lunes, 28 de noviembre de 2011

Laura

Ramón quería disfrutar ese culo a conciencia, le agarró bien para levantarse sin sacar su polla del culo de la chica. Laurita quedó de cara a Don Benito, ensartada por el culo y con sus enormes melones botando ante él. No lo dudó y se acercó a ella. Cogió sus tetazas con ambas manos y las besó con ansia. La chica se moría del gusto. Entonces apuntó su verga hacia el coño y se la clavó sin miramientos.



Laurita volvía a su casa por un camino de tierra, cargada con una pesada cesta llena de queso que le había mandado comprar su madre, acompañada de su hermana pequeña, Ana, de 4 años. Laurita era una muchacha lozana y bella, que hacía girar los cuellos de todos los hombres del pueblo cuando pasaba ante ellos con sus caminares salerosos. A sus 18 añitos no le faltaba de nada. Tenía la piel morena, el pelo rizado le llegaba por los hombros y lo solía llevar ligeramente despeinado, dándole un aire rebelde a su preciosa cara. Las pecas de sus mejillas y sus ojazos marrones la convertían en la muchacha más guapa del lugar.

Sus piernas eran largas y terminaban en un soberbio culo, firme y redondo. Pero lo mejor de ella eran sus enormes pechos, abundantes y coronados por unos pezones pequeños y casi siempre erectos. Ella parecía no ser consciente de las pasiones que desataba entre los mozos y caminaba desenfadada, luciendo sus encantos allá donde fuera. Sobre todo sus tetas, que pugnaban por salirse de sus trajes continuamente, y cuyos pezones se veían siempre desafiantes a través de la tela. Ella sólo había tenido algún escarceo con Paco, el hijo del alcalde, con el que se había besado unas cuantas veces y había dejado que le acariciara las tetas por encima de la ropa en un par de ocasiones.

Benito, sin embargo, la había visto desnuda, pues ella tenía la costumbre de bañarse en el río, y la había sorprendido varias veces chapoteando alegremente sin saberse observada. El era un hombre ya maduro, de 40 años, que se dedicaba a cuidar la finca de los marqueses, y a cualquier otro trabajo que le surgiera. Benito la esperaba aquel día al borde del camino, sonriendo socarrón, apoyado en una vara de madera para no cansarse demasiado. Era un día soleado y hacía bastante calor. Ella caminaba despacio, fatigada por el peso de la cesta, pero siempre alegre y jovial. El vestido marrón le llegaba por las rodillas y en la parte de arriba tenía una tela blanca atada en el medio por un cordón, que a duras penas podía contener sus generosos pechos. Cuando llegaron ella y su hermanita Ana a la altura de Benito, este la saludó muy afable:

-¡Hola, Laurita! -Buenas tardes, don Benito. ¿Cómo está usted? – respondió ella sonriente. -No tan bien como tú, preciosa. ¿Qué llevas ahí, tan cargada? -Es queso, que me han mandado comprar – se detuvo junto a él con la cesta apoyada en una cadera y la mano sobre la otra en forma de jarra. -Ah, muy bien, hija. ¿Y no estás cansada? Deberías descansar un poco.

-Sí, pero tengo que llevar el queso a casa, ¿sabe? -Bueno, guapa, no va a pasar nada porque descanses un ratito, ¿no crees? Además, tengo algo para ti. -¿Ah siiii? ¿Un regalo?- preguntó intrigada. -Claro, un regalo. Pero no te lo puedo dar aquí, en medio del camino, tienes que venir conmigo un momento. -No sé. No puedo dejar sola a Ana… y el queso.

-Será sólo un momento, y te va a gustar mucho el regalo, ya lo verás. Ana se puede quedar aquí cuidando el queso mientras vienes conmigo, ¿no te parece? -No sé si debería… -¡Vamos, preciosa! No tardaremos mucho. -Bueno, vale… Ana, quédate un momentito aquí, y no te muevas, que yo enseguida vuelvo, ¿vale? -Vale- dijo tímidamente la chica, que se quedó observando como aquel hombre cogía de la mano a su hermana y se adentraba con ella en la arboleda que había al lado del camino.

Después de caminar unos cuantos metros, Benito se detuvo y se situó delante de Laurita, entre los árboles. A la sombra se estaba mucho más fresco. La chica le observaba expectante y curiosa. Metió la mano en un bolsillo de su chaqueta y sacó un llamativo collar de bolas rojas.

