miércoles, 23 de noviembre de 2011

el encuentro III

Tercer día

Nos quedaban cinco horas juntos y, en aquel momento, yo era consciente de mis limitaciones. Ella, sin embargo, podría estar todo el día provocándose orgasmos y esas últimas horas suponían una excitación añadida. Charlamos en la habitación sobre nuestras aventuras en el cyber espacio. Sus pajas en el despacho, sus pajas en casa, aquel día en el que instaló la Webcam en su dormitorio y se hizo tres pajas seguidas. En como se sentía satisfecha satisfaciéndome y sabiendo que yo estaba al otro lado, pendiente de ella. Poco a poco, la conversación fue derivando en la clasificación de nuestras fantasías llegando a la conclusión de que a los dos la que más nos excitaba, por prohibida y depravada, era la que ella tenía con su propio hijo.


M., me contó en una ocasión que le excitaban los calzoncillos de sus hijos manchados de semen y que en alguna ocasión los había olido, olor de macho joven, y que se había masturbado oliéndolos. Yo le había ido preguntando, mientras se masturbaba, si no había pensado en follárselo. Claro que lo había pensado y la idea la ponía sumamente cachonda, por su deseo y su rechazo a partes iguales. Incluso una vez, en plena conversación madre / hijo, éste se abrazó a ella sin mucha intención filial, más bien con intención de besarla en la boca y tocarla más allá de la ropa que llevaba puesta en ese momento. M. se retiró espantada ante la posibilidad de que pasara lo que estaba a punto de pasar.

-Me da miedo, – me había dicho en cierta ocasión, – porque si tu me mandases hacerlo sería capaz y no quiero.

Pero la idea era demasiado perversa como para dejar que pasase por la mente caliente de M. sin que causase efectos inmediatos. Los dos estábamos desnudos, tumbados en la cama. Ella empezó a fantasear con aquella posibilidad.

-Me abriría de piernas para él, que me miraría sin terminar de creérselo. – M. se abría de piernas escenificando la fantasía. – Ven, ven conmigo…

-Se tumbaría encima de ti, metería su polla en el coño de su madre.

M. empezaba a meter sus dedos en el coño y empezaba a lamerse los labios.

-Ven hijo, ven… Le acariciaría la cabeza, despacio, con suavidad.

-Él te chuparía las tetas, como cuando era pequeño. M. estaba en plena masturbación. Me levanté de la cama y le busqué el consolador que ya estaba guardado en el bolso, lo lancé a la cama y me senté en uno de los sillones de la habitación, con la polla en la mano, dispuesto a disfrutar de aquella fantasía en directo. Cuando se masturbaba conmigo, llegaba un momento en el que M. entraba como en trance, de forma que admitía todo era una carrera en busca de un orgasmo que a veces tardaba y a veces explotaba inesperadamente. Ya estaba en ese estado y respondía a mis preguntas como si la entrada del consolador en su coño hubiera significado que entraba en un trance hipnótico y contestaba a mis preguntas como si convirtiese en realidad su fantasía.

-¿Estáis solos en casa?

-No, no. Están los otros, los pequeños. – Contestaba entre jadeos. – Abren la puerta y nos ven. Les digo que su hermano está malito y que le estoy curando. Se marchan.

-¿Pero tu hijo ya no quiere seguir?

-Sí, si… sigue con más fuerza. Dale tu leche a mamá, dásela… M. se movía con fuerza, con los ojos cerrados y ajena a mi presencia. Realmente sentía a su hijo dentro de ella y se movía buscando provocarle el orgasmo. Mi polla no había llegado a ponerse bien dura, pero estaba gorda, grande y sensible. Yo estaba disfrutando y ella más.

El orgasmo no tardó en llegar, M. gritó de forma escandalosa y se quedó rendida en la cama. Me acerqué a ella y la besé en la boca, le lamí la lengua que ella sacó en busca de la mía. Le coloqué los huevos sobre la boca y los lamió.

-¿Vas a follarme antes de que nos despidamos?

-Depende de ti. Tendrás que excitarme mucho más. Apenas tengo leche.

Se incorporó y se metió la polla hasta dentro, contestando de esa forma, respondiendo que estaba dispuesta a hacer lo que fuera con tal de llevarse mi leche en el coño.

Quedaban tres horas. Era hora de ir saliendo hacia el aeropuerto.

-¿Que me pongo? – Me preguntó.

Busqué en el armario y le saqu&eacut

e; la falda abierta por delante y la blusa que había comprado y que dejaban al descubierto sus pechos gracias a las aberturas de las axilas. Ella, sumó a la vestimenta una chaqueta de punto muy liviana para no dar el espectáculo en el aeropuerto.

-Ya veremos, – le dije.

Ya en el viaje fueron momentos tristes o serios, no sé como calificarlos. Silencio y poca excitación. Habían sido jornadas muy intensas y de todo se cansa uno, aunque había sido un escape que ambos necesitábamos. Sólo el paso del tiempo colocaría nuestra peculiar relación en su sitio. La noche estaba terminando, las aceras de la ciudad repletas de noctámbulos que regresaban a sus casas, confundiéndose con quienes acudían a sus trabajos. El tráfico era fluido por lo que nuestra llegada al aeropuerto no se demoró.

