miércoles, 23 de noviembre de 2011

el encuentro I

Primer día

Mi relación con M. viene de tiempo atrás, cuatro o cinco meses de complicidad sexual dan para mucho y permiten a las parejas colocar a cada uno en su lugar. Las relaciones por la red, son, generalmente, falsas y efímeras por eso, cuando di con ella supe que había llegado algo especial a mi vida.



Nuestros primeros contactos por la red habían estado marcados por las relaciones sexuales, nos fuimos conociendo y cada uno fue ocupando su lugar en la relación no sin sobresaltos y pequeñas luchas sentimentales a las que hacer frente. Las mujeres, ya se sabe, buscan justificación a todo y hay veces que hay que hacerles comprender que ellas pueden actuar de igual forma que los hombres, ¿por qué no?

M. es la mujer más apasionada que he conocido nunca y he tenido la suerte de que me haya elegido como su dueño, no amo, sino dueño, orientador sexual, no sé como definirlo, el caso es que yo mando y ella obedece de buen grado. Los dos tenemos absoluta libertad sexual, a condición de contarnos lo que hacemos. Y así ha ido transcurriendo esta relación hasta que ambos llegamos a la conclusión de que había que poner en práctica nuestras fantasías de la red.

Yo era consciente de que M. estaba dispuesta a todo ya que a través de la Webcam había visto cumplidos mis deseos. Había días que me apetecía ser violento con ella y ella se causaba dolor, quemándose con cera de una vela o se colocaba unas pinzas en los pezones y en los labios de la vagina. Otras veces se untaba el coño con mantequilla y hacia que su perro la lamiera o otras veces, la fantaseaba con estar follándose a su propio hijo. Son unas pequeñas muestras de la calidad sexual de M. Eso hacía que el encuentro real tuviese que superar nuestras expectativas ya que también habíamos fantaseado mucho sobre ello y la pregunta estaba en si seríamos capaces de llevar esas calientes elucubraciones a la práctica.

Las condiciones de la cita fueron quedando marcadas los días previos. Nada de romanticismo, nada de sensiblerías, M. venía a follar y a hacer lo que yo le mandase, nada más. Ella estaba dispuesta, aunque en ciertas ocasiones salía a relucir un halo de timidez que yo me encargaba de disipar con palabras soeces o propuestas indecentes. M. me gusta porque es sincera, sexualmente sincera, abierta, viciosa y disfruta verdaderamente de lo que hace, es una suerte ser su dueño, aunque es una palabra que no me termina de gustar.

Mientras la esperaba en el aeropuerto me fui excitando, la primera condición que le había puesto era que llegase con un determinado vestido y sin ropa interior. Era agosto, calor, sofoco y calentura iban unidas en nuestros pensamientos. Y así salió, con ese vestido fino, largo y con la evidencia en su tela que no había más tela debajo. Nos acercamos uno a otro después de casi medio año de pajas por Webcam, de medio año de fantasías, había llegado el momento de la verdad. Se acercó a darme un beso pero la detuve y le cogí la mano para acercarla disimuladamente a mi bragueta, quería que notase el deseo en mí, que estuviese segura que los próximos días no iba a hacer otra cosa que follar conmigo. Me sonrió y empujando el carro nos llegamos hasta el coche. La apoyé contra él, le levanté el vestido y metí mi mano entre sus muslos, la saqué mojada y se la di a chupar. Apenas hablábamos, sólo nos estremecíamos de placer, de ansiedad.

-¿Está lejos el hotel?, – preguntó.

-No. ¿Quieres que nos metamos ya en la habitación? – Yo tenía pensadas varias cosas que debía hacer con ella, pero no sabía si empezar por lo más convencional o lanzarme ya a las extravagancias que llevaba en mente. Me decidí por empezar por lo convencional ya que uno no es ningún semental y el morbo de algunas de las situaciones que tenía pensadas me ayudarían a excitarme, de forma que mi rendimiento satisficiera a M. –

-Lo que tú quieras.

Seguimos callados, casi todo el trayecto. M. me obsequiaba con toqueteos en su cuerpo, indicando que estaba lo suficientemente caliente como para follar en cualquier momento.

-Me he hecho una paja en el avión, – dijo de pronto. Yo conocía su facilidad para provocarse placer ya que la habíamos experimentado en numerosas ocasiones. Hubo días de hacerse cuatro pajas conmigo en lugares insospechados como la sala de espera del dentista

o su propio despacho.

Me gustaba que hubiese venido con esa predisposición.

Había buscado un hotel céntrico, barato y acogedor. Una sola cama, no muy grande y un servicio bastante pequeño, lástima de una bañera algo mayor. No hubo ni un beso. Nos desnudamos y yo me tumbé en la cama con la polla tiesa como un palo, ella se sentó a horcajadas y se la metió bien adentro. Fue como una ceremonia de aproximación, cerró los ojos y saboreó el momento. Todo sucedía a cámara lenta, sin palabras, cada uno sabía perfectamente lo que esperaba de la otra parte. Puse duro el pubis e hice que mi polla se moviese dentro de su coño, un poco, suavemente, de lado a lado. M. agradeció mi esfuerzo con un leve gemido y me colocó una teta en la boca, yo la agarré con las dos manos y la chupé, la mamé, con fuerza, con ansia.

Iba a ser nuestro primer polvo y había que darle la solemnidad que el momento requería, me la quité de encima y la tumbé en la cama, boca arriba. Quería verla, sentir de cerca esos espasmos que ya había visto a través de la Webcam.

-Mastúrbate, – le ordené.

Se levantó y sacó de su bolso el consolador que tantas veces había visto entrar en su coño, en su boca; se tumbó de nuevo en la cama se lo metió hasta dentro al tiempo que levantaba el pubis para ir en su busca. Yo estaba de rodillas en la cama, con la polla en la mano, moviéndola de vez en cuando y acercándosela a sus pechos a su cara. M. volvía la cara con la boca abierta buscándola, se la pasaba por los labios, por el cuello, la mojaba de espuma blanca que empezaba a formarse en mi capullo. De vez en cuando pasaba las yemas de mis dedos por su piel, suavemente, acariciando con intención sus pezones, sus párpados. Notaba como M. iba perdiendo el control en busca del orgasmo, si algo me gusta es ver a una mujer correrse, la agarré del pelo y traje su boca hasta mi polla mientras gemía con más y más intensidad. Yo ya me había olvidado de mi propio placer para no perderme detalle de aquel cuerpo que se retorcía como una culebra.

-Vamos, zorra.

Me miró a la cara, con los ojos abiertos, mi polla en su boca, noté como hacía presión en ella mientras fruncía el ceño y dejaba escapar un pequeño grito de placer. Sus manos dejaron de acariciarse y su respiración volvía poco a poco a la normalidad. Creo que una de las cosas que nos une es que nos gusta provocar el placer ajeno, M. cuando se corre no descansa, busca con ansia el placer de la pareja y no podía ser de otra forma la búsqueda del mío.

-¿Por dónde me quieres follar? Yo me había tumbado en la cama y ella estaba colocada a cuatro patas sobre mí.

-Quiero tu leche, cabrón. Y la quiero ahora.

Mi polla estaba a punto de estallar.

-No seas impaciente, ya sabemos como funcionamos los dos. Y tú dentro de nada vas a querer más, si yo me corro no la tendré tan dura y la próxima vez querrás correrte con mi polla dentro. Déjalo para entonces.

Se tumbó a mi lado y empezó a pasarme la lengua por todo el cuerpo. Mi polla empezó a ceder y yo me abandoné a sus caricias. No sé cuanto tiempo transcurrió, pero notaba que su ansiedad iba en aumento. Volvía a estar caliente. Buscó mi polla y se la metió entera en la boca. Lo habíamos hablado algunas veces el meter la polla en la boca y dejar que creciese dentro, así lo hicimos y, cuando volvió a estar en condiciones la chupó con ganas. Yo también conozco mis resortes de placer y sabía que no iba a poder aguantar mucho más, así que la puse a cuatro patas y con mi polla bien dura me dispuse a romperle el culo mientras metía el consolador en su coño por detrás.

Se quejaba porque le hacía daño, pero no me decía que me quitase y el oírla me excitaba más. Metía el consolador bien adentro, hasta notarlo con mi polla. Me agarraba a sus tetas para empujarla hacia mí buscando la corrida, quería que mi leche saliera de su culo y que le empapara el coño por fuera. Ella seguía gimiendo, mezcla de dolor y placer, y yo trataba de retrasar mi orgasmo lo más posible hasta que ya no pude más y dejé que mi leche llenase su culo. Enseguida saqué la polla y ella se dio la vuelta para lamer unas últimas gotas de semen. Luego, se pasó la mano por el culo y fue recogiendo la leche que salía para rest

regarse el coño con ella.

Nos quedamos exhaustos en la cama.

-Esperaba que fuera así, – le dije.

-Yo no, cabrón, quería que te hubieses corrido en mi coño, dentro de mí. – Se olía la mano mojada de leche. Y la lamía con la punta de la lengua. No le dije nada y me fui a la ducha. Cuando salí había deshecho la maleta y colgado la ropa, ella se metió en el cuarto de baño y al poco rato escuché el ruido de la ducha. Yo me dedique a elegir la ropa que debería ponerse. Me incliné por una blusa negra, escotada y una falda abierta por delante, provista, además de unos estratégicos botones en la parte superior. Nada de ropa interior, por supuesto. A M. no le gustan los tacones, pero con aquella ropa no le hubiesen venido mal unos zapatos que estilizasen un poco su figura. Cuando se vistió estaba espectacularmente erótica, la raja de la falda subía abierta hasta más allá de la mitad del muslo y aún podía subir un poco más desabrochando uno de los botones; la blusa, al trasluz, dejaba ver sus pechos. Ella se miró al espejo del armario.

-Parezco una puta pidiendo guerra.

-Lo eres. Nos sonreímos y salimos a la calle. No se lo pregunté, pero estaba seguro de que se estaba preguntando qué le había preparado.

Fuimos a cenar a un mesón de la Plaza de Santa Ana, los taburetes bajos hacían que la abertura de la falda subiese más allá de lo deseado para albricias del camarero al que le tocó servirnos. Desde su posición elevada podía verle los pechos a M. a través del escote y contemplar sus muslos hasta casi el principio de su coño. Yo le ponía las manos en los muslos y hacía ademán de seguir subiéndolas a lo que M. respondía abriendo las piernas indicándome que estaría dispuesta a dejar que llegase hasta donde quisiera. Mis cálculos anteriores no eran erróneos, el morbo de la situación me excitaba. A ella también. Al camarero no le dejamos propina porque ya se lo había cobrado en carne y cuando salimos del restaurante M. tuvo que apoyarse en la pared del edificio para recuperarse del sofoco.

-No creo que me siente bien la cena, joder, que rato me has hecho pasar.

-¿Te ha dado vergüenza?

-Un poco. Mira que te pasas.

Me puse frente a ella. Eso me gustaba, ponerla en inferioridad era una excusa para demostrar que era yo el que mandaba. M. respondía muy bien. Me apoyé en ella y le besé la boca, mientras mi mano se aferraba a sus nalgas y la empujaba contra mi. Creo que pensó que la quería follar allí mismo porque abría las piernas para hacer que su clítoris rozase con mi bragueta. Era como tener a alguien desnudo en plena calle, notaba sus pezones como si no llevase camisa, su lengua se movía en mi boca sedienta de más besos.

Nuestras conversaciones a nadie le interesan, pero las tenemos; sucede que en un momento de una conversación normal el tema deriva al sexo y entonces volvemos a excitarnos, sobre todo ella, es un volcán. Tomamos nuestra primera copa en un local que no recuerdo el nombre, sólo que era un local alargado y oscuro. Nos colocamos al final de la barra y pedimos las copas, que nos sirvió una monada de veinte años, tetas firmes y escote generoso. M. se colocó en la barra y yo tras ella, abrazándola por detrás, apretando mi polla contra su culo y pasando las manos por su cintura. Los dos mirábamos a la chica.

-En estos días te follarás a una mujer delante de mí. – Le susurré al oído. – Si no la encuentro, contrataré una puta, pero quiero verte con una mujer.