-¡Oh! ¡Es precioso! -exclamó la chica encantada con el regalo. Ella no solía tener regalos y el collar era realmente muy bonito.-Muchísimas gracias, don Benito.-¿Te ha gustado de verdad?-¡Muchísimo! No sé qué decir-contestó emocionada.-No hace falta que digas nada. Pero podías corresponder un poco, si tanto te ha gustado.

-¿Corresponder? Pero, ¿cómo? Yo no tengo nada que le pueda gustar a usted, don Benito.-Claro que si, preciosa. Yo estaría encantado solamente con que me enseñaras un poco tus piernas.-¿Mis piernas? -Sí. Eres muy guapa, y sólo con eso me harías muy feliz. ¡Vamos, levanta un poco tu falda, Laurita! -Uuuumm… bueno, está bien. Pero sólo un poco -dijo un ella seria.

Empezó a subir su falda, con su cabeza mirando abajo, despacio, descubriendo sus preciosos muslos morenos y dejándolos prácticamente al descubierto.

-¡Vamos, pequeña! ¡Sube un poquito más!

Ella dudó un instante, pero siguió subiendo su faldita hasta dejar sus piernas desnudas y mostrar su braguitas blancas a aquel hombre que la miraba embobado. Estaba preciosa con sus manos sujetando su falda más arriba de sus caderas y su expresión de inocencia.

-¡Eres preciosa! Date la vuelta.

Ella obedeció como una chica buena y le enseñó su trasero tan sólo cubierto por las pequeñas bragas que llevaba.

-Acércate un poco déjame que te las toque, ¡anda!- Dijo Benito, apoyándose contra uno de los árboles.

Laurita caminó coqueta hacia él, con su falda remangada y se colocó muy cerca, dejando que sus manos comenzasen a palpar sus muslos.

-¡Oh, Laurita! ¡Tienes unas piernas estupendas! -mientras continuaba sobándole ahora el culo y metiendo los dedos por dentro de las braguitas.-¿Usted cree?- replicó ella divertida y pícara, a la vez que dejaba escapar una risita nerviosa. -¡Claro que si, cariño! ¡Las mejores que he visto nunca!-y pasó una de sus manos a palpar su entrepierna.

Ella se dejaba hacer, apoyó su cabeza sobre el hombro de Benito y le pasó las manos al cuello, mientras disfrutaba de las caricias. Empezaba a sentirse muy excitada. Mucho más que cuando estuvo con el hijo del alcalde. Le gustaba como ese hombre le estaba tocando el coñito por encima del calzón.

-¿Me dejas ver también tus pechos?

A estas alturas, la chica estaba totalmente entregada y no oponía ya resistencia. Se separó un poco de él, y con las mejillas sonrosadas por la excitación deshizo el nudo de la parte delantera y empezó a bajar el vestido por los hombros. Lo hacía despacio, sabedora de que aquel hombre estaba deseando verla. Bajó su vestido hasta la cintura y sacó las mangas de sus brazos, quedando con sus pechos totalmente descubiertos.

-¡Son enormes! –Laurita volvió a sonreír tímidamente.-Ven aquí.-No sé si debo, don Benito…-Vamos pequeña, deja que te los palpe solo un poco.

Se acercó de nuevo, con la boca entreabierta y la mirada baja, viendo cómo esas manos se posaban sobre sus tetas. Era la primera vez que alguien se las tocaba sin ropa de por medio y la sensación le gustaba mucho.

-¡Son magníficas, pequeña! ¡Magníficas!

Se las magreó a gusto, se las apretó y jugó con sus pezones que estaban duros como piedras. Bajó su cabeza y empezó a besarlas. Laurita le cogió la cabeza con ambas manos y las enterró entre su pelo. Le mordía los pezones con ansia y ella se moría de gusto. Echó la cabeza hacia atrás y empezó a gemir.

-¡Ahhh! Don Benito. ¡Pare, por favor! -Sólo un poco más, Laurita. Déjame un poco más, hija.- y la atrajo más hacia él, cogiéndola fuertemente del culo para seguir chupando sus tetas.

Laurita notó algo muy duro a la altura de su estómago, y se puso aún más caliente. Comenzó a dar besos en el cuello y en la cara a aquel hombre que la estaba poniendo tan cachonda. Eso terminó en enardecer a Benito.