Dejamos el coche en el parking y fuimos a facturar el equipaje y a tomar un café, con algo dulce ya que yo notaba que me hacía falta azúcar. La cafetería estaba llena de gente que esperaba vuelos o transbordos, dormidos por los bancos o esperando pacientemente la llamada de sus respectivos vuelos.

-Al final me voy sin tu leche.

Yo asentí.

-Aunque si quieres intentarlo te ofrezco el servicio o el coche.

M. se puso en pie como impulsada por un resorte.

-Vamos al coche.

La acerqué a mí y, disimuladamente, metí la mano entre sus muslos. La muy puta estaba chorreando.

No tardamos en llegar, decidimos colocarnos en el asiento del copiloto, echándolo para atrás. La situación era un tanto excitante porque, aunque el coche estaba en un lugar discreto, a lo lejos, de vez en cuando llegaban más vehículos o gente a recoger los allí estacionados.

Yo me senté primero y me bajé los pantalones, ella abrió la falda del todo y se montó sobre mi polla metiéndosela bien adentro. Su calidez me estremeció, levanté la blusa y atraje sus tetas hacia mí. Notaba que mi polla no estaba dura del todo, pero ella sabía como sacarle partido y como hacerme disfrutar. Desde fuera sólo se la veía a ella, inclinada sobre algo, ella veía a través de los cristales. Entre jadeos me iba comunicando el movimiento del parking, le excitaba la situación, pero yo no podía corresponderle de la forma que ella requería. A los dos nos costaba conseguir el orgasmo, no se como metí la mano en su bolso y saqué el consolador. Se lo coloqué a la entrada del culo y apreté buscando penetrarla con él. Sabía que era imposible, ya que algunas veces ella lo había intentado y sólo lograba hacerse daño. Pero a mi no me importaba el daño que pudiese sentir y ella, colaboraba apretando su culo contra el artefacto. Su dolor me excitaba y ella lo notaba porque mi polla se ponía dura dentro de su coño. Fueron unos movimientos rápidos que sirvieron para sacar mi polla de su coño, meter el consolador y lubricar el consolador con su propio jugo, de esa forma el consolador se abrió camino de forma más fácil, aunque no tanto como yo deseaba. M. se retorcía encima de mi tanto de placer como dolor. El aparato iba entrando.

-Cabrón, me vas a romper el culo.

-Lo dejo.

-No. No lo dejes hasta que te corras, siento como tu polla crece.

Ella se movía, gritaba y gemía. Era admirable que a pesar de hacer el papel de sumisa, M. fuese capaz de controlar la situación de esa forma para satisfacer a su dueño, para irse llena. De vez en cuando, me sujetaba la mano, oponiendo una cierta resistencia pero eso me excitaba más y yo empujaba más fuerte. Enseguida comprendió el juego, era una auténtica violación consentida. De pronto, el consolador se introdujo mucho, de golpe, como si hubiese vencido toda resistencia. Ella gritó de dolor y pocos segundos después se corrió empalada en el coño por mi polla y con el culo en pompa y el consolador metido. No se quiso mover, siguió quejándose de dolor porque sabía que eso me gustaba, dio dos o tres movimientos certeros con su pubis y me susurró tres o cuatro insultos al tiempo que me pedía leche. Yo tuve un orgasmo muy intenso, ella lo aprovechó moviéndose despacio a cada sacudida que sentía. Noté que me salió mucha leche pero poco espesa. Saqué el consolador de su culo y se lo mostré. Estaba manchado de sangre. Ella lo guardó en su bolso y nos compusimos para salir de allí como si nada hubiera pasado.

Ya todo fueron prisas por coger el avi&oac

ute;n. Sentía que se fuera, aunque era una sensación contradictoria. Con M. no había más que sexo y no se podía estar follando siempre. Nos dimos un beso esperando una nueva sesión de Webcam, porque de momento eso sería todo lo que tendríamos.

-Me voy como una puta, sucia de ti. Noto como me cae tu semen por los muslos.

-Cuídate.

Creo que los dos sentíamos lo mismo, nada de cariño, nada de nada. Despareció como había llegado, sin darme cuenta, sin esperarlo.

P. S.

Cuando llegó a su destino, M. me mandó el siguiente mail, que transcribo íntegramente:

Hola cielo: Nada más llegar a casa me he conectado para ver si estabas. Sólo decirte que he estado en el avión tocándome, aunque no me he corrido pero estar recordando estos días me calentaba y no podía evitarlo. Ahora me voy a duchar porque todavía tengo tu leche pegada en mis muslos y si no apareces me meteré en la cama… y ya sabes… pensaré en ti cuando me corra, cabrón.

Tu puta.

M.

Autor: guaximara

guaximara ( arroba ) hotmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario