció.

Durante unos instantes se quedó callada. Respiró profundo y, al contrario de lo que parecía que iba a pasar, su sed de sangre se calmó de repente, y su mirada cambió a la de hermana mayor preocupada por el bienestar de su hermanito.

Entonces me dio un beso en los labios, aunque esta vez fue diferente. Mi hermana Julia parecía haber hecho un ejercicio de autocontrol por un momento. Posó sus labios sobre los míos con la pausa de quien lleva la situación por las riendas. Entonces, me dio una serie de besos por toda la boca y mis comisuras, despacio y recorriendo poco a poco cada rincón de mis labios. No fue nada lascivo ni violento, sino algo lleno de ternura, volviendo a ser por un instante la hermana tierna y protectora que siempre había sido. Mi hermana mayor seguía cuidándome una vez más.

Con los besos de mi hermana me fui relajando en pocos minutos, y al poco fui consciente de que aún estaba un poco ebrio y, sobre todo, muy cansado.

– Estoy agotado – le anuncié.

Incluso sentados, ella era unos centímetros más alta. Mirándome desde arriba me pidió que descansara un rato.

– Anda, borrachín, apóyate aquí – me dijo mientras me indicaba con su dulce mano que me recostara sobre su escote.

– ¿Seguro? – le pregunté.

Ella se rio igual que siempre que se reía de la inocencia de su hermano menor.

– Creía que ya habíamos pasado esa fase. Venga, apóyate y descansa un rato, que aún quedan veinte minutos para llegar a casa – me miró consciente de tener el control –. Vamos, Carlitos. Si sé que te encanta que te duerma. ¿Hace falta que te recuerde lo rápido que te quedaste dormido el otro día? – preguntó.

– No, pero es que…

– Pues ya está. Órdenes de tu hermana mayor – su tonó se volvió ligeramente severo –. Sobre mi pecho. Ya.

– Vale.

Una vez más, hice caso a mi hermana. Me recliné sobre ella y puse mi mejilla sobre la enorme superficie de su escote, cuyas tetas eran tan grandes y tersas que tenían masa más que suficiente para aguantar todo el peso de mi cabeza, y probablemente mucho más. Sus pechos seguían desprendiendo un olor peculiar al que me era imposible resistirme ni acostumbrarme. Para mayor comodidad, con mis delgados brazos me abracé a ella por la cintura. En ese instante supe que me había rendido al amor de sus cuidados.

Ella puso su codo sobre mi espalda y comenzó a acariciarme el pelo, entrelazando sus dedos con el cabello de la parte posterior de mi cabeza. Su respiración y la mía se acompasaron y poco a poco fui entrando en un estado de seminconsciencia.

– A dormir – dijo en voz baja.

Mientras me acariciaba reflexioné sobre todo lo que había sucedido. Hacía sólo unas semanas nunca habría pensado que me podría graduar con mis compañeros ni que habría tenido siquiera la oportunidad de salir de fiesta este verano. Estaba triste, amargado, me sentía sólo y no tenía ninguna motivación. Dormía poco, me pasaba los días jugando al ordenador, me mataba a pajas y no hacía nada con mi vida.

Sin embargo, todo había cambiado con la llegada de mi hermana mayor a casa para pasar el verano. Ahora, tenía un objetivo: aprobar mis asignaturas pendientes a final de verano. Para ello, mi hermana se estaba dedicando en cuerpo y alma, quizás sobre todo en lo primero, para sacarlo adelante. Ya no perdía el tiempo jugando al ordenador. Ahora era productivo. Y ya no me hacía pajas, sino que me las hacían, por lo que también había salido ganando.

Y no sólo eso había sucedido gracias a mi hermana. Si estaba en ese autobús era gracias a ella. Había sido Julia quien había convencido a nuestros padres de que me permitiesen ir al acto de graduación y la posterior fiesta. Había sido ella quien se había asegurado de que me lo pasaba bien, me había invitado a una copa y había bailado conmigo. Incluso, me había dado mi primer beso y me había hecho la mejor primera mamada posible, de parte de la mujer más guapa y atractiva posible, en el baño de aquella discoteca; cosas que sólo un mes atrás me parecían lejanas e irrealizables. Y más aún con ella.

Por primera vez en mucho tiempo, ya no estaba triste. Es más, comenzaba a estar feliz. Y todo ello era gracias al amor de mi hermana mayor. Todo lo bueno que me pasaba, era gracias a ella.

Sumergido en esos pensamientos, quedé dormido al ritmo de sus caricias, consciente de la suavidad y el confort de los pechos de mi hermana mayor.

En ese momento no tenía dudas. Me sentía deseoso de ver qué más nuevas experiencias me deparaba aquel verano.

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