-¿Por qué no te sacas el vestido del todo, Laurita? -No, don Benito. ¡Por favor!-dijo poniendo cara de pena. -Vamos, pequeña, no seas tonta. Será sólo un momento… es para estar más cómodos. De nuevo accedió y se bajó el vestido, agachándose para sacarlo por sus piernas. Se quedó mirándole, expectante, con sus braguitas blancas por única vestimenta. -Quítate también las braguitas, ¡venga! Déjame verte bien.

Resignada a su suerte, deslizó con dos dedos las braguitas por sus piernas y se las quitó, quedándose totalmente desnuda delante de él. Tenía el coñito sin pelo, como el de una chica, y sus pliegues rosados eran de lo más apetecible. Ella, nerviosa, se mordía los labios, a la vez que no podía evitar fijarse en el enorme bulto de la entrepierna de don Benito. El hombre pasó los dedos por su chochito, entre los labios, y la frotó un poco.

-¡Ah!- se le escapó un gemido a la chica. -¡Eres preciosa! Ven, túmbate aquí, Laurita.- la cogió de la mano y la llevó a un rellano entre dos árboles con muchas hojas. -¿Qué me va a hacer?- Ella le miraba sumisa, con los ojos como platos, mientras él se despojaba de su camisa y pantalón y le mostraba una polla descomunal, que la hizo gritar sólo con verla.-Te voy a follar, cariño. -No, no, por favor, don Benito. ¡Eso no! -Tranquila, preciosa. Te voy a dar mucho gusto, ya lo verás- dijo, a la vez que se recostaba sobre ella.

Laurita le cogía la enorme polla con una mano, como queriendo apartarla de ella, pero no cerraba sus piernas, y dejaba que él la besara por todo el cuello y los pechos, mientras repetía:

-No, por favor, don Benito. ¡No me folle, no me folle! -¡Ya verás cómo te gusta! -Es muy grande, don Benito. ¡Ah! ¡Aaahhh!- la punta de la verga empezaba a entrar en los labios vaginales de la chica. Don Benito le sujetaba las dos manos contra el suelo y empezaba a empujar con fuerza. El grueso tolete iba penetrando poco a poco por las estrechas paredes de su coñito.

-¡Oooohhhhh! ¡Aaaaahhhhhh! Le había clavado toda la estaca en su interior, y la chica arqueaba su cuerpo, con los ojos cerrados, mientras don Benito empezaba a bombear. Se retorcía y estiraba sus brazos hacia atrás. Después de un minuto, Laurita empezó a gemir.

-¡Oh!… ¡Ah!… ¡Sí! ¡Siiii! Comenzó a acariciarle la espalda con sus manos y a levantar las piernas para envolverle con ellas y no dejarle escapar.-¡Qué bueno, don Benito! ¡Qué bueenoooo! -¿Te gusta, pequeña? -¡Sí, siiiii! ¡Qué bien! ¡Qué bieeeeen! ¡Como me gustaaaa!

Le cogía la cara con las manos, le daba besos en el cuello y le mordía el hombro, tratando de devolverle todo el placer que estaba recibiendo de su polla. El se la sacaba casi del todo para después clavársela con fuerza. Su coño era una delicia; húmedo y muy estrecho, con unos labios grandes que envolvían la polla que la penetraba una y otra vez. Benito aceleró el ritmo de sus embestidas para que la chica se corriera a la vez que él, provocándole unos gemidos cada vez más fuertes.

-¡Aaaaaaaahhhh! ¡Aaaaaaahhh! ¡Siiiii!… ¡Asíii! ¡Asíiiiii!

Ramón paseaba por la arboleda con su escopeta al hombro, cuando escuchó los quejidos de Laurita, y se dirigió intrigado hacia el lugar de donde provenían. Al llegar junto a ellos, vio a Benito dando los últimos coletazos mientras la chica le sujetaba el culo con las manos. No lo dudó un instante, y se despojó de sus pantalones sacando una verga más grande incluso que la de Benito, con una punta roja que apuntaba desafiante al cielo. Se acercó a ellos, justo cuando Benito se apartaba de la chica y ambos le miraron con sorpresa.

-¡Vaya, vaya! Pero si es Laurita… ¡cómo está de buena la chica! Ya tenía yo ganas de pillarte, guapa.