M. apretó su culo contra mí, como toda respuesta y apuró su copa. Le di la vuelta y volví a besarla para impregnarme de su sabor. Ella pasó la mano por mis pantalones, subiendo desde el muslo hasta la polla. Fue muy rápida; apenas dos movimientos certeros para sacármela y moverse y ocultarla de curiosidades no deseables, se puso de puntillas y note la humedad de su coño en mi capullo. Noté que nos miraban y decidí que mejor sería poner tierra de por medio. No era muy tarde, la una o las dos de la mañana, pero el tiempo ya no pasaba en minutos, si no en excitación y había llegado la hora de follar de nuevo. Yo tenía que seguir guardando leche y erecciones así que nos montamos en el coche y le dije que se calentase, nos fuimos hacia la Casa de Campo.

Estaba en pleno auge, cientos de prostitutas, cientos de coches aparcados. M. se as

ustó un poco, el ambiente no es muy recomendable que digamos. Olvidó la atención a su cuerpo para fijarse en los cuerpos de las negras que flanquean la carretera ofreciendo sus servicios. En una de aquellas rotondas aparqué el coche y salimos de él. Nadie próximo, pero a unos cien metros había un grupo de chicas que primero miraron con curiosidad y luego se olvidaron de nuestra presencia.

La coloqué contra un árbol y, sin decir palabra, le levanté la falda, saqué mi polla por la bragueta del pantalón y se la metí por el coño por detrás, mientras ella miraba a las chicas.

-Estás loco. – Me dijo.

-Tienes que correrte.

Ella sabía lo que tenía que hacer, se empezó a frotar el clítoris mientras yo la embestía por detrás. Las chicas miraban de vez en cuando, pero la oscuridad de la zona impedía que vieran con claridad lo que sucedía. El hecho de tener la polla dentro le aumentaba el placer, pero yo sabía que lo que terminaría haciéndola correr era su propia mano en el clítoris. Ella estaba por la labor.

-Podías venir aquí a buscar clientes, puta, así no tendrías que hacerte pajas a todas horas y ganarías dinero.

-Si me lo mandas lo haré. Serás mi chulo.

Yo la agarré del pelo y seguía fomentando esa fantasía mediante susurros.

-Tendrás que follar con quien yo te diga y cobrarles dinero. Luego me lo darías, así funciona esto.

-Parece un sueño, – decía. Esto no puede estar pasando.

Le di un azote en el culo.

-¿Te ha dolido?

-No.

Y así llegó a correrse, con mis azotes rompiendo el silencio de la noche, sus gemidos entrecortados y las risas de fondo de las prostitutas negras.

A mí me dolían los huevos, apenas podía sentarme de la excitación que llevaba. Pero quería correrme en la cama, dentro de su coño. Se lo merecía.

Los dos estábamos cansados. Había sido un día lleno de emociones pero que iba respondiendo a nuestras expectativas. Desnudos, tumbados en la cama del hotel, comentábamos lo que podríamos haber hecho. A M. le hubiese gustado follar en la discoteca, yo, por el contrario soy más cuadriculado y le dije que las cosas habían salido bien. Ella se había corrido tres veces (cuatro si contamos la paja del avión) y aún le quedaba una si quería, pues yo necesitaba vaciar los huevos de leche.

Se acercó a mí, de lado, levantó una pierna y cogió mi polla. Se la colocó a la entrada del coño y se fue dejando caer, poco a poco, hasta que la tuvo completamente dentro. Nos quedamos así, hablando, de vez en cuando nos movíamos despacio, con movimientos precisos que aumentaban el placer.

-Haz que me corra.

Tantas veces le había dicho esas mismas palabras a través de la Webcam, que me salieron como una orden que había que cumplir inmediatamente. Se giró de forma que se colocó a horcajadas sobre mi y empezó a follarme como una máquina de sexo. Ella se hacía todo, se pellizcaba los pezones; se mojaba los dedos de flujo y los chupaba como si fuera una polla, sin descuidar los movimientos que me estaban llevando al orgasmo. Me corrí sin preocuparme por ella. Pero sentir dentro la leche que tanto había deseado la calentó sobremanera y empezó a moverse atrás y adelante como una posesa, hasta que logró correrse.

Cayó a mi lado extenuada y así nos dormimos. Fue el final del primer día, aún recuerdo que, entre sueños, pensaba en qué hacer al día siguiente.

Autor: guaximara

guaximara ( arroba ) hotmail.com

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