Laurita le miraba desde el suelo, aún no repuesta de su primer orgasmo, y un poco temerosa ante la tremenda tranca que tenía frente a ella. Seguía muy excitada, y su coñito le palpitaba. Ramón le tendió la mano y la ayudó a ponerse en pie, a duras penas, mientras la abrazaba y sobaba su culito. Ella se dejaba hacer, pero en un momento de cordura se volvió hacia Benito, suplicante:

-¡Don Benito, por favor, ayúdeme! -¡Vamos preciosa, no seas cría! ¡Relájate y disfruta, que te va a gustar mucho!

Ramón la levantó con ambas manos por el culo y, de pie como estaba, ensartó su enorme polla en el coñito de la chica. Ella se agarró fuerte al cuello de aquel hombre y enroscó sus piernas en su cintura, mientras sentía como la partía por la mitad.

-¡Ooohh noooo! ¡Aaaaaahhhhhh! Ramón la follaba salvajemente, haciéndola botar sobre su estaca, mientras Laurita se abrazaba a él con todas sus fuerzas. Esa polla se le clavaba hasta las entrañas y la hacía gritar de gusto. -¡Aaaaahhh! ¡Aaaahhhh! ¡Siiii! ¡Siiii!

Mientras tanto, la pequeña Ana aguardaba junto al camino y escuchaba a lo lejos unos gritos que le parecieron los de su hermana. Estaba un poco asustada y no entendía por qué tardaba tanto don Benito en darle su regalo.

-¡Huuyyy! ¡Aaaaayyyy! ¡Aaahhh! ¡Aaaaahhh! -¿Te gusta eh, zorrita? ¿Te da gusto mi polla? -¡Siii! ¡Ssiiiiii! ¡Aaaaaahhhhhh! -¡Te la voy a clavar hasta el estómago, golfa!

Ramón la sujetaba ahora de los hombros y empujaba hacia abajo, para meterle la polla más a fondo. Los alaridos de la chica le estaban poniendo muy cachondo y no iba a tardar en correrse dentro de ella.

-¡Ooohhhh! ¡Siiiiiiiii! ¡Siiiii! -¡Toma, zorra, toma!

El segundo orgasmo de Laurita hizo que las contracciones de su chochito acabasen con la resistencia de Ramón, que empezó a soltar su semen dentro de ella. Al acabar, ella seguía aún abrazada a Ramón, exhausta y satisfecha, parecía no querer soltarse nunca. Sin embargo, los planes de Benito eran otros, y sin darle tiempo a la chica para reponerse, la cogió de nuevo por la mano y la hizo descabalgar.

-¡Ven aquí, cariño, que aún no hemos terminado!

Laurita obedeció sin rechistar, preguntándose qué le iban a hacer ahora. La colocó en cuclillas, con la cabeza en el suelo y el culo bien arriba y empezó a acariciar su ojete. La visión de aquella potra con el culo en pompa era espectacular, sus tetazas colgando, sus brazos estirados entre las hojas y su melena rizada tapando su cara. Don Benito enterró un dedo en el culo de Laurita, y ella se volteó extrañada:

-¿Qué me va a hacer ahora, don Benito? -Te voy a encular, preciosa. ¡Te la voy a meter por el culito! -¿Me va a doler?

El hombre no respondió y ante la pasividad de la nena empezó a enterrar la polla en su culito. Estaba muy estrecho, y su polla era muy gorda, pero consiguió meterle la punta.

-¡Oh! ¡Pare por favor! -Espera un poco, hija, que enseguida termino… -¡Noooo! ¡Es muy grande, don Benitooooo! ¡Aaaaggghhhh! -¡Aguanta, nena!

Se la ensartó hasta los huevos y se dispuso a disfrutar de su culito. La chica se retorcía y apretaba los puños, llenos de hojas del suelo.

-¡Sáquelaaa! ¡Don Benito, por favor! ¡Saquemelaaa! -¡Que culo tienes, hija! ¡Qué culoooo! -¡Aaaahhh! ¡Aaaahhhh! ¡Me quema, don Benito, me quemaaaa. -¡Así, preciosa, sé buena y déjame tu culito! Yo te haré más regalos. ¡Ya verás cómo te gustan!-¡Aaaaahhh! ¡Aaaagggghhhh!

Don Benito la sujetaba de las caderas mientras le follaba el culo a placer. El ojete de Laurita empezó a acostumbrarse a su invasor, y pronto la chica lo disfrutaba, dando grititos agudos cada vez más fuertes.

- ¡Ohh! ¡Aaahhhh!… ¡Aaayy! ¡Aaaahhh!- Veo que empieza a gustarte, Laurita. ¡Me alegro porque este culo que tienes está hecho para reventarlo a pollazos!-¡Uuffffff! ¡Aaaaahhhh! ¡Siiiiiiii! -¡Te la voy a clavar por el culo todos los días, golfa! ¡Ya verás cómo te gusta!-¡Oohhhh! ¡Siiiiii! ¡Qué polla tiene don Benito! ¡Es muy gorda! ¡Muy gordaaaaaa! -¡Toma, hija de puta! ¡Tomaaaa!

Don Benito estaba a punto de correrse de nuevo. Se recostó sobre la espalda de Laurita y le agarró los pechos haciéndola caer contra el suelo mientras daba los últimos pollazos en su culo. La chica sonreía satisfecha.

-¡Aahhhh! ¡Don Benito, que bien! ¡Cómo me gusta su polla!

Ramón, que había permanecido observando la escena tranquilamente, se dirigió de nuevo hacia ella:

-¡Bueeeno, pequeña, ahora me toca a mí disfrutar de ese precioso culito tuyo!-¡Oh, no, por favor don Ramón! ¡Su polla sí que no! ¡Es demasiado grande!-¡No te preocupes por eso, ya verás cómo te cabe, zorrita! ¡No puedes privarme de un culazo como el tuyo! -Huuummm… está bien, pero con cuidado, por favor- dijo mientras volvía a poner su culo en pompa preparándose para recibir el pollón que se le avecinaba enhiesto y curvado como un sable.

Asomó su cara por un costado para ver como aquel hombre se colocaba detrás de ella y se disponía a sodomizarla. Su ojete estaba lubricado por el semen que acababa de recibir, lo que favoreció el enculamiento. Aún así, el pollón rebosaba embutido en aquel culazo. Tras unos momentos de acoplamiento, la enorme tranca resbalaba ya por el estrecho agujero de Laurita, para disfrute de esta.

-¡Oh! ¡Don Ramón! ¡Qué bien me folla!-¡Eres una chica muy buena, Laurita! ¡Así, pequeña, mueve el culito! ¡Muy bien!-¡Qué polla tiene, don Ramón! ¡Es tan grandeeeeee!… ¡Aaaahhh! ¡Aaaugggghh!

Ramón era un hombre muy fuerte, y quería disfrutar ese culo a conciencia, así que pasó sus brazos por detrás de las piernas de Laurita y la agarró bien para levantarse sin sacar su polla del culo de la chica. Ella, sorprendida, se aferró con sus brazos al cuello de Ramón, quien consiguió ponerse de pie y siguió taladrándola. Laurita quedó de cara a Benito, ensartada por el culo y con sus enormes melones botando ante él. No lo dudó un instante y se acercó a ella. Cogió sus tetazas con ambas manos y las besó con ansia. La chica se moría del gusto. Entonces apuntó su verga hacia el coño y se la clavó sin miramientos.

-¡Aaaahhhh! ¡Siiiii! ¡Siiiiiiii! -¡Toma, zorra! ¡Toma polla!-¡Me mueeeerooooo! ¡Aaaaaaaahhhhh!

Laurita estaba emparedada entre los dos hombres, que le perforaban sus dos agujeros sin descanso. Ella se abrazaba a Benito y gritaba como una perra en celo.

-¡Cabrones! ¡Me vais a mataaar! ¡Cabroneeesss! ¡Aaaggghhhh! -¡Te vamos a hacer esto cada día, zorrita! ¡Todos los días te vamos a perforar, perra! -¡Aaaahhhhh! ¡Siii! ¡Siiiiiiiiii! ¡Cabrooneeesss! ¡Bastardosss! ¡Aaaaaaggghh!

Los dos hombres se corrieron de nuevo dentro de ella y le dejaron inundados de semen sus dos agujeros. Cuando terminaron de disfrutar de ella, la chica estaba exhausta, pero feliz. Le escocía un poco el ojete, pero se sentía más mayor, más mujer. Le dieron unas palmaditas en el culo y le siguieron sobando todo el cuerpo mientras se vestía. La dejaron irse, a condición de que volviese al día siguiente para recibir otro regalo. Ella aceptó y se fue sonriendo. Volvió al camino donde había dejado a su hermanita pequeña.

-¿Por qué has tardado tanto? -Por nada, Anita. Es que me han estado contando unos cuentos muy divertidos.- ¡Ah! ¿Y por eso gritabas tanto? -Por eso, Anita, por eso- dijo sin poder evitar una risita.

Autor: cinico69